Novela por entregas
Cuando Pavlova terminó de decir eso, apareció una gigantesca roca, en cuya cara lisa se posó la palabra FIN, y abajo una mano rupestre escribió con su dedo índice el vocablo MENE.
Los pasajeros se despegaron de las ventanillas. A unos, mientras se deslizaban lentamente en los asientos, les dio por guardar en sus ojos y en su mente los retratos de las estructuras de belleza milenaria que después el libro de la memoria se encargaría de narrar.
Otros, todavía impactados por la velada, no alcanzaban a comprender cómo esas construcciones de gran formato salían expulsadas de la tierra al conjuro del rayo láser y luego, terminado el ciclo de exposición, desaparecían como si un crótalo monstruoso se tragara entera a cada presa.
Otros más, sorprendidos por la palabra misteriosa que apareció sobre la roca, se preguntaban si lo que habían visto era real o si todo se reducía a simples trozos de un filme en tercera dimensión.
Archipenko, que también lo había visto todo, tomó desde la cabina una foto con su tablet, fue a ver a Smith y así en seco le dijo:
—Oye tú, brujo o mago que todo lo sabes o adivinas, descíframe esta palabra… Se supone que no estaba contemplada en el script.
Smith, quien extrañamente leía el banquete de Baltasar en una Biblia, se quitó sus lentes bifocales y un tanto desconcertado preguntó:
—¿Qué me decías?
—Que me digas qué significa esa palabra…
—¿Cuál?
—Esta, ¿qué no la ves? —y la amplió en la pantalla de su tablet.
Smith murmuró: “Mene”…
—Sí, MENE —acentuó Archipenko.
Smith se acarició la barbilla y dijo:
—Según me suena, es arameo.
—Entonces sí sabes su significado.
—No, pero puedo recomendarte a alguien…
—Dime, ¿quién es?
—Ve a Babilonia y pregunta por Daniel, el profeta.
Archipenko no quedó satisfecho con la respuesta del veterano de guerra. Regresó al control de mando. A la media noche se asomó de nuevo, se alegró de que Smith dormía profundamente como solía hacerlo, en su poltrona: los brazos caídos, totalmente de hilacho, y la cabeza golpeando a intervalos su pecho como un badajo de cuero.
Archi se regocijó más al ver que la Biblia, que horas antes había estado leyendo el soldado Élite, reposaba sobre la valija. Archipenko la tomó con sumo cuidado y, sin hacer ruido, retornó a la cabina. Puso el piloto automático y se fue directo al Antiguo Testamento. No le costó mucho trabajo localizar el pasaje que narra el festín de Baltasar y la interpretación de Daniel, pues estaba señalado con un separador. Leyó con avidez el texto, que decía: “Daniel tomó la palabra y respondió al rey: Tú, Baltasar, al igual que tu padre, te has levantado contra el Señor del Cielo. Has mandado traer las copas del templo de Israel, y tú, tus dignatarios, tus mujeres y concubinas han bebido en ellas. Has dado alabanza a los dioses de oro, plata, bronce, hierro, madera y piedra, que no ven ni oyen ni saben nada, y no has glorificado a Dios que en sus manos tiene tu vida y tus caminos. Por eso Él te envió la mano que escribió esas palabras: MENE, TEQUEL, PERES. Y esta es la interpretación: MENE significa ‘contado’. Dios ha contado los días de tu reinado y ha señalado un límite”.
Archipenko no se interesó por el significado de los otros dos vocablos. Cerró de golpe la Biblia y fue directo al último vagón para reunirse con las edecanes y los chefs, quienes también se mostraban intrigados por la enigmática palabra que apareció escrita sobre la roca.
Sin más preámbulos, Archipenko abrió de nuevo la Sagrada Escritura y les leyó íntegramente el texto que minutos antes había leído. Todos guardaron silencio, salvo Pavlova, quien dijo: “Archi, eso que acabas de leer son puras pamplinas; soy ortodoxa y no creo en un Dios vengador”.
—¡Cállate, hija apócrifa de Stalin! —expresó Bellucci—. Antes de hablar deberías hacerte un examen de conciencia. ¿No eres tú, acaso, la que organiza por las noches orgías entre ciertas compañeras y los cocineros?
—¡Mira qué monjita me saliste! Eso que me echas en cara tú también lo haces con Archipenko —replicó Pavlova.
Las dos estaban a punto de liarse a golpes cuando intervino Loren, la jefa:
—¡Cállense! Esto no es un lavadero público. Dejen el pleito para otra ocasión —luego agregó—: Lo que leyó Archipenko me inquieta mucho. No me juzguen de loca sobre lo que les voy a decir: siento que Smith es un sacrílego. Cada vez que va al bar bebe en una copa que para mí es sagrada. ¿Quién de ustedes la hace de bar-woman en el restaurant?
—¡Yo! —dijo alzando el dedo una de las edecanes.
—Ve al bar, Antonella, y tráeme la copa —ordenó Loren.