En días pasados, propuse como ejercicio de creación, a los integrantes del taller literario "La nave de los locos", de la Preparatoria 2 de la Universidad de Guadalajara, escribir textos en los que se utilizara como elemento la puerta, relacionándolos con una serie de fotografías que tomé de puertas, ventanas, fachadas (y un mural) en San Miguel de Allende, Guanajuato. Aquí está el resultado. Estos textos también se incorporaron a las fotografías que se aprecian en otra sección de la revista, entre los cuales también incluyo unos versos de Margarita Hernández Contreras y otros de mi autoría (ver galería).
Dibujas una puerta:
alta, de madera robusta, impenetrable.
Sueñas una puerta
solitaria, impaciente, eterna.
Abres una puerta
silenciosa en ángulo infinito.
Atraviesas una puerta
degradada, fragmentada e inmutable.
Cierras una puerta,
sofocada e inmolada en su desgracia.
Imaginas un momento mínimo
inexistente,
rompiente en el perímetro,
saliente en las bisagras,
suplicante en la perilla.
Dibujé una puerta. Me gusta dibujar cosas que me hacen sentir algo; ésta me daba miedo. La vi una vez que caminaba sola por una calle extraña. Había una casa que llamó mi atención. Tenía dos pisos, un frente muy ancho y ventanales gigantes. ¡Era mi casa perfecta! De no ser por la puerta principal, grande, lúgubre y de madera.
Soñé una puerta, era la misma que vi en esa calle solitaria. No me podía quedar ahí parada sin abrirla. Tomé la perilla y la giré. Había una mujer del otro lado: tenía mi estatura, mi pelo, mi boca, mis ojos... era yo.
La misma alcoba, esa maldita puerta abierta. ¿Y quién marca la pauta a la sensatez? Si todo el tiempo salimos y entramos, entonces la realidad nos enclaustra y queda una sola versión coherente: ella contra mí o la puerta contra la cordura.
La perilla gira despacio, como si lo que acecha detrás temiera ser descubierto. Un alarido surge tras la puerta. Un mechón de cabello y un ojo emergen de la oscuridad. Avanza, invadida por la curiosidad (o tal vez por miedo). La criatura observa, con una sonrisa siniestra. La paraliza el terror al descubrir que se aproxima. De pronto, como si leyera sus pensamientos, estrella su cuerpo contra la puerta, haciéndola pedazos. La reconoció desde el principio, pero se negó a aceptar lo innegable: ella había regresado una vez más.
(Texto finalista de la selección interna de la Preparatoria 2 para el concurso de microrrelato FIL Joven 2014)
David avanzaba con paso torpe hacia donde ahora descansaba sin vida el cuerpo de Melissa. Meses después del accidente, él seguía extrañándola. Al llegar a la tumba, se sentó junto al viejo árbol que le daba sombra. Encendió un cigarrillo y de pronto se sintió tan agotado y miserable que se derrumbó allí mismo. Comenzó a sollozar fuertemente. "¡Oh, Mel! Te echo mucho de menos". Un fuerte viento le golpeó la cara. Se enderezó y secó sus lágrimas y escuchó un breve susurro que lo hizo palidecer: "David, estoy aquí".
Enclaustras mi ser.
Tocas la perilla mohosa
al compás de un soplo
y un trémulo rechinido.
Me abandonas
en una monstruosa oquedad.
Ella, sola en su habitación, llora de nuevo. La confianza mata. No debes abrir la puerta de tu corazón a quien no lo merece. Es un engaño creer que en este mundo nadie te hace daño si lo tratas bien. Ella soñaba con encontrar al hombre de su vida. La desilusión la llevó a un sueño del que nunca regresó: perdió la llave de la puerta de su corazón.