De entre los obstáculos que deben sortear los maestros de Español y de Literatura para desarrollar adecuadamente su trabajo, quisiéramos resaltar el convencimiento que en ocasiones los agobia cuando se encuentran frente al grupo: que están perdiendo el tiempo.
Esta idea, que ha nublado por lo menos una vez hasta el ánimo más optimista, tiene su raíz en las peculiaridades que definen el entorno en que sobrevivimos: sólo es útil, y por tanto valioso, aquello que proporcione resultados tangibles e inmediatos.
Es éste el argumento con que machacona y contundentemente la televisión —¿tendremos mayor oponente?— nos derrota. Por lo menos los maestros de Español o de Literatura egresados de Derecho, de Psicología, de Economía, de Odontología o de Turismo —y lamentablemente, en ocasiones también los de Letras— se sienten avasallados por esa retórica de mensajes visuales y se quedan mudos, impotentes y desarmados.
A este obstáculo sólo podemos oponer la preparación del maestro —que debe tener, como principal virtud, la de ser un lector excelente—, su gusto por la materia y su capacidad para entusiasmar a los alumnos; con ello, es de esperarse, sabrá darles herramientas para evaluar lo que nos ofrece la vida actual y qué de todo ese cúmulo pueden aprovechar para ser mejores personas.
No es ésta la única manera de afrontar este obstáculo —que, por lo demás, corresponde a la imagen idílica de un maestro—, y nuestro breve preámbulo sólo tiene como propósito centrar la atención en el tema que nos ocupa: la implantación de un taller de creación en las materias de Español y Literatura como alternativa. Con ello no se supera nada más este inconveniente, sino que también ayuda a perfilar a este maestro modelo.
Resulta obvio que nuestra propuesta no apunta a convertir las materias exclusivamente en un taller de creación literaria. Para su aplicación, las actividades del taller tendrán solamente un carácter complementario al resto de los trabajos que se realizan cotidianamente en el aula.
Además, las actividades que se desarrollen deben apuntar a un fin específico —relativo al tema que se ha de exponer o a la dinámica de trabajo del grupo—, y previamente debe tenerse claro lo que se espera obtener, y de acuerdo con estas circunstancias el maestro elegirá aquella actividad que mejor se apegue a este propósito o a la circunstancia específica en que se ha de llevar a cabo.
Pero no hemos abordado aún la pregunta central: ¿por qué nuestra propuesta de realizar un taller de creación literaria en las materias de Español y de Literatura?
Digamos, por principio, que un taller aspiraría a presentar a los participantes diversas formas de emplear el lenguaje en niveles distintos a su uso cotidiano, con el propósito de ayudarlos a entender su entorno y a sí mismos desde otra perspectiva, y descubrir que este nuevo entendimiento requiere también una nueva manera de expresar esa comprensión. Se debe buscar, también, dejar claro que las emociones se exteriorizan con mayor eficacia cuando el lenguaje puede expresar con mayor profundidad y exactitud aquello que nos sacude los sentidos. Su vinculación con las materias es obvia.
El taller, para que funcione como tal, debe ser dinámico, y al alumno corresponderá realizar todas las actividades; el maestro cumplirá sólo el papel de guía y, al final, será quien oriente a los estudiantes para obtener conclusiones positivas de los trabajos.
Aunque el principal inconveniente para llevar a cabo estas acciones es que no abunda material sobre actividades propias para talleres de creación, el maestro debe suplir este contratiempo con su imaginación y su creatividad. Por nuestra parte sólo conocemos un texto publicado por la SEP y el CNCA, El nuevo escriturón, e ignoramos si es un libro accesible (nunca lo hemos visto en las librerías de Guadalajara).
A lo largo de más de cinco años de experiencias como coordinador de talleres, han surgido y se han afinado incontables actividades y, como cuento de nunca acabar, de unas se derivan otras. La lectura como base y la interdisciplina como consecuencia natural son el producto principal y dos de los puntos en que se hace más énfasis cuando se trabaja con estudiantes que difícilmente serán especialistas en literatura; ambas —la lectura y la interdisciplina— son fundamentales para cualquier profesionista.
Así, de lecturas —de poemas, cuentos, recortes de periódicos o textos científicos— se nutre gran parte del trabajo en el taller: “Los ojos negros”, cuento de Pedro Antonio de Alarcón, se emplea para escribir el final de una historia; a los estudiantes se les proporciona el texto incompleto, justo hasta el momento en que está a punto de desencadenarse la tragedia: a ellos corresponde redactar la consecuencia de las acciones previas. Cualquier cuento que maneje una tensión adecuada ya sea en la trama o entre los personajes puede funcionar a este propósito —escribir el final de una historia tomando en cuenta los antecedentes conocidos— y, desde luego, puede servir para hablar de personajes, de acciones, de los componentes de un texto narrativo, de descripciones, de las características de una época específica... El maestro, de acuerdo con los temas y las circunstancias, lo adecuará como mejor le acomode.
Hay una autora brasileña —Lygia Bojunga Nunes— cuyas historias para niños nos dan abundante material para referirnos, en clase, a diversos aspectos no sólo de la narrativa, sino también de la poesía. El primer capítulo de su novela El bolso amarillo lo empleamos en una ocasión para un ejercicio de creación de un personaje literario. Los resultados rebasaron las expectativas: sirvió de base para que los estudiantes hablaran de las relaciones intrafamiliares, de la discriminación de los menores, de la necesidad de tener vías de escape a los problemas en el hogar y hasta de la condición social del escritor. En estos días trabajaremos con la novela Mi amigo el pintor, con el propósito de reconocer la importancia de las imágenes en la poesía; ya conoceremos los resultados.
Los textos científicos proporcionan abundante material. De Carl Sagan tomamos un capítulo de Los dragones del Edén, “Las abstracciones de los brutos”, donde expone los resultados de experimentos con monos, a los que se les enseñó el lenguaje de los sordomudos. Las definiciones que dan los monos sobre experiencias nuevas son interesantes: uno de ellos, al probar una sandía, la llamó “fruta líquida”; otro llamó al rábano “comida que duele y hace llorar”. El ejercicio está encaminado, desde luego, a la poesía. Comentamos brevemente el texto y nos centramos en estas definiciones; pedimos al estudiante que busque palabras o emociones que resulten fundamentales en su existencia, y que las defina empleando un lenguaje que le pertenezca sólo a él. Hacemos especial énfasis en el hecho de que sus experiencias y sensaciones son únicas, intransferibles e irrepetibles, y por tanto requieren de conceptos especiales que resalten esta peculiaridad.
La sustitución de palabras resulta también una actividad divertida y de la cual se pueden obtener varias conclusiones —el maestro debe tener la capacidad para obtener el mayor provecho de los ejercicios y hacérselo notar a los estudiantes—: en una ocasión seleccionamos un fragmento de un texto de antropología —puede ser un párrafo o algo más extenso, eso depende de las circunstancias; funciona igualmente un manual o un libro científico, un recorte periodístico o incluso un anuncio escrito—; previamente realizamos una lista de palabras (sustantivos, adjetivos, verbos) y después sustituimos las palabras que se eligieron previamente por las que aparecían en el fragmento; el texto final resultó más atractivo y divertido que el original.
Otro ejercicio de sustitución que resulta divertido es el siguiente: pedimos a los alumnos que escriban en una hoja dos sustantivos, dos adjetivos y dos verbos; se dobla la hoja —se supone que su compañero no la vio— y a continuación se les solicita que escriban seis emociones o simplemente seis oraciones. Por último se intercambian los papeles con las seis palabras y se sustituyen en cada una de las oraciones. Este es un ejemplo del resultado del ejercicio:
“Mis lentes cayeron en un charco sucio” quedó “Mis lentes lloraron en un charco sucio”; “El guayabo se secó” quedó “El guayabo se secó apacible”; “Escribo palabras insensatas en esta hoja” quedó “Escribo almas insensatas en esta hoja”; resulta obvio qué palabras fueron sustituidas.
No podemos extendernos más, pero esperamos haber contribuido un poco por lo menos para orientar nuestro trabajo en las materias de Español y Literatura. Para finalizar señalemos que los resultados, como es lógico, no siempre son positivos. En este caso, nuestra intención fue presentar alternativas para el trabajo en el aula. La balanza, sin embargo, se inclina a nuestro favor: las experiencias recogidas enriquecen nuestra labor docente, profesional y personal. ¿Conclusiones? La propuesta está hecha. De resultar viable, corresponderá a quienes la apliquen concluir estas notas.