Ha excavado su cueva
en lo alto de un acantilado
escribe a grandes trazos en la arena
cuando baja por berberechos
(o va de pesca)
unos hombrecitos
que cada tanto vuelan
sobre ese segmento de costa
casi inaccesible
lo saludan
Y como una vez aprendió
(en el acuario de Trieste)
a comunicar con los pulpos
ha creado en torno a sí
una comunidad de cefalópodos
que acuden a su llamado
cuando golpea con un palo
un frasco de vidrio
con la boca a pelo de agua
Ya no los alimenta
pero igualmente suben a los arrecifes
para observarlo con sus ojazos
de negro terciopelo abismal
y reflejos de oro purpúreo
cuando el sol se encuentra
en el trágico trance
de ser devorado por el mar
A ellos entonces recita
con los gestos ampulosos
(tentaculares)
de la diosa Kali
desafiándolos a bailar el “tandava”
mientras las Tres Deidades transparentes
afloran y se desvanecen
como burbujas
que surgen desde un profundo
más allá
Para su sorpresa
la banda de forajidos
que lo contempla
ha comenzado con el tiempo a imitarlo
¡Qué hermosa danza!
¡Qué hermosa danza, hermanos...!
¡Qué hermosa danza!
En el interludio sacro
sus cuerpos calcan
los colores cambiantes
del firmamento
mutan al ritmo de las palabras
y terminan por lanzar al aire
chorros de tinta negra
que crean trazos
de una escritura
que él cree de algún modo
interpretar
Otro reguero
acuosamente borbotante
se entremezcla
y resplandece a veces en sus pieles
tan rojamente vivo
como su propia sangre