Borrasca Andréz Guzmán Díaz
Sissy: We’re not bad people. We just come from a bad place.
No sé cómo empezar. Es cierto, el comienzo. Debe suponerse fácil, pero cuando se trata de recordar pierdo la cuenta de los años, de los meses, de los días y de las cosas que en el espacio ocurrieron; más bien es como una vorágine de recuerdos, uno peor que otro, alguno más brillante que el futuro quizá.
No puedo.
A veces, como hoy, ni siquiera quiero intentar.
A decir verdad, hoy no habría sido un día particularmente difícil o extraordinario. Me habría levantado al mediodía, me habría arreglado e iría al trabajo hasta en la noche; ningún asistente impertinente se atrevería a tratar de ver a través de mi escotadísima blusa, al menos no que yo lo notase. Aunque, claro, hay de impertinentes a impertinentes; de cuando en cuando sí me gusta que me vean, de lo contrario no tendría caso trabajar allí. Y bueno, acá estoy; sentada, cansada, quién sabe de qué. Me pregunto…, pero no quiero saber.
Odio a mi estúpido hermano por haberme abandonado a mi suerte, que nunca ha sido mucha, como cualquiera puede ver.
Regresaré mañana. Mañana me atreveré a decir más; daré rienda suelta a la imaginación y te relataré más de lo que has soñado en el Parnaso con tus musas. Te gustará, ya verás.
Aunque… ¿irme tan pronto? Apenas llegué y seguro el tráfico está del demonio: el metro se llena de gente estorbosa, panzones asquerosos y niños gritones. Por eso no conduzco; sé que a la primera oportunidad diría: “Ve a chingar a tu puta madre, malnacido pendejo”. Me conozco. Recuerdo que una vez Chai le gritó a un taxista por su mala forma de conducir: “Parece que te la van mamando, cabrón”, y cuando volteé para ver su expresión de enojo o de asombro me di cuenta que había un chico en el lugar del copiloto, pues levantó de súbito su cabeza del asiento contiguo. Casi nos orinamos de la risa. De hecho, mi hermano dejará de manejar a causa del tráfico poco tiempo después de aquel suceso. Parece que recién fue ayer cuando empezará a acostumbrarse al metro, como yo le había sugerido.
Me duele pensar en Chailem. Lo extraño mucho. Es triste no saber más de él y que no sepa más de mí. Le dije que siempre teníamos que estar juntos, que éramos una familia, no la mejor, pero una familia a fin de cuentas. ¿Ahora quién lo cuida? ¿Ahora quién me protege? Chai me cuidó desde el momento de mi nacimiento, el 5 de agosto de 1989, cuando él tenía solo cuatro años de edad. Claro, él no sabía cambiar mis pañales sucios ni podía alimentarme, pero siempre hizo lo que nadie más hará por mí: estar. Llorara, gimiese, pataleara, gritase, él siempre estuvo allí, cual sombra, siempre atento. Por eso, mi primera palabra dicen que fue “sha-sha”, en honor a él, aunque mi madre siempre dijo que en realidad decía “ma-ma”, ve a saber.
—Shai, ¿done está mis papás?
—Lejos.
—Ya casi vueven, ¿vedá?
—De hecho, nunca más.
—Pos no te vayas.
—No, Éryca, nunca más.
Durante muchos años, Chailem y yo compartimos cuarto. Era una cuarto pequeño, quizá un poco menor que esta habitación y mire que ya pienso que es asfixiante este lugar. No teníamos mucho; de hecho, solo era una cama para ambos. ¡Cuántas cosas vivimos en ese cuarto! Nuestros padres nunca supieron que en las noches sufríamos de un insomnio después de dos horas de habernos dormido, entonces escuchábamos voces provenientes de la pared de la cabecera, voces que siempre fueron diabólicas y que hablaban en una lengua casi balbuceada, ininteligible. Con el tiempo, las voces se volvieron más comprensibles, como si de tanto oírlas las aprendiésemos. Yo tenía como diez años cuando entendí que lo que sucedía era que mis padres estaban fornicando; Chai me lo confirmó y se sorprendió mucho de que lo descubriese poco tiempo después que él, siendo yo más joven. Hace algunos años comprenderé que coger es natural, tanto como morir.
Es natural morir, eso sí te digo, Chai.
No obstante, entonces era una niña, por eso me asustaba. No comprendía bien lo que pasaba, puesto que conocía a mi papá y sabía de lo que era capaz; todos en casa sabíamos… que… cuando…
Perdón…
Yo…
Sé que está bien, pero es que es tan…
Dame un minuto, Soto…
Mi padre tenía un vicio. Uno solo le bastaba y le sobraba: alcohol. Quienes no lo conocían podrían haber jurado que mi padre era el mejor hombre, esposo y padre que cualquiera pudiera desear. Pero mi madre, Chai y yo teníamos la desgracia de conocerlo fuera de sí.
En esos días en los que la Luna por capricho envenena a los más dóciles, mi padre llegará como cualquier otro día, inmutado. Solo hasta que notemos su dificultad al caminar, solo hasta que dé un saltito fuera del guión establecido, nos daremos cuenta del fuego en su alma. Alguna cosa insignificante le molestará a tal grado de explotar. Gritará, se sacudirá, irá directo a mi madre y la golpeará de una u otra forma. Nos dirá mamá que vayamos a nuestro cuarto, así que tratamos de huir de esa bestia con cuernos. Chai y yo nos esconderemos debajo de las sábanas. Todo es silencio, a pesar de los gritos reprimidos de mi madre y las maldiciones dichas por mi padre, solo oímos nuestro palpitar desenfrenado, nuestras respiraciones cortadas. Nada más existe…
—Me has estado engañando, ¿verdad, cabrona?
—Te juro que no, Jaime, te juro que no. Mira, cálmate, piensa en los niños…
—Me importan un carajo los niños. ¿Cómo sé que son míos? ¿Eh? ¿Cómo?
—Son tuyos, míos, ¿de qué estás hablando?
—No me quieras ver la cara, que me dijeron que te anda poniendo el que trabaja en la cremería, ese tal Rigo de su chingada madre.
—No, Jaime, yo te amo a ti…
—Ya sé que me amas, puta, por eso te voy a dar un hijo.
—Jaime, no, tranquilízate, por favor…
—Tú no me dices qué hacer.
—Jaime, ¡no! ¡No, por favor! ¡Haré lo que quieras, solo… solo…!
—Cállate, pendeja, que ya casi está. Bien que lo disfrutas.
Cada vez los sucesos nocturnos pesaban más en Chai. Yo empecé a leer mucho, a escribir, a cantar, para tener algo en lo cual pensar cuando el Infierno llegase. Pero el pobre Chai no encontraba un escondite. Todo libro que empezaba a leer era expulsado por papá; le decía que leer era cosa de tontos ilusos, que si quería llegar a ser alguien en la vida dejara de jugar al caballero de la triste figura.
Pobre Chai. Tan… solitario. Incluso ahora que te fuiste, me olvidaste. A mí, que te perdoné siempre y te comprendía.
Una noche, durante el insomnio que teníamos, Chai se acercó a mí de manera inusual. Conocía su manera de abrazarme o de hacerme cosquillas, pero, desde un principio, noté que aquello era diferente. Su respiración es discontinua y profunda, sus ojos reflejan la Luna llena, totalmente perdidos. Por un momento siento que en verdad no es él. Extrañada, le pregunto qué sucede.
—Nada —dice él—, solo quiero jugar.
—¿Qué quieres jugar, hermano?
—Es un juego que acabo de aprender; te mostraré.
Entonces se pone de pie, justo enfrente de la ventana, debajo de la luz de las estrellas y se quita la ropa.
—¿Qué haces, Chai?
—Así es el juego: quien tenga ropa pierde puntos. Anda.
—¿Cómo se llama el juego?
—No tiene nombre. Tienes que quitarte todo, como yo.
—Chai, quiero volver a la cama, está haciendo frío.
—No seas tonta, está haciendo mucho calor. Ven.
—No, Chai, en verdad.
—Bueno, no te asustes.
—Te he visto otras veces, Chai, y confío en ti. ¿Por qué me asustaría?
—Por —hace una pausa— nada. ¿Te molesta si te abrazo?
—No. ¡Estás hirviendo! De seguro tienes fiebre. Avísale a mamá, que te prepare algo.
—No me siento mal, Éryca.
—Pues ya duérmete.
—Quiero seguir abrazándote.
—Ya quítate, Chai, y duérmete.
—¿Sabes qué hacen nuestros padres cada vez que tenemos insomnio?
—Claro que sé, ya te había dicho.
—¿Quieres saber qué se siente?
—No, Chai. ¡Ya, duérmete!
Hay veces en que pienso que debí decirle a Chai que sí, que aceptaba su juego, por más enfermo y retorcido que eso parezca. Tal vez, pienso, si Chai me hubiera poseído a mí y no a una desconocida, no se habría convertido en lo que se convirtió. Quizá necesitaba de mí y nunca pudo tenerme en ese sentido.
Desde aquella noche Chai se volverá frío, no me abrazará con la misma ternura ni me hablará con las mismas palabras. Conseguirá una novia, luego otra simultánea, luego otra y otra, aunque jamás lo vi enamorado de ninguna de ellas. Se graduará en Administración de Empresas. Tendrá éxito, como decía mi padre, pues trabajará para una de las empresas más importantes de la ciudad. Cada mañana, cada tarde, cada instante buscará esconderse. Yo tuve mis libros, mis pinturas, mi música; él no tuvo a nadie ni nada. Su escondite era él mismo, sus placeres vacíos, sus orgasmos. Se irá de casa. Mis padres morirán y yo trataré de perseguirlo, de ser un alivio para él, pero sin conseguirlo, aunque siempre me recibía en su casa.
Trataré muchas veces de suicidarme, pero Chai siempre lo evitará. Desgraciado. No aceptaba mi presencia y se rehusaba a mi ausencia.
Chailem murió el 30 de abril de 2012. Una bala le atravesó el cráneo cuando caminaba en una calle oscura. Le robaron todo lo que pudieron. Así nada más. No hubo cáncer ni SIDA ni nada trascendental, solo un vil pedazo de metal haciendo puré sus sesos.
Éryca ingresa tres días después al manicomio por un intento de suicidio, el número 14, para ser exactos. Fue asignada a sesiones psiquiátricas con el doctor Reinaldo Soto Ramírez, de las cuales la de hoy fue la más fructífera, pues por un momento se sintió cuerda, ¿no lo crees, Soto?