En la historia del rock, han sucedido eventos que representan el significado simbólico del número tres como hemiciclo vital: nacimiento-cenit-ocaso. O bien, como apunta Juan-Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos: “Casi todos los mitos o cuentos en que se citan tres cálices, tres cofres o tres habitaciones, el tercer elemento corresponde a la muerte, por la división asimétrica del ciclo vital; dos terceras partes son ascendentes (infancia-adolescencia, juventud-madurez), pero la última es descendente (vejez-muerte)” (Cirlot, 1992).
En los primeros años de vida del Rock, por allá del 3 de febrero de 1959, llega la primera tragedia del género: a medianoche bajo una tormenta de nieve y un frío gélido de menos treinta grados centígrados, despega una avioneta piloteada por un piloto inexperto ¿qué podría salir mal? Horas después de su despegue, esa nave cruzaría fugazmente el meridiano día en que murió la música, para estrellarse con todos sus pasajeros en un páramo helado y solitario. El piloto y tres músicos del naciente rock & roll: Ritchie Valens (de 17 años), Buddy Holly (de 22) y “The Big Bopper” (de 28), encontrarían una muerte instantánea.
Una década después, Brian Jones, Jimmy Hendrix y Janis Joplin entrarían al tristemente célebre club de los 27. La muerte sorprendió a Hendrix en el apogeo de su carrera; a Janis Joplin la encontró en búsqueda de nuevos caminos musicales y a Brian Jones en su etapa más decadente como músico.
Jim Morrison, el siguiente en formar parte de tan tétrico club. Viaja a París en 1971. Meses después, durante la madrugada moriría en la bañera víctima de un fulminante ataque cardiaco. Este suceso marcó el principio del fin de The Doors, los miembros restantes del grupo llegarían al ocaso como trío. Manzarek, Krieger y Densmore publicarían dos discos más, bajo el nombre de The Doors. Sin embargo, la ausencia de Morrison se llevó consigo la simbiótica vitalidad y fuerza que existía entre música, lírica, voz y personalidad del Rey Lagarto.
Años después, Led Zeppelin sufriría otro trágico capítulo de la retorcida historia del Rock. La muerte de John Bonham a causa de una congestión alcohólica desencadenaría en el fin del grupo. Plant, Page y Jones deciden no continuar como trío. Pero antes de la desintegración publicaron en 1982, el disco póstumo a su carrera: CODA.
Animals sería el preludio de una nueva versión de rebelión en la granja impuesta por Roger Waters al interior de Pink Floyd. Waters se asume como líder y genio creativo, despide a Rick Wright del grupo y convence a Gilmour y Mason de trabajar en dos de sus proyectos The Wall y The Final Cut. David y Nick quedaron curados de espanto después de completar la trilogía más oscura de la obra Floydeana. Soportarían unos años más de desacuerdos con Waters, pero deciden no seguir con él y tomar nuevos caminos; traen de vuelta a Wright y los tres serán, de aquí en adelante, dueños legalmente del nombre Pink Floyd, bajo el cual publicarían los tres discos, injustamente, menos valorados de su discografía: A Momentary Lapse of Reason, The Division Bell y Endless River.
Unos años antes, en septiembre de 1978, fallecería el baterista de The Who: Keith Moon, quien al igual que Ringo Star o Charlie Watts, eran el fiel de la balanza entre las dos personalidades más dominantes de sus respectivas bandas. Watts parco y flemático era la antítesis de los intensos Jagger y Richards; Ringo divertido y locuaz destensaba las tediosas sesiones de grabación de los Beatles; Moon, por el contrario, se ganó a pulso el mote de Loco Moon: extravagante, amaba la fiesta y el alcohol; musicalmente su estilo como baterista se acercaba en velocidad y potencia a Buddy Rich; Pete Townshend encontraría en él, un compañero ideal para dar forma musical a sus agresivos riffs de guitarra.
La muerte de Moon significó para The Who un golpe durísimo del que jamás se recuperarían. Si bien siguieron adelante con otros bateristas, la cohesión entre Townshend, Daltrey y Entwistle fue deteriorándose. Entwistle moriría en 2002. De los tres grandes grupos ingleses de esa primera ola británica, nos quedan 6 músicos: Jagger, Richards, McCartney, Starr, Daltrey y Townsend.
Nirvana sin Kurt Cobain, Police sin Sting o Morphine sin Mark Sandman son ejemplos de tríos que sin uno de los vértices espirituales no tenían futuro, supieron retirarse a tiempo y no continuar como banda; comprobándose en tales casos, la idea de la lógica simbólica y la teoría de los grupos: lo cuantitativo como cualidad.
Esas tragedias, así como la pandemia COVID19 que puso el mundo patas arriba, han sido para el Rock dosis de conocimiento y creatividad. Durante la pandemia los músicos se vieron imposibilitados para reunirse, ya sea para grabar o salir de gira, ante ello hicieron uso de la tecnología para continuar creando. Las sesiones virtuales de grabación a través de internet hicieron su magia, fue así como la música y el género siguieron vivos. Nombro algunos trabajos de esta etapa: Ghost Town (The Rolling Stones), Entre la niebla (La Barranca), The Lockdown Sessions (Roger Waters), Lady in the balcony (Eric Clapton) y The Bridge (Sting).
Publicado en 2021, The Bridge es el disco número quince de la extensa discografía de Sting; se publicó en varios formatos: digital, disco compacto, casete y Long Play (o vinilo como los llaman hoy). La versión original consta de 10 temas:
Existe una versión “De Luxe” que contiene tres canciones adicionales:
El disco viene acompañado de un cuadernillo con fotos, las letras de las canciones y, lo más interesante: liner notes y hasta una carta dirigida a Billy Joel escritas por Sting. En las notas, el músico hace una reflexión sobre el contexto, fuentes literarias y proceso creativo que intervinieron en la composición de las canciones. Nada como conocer de forma directa del músico los detalles de su creación. Te ofrezco, Caro Lector, una traducción libre de estas liner notes incluidas en el disco.
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Hacia finales de febrero de 2020, partí de San Francisco a Inglaterra después de que mi obra de teatro The Last Ship fuera cancelada en la ciudad. Una mañana, sentado en El Embarcadero, no mucho antes, había visto al Grand Princess flotando lánguido, como un apestado, bajo el Puente de la Bahía; entonces me pregunté si el crucero en cuarentena era el presagio de nuestra propia perdición. Una semana después, nos quedamos todos sin trabajo. El Golden Gate Theatre, como todos los teatros de la ciudad, fue cerrado abruptamente. Logramos que el elenco y el equipo regresaran a Inglaterra ilesos y libres de Covid. Pero, ¿y ahora qué?
Escribir canciones ofrecía una distracción bienvenida ante la amenaza de un virus que había alterado el mundo de una manera tan rápida y efectiva. Muchos nos fueron arrebatados, pero a los que tuvimos la suerte de evadir la enfermedad se nos dio algo a cambio: tiempo, aunque extrañamente desestructurado y aparentemente sin límite. ¿Cómo llenar el tiempo que ha sido vaciado de su impulso, de su dimensión? Es sólo en la reflexión que las corrientes más profundas de nuestras necesidades se hacen evidentes. Así, a medida que innumerables hilos de pensamiento roto daban paso para revelar el sutil tejido del subconsciente, fragmentos destrozados de métrica y melodía emergían lentamente ante mí, esperando pacientemente ser reparados como las redes de un pescador.
¿Qué hace un compositor si no intentar aferrarse a los frágiles espíritus de la memoria y las historias, tanto imaginadas como vividas, ayudados por los ecos misteriosos y la consonancia posiblemente arbitraria de la rima? Desde los aforismos de la guardería hasta las banalidades de los jingles publicitarios, estamos casi programados para responder a la rima.
Las coplas rimadas, en particular, parecen poseer una lógica resonante, el llamado “anillo de la verdad”. Me recuerda al abogado defensor de O. J. Simpson hablando de ese infame guante ensangrentado y declamando: “If it doesn’t fit, you must acquit”. Ahora bien, no estoy sugiriendo que una simple rima por sí sola pueda convencer a un jurado de fallar a favor de uno. Pero es lo que muchos de nosotros recordamos de ese caso complejo y enrevesado, y el hombre fue absuelto después de que se dijera y se hiciera. La rima es literalmente una forma de “encantamiento”; un método antiguo y oculto para convertir el caos en una apariencia de orden. La rima a menudo puede llevarnos, como con los ojos vendados, por un camino inexplorado, imprevisto y totalmente inesperado.
Estoy de vuelta en Lake House. Ahora es primavera, y hay una edición de la Colección de Canciones Folk Inglesas de Cecil Sharp presidiendo imperiosamente encima de mi piano. Compilada a principios del siglo XX, perdura como una obra poderosa a pesar de ser indudablemente controversial.
Aunque los orígenes y la historia de las baladas folclóricas son inherentemente turbios, es seguro asumir que constituyen una tradición oral de temas antiguos transmitidos y modificados, de cantante a cantante, durante décadas y siglos. Por lo tanto, el acto de curarlos, escribirlos y publicarlos para la posteridad plantea ciertas complicaciones. En el caso de Sharp (un hombre nacido en la época victoriana), debemos considerar que pudo haber sido prácticamente imposible evitar imponer sus propios sesgos políticos y sociales al transcribir estas canciones antiguas y a menudo obscenas, muchas de las cuales eran quizás ofensivas para los oídos edwardianos de su época. Por lo tanto, si bien debemos estar agradecidos con Sharp por su trabajo, también debemos tener en cuenta que la tradición oral, cuando se envía a la imprenta, puede convertirse con demasiada facilidad en algo atrofiado, grabado en piedra y convertido en texto sagrado, y por tanto nunca debe ser adaptado o modificado.
Lo anterior me lleva a Lord Bateman.
Lord Bateman es una balada tradicional sobre “un noble señor de alto rango” que está encarcelado en un país extranjero y sólo lo liberará la hija del carcelero, con la condición de que se case con ella y la lleve de regreso a casa con él. Registrada en 1624, es probable que la balada sea incluso siglos más antigua, tal vez surgió por primera vez en la época de los normandos. Su historia se centra en el incumplimiento de la promesa imprudente del Señor, en la que se comporta con mucha menos nobleza que la que se pregona en la primera estrofa. La historia me intriga en gran medida porque se dice que el personaje principal es mitad de Northumberland (de donde soy), entonces me pregunté, especulando, si algo de la ironía presente en la versificación que los baladistas originales hicieron respecto a la cuestionable “nobleza” del personaje, habría desaparecido en versiones posteriores.
En el libro de Cecil Sharp, Lord Bateman consta de veintiún versos. En mi adaptación de la historia del capitán Bateman me esforcé en hacerla manejable recortándola a nueve versos; hice de Bateman un oficial de la Marina Real e insinué, en la estrofa final, que finalmente obtuvo el castigo que merecía después de siglos de complacencia. Jo Lawry y Laila Biali añaden sus voces distintivas a la historia. Para aquellos interesados en el original publicado por Sharp, hay excelentes versiones grabadas por A. L. Lloyd y muchos otros.
Sobre Northumberland, en el disco tenemos “The Hills on the Border”.
Los montes Cheviot forman una frontera natural entre Inglaterra y Escocia, así como la famosa muralla del emperador romano Adriano que dividió la isla en dos para controlar el comercio entre el norte y el sur. Después de que los romanos abandonaran la isla alrededor del año 400 d. C., la muralla se deterioró y las tierras fronterizas circundantes existieron como una zona de guerra durante casi mil años: una zona de bandidaje, robo de ganado y disputas violentas entre bandas armadas de familias y clanes con alianzas cambiantes, junto con batallas campales y sangrientas entre los escoceses y los ingleses. En 1513, en el Flodden Field de Northumberland, 60,000 soldados —hombres y niños— se dedicaron a matarse a machetazos unos a otros una mañana de septiembre. Olvidé quién ganó.
Las flores del bosque yacen frías en el barro. No es de extrañar que las colinas estén tan famosamente embrujadas por esas extrañas figuras que ocupan para siempre la imaginación de los narradores. Seres sombríos atrapados entre los mundos de los vivos y los muertos. Embaucadores, espectros, apariciones y tratos ocultos, tratos que sorprenden al viajero desprevenido. “The Hills on the Border” cuenta con dos de mis músicos favoritos de Northumberland: Peter Tickeil en el violín y Julian Sutton en el melodeón, ninguno de los cuales se vería demasiado fuera de lugar entre una banda merodeadora de Border Reivers.
Durante mucho tiempo he estado fascinado por J. Robert Oppenheimer, jefe del Proyecto Manhattan y padre putativo de la bomba atómica. Ver las desgarradoras imágenes de él citando las ominosas palabras del Bhagavad Gita (“ahora me he convertido en la Muerte, en el destructor de mundos”) es ver a un hombre torturado por su conciencia, incapaz de reconciliar su humanidad con el horrible poder de su invención. Al escribir El libro de los Números, imaginé al fantasma de Oppenheimer rondando el desierto de Nuevo México alrededor de Los Álamos. Pero esta vez, en lugar del Bhagavad Gita, está absorto en el libro de los Números del Antiguo Testamento y su relato del censo de los israelitas después de su éxodo de Egipto. He interpretado este censo metafóricamente, tal vez como el comienzo de las matemáticas. Progresando lógicamente a través de la ciencia y las matemáticas superiores, conduce en última instancia a la creación de la bomba y al aterrador potencial de la humanidad para destruir nuestro propio mundo. Esta es la segunda vez que Oppenheimer aparece en una de mis canciones.
Dominic Miller y yo hemos disfrutado de una larga y fructífera colaboración, tanto como compañeros de banda como de composición. Cuando nos encontramos, Dom a menudo trae un conjunto de acordes o un motivo de guitarra que pronto estimula una idea para una canción. Tres de las canciones de esta colección comenzaron de esta manera: “Harmony Road”, “The Book of Numbers” y “The Bells of St. Thomas”. Exactamente cómo funciona este proceso sigue siendo una especie de rompecabezas, incluso para mí. La primera tarea es dar forma a la idea básica en forma de canción, de modo que contenga una especie de narrativa abstracta: un principio, un medio y un final, así como un estado de ánimo, un género y una plantilla emocional. Luego es mi trabajo convertir todo eso en una historia coherente, con un protagonista y una situación en la que un coro o estribillo crece desde la base, preparado en una estrofa. Siempre, el estribillo hay que ganárselo. Las razones por las que el vals de “The Bells of St. Thomas” comienza en la cama de una mujer rica de Amberes, son algo confusas para mí, excepto por un deseo instintivo de usar un puerto europeo como escenario de la historia.
Un vagabundo se encuentra con que la esposa de un hombre rico le propone matrimonio. Está en conflicto y se siente atraído por las campanas de una iglesia cercana, donde se encuentra con el tríptico de Rubens, Epitafio de Nicolas Rock y su esposa Adriana Pérez. En la actualidad, la pintura en cuestión se exhibe en un museo de Amberes. Pero para los propósitos de esta canción, me he tomado una licencia poética y he dejado que permanezca en una iglesia, su ubicación original. Siempre me he sentido identificado con la incredulidad muy humana de santo Tomás —su duda inicial de que las heridas de Cristo fueran reales— y no sólo porque Tomás sea mi nombre de confirmación. Realizado entre 1613 y 1615, el tríptico de Rubens presenta a Cristo, Tomás y otros dos apóstoles en su panel central; sus dos paneles laterales representan a los mecenas de Rubens, sir Nicolas Rock y su esposa, Adriana Pérez. En Las campanas de santo Tomás, mi protagonista ve paralelismos entre su propia circunstancia y la de la pintura. Está momentáneamente suspendido entre dos mundos, el pasado y el presente. A propósito, el padre de Rubens, Jan, tuvo una escandalosa relación extramatrimonial con una noble dama, lo que finalmente lo llevó a la cárcel. Sin embargo, no fue hasta después de terminar la canción que me enteré de este hecho. Las resonancias y los ecos seguían acumulándose, impulsados sólo por un esquema de rima y una búsqueda en internet.
“Harmony Road” comenzó tomando dieciséis compases de una pista llamada “Étude” del álbum de 2019 de Dominic Miller, Absínthe, con la idea de convertir esos compases en una canción. Repetimos la sección de dieciséis compases mientras improvisaba una melodía, anticipando que el resultado nos llevaría hacia una historia. Uno de mis mentores e inspiraciones desde hace mucho tiempo, el músico escocés Jack Bruce, tituló su álbum de 1971 Harmony Row en un guiño a una calle deteriorada de Glasgow cerca de donde nació. Yo crecí cerca de una casa victoriana similar en Wallsend, y la ironía cívica involuntaria de los nombres de tales lugares era demasiado para resistirse. El hecho de que The Animals declarara “tenemos que salir de este lugar” en 1965 sin duda también tocó una fibra sensible con este inquieto Geordie. Y como siempre, es un placer invitar a mi viejo amigo Branford Marsalis a tocar, como lo ha hecho en muchos de mis discos a lo largo de los años.
Siempre he dicho que hay muy poca satisfacción para el escritor en el acto de explorar una dinámica de “te amo y me amas”: es un bucle cerrado, una tira de Moebius sin forma objetiva. Por otro lado, “te amo, pero amas a alguien más” presenta todo un abanico de variaciones convincentes, tal vez dolorosas para el protagonista, pero fértiles para el compositor.
Maya Jane Coles proporcionó el escenario musical para “Loving You”, agregué un poco de bajo mientras Melissa Musique y Gene Noble prestaron sus maravillosas voces, y la historia de celos y dolor se desarrolló como una flor envenenada esperando a que llovieran las dulces aguas de la reconciliación.
Acerca del agua, hay una gran cantidad de ella fluyendo a través de este álbum: purificadora, limpiadora, curativa; en forma de lluvia, Aguas Turbulentas y lágrimas justas. El agua como sacramento, terapia, esencia misma del espíritu, clara como el cristal.
Por supuesto que no soy el primer compositor que equipara el enamoramiento o el desamor con una enfermedad incurable, ni seré el último. “If It’s Love” es mi contribución a ese canon donde los tropos de los síntomas metafóricos, el diagnóstico y la incapacidad absoluta son lo suficientemente familiares como para hacernos sonreír a cada uno de nosotros con pesar. Y en verdad, ¿qué no haríamos por su amor?
En el disco hay un par de novedades. “(Sittin' on) The Dock of the Bay” de Otis Redding ha permanecido durante mucho tiempo en la cima de mi lista de canciones favoritas. Recuerdo vívidamente haberla comprado en Braidford’s Music Shop en Wallsend High Street: todavía puedo ver el azul pálido de la etiqueta Stax, e igual recuerdo el ritual sagrado de sacar el disco de su envoltorio de papel, colocarlo en el tocadiscos y bajar suavemente la aguja para escuchar el reconfortante scratch del vinilo. Y luego pura felicidad. Nunca se me habría ocurrido volver a grabar algo que considero una obra maestra —una de las canciones más tristes jamás escritas, lograda sin acordes menores— si no fuera por una solicitud de una organización benéfica de Alzheimer para grabar una canción que ocupaba un lugar especial en mi memoria musical. Esta interpretación no es más que un fiel homenaje a uno de mis artistas favoritos, y a la querida canción que escribió poco antes de su prematura muerte.
“The Water of Tyne” es una canción tradicional que conozco y que he cantado desde que era un niño. Debido a que nací y crecí en las orillas de ese río, la canción invariablemente me hace retroceder en el tiempo cada vez que la canto. Narra la separación de dos amantes y la necesidad de que un barquero los lleve a través de “ese río agitado” para que puedan estar juntos de nuevo. No hay puentes sobre el Tyne entre Newcastle y el mar del Norte, por lo que tengo la sospecha de que la ubicación de la canción está en la parte inferior del Tyne (ese lugar tan familiar para mí).
Un espíritu oscuro y silencioso que se dirige hacia el mar, siempre es una poderosa presencia simbólica en mi mente. Es una canción que no tiene ni un puente literal que cruzar, ni —como la mayoría de las baladas tradicionales— un puente musical. Una vez más, a riesgo de enfurecer a los tradicionalistas, escribí un puente para ello: un medio octavo que ubica el drama entre North Shields y Jarrow, donde el río es más ancho y, a veces, más salvaje.
Mi arreglo a esta vieja canción inspiró la escritura de otra, esta vez sobre un puente simbólico a través de las aguas turbulentas del mundo. La pandemia nos desató fundamentalmente como los seres sociales que somos, robándonos la compañía de los demás y cerrando nuestras instituciones sociales, escuelas, teatros, restaurantes y bares. Así que, tal vez como una vacuna que imita una enfermedad, el amor es el suero que puede curarnos: “El Puente” que nos lleva de vuelta a nosotros mismos y a los demás.
Ah, ¿y en cuanto a “El sótano del capitán Bateman”? Bueno, ¿qué otra cosa haría para divertirse en sus siete años de encierro forzado sino improvisar solos de bajo y voz?
Hay una tierra de los vivos y una tierra de los muertos, y el puente es el amor. La única supervivencia, el único significado. Thornton Wilder, El Puente de San Luis Rey.
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Carta a Billy Joel:
Mi querido amigo, Downey llegó a nuestra choza toscana esta tarde y mencionó que tú y él habían hablado, lo que me impulsó a escribirte ahora, lo que había estado planeando escribirte en algún momento. Acabo de terminar un disco con el que estoy muy contento y lo terminaré con la cancioncilla que se llama “The Bridge”. Estoy muy consciente de que tu excelente álbum de 1986 se titulaba así. Pero ya que cometiste el grave error táctico de no ponerle un título epónimo, pensé: “¡Juego limpio, amigo!” Así que, como todos los músicos son ladrones desvergonzados y yo no soy la excepción, me lo apropié. Por supuesto, recibirás una mención honorífica en las notas del disco.
Enviando amor desde Bella Italia,
Sting
PD: Una de mis novelas favoritas, The Bridge de Lain Banks, también es de 1986.
Referencias
Cirlot, Juan-Eduardo (1992). Diccionario de símbolos (novena edición). Colección Labor: Madrid.
Sting (2021). The Bridge (CD audio). Reino Unido, Italia, Francia, Estados Unidos, Bahamas. A&M Records.
Adbeel Ulises Tejeda
Fátima Vizcarra Larios
Rubén Hernández
José Ángel Lizardo
Poema colectivo
María Fernanda Madrigal
Karla Lizeth Alcalá
Fernanda Rubí Oropeza
Margarita Hernández Contreras
Collage