Peripecia

Desnudémonos      Jorge Fábregas

La fórmula mínima del teatro, según Hans-Thies Lehman, es “un actor que representa un papel para un público”. El dramaturgo siempre está presente en esta fórmula (aunque se escandalicen mis amigos Víctor Castillo y Teófilo Guerrero), el mismo actor solo con su mirada ante un público ya está creando un papel, como diría Peter Brook. El actor entonces se convierte de inmediato en dramaturgo, es él quien representa el “papel” y simultáneamente lo crea, aunque no exista un dramaturgo tradicional que se lo haya escrito antes. En una puesta de improvisaciones, el dramaturgo existe también simultáneamente mientras se desarrolla la trama en la mente e impulsos de los actores. Existe el dramaturgo (o escritor o creador de roles) en una presentación posdramática o en un dispositivo; y puede convertirse en texto cualquier presentación de escena expandida, basta con que haya un dramaturgo que registre lo que se desarrolla en “escena”. El tema da para desarrollarse en otra Peripecia. En esta ocasión quiero presentar, a grandes rasgos, una personalísima deconstrucción de mi texto teatral Rana (¡Sert, sod… uno!) partiendo de ese “papel” creado, sin tomar en cuenta todavía al actor y al público, textocentrismo en pleno, pues.

Si esto no le sirve a nadie, al menos deseo que la historia de creación sea amena de alguna forma. Comencemos con el encuere:

En agosto de 2014 estábamos por viajar a Monterrey para presentar Viaje de tres en la Semana Internacional de Dramaturgia. Luis Manuel Aguilar, “Mosco”, y Mauricio Cedeño, justo en la fila para documentar el equipaje, me comentaron que estaban interesados en que escribiera un monólogo para que lo dirigiera “Mosco” y lo actuara Mauricio, ese monólogo tendría que basarse en aquello que nos pudiera motivar a los tres, desde un punto de vista personal y profesional. Por supuesto que acepté (“Mosco” es un gran director y Mauricio un gran actor, y lo más importante, son mis amigos), aunque en ese momento no tenía ni la más remota idea de lo que podía salir a partir de esa propuesta.

Cada escritor-dramaturgo tiene sus propias reglas y máximas a la hora de crear. Para mí, antes que cualquier otra cosa debe existir una “imagen generadora”, como la llama Mauricio Kartún. La “imagen generadora” parte principalmente del alma, algo que nos causa una impresión importante que consideramos que debe desarrollarse. Luego de tener esa impresión en el alma, le damos sentido con una “línea irradiante” (nuevamente Kartún). La necesidad anímica y vital tiene su energía propia, acelera el corazón, prende todo tipo de señales luminosas en el cerebro como recordatorio; sin duda, descarga adrenalina, y hace todo lo posible para que aquello aterrice en un papel, o en decenas de ellos. Al menos así me ocurre, y comienza a adquirir su forma en ese segundo trazo “línea irradiante” en el que ya sé que aquello se convertirá en drama o narrativa.

No me interesa crear si no tengo esa “imagen generadora”. En ese viaje a Monterrey la encontré de inmediato. Nos fue muy bien con Viaje de tres, y justo cuando el montaje recibía uno de esos aplausos largos y sentidos de parte del público, la encontré; acompañados de otros artistas, los tres, Mauricio, “Mosco” y yo estábamos presentando lo mejor de nosotros en un teatro; pudiendo estar en cualquier otro lugar, estábamos presentando nuestro trabajo en un teatro. En este mundo de tentaciones hay un millón de ocupaciones distintas con las que uno podría ganar más dinero e invertir menos tiempo, y sin embargo, le apostamos al clavicordio al que muchos han condenado a la extinción.

No había de otra: lo que nos une a los tres es el teatro, y en esencia, una elección de vida: expresar lo que nos interesa, como sabemos y podemos, a pesar de todo lo que esté en contra para ello. ¡Encontré la imagen generadora!

El renacuajo que se convertiría después en Rana estaba vivo, y coleteaba. No tengo un método fijo para escribir; de hecho, cada cuento, novela o texto teatral que he escrito tienen un método de escritura diferente, empezando porque parten de motivaciones distintas. Pero si hay algo que es una constante en mi proceso de creación en los últimos años es que escribo a partir de retazos de vida: experiencias, imágenes, emociones, frases, las anoto o las recuerdo como recomendaba Edmundo Valadés, así que tengo una especie de archivo de papelitos y recuerdos que me inspiran, que me dicen algo. La mayoría de esos retazos no se van a convertir en una obra completa, pero sí me sirven para darle vida y nutrir mis distintos escritos.

Así que los retazos empezaron a llegar solos a mi mente: aquí un recuerdo aislado que utilizo en Rana: en una ocasión cometí la torpeza de tirar una lámpara fluorescente (los tubos largos de luz blanca) justo en medio de la sala de mi casa. Aventé y troné de juego muchas de esas lámparas cuando era un niño… ¡truenan padrísimo! Pero posteriormente me enteré que el polvillo de mercurio que las hace fluorescentes es tóxico. Así que después de salirme para que se asentara el polvo, me dediqué a barrer, sacudir y trapear mi sala, no quería que mi hijo tuviera contacto con aquello. Llegué al extremo de hincarme para buscar cualquier trozo de aquel material tóxico; eso me llevó toda una mañana.

Lo anterior representa uno de esos retazos de mi vida que le inserto a mis obras. Este pasaje le quedó muy bien a Rana; demuestra amor y preocupación —que rayan en lo enfermizo— por nuestros hijos.

Mauricio Cedeño es una persona que utiliza bastante las redes sociales; sin duda puede recibir el calificativo de “ente interconectado”; así que después de tener el “qué” con la imagen generadora, apareció el “cómo”: el internet, con todas las posibilidades que ofrece con las redes sociales y tecnología en contraposición con esa poderosa y primitiva fuerza del teatro que es el encuentro cara a cara con alguien vivo en tiempo real.

Lo que siguió fue una profunda investigación sobre redes sociales, sobre el uso de la tecnología digital y sus repercusiones sociológicas. Inmersiones divertidas y frustrantes en ese mar de datos luminosos y mierda oscura que se encuentran en la red. Rana está llena de esas referencias, copia el lenguaje de las redes sociales. Hay una buena cantidad de frases, memes y lugares comunes extraídos de internet.

El lenguaje narra, hace referencia a lo narrado, dialoga y divaga, es parte de la estrategia. Juego también con las acotaciones como si un narrador apareciera para reflexionar sobre la virtual puesta en escena. Lo hago como una especie de guiños para el lector, porque sé que pocos son los directores que se dejan guiar por las didascalias, y “Mosco” claramente no es uno de ellos.

Por su puesto, “la realidad más real” también aparece, lo que podría ser una historia de un teatrero que le apuesta a su milenario arte frente a la despersonalizada tecnología, se “contamina” por esa omnipresente violencia que vivimos en este México en el tercer lustro de nuestro siglo, imposible dramatizar una historia que quiera hacer referencia a nuestros días sin que parezca el engrama de la violencia que padecemos. Nuestro protagonista es víctima de ella en los dos mundos: el real y el digital.

Se formula además una tesis para discutir: aquel individuo que dedica su vida a la creación tiene por su actividad una altitud moral y ética más elevadas, y por lo tanto, mayor autoridad social, en comparación al individuo que destruye y mata.

Por su puesto, hablo exclusivamente del texto, el montaje suma una serie de significados, caminos y señales muy distintos. Al momento de escribir esta Peripecia no he visto ni un ensayo. Quiero ver ya Rana (¡sert, sod, uno…!) en escena para comprobar cómo el talento de artistas como “Mosco” y Cedeño enriquecieron el texto que pasará a ser solo un elemento más de la gran suma que es un montaje. A grandes, muy grandes rasgos —como dije—, esto fue una deconstrucción de Rana, un encuere creativo.



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