La tarde está nublada. Llueve.
Detrás de la ventana toca, pero la mando al diablo.
Ahora yo estoy solo igual que hace diez años
Cumpliendo mi destino.
Si alguien toca la puerta, no le abro, a menos
que me traigan el gas, una pizza o un libro.
Si no, ni me entusiasmo. Sigo bailando, loco.
Una mujer me busca presurosa desde hace mucho tiempo.
Corre y corre agitando una mano en el aire,
corre como una loca y no la reconozco,
pero llega agitada y me abraza muy fuerte.
La acepto y ella llora como niña perdida en una plaza.
Me cuenta con sus ojos acuosos y sus manos
inquietas que no paran tomándome las mías,
todo lo que le pasa.
Ya nada te hará bien,
hasta que lo resuelvas con un cacerolazo rotundo en la cabeza.
El respeto se gana, sólo que a chingadazos
Para entonces me abraza.
“Te quiero mucho”, dice, “pero nunca en mi cama”
Me sale desde el plexo una risa sonora y el mundo se hace un vientre
de donde brotan flores y pájaros y gatos
y mujeres hermosas que corren por la calle
Me abraza nuevamente y se marcha tranquila.
“Ella es como una puta”, me comenta Ernestina.
Ella es la verdadera muchacha de los parques y las calles del centro.
La tarde va bajando como desciende el agua.
Las nubes han cubierto todo el cielo cobrizo
como la buganvilia se trepa en las paredes.
Ella es la verdadera Muchacha de los Parques.
El encanto se borra con el grito chillón del que vende las nieves.
Me da un golpe en el brazo y se va contoneando.
Ella sabe el mensaje que me deja en el brazo.
La tarde llueve triste, el cuerpo se transpira.
El espíritu laxo se reincorpora al mundo
y el mundo vuelve a ser carros que corren,
mujeres que se pintan el ojo caminando
luces que se desprenden de todos los negocios
y la sensata gana de un café recién hecho.
Miro ahora que traes ahora unos lentes graduados
después de tanto tiempo
y mi entusiasmo aflora como la lluvia cae.
La pareja perfecta, me dijiste una tarde
y bailamos por fin toda la noche en curso.