Rolando Revagliatti
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Poemas

Andrea Avelar

México

Sillas rotas en la habitación

Sillas rotas en la habitación
aferradas con vehemencia al círculo vicioso de las palabras injuriosas.
Una imagen se desliza dentro del claustro de cuatro muros vacíos:
dos ojos cerrados,
dos pasos silenciosos,
dos figuras inconexas, autómatas,
que se anhelan con los brazos extendidos.
Desesperados en la agnosia y el susurro,
destrozados y levitando por el espacio que se mantiene,
se subleva sutilmente y luego, entre los fragmentos de las almas se disipa.
El aire se engancha en la desnudez de los cuerpos,
se compenetra en la oquedad de su pecho, en la respiración entrecortada.
La ignición los combina el uno con el otro,
los comprime, los enreda.
La fuerza los une y los separa, los violenta, los humilla.
Se desgarra, los lastima;
se acelera, los explota.
Las figuras taciturnas se contemplan,
se imploran, se inhiben,
se fracturan poco a poco.
El movimiento arranca el sonido de las extremidades chocando contra nada.
Los gritos ahogados se destruyen
sin eco, sin reverberación, sin sombra, sin más.

Silencio

Silencio.

Las palabras se revuelven
se empujan y se escurren
entre los labios
como un solo sonido incomprensible.

Silencio.

Las sensaciones se torturan,
se disuelven y se enclaustran
dentro de la memoria
en un solo espacio
torvo, abyecto, cruel.

Silencio.

Las imágenes se contrastan
se decoloran y pulverizan.
Las siluetas se combinan,
se fragmentan y se rozan.
Los pasos se aceleran,
las palabras se hieren,
los gemidos se distorsionan.

Silencio.

Hay un océano…

Hay un océano en cada yema de tus dedos.
Pacífico,    cuando    te    sientes    caliente.
Índico,    suprimiendo    pensamientos    divididos.
Atlántico,    en    lo    que    no    menciona    tu    razón.

En el agua se evaporan las creencias.
Punto
donde te arrodillas por instinto;
momento
de necesidad sin esperanza.

La sal quema los fragmentos voluntarios,
involuntarios presentes y diluidos.

Espacios mediterráneos inundan
lo que queda de tus ojos, mis ojos,
las palmas de tus manos y
las yemas de tus dedos.

La habitación en Arlés

    En la habitación, impecable hasta los últimos detalles, ordenadas austeramente, las sillas, los cuadros y la cama de sábanas desgastadas, amarillas por el uso.
    Puertas azules se levantan en la periferia, violetas, que dejaron escapar, tantas veces, el susurro del viento revuelto entre silencios lánguidos sobre la duela de madera. Silencios enclaustrados en paredes púrpuras, llanas, extendidas y precariamente verticales.
    Iluminando, tras golpear contra los cristales de la ventana cerrada, la luz amarilla se desliza a la par que deja en sombras,
    indiferencias,
    espacios fragmentados como ondulaciones.
    Nubes de polvo y ceniza dispersas en fantasías oníricas. Filtradas en los rayos claros, se dibujan visiones febles, menguadas, lejanas, frágiles al tacto.
    Sueños ígneos expuestos al calor del brillo. Preceptos corpóreos, siluetas simples, sedicentes a ser sólo recuerdo, pensamiento, sensación.
    Sin embargo, ¿reales?

No. Nada.

    En la habitación, sucia hasta los últimos detalles, desordenadas cruelmente, lo que queda de las sillas, los cuadros y las sábanas desgastadas, amarillas por el uso.

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