Algunas conjeturas filosóficas
Juan Antonio Castañeda Arellano
Yo no conozco un profesor que cambie porque el profesor
no tiene conciencia del fracaso
A la pregunta de “¿quién es mi maestro?” respondía un filósofo: es aquel que me ha enseñado a equivocarme menos sobre el mundo.
El discurso pedagógico dominante, lo mismo que el filosófico y el literario, se encuentran escindidos entre la arrogancia de los científicos y la buena conciencia de los moralistas, de ahí que se hace impronunciable. Este texto aspira a ser indisciplinado, inseguro e impropio, porque pretende situarse al margen de las formas establecidas, de la arrogancia tecnocientífica y fuera del control de las reglas de las normas del discurso pedagógico, filosófico y literario instituido. El conjunto de párrafos no ocupan un lugar seguro y asegurado en el regazo de la verdad, pero señalan hacia otra forma de pensar y repensar estas disciplinas.
La meta: una búsqueda por enseñar a pensar, a dudar, a que los estudiantes se hagan preguntas. No valorar las respuestas. Las respuestas no son la verdad. Buscan una verdad que será relativa. Las mejores preguntas son las que se vienen repitiendo desde los filósofos griegos. Muchas son ya lugares comunes, pero no pierden vigencia: ¿qué? ¿cómo? ¿dónde? ¿cuándo? ¿por qué?...
¿Por qué ha de interesarle a alguien la filosofía? ¿Por qué es importante? ¿Qué es exactamente la filosofía?
¿Cómo construimos el mundo?
¿Cómo le damos sentido?
¿Cómo lo explicamos?
¿Quién soy yo?
¿Por qué estoy aquí?
¿Qué quiere decir todo esto?… Y así comienza la filosofía.
Señala el filósofo español Javier Sádaba que el sentir general al escuchar la palabra “filosofía” es de cierto desasosiego, a la vez de curiosidad. Afirma: “Los humanos nos sentimos incómodos cuando no somos capaces de identificar lo que pensamos, cuando los estímulos que nos envía la realidad nos superan. Entonces tenemos la impresión de que el caos se apoderado de nosotros y nos angustiamos. Y es precisamente en estas cuestiones —en las dudas respecto al sentido de las cosas y en el asombro de la existencia— en las que radica la dificultad de la filosofía a la hora de profundizar en ella”. Porque la gente no quiere que le expliquen la filosofía por miedo a enfrentarse con ella. Además, la filosofía no es didáctica, tiene una jerga muy interna, una especie de tela de araña que se chupa su propia sangre. Por eso hay que hacerla accesible y ponerla en la calle, que es donde tiene su origen.
La máxima arquetípica griega del “conócete a ti mismo” se convierte en una tensión perpetua entre lo divino y lo humano: ¿Cuándo, cómo y dónde alguien —y quién— dice que está en presencia de la filosofía o de un filósofo? ¿Qué instancias visibles o invisibles legitiman el uso del epíteto y de la calidad? ¿Hay lugares, circunstancias, ocasiones, intermediarios, disposiciones, instituciones, abiertamente o no, mediante los cuales se puede determinar si una obra o un pensamiento remiten al santo de los santos filosóficos? ¿Cómo entrar en una historia de las ideas, en los manuales o en la época ataviado con las plumas del filósofo? Todos los sistemas e instrumentos de perpetuación ideológica impiden el desarrollo, la innovación, la creatividad, la transformación del pensar. Por ello el objetivo es derribar esa realidad, esas reflexiones escritas por apóstoles, sus descendientes, sus alumnos, sus discípulos y sus sicarios.
Para Platón el diálogo es esencial para la filosofía, puesto que la otra persona tiene una aproximación diferente a las cosas que la de uno mismo. Nuestra limitación humana nos obliga a buscar complementariedad. Esta búsqueda implica tomar decisiones. La búsqueda por hacernos humanos implica actos reflexivos. Los actos reflexivos entrañan diálogos internos o conversaciones con los demás. En síntesis: el diálogo es la mejor forma para adquirir completitud y autoconciencia. La importancia y fuerza de las palabras. El don de la palabra es fundamental: es la vía para expresar cualquier pensamiento; es la vía para completarnos a nosotros mismos al comunicar estos pensamientos a otras personas; es la vía para lograr acuerdos y desacuerdos. Por ello la lucha por la autoconciencia es el camino fundamental para la comprensión de lo que uno es incompleto y tiene que luchar para completarse. El honor, la honestidad tienen primacía en las relaciones humanas… Hay que compartir la fragilidad de nuestras debilidades a través del diálogo como clave para entenderlos y superarlos.
Nuevamente: ¿Quién soy yo como maestro? ¿Quiénes somos? ¿Qué debo hacer? ¿Qué va a ser de mí? ¿Dónde reside la felicidad?... Preguntas y más preguntas. Tal vez podrían ser las primeras preguntas. A estas preguntas responde toda pedagogía, filosofía y literatura que se precie. Hay que leer si no El hombre duplicado de José Saramago. Búsqueda de identidad. Crisis de identidad. Construcción de la identidad. ¿Quién soy? ¿Quiénes somos? ¿Quiénes son los otros? ¿Cómo deseamos ser vistos? La presentación de uno mismo como en la vida diaria. El rumbo es incierto, no hay respuestas claras, son mayores las interrogantes que las respuestas. No hay nada acabado en la práctica educativa, está todo por hacerse... construcción permanente es el trabajo docente. Ello implica apertura para comprender lo predecible y lo inevitable, lo planeado y lo que ocurre pese a ello.
El aula es un sistema complejo de relaciones e intercambios en el que la información surge de múltiples fuentes y fluye en diversas direcciones. Pero hoy nos encontramos con un exceso de discursos, pobreza de prácticas: situar a los profesores en el primer plano, colocar a los profesores en el centro de los procesos sociales y económicos, “los profesores son los profesionales más relevantes de la sociedad del futuro”, “los profesores tienen que regresar al centro de las estrategias culturales”, “los profesores están en el corazón de los cambios”… la sociedad cognitiva de este siglo y milenio. Pero las grandes palabras sirven para ocultar intereses concretos… se consolida un mercado de la formación al mismo tiempo que se va perdiendo el sentido de la reflexión experiencial de compartir los saberes profesionales.
La educación debe potenciar la razón y por tanto enseñarnos a rebelarnos contra la sinrazón, es decir, las personas racionales no lo son solo porque se comportan racionalmente, sino porque luchan por vivir en una sociedad racional y razonable, porque luchan porque no predominen los dogmas irracionales, las supersticiones, los fanatismos, aquello que va contra la razón. De modo que la razón es una muestra de convivencia, pero también una fuente de disidencia y de rebelión, señala Fernando Savater.
Julio Rogero afirma que es un placer educar. Sus credenciales son el ejercicio de la razón crítica y un firme compromiso ético y afectivo con el alumnado y la colectividad. Comparte convicciones, proyectos e inseguridades; disfruta educando y no suscribe la cultura de la queja ni del victimismo, tan extendidos entre el profesorado, y que según él trasmiten una imagen falsa de la profesión docente y no conducen a ninguna parte. Solo será posible mejorar nuestra imagen cuando recuperemos nuestra estima como educadores.