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Cantos a mi madre

Helios Estévez España


Versos

Versos, versos,
los que llevo dentro de mí,
esos que me han habitado
desde que nací.

Desde la Peña hasta el Agro,
desde el Burbia hasta el Sil,
palmo a palmo te he sembrado
enamorado de ti.

Pero un día de esos
de nostalgias bellas,
con muy pocos años
y ya con tantas penas,
tiré mi viejo arado
cansado de servir
y me fui de tu lado.
El alma quedó allí.

Versos, versos,
los que llevo dentro de mí,
lo que he llorado
lejos de ti
que quedé callado,
siempre callado
como el morir.

¿Quién cabalgará mi caballo?
¿A quién cuidará mi fiel mastín?
¿Quién nos cerrará los ojos, madre,
a ti y a mí?

¿Quién desgranará la espiga?
¿O quién te llevará una flor?
¿Quién cubrirá las heridas?
¿Tú lo sabes, Dios?


A mi padre

Yo sé que me diste un beso
antes de partir,
por los montes del hambre
entre fusil y fusil.

Yo sé que me diste un beso
antes de partir,
que llevo fundido en mis huesos,
como te llevo a ti.

Muchos años han pasado
y traigo tu beso de ayer
y todo el llanto de mi madre
recorriéndome la piel.

Y traigo de aquellos campos
de chopos y viñas
todo el dolor de sus cantos
y el luto de las espigas.

¡Quién pudiera detener el tiempo
como si nada pasara!
Y sembrar juntos el huerto
sin las espinas del alma.

¡Quién pudiera olvidar
las penas que llevamos dentro!
Y juntos volver a empezar
en aquella casa, en aquel pueblo...

…Y charlar, charlar,
charlar de lo nuestro,
de las cosas sencillas,
de un buen vino,
de un encuentro,
charlar de aquel niño
que le robaron tu beso,
de la espiga y el trigo,
de la flor del cerezo,
de esa andadura
llamada destierro,
de aquella locura
y del abuelo,
del dolor del alma,
del amigo preso,
de nosotros, de la distancia
y de aquel beso.


Nuestro primer abrazo

Encontré tanta tristeza
en tu mirada,
el tiempo transcurrido
había roto la esperanza
pero aún habitaban dentro de ti
todos los sueños del alma
que querías para mí
como la noche al alba.

Encontré tanta tristeza en tu mirada
que aquella primera vez
abrazados, frente a frente, cara a cara
no pudimos contener
que se nos asomaran las lágrimas.

Te lo jugaste todo
con un canto a la esperanza
familia, amigos,
la tierra, la labranza
y la fuerza de tu pluma
que tampoco les gustaba.

Y fue México, generoso y libre,
que os tendió la mano
desde la llegada a Veracruz,
con el abrazo de hermanos
volvisteis a ver la luz.

Pero el tiempo se encargó
de ponerle niebla a la esperanza
y era en el Café Latino,
Do Brasil o Tupinamba,
junto a tus amigos,
a donde me llevabas
que volví a llorar contigo
todas las penas del alma
en aquel café del exilio.

Y vi llorar la aurora
a través de la ventana
en aquel mismo café
de otras mañanas,
veinte años después
cuando aún soñaban
con poder volver,
con la vida ya gastada
pero España a flor de piel
a la libertad robada
con la rosa y el clavel.

Encontré tanta tristeza en tu mirada,
pero aún habitaban dentro de ti
todos los sueños del alma
que querías para mí
como la noche al alba.


Brindis

Abriendo surcos
en sus parcelas,
llorando juntos
de las mismas penas,
amasando el pan
o cortando leña,
cantándole al mar
o llorando una pena,
de sol a sol
con lluvia o niebla,
de esposos amantes,
de soledades bellas,
así un día y otro día
entre faena y faena,
con olor a estiércol
y a sementera,
llegó ese día
que siega vidas
y enraiza penas.
Llegaron los apuros,
los sustos y los miedos,
el adiós y el beso.
“¿Y los pequeños?”
“No, no los despiertes,
que no tengan miedo
diles que son
las fallas de otro pueblo,
diles… diles…
Adiós, te quiero”.

Así se fueron pasando los días,
con los días se juntaron los meses,
los años se echaron encima
y el pelo blanco en las sienes;
los niños crecieron
quizás tristes, quizás serios,
nunca más los vieron.

Cuántas penas se cambiaron
aquel día por los besos,
cuántos silencios del alma
llevo en mis recuerdos,
cuántos tricornios, madre,
con aire de cementerio,
y tú siempre erguida
frente alta y de frente
supiste defender mi vida
desde tu vientre.

Y hoy que tanto tiempo se ha ido,
desde los lutos y los miedos
que he sido un pájaro herido,
que he sido polvo y silencio,
cómo quisiera, padre y amigo,
verte aquí junto a ellos
y llorar mis penas contigo,
cicatrices que aún me duelen.

Yo sin padre, tú sin hijo
yo, el llanto de mi madre
tú, las penas del exilio
cuánto dolor se quedó
desde aquella tarde escondido
entre las sombras de los chopos
junto al río.


Recuerdos

Te recuerdo, madre,
entre los mojos de trigo,
tú cambiando el agua,
yo casi dormido,
en aquellas noches
de luna clara,
de luciérnagas y grillos
y cantos de ranas.

Te recuerdo, madre,
casi empujando el agua,
agua torpe y perezosa
que casi nunca llegaba
y tú querías regar el huerto,
aquel huerto de coles y habas,
que día tras día
con rudimentaria azada
habías entretejido
como madeja de lana.

Te recuerdo, madre,
llorando a la vida
tus penas del alma
que yo no entendía,
y acariciaba tu cara
como tapando la herida
que un julio de llamas,
de mañanas frías,
le robó a tu alma
lo que más querías.

Te recuerdo, madre,
con la mirada perdida,
en un horizonte sin calles
ni tricornios en la esquina.

Te recuerdo, madre,
casi amanecía
y en la puerta golpeaban
uno y otro día,
y aquel pajarillo sin alas
que ser gavilán quería
en tu regazo lloraba,
¡cómo te recuerdo, madre
y aún lloro todavía!


Veintisiete años

Tenías tan sólo veintisiete años
y todo el amor a flor de piel
cuatro niños en tus brazos
cuando se te fue.

Tenías tan sólo veintisiete años
y no lo podías creer
tanta felicidad en tus manos
que se te iba con él.

Tenías tan sólo veintisiete años
y te preguntabas por qué
mientras él te abrazaba
diciéndote “espérame”.

Tenías tan sólo veintisiete años
y arriesgando la vida por él
entre las sombras de la noche le llevaste
ropa y comida por última vez.

Y aquella noche al regresar
por los senderos del monte aquel
con el llanto desbordado
sin poderlo contener.

Estelas de luna asomaron
hasta el amanecer
cuando ellos se marcharon
empuñando un clavel.

Tenías tan sólo veintisiete años
y tus cantos herían la piel
al ver pasar los veranos
sin que él pudiera volver.

Tenías tan sólo veintisiete años
y la rosa dejó de crecer,
los inviernos la marchitaron
de tanto esperar el clavel.

Tenías tan sólo veintisiete años
guapa, enamorada y fiel,
otros tantos lo esperaste,
pero nunca más lo volviste a ver.


Llamada a media noche

Se derrumban los cimientos de la vida,
se amontonan los recuerdos
y el alma herida
busca equilibrio y sosiego.

Corta mi dolor el viento
en esta mañana fría,
que voy a tu encuentro
y la rosa de mi alegría
se hace una espina adentro

y sólo le pido a Dios
que aún te dé aliento,
que quiero escuchar tu voz,
que no quiero tu silencio,
que no detenga el reloj
que todavía no es tiempo,
que tenemos que hablar tú y yo
de todo este amor que llevamos dentro
y de este gran dolor
que hasta en mis huesos siento.

Y me duele la distancia
y me lastima el tiempo
que sostuvo la esperanza
como alimento.

Doler, doler, me duele el alma,
me duele hasta el aliento,
me duele toda mi sangre, madre
que es tu sangre y mi tiempo.

Si vieras qué triste voy
por no haberte contado antes
por dentro cómo soy,
pero quiero seguir soñando
todo el dulce de los sueños
y quiero seguir mirando
el azul de tus ojos tiernos.

Y voy buscando
de nuestro huerto la flor
que nos dé más atardeceres
a nuestro alrededor
para que te pueda contar, madre,
por dentro cómo soy.


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