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La montaña

Carolina Escobar Colombia


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Hoy, mientras escalaba, me encontré una arañita. Era tan pequeña que la subestimé y pensé ignorarla. Esa pequeña arañita me picó en el dedo meñique de mi mano izquierda y ahora no puedo escalar porque su veneno invade mi cuerpo. Busco rápidamente un lugar de descanso y pido ayuda. De inmediato un escalador aparece de la nada; jamás había escalado con nadie, pensé que estaba sola con Dios y la montaña, sin embargo, era tanta mi parálisis y mi dolor que sin pensarlo me abandoné en los brazos de ese extraño.

Desperté mejor, aunque con frío, hormigueo y la sensación de haber perdido mis dedos. Le pregunté al hombre qué me había sucedido. Me contestó: “Mientras escalabas, te fue mostrado cómo tu antiguo compañero de vida ascendía la montaña y se adelantaba rápidamente, logrando acercarse bastante a la cima. De inmediato apareció la envidia y te inyectó un veneno letal. El veneno es un compuesto a base de orgullo, inseguridad y resentimiento, te paraliza y mata los nervios de tu cuerpo, te quita la sensibilidad poco a poco; como un frío congelante, te invade lentamente hasta dejarte inmóvil, insensible y muerta”.

Le pregunté cómo es que aún seguía con vida y me respondió que la misericordia de Dios me fue dada como antídoto y los lentes de la compasión me fueron puestos para que no muriera. Entonces miré hacia arriba y vi la cara de mi exesposo, cuajada de sudor, sus venas de la frente hinchadas y una pequeña sonrisa tan ingenua como la de mi hijo cuando tenía meses de vida. Sentí gozo y gratitud y entonces comprendí que por más pequeña que sea la envidia debo remediarla de inmediato, de lo contrario no viviré para contarlo.


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Hoy puedo ver a varias personas escalando la montaña conmigo. Es como si me hubieran quitado un velo de mis ojos. Jamás vi tanta gente. Miré hacia abajo y vi a algunas personas asustadas, otras llorando, y recordé cuando había atravesado ese lugar. Pensé: “Debo ayudarlas”, así que regresé a donde estaba una de ellas y la ayudé a salir de aquella grieta. Le mostré el camino y le dije cuán cerca estábamos de encontrar un lugar de descanso. La sujeté en mis brazos y la abracé para ayudarla a subir. Al momento unos seres que jamás había visto, gigantes y muy fuertes, nos cargaron en sus alas y nos pusieron muy cerca de la cima, en el lugar de descanso.

Me pregunté a mí misma por qué nos subieron hasta aquí y qué pasa con el camino que hemos recorrido. Pero aquel ser, sabiendo lo que pensaba, me respondió: “No te preocupes por el camino que has adelantado. Cuando ayudas a otros y entregas de lo que te ha sido dado, el camino hacia la cima se hace más corto. Esta es una ley invariable”. Me quedé mirándolo atónita y me sonrió amorosamente.

Ahora, aquella persona y yo estábamos muy cerca de la cima y miramos en todas direcciones para encontrar a otros para ayudarlos y de esta manera acortar el camino.


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Estoy cerca, muy cerca de la cima. El olor es diferente aquí arriba. La atmósfera es liviana y la luz potente y tenue a la vez. Es una luz que sobrecoge todo mi ser; los sonidos son más sutiles y puedo escuchar también el silencio. Aquí, cerca de la cima, mis pensamientos son palpables. Si pienso en una rosa, la rosa está frene a mí. Si pienso en un conejo, el conejo emerge frente a mis ojos. Si pienso en agua, una fuente empapa mi cuerpo. Todos mis pensamientos son buenos, me cuesta pensar en algo oscuro o dañino, es como si mi mente hubiera olvidado todo lo malo, pero no lo que es el mal, es decir, soy consciente del mal, pero no puedo pensarlo.

Pienso en sonrisa y todos los insectos me muestran su sonrisa. Aquí todo alaba a Dios: los grillos, el musgo, las libélulas, los mosquitos. Jamás había visto este tipo de insectos, son como diminutos mosquitos transparentes y sus alas son como luces de neón; también el sonido del aleteo es diferente, como si no hubiera viento. Aquí todo es musical.

¿Será que aún estoy viva y trascendí? ¿Será esta la cima?

No, aún veo personas subiendo. Estoy aquí estupefacta, sintiendo lo que nunca he sentido, apenas puedo observarlo y vivirlo, pero no entenderlo.

Todo es bueno, puro, amable, irrefutable, incuestionable, magnífico; todo pregona la gloria de Dios. Mi cerebro puede entender casi todo, mis ojos pueden verlo todo: puedo ver la atmósfera, puedo ver a través de los animales, puedo ver sus pequeñas personalidades, puedo entender cada detalle y a medida que pienso el paisaje se transforma. Aquí todo está en movimiento. El tiempo es diferente, existe de varias formas. Este lugar es más que perfecto, aquí cada segundo es un nuevo comienzo, todo es presente, todo es aquí y ahora.


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Hoy sigo subiendo la montaña y la sensación de estar más cerca de la cima me emociona. En este punto no hay preocupaciones, no hay ayer, sólo existe este momento. Mi mente ha sido transformada y sólo puedo ver belleza y magnificencia.

Hay aceptación de todo.

Es curioso que haya dificultades en este lugar y que aún persista la necesidad de esfuerzo para lograr lo que me propongo, es decir, para escalar esta montaña sigo haciendo uso de una fuerza física y de un esfuerzo del alma, lo percibo en mi respiración, pero todo es liviano, más sencillo; pienso que es porque no hay obstáculos mentales; como ya no puedo recrear el mal, entonces sólo me enfoco en lo bueno, aquí no existe el miedo, lo dejé allá abajo, cuando comencé el trayecto. No existe la resistencia, todo fluye, yo con todo y todo conmigo en una armonía perfecta en la que yo formo parte de todo y soy necesaria para que la armonía subsista. Eso me hace sentir muy importante, porque soy necesaria aquí arriba.


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Continúo subiendo y encuentro un lugar de reposo cerca de la cima. Es maravilloso. Sin embargo, por aquí hay unos arbustos enormes que no me dejan ver más allá. En mi traje encontré una espada afilada con una curvatura similar a la de un machete, pero era de oro y piedras preciosas y no tenía filo, sino más bien una descarga de luz que se abre paso donde quiera que la pongo. La espada no corta los arbustos, los despeja y ellos vuelven a su lugar. Sin embargo, son demasiados y hacen más difícil el reposo aquí; debo despejarlos para entonces poder descansar. Me pregunto cuál será la función de estos arbustos; más allá de oponerse visualmente, parece un vallado protector. ¿Qué estará protegiendo?

Usar esta espada implica esfuerzo, lo siento en mis músculos y mis huesos; estos arbustos son algo espesos.

Me detengo por un segundo y pienso: ¿Qué será lo que hay más allá? Entonces continúo. De repente, aparece ante mis ojos un hermoso burro de color marrón, con un pelaje tan brillante y una crin tan hermosa que quedé estupefacta. Aquel burro me saludó haciendo una reverencia con su cuello y sus patas y me habló en rima diciendo:

Si a la cima quieres llegar
la montaña habrás de habitar
pues no es el destino lo que has de alcanzar
sino el trayecto lo que te ha de transformar.

Al corazón de la montaña debes llegar
y la cima a tus pies se abrirá.

Quedé atónita, y no pude hablar.

El burro me invitó a subir en su lomo y cuando monté mis ojos se abrieron y los arbustos se dispersaron al momento, y mientras se abrían una especie de polen o multitud de flores diminutas flotaron alejándose y a la vez despejando todo el paisaje. Le pregunté al burro qué significaban todos esos arbustos y ese polen. Me respondió de la misma manera:

Cuando las dudas florecen
la mirada se nubla
y cuando las dudas persisten
los arbustos aparecen,
crecen y se fortalecen.

“Entonces los arbustos no están para proteger, sino para ocultar”, le dije. Y asintió con la mirada.

Como descubriste que podía un burro hablar
tus dudas se echaron a volar.

Añadió y sonrió.

“Es cierto”, le dije. “Cuando llegué a este nivel de la montaña de pronto me hice muchas preguntas: que si llegaría a la cima, que cuánto me faltaría para llegar, que si ganaría algo al llegar… y cuando menos lo pensé eran demasiadas preguntas. Tantas que ya no pude ver el camino para descansar”.

Luego, el burro replicó:

No son malas las preguntas,
a veces surgen a tiempo
y otras repuntan a destiempo.
mejor es guardar silencio
y dejárselas al viento.
Verás que a su debido tiempo
es mejor esperar
que adelantarse a lo bueno.

En ese momento aprendí que cuando pretendes alcanzar una meta, la concentración y el silencio son amigos del éxito. Las preguntas por lo general me distraen del objetivo y las dudas asaltan mi elocuencia.


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Hoy veo el horizonte, es más que majestuoso. No hay sol, pero es como si estuviera presente; no hay luna, pero es como si estuviera eclipsada con el sol. Los colores de ese paisaje son indescriptibles, jamás había contemplado esta gama de colores; es increíble. Es como si varios colores de hubiesen fusionado para crear un atardecer colorido y tenue; mis ojos no se cansan de mirar este lugar.

Hay fuentes de agua por doquier, hay árboles sin fin y aves danzando alrededor, hay unos relojes inmensos flotando, moviéndose, y la sensación es la de estar suspendida. Sin embargo, puedo pisar tierra firme, es como si fuera tan liviana que el más leve impulso de mis pies me catapultara hacia otro lado en segundos, es como volar saltando.


31

Hoy encuentro a otras personas con quienes hablar, escucho sus historias de viaje y me recreo en sus experiencias como si las estuviera viviendo yo misma, aprendo de ellas y cuando comparto mi experiencia de viaje puedo ver cómo sus ojos expresan agrado y se identifican conmigo. Me complace haber encontrado a otras personas con quienes compartir experiencias. Lo mejor de este lugar es que no hay pretensiones, egoísmos o imposiciones, sólo deseos de encontrar en la experiencia del otro las herramientas para continuar mi viaje y, también, ellos buscan en mi relato las claves para hacer más fácil y placentero su viaje.


Fin de la ruta

Hoy no me preocupa llegar a la cima, sólo anhelo encontrar otros viajeros a quienes poder ayudar. Incluso bajaría de nuevo por la montaña para ayudar a subir a alguien más.

Hoy decido aplicar todo lo aprendido a mi vida, sin cuestionar las dificultades o sorpresas que se susciten en el camino, pues no hay duda de que formo parte de un plan perfecto e infalible y que todo aquello que viví es mi carta de presentación para ayudar a otros; habrá quienes se identifiquen conmigo y quienes se identifiquen con otros, pero mientras pueda ayudar a alguien más para no olvidar el milagro que ha ocurrido en mi vida, lo haré sin demora.

Hoy decido seguir el trayecto y si es necesario repetirlo hasta estar lista para llegar a la cima, donde seré una con el Padre Eterno.


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