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Snapshot de Gerardo Gutiérrez Cham

Luis Rico Chávez

De segunda mano y de diferentes fuentes me llega una historia de nepotismo y gandallismo típica de nuestro México lindo y querido. Leo la novela Snapshop del investigador y narrador tapatío Gerardo Gutiérrez Cham y los curiosos amigos que se interesan por mis lecturas me informan cuando me ven con el libro: “Ah, es la novela que entró al concurso en la que ganó el hijo de…” y viene el nombre de una de las Lumbreras de Nuestra Intelectualidad, líder de una de las mafias de las Letras Nacionales.

Pues no sé; el caso es que hace algunos años leí la primera novela del tal hijito, la cual se publicó por supuesto bajo los auspicios de papi intelectual (el apellido pesa, pues), y desde entonces no se me antojó leer ninguna obra suya, así que no me pregunten qué novela ganó en este concurso, el Premio Letras Nuevas de Novela, edición 2012. La novela de Gutiérrez Cham obtuvo mención honorífica, otorgada por unanimidad por parte del jurado.

La lectura me deparó momentos agradables, sobre todo porque algunos de sus temas llaman mi atención de manera particular: la época, el París de finales del siglo XIX; la pintura impresionista, y en particular Vincent van Gogh; las disquisiciones sobre el arte; y desde luego, el tema que los amalgama a todos: la fotografía.

La historia gira en torno a dos personajes, el inventor y creador de la cámara portátil y de la compañía Kodak, George Eastman, y el pintor impresionista René Gobert. Al estilo de las novelas del peruano-español Mario Vargas Llosa, alterna los capítulos para hablar de uno y otro.

La vida de Eastman arranca en sus orígenes como empleado bancario y su interés por la fotografía; sus desvelos, su dedicación (prácticamente obsesión) a ésta y los medios para volverla, digamos, más práctica; las descripciones de toda la parafernalia implícita en una sesión de fotos al aire libre, sirve como contraste al momento en que inventará la cámara portátil. Junto con su vida ascética (un solterón entregado en cuerpo y alma a su trabajo, a cargo de su madre) conocemos la evolución, los experimentos y en general el proceso que lleva hasta la culminación no sólo de la creación de la cámara portátil sino también del revelado e impresión.

Por contraste, conocemos la vida de Gobert —personaje ficticio, hasta donde alcanzan mis conocimientos de pintura—, ligado al grupo de los impresionistas en París; conocemos su vida sórdida, su relación con una prostituta, Cortiset, y junto con ellos recorremos las turbias y sombrías calles del París de finales del siglo XIX, el hospital de la Salpêtrière, las mazmorras de La Grande Roquette y un asilo para enfermos mentales en Saint-Rémy, donde Gobert conoce a Van Gogh.

Se trata de una novela bien documentada (al final se incluyen los libros principales que sirvieron de fuente para cada una de las secciones más importantes), lo cual no deja de percibirse a lo largo de sus páginas. Esta peculiaridad, sin embargo, en general no resta el mérito narrativo de la historia, sobre todo porque esta documentación va de la mano con los sucesos y los conflictos que involucran a los personajes.

El ambiente de París incluye una excursión pormenorizada por la Exposición Universal de 1889, elemento fundamental en la trama pues tal es el punto de convergencia de Eastman y Gobert, quien busca vengarse de lo que considera como una afrenta personal: la fotografía como un atentado, una perversión del arte de la pintura. Gobert ataca a Eastman, y luego del incidente, que termina en una herida de pocas consecuencias, sus destinos se transforman: empiezan a recibir ambos una serie de fotos inverosímiles en las que se miran en lugares y en situaciones en las que ellos no participaron. Una de ellas, por ejemplo, pone a Eastman tomándole una foto a Gobert en el asilo de Saint-Rémy, hecho del todo imposible, pues en ese momento el inventor se encontraba en sus oficinas de Estados Unidos. Las averiguaciones de ambos para descubrir el misterio serán infructuosas; sólo el lector, en el capítulo final, descubrirá la verdad.

Junto con esta anécdota, del cruce de vidas de dos personajes opuestos, conocemos detalles relacionados con sus existencias, lo cual los dimensiona y los sitúa en una perspectiva histórica, y por medio de sus vidas se nos presentan también las vicisitudes de su época, la evolución de la fotografía y el tortuoso y lento camino que siguió hasta acercarse a un proceso y a los equipos que ahora nos resultan más familiares (de aquí se deriva el título de la novela). A la par, se exponen cuestiones teóricas relacionadas con la pintura, el color, la luz, temas fundamentales para los impresionistas y sobre los cuales levantaron el entramado de sus creaciones artísticas. La última parte, enfocada en la estancia de Gobert en Saint-Rémy, enfatiza estos detalles, enriquecidos con pinceladas que nos pintan con nitidez un momento trascendental en la vida de Vincent van Gogh.

Vamos recogiendo, aquí y allá, mientras seguimos las peripecias existenciales de los personajes, cuestiones relacionadas con la fotografía, por ejemplo si reemplazarán el arte de la pintura, la moda de tomar fotografías al comercializarse las cámaras portátiles, y las trampas que éstas implican: ¿En verdad capturan la realidad? ¿Son fiables las tomas? Porque precisamente esta pregunta está en el fondo de la trama de la novela, y es su irrefutable captura de la realidad lo que convierte a la fotografía en una trampa, y su manipulación en un engaño difícil de desenmascarar.

Gerardo Gutiérrez Cham nació en Guadalajara, en 1964. Doctor en Análisis del Discurso por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado Teoría del discurso (2003), La rebelión zapatista en el diario El País (2004), ensayos; Viaje a los Olivos (1998) y Bajo la niebla de París (2005), novelas. Profesor e investigador del Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guadalajara.

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