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Deseo que te amen y que no conozcas la muerte

Adriano de San Martín Costa Rica *


1

La muchacha aparece desnuda, tendida en amplia cama. Una de sus piernas estirada, la otra doblada con la rodilla apuntando al cielo. La noche es un velo blanco sin prisa. El viento está detenido. O se detiene. Afuera parece que llovizna. El autor duda. Hay cierta inquisición en su interior. Una manzana que rueda. Una serpiente que empluma.


2

La muchacha es una poeta. O pudo serlo. Tal vez una inmigrante. No lo sabemos. La duda es mayúscula y engendra poemas. Lo vemos escribir sobre una larga mesa de madera. El mantel es azul. La rabia lo contiene. Se suceden playas lacustres, ciudades coloniales y posmodernas, ríos como larga serpiente emplumada. El vértigo es inmenso. Puede que el mar esté frío. Es invierno. En Palm Desert los potentados y las estrellas de Hollywood hacen compras navideñas por El Paseo.


3

Desnuda está la mujer en la tina del baño. Sueña con mariposas y arcángeles. Es una poeta. Afuera fluye sin cesar El Neva. La ciudad arde en sus millones de ventanas. En la refrigeradora crecen las raíces de las verduras y reverdecen los vegetales. Las manzanas son rojas. Desnuda en la bañera blanca. Como la más bella de los ángeles caídos.

Pasa raudo el metro del DF.


4

Nos conocimos en tarde calurosa en una cafetería de provincia. Era naranja el atardecer cual mazorca de maíz. Nos intuíamos, sin embargo, desde tiempos inmemoriales. El sol primero, más tarde la luna. Luna que se cuela por la iridiscencia de los árboles. Luna de conejo mestizo. La brisa que venía del lago agitaba su largo cabello de polen encabritado cual dragón almizclero.


5

Desnuda en la cama se cubre con las cartas y los poemas del amante. Brilla la piel de aceituna que se acaramela en duermevela. Dudamos. Alguien lo está diciendo. O está por escribirlo. Lo vemos alejarse. Ajustar sus pantalones a la entrada del hotel. Riela alta la luna en la piscina. Las voces de los bañistas y huéspedes lo interrumpen. Es verano quizás. El autor lo describe todo antes del encuentro.


6

La blancura de la tina contrasta en levedad con la palidez de su piel. Era grande poeta. Cantó como un ruiseñor y sufrió por todos nosotros. Eso escribe el autor en sus notas. Me acerco. Está lívida. Autoengendrándose. Sonrisa tenue, lánguida. Pero es otro quien aprieta el obturador.


7

Era abril. Las vendedoras se agitaban por el parque y las calles aledañas. Ella venía de prisa con su chal. La vemos cruzar con ese paso de potranca criolla, con esa danza que promete versos, manzanas y clamores. Mi lente la persigue. Luce regia en la playa. Pero más aún en la cama extendida a la espera de algún poeta. Más exacto: de la poesía.


8

La duda es incierta. Tiene que ver con el temor y los escrúpulos. Con el cruce de caminos. El autor lo sabe. Sus palabras se persiguen con vehemencia por la página como serpiente que se muerde la cola. Una tortuga lo vigila. Y la chica aprendiz de poeta.


9

Lo vemos encender el pitillo y descorchar la botella de tinto. Ella mira por la ventana. Se coloca su sombrero. Es como un cuadro de Degas o Cézanne. O el Dalí figurativo pero desnuda. O definitivamente inédito. Su cabello largo esconde el tenue movimiento de sus pechos cuando se agita con esa risa que nos contagia a todos pero que sólo él disfruta en aquel albergue de playa.


10

Salimos temprano hacia el mar. La mañana azul y evanescente como la joyería de Rubén. La línea del horizonte trazada como una prueba del dibujante que acierta. Ella corre por las dunas. El autor recuerda un alazán negro que galopa por la arena de una playa lejana en otro poema.

Pasa raudo el metro de Caracas.


11

Los vemos discutir. A menudo lo hacen. En ese albergue. En la playa. Frente al lago. En la gran ciudad. Ella ha besado a la chica que los atiende durante el desayuno. Es una chica argentina, hermosa, alegre, perdida en una provincia de la vida, en el albergue para mochileros de un país irredento. Discuten sobre los bocetos y los celos. Acaso sobre la mejor manera de realizar un trío. Ahora se besan y ruedan con estruendo de carcajadas por las sábanas revueltas de esa tarde calurosa y violenta.


12

Las primeras fotos han quedado movidas. Así decíamos. Desenfocadas. Pero el autor vuelve a la carga. No se pueden perder. Ella se despereza en la cama como una mariposa dormida o como una serpiente negra. La playa es blanca como la tina que contiene todo el mar y el cielo refractándose en ella.


13

Discutían sobre asuntos aparentemente triviales. Las posiciones de la luna y los planetas. Las estaciones orbitales. Los desdoblamientos del tiempo. La mar o la montaña. Acerca de recetas y fechas por venir. Cómo atravesar el ojo de la aguja. La frontera por la noche. El matrimonio. Las condiciones subjetivas para la revolución. La traición de los comandantes o los poetas. En resumen. Discutían bastante sobre los artefactos eróticos y el poliamor. También sobre las mejores playas y la pasión verdadera entre hembras, entre machos. En fin, el mar.


14

Lo imposible es lo que no se dice. Aquí es claro que las palabras no funcionan, al menos en el inconsciente de esa tarde convertida ya en noche con los estertores menstruantes de la ciudad colonial. Ella se viste con una lentitud que exacerba y se mira al espejo. Comida criolla prefiero, suelta, mientras se abrocha el sostén.


15

El río trasegaba basura y más basura que esparcía por el mar. Llovió harto y creció sobremanera. Debieron cruzarlo en bote. Caronte con la espalda desnuda recibía las monedas y remaba. Toneladas de basura plástica. Playa rebosante de troncos, ramazones, frascos, ripios, telas, latas, chucherías. La playa de los románticos carcomida por el capitalismo centenario y neocolonial. Tomados de la mano caminan bajo la cilampa en busca de una sopita, un ron plata, una rubia bien fría.


16

La noche cae sobre la ciudad virreinal más extensa del mundo. El rumor del hormigueo es torrencial. Una semana en la frialdad de esa tina cargada de océano lleva la poeta. Una semana y nadie lo sabe. Su mirada abierta nos interroga en autopoiesis. En sus pupilas logramos observar la más dura Pietá con la escritora más bella del siglo evadiéndose del odio entre sus brazos.


17

Son dos mujeres, nos dice el autor. No se le discute. Dos mujeres en un apartamento amarillo frente al Neva. Dos mujeres en su tránsito de nieve. En la ruta de su evasión. Dos más en otra ciudad donde se levan los puentes al centro de las noches blancas y ciegas mientras las aguas corren como la caballería roja en plena batalla, o se aquietan en el duro cristal de la imposible realidad.

Pasa raudo el metro de San Petersburgo.


18

Las dudas persisten en la apertura del discurso acerca de la muchacha morena que ahora dice adiós mientras cierra la puerta con luz de otro poema en el tiempo evanescente de otra historia.


19

Es una African Spurred Tortuoise. Lo mira desde la pecera con unos ojillos negros que parecen interrogar sobre la suerte de esas muchachas o mujeres con largas pañoletas por la playa del dolor con un sol apuñalado cual tránsfugas por el pensamiento como volátiles e inciertas imágenes por la cabeza del imberbe Chagall en su aldea.


20

Abre las piernas con lentitud. La lente enfoca esa profundidad de campo con dedo en magistral movimiento concéntrico. Esa suavidad desde el monte de Venus hasta el pistilo erecto, esa simbiosis de vida y muerte en estertor y regreso a tiempo para alcanzar y acariciar con los abultados labios y su lengua el carajo enhiesto en el claroscuro de la habitación del albergue para mochileros perdido en un rincón del Pacífico centroamericano.


21

El Neva es una calle, pero también un río sobre el que se abren los poemas de las dos musas que cruzan el tiempo detenido por la sangre. Una bañera en la ciudad virreinal, una cuerda en Elabuga y un fantasma persiguiendo a su amado hijo por todas las prisiones de las islas, las estepas, la tundra, la taigá.


22

Hace medio siglo que la mujer se autoengendra y nos mira desde ese cuarto de baño. Mirada cósmica. Introspectiva. El autor piensa que se le debe un buen ensayo. La lluvia golpea el asfalto de la calle Neva. El barrio se amplía y crece como telaraña fantástica que igual oculta los espejos turbios en los rascacielos. Una tortuga deambula por los desagües de la calzada. Los autos pasan raudos y empapan las sombras en las paredes. Es la mirada de la gran poeta oteando la eternidad.


23

Así, el rostro del autor es un panóptico de tortuga bajando y subiendo las escaleras de Escher. Una prisión inmensa con celdas de palabras, hielo, celuloide y más palabras. La chica desnuda es lo que reconfigura la tarde con su larga memoria de serpiente emplumando sin manzana. Es la flor que deshoja la mazorca de la noche detenida en la desnudez de una mujer extendida como un río sobre la tina de blanca palidez. Chica detenida y contenida en todas las tardes de los veranos ocres en una playa, en la cuadrícula de una ciudad colonial, en el parpadeo de millones de ventanas por rascacielos que ascienden hacia un cielo que se desangra.

Pasa raudo el metro.


Del libro inédito Secuencias.


* Adriano de San Martín es el nombre abreviado del escritor Adriano (de San Martín) Corrales Arias (Costa Rica, 1958), cuando publica poesía.

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