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La voz del comandante

Obra de teatro en un solo acto y una sola escena

Fernando Zabala Argentina


Personajes:

Brigadier.

Coloradito.

Cabito.

Coronel


El contexto


El Brigadier ha puesto preso a Miralles, principal referente del partido popular del asediado barrio Güemes. Mientras que el pueblo se agolpa a las puertas de la casa de gobierno Coloradito, su hijo más rebelde de sangre, se enfrenta a su propia estirpe para intentar que Miralles abandone los oscuros calabozos de Bouwer. Pero el Brigadier, harto de ese gauchaje indómito y rebelde, se impone con vehemencia como el duro salitre del desierto. Una Córdoba mítica e imaginaria, sólo posible, en su versión más gauchesca y abrojalera.


Los personajes


Brigadier: Admirador de Federico El Grande, de San Martín y de Lugones. Defensor a ultranza de los buenos modales y el léxico refinado. No se siente gaucho y sus ademanes, como su tono de voz, remedan burdamente a la ilustración alemana.


Coloradito: Sus expresiones gauchas no son las del típico prototipo del folletín gauchesco. Muy por el contrario, es acabado y natural. Su actitud desafiante se puede vislumbrar en su postura física y en su mirada impenetrable. Es el hijo nómade, el gaucho perseguido por ser gaucho y, por ende, condenado a vivir en los suburbios de la ciudad.


Cabito: La niña que es niño presenta una suerte de retardo en el habla y su personalidad se limita a la figura obtusa y cómplice que logra su padre sobre sí misma. El Brigadier, al no tener el hijo perfecto que podría haber sido Coloradito, ha terminado por convertir a la delicada niña en el esforzado hijo varón.


El mítico panal de gobierno enclavado en las salinas del norte cordobés. Adentro del panalcete, un escritorio amplio y un antiguo sillón de peluquería. Sobre el escritorio, una suerte de miniteatrillo con telones raídos, y en el fondo, un culo grotesco que asoma redondo y colorado. De su interior saldrá un pequeño catalejo incrustado. En un rincón sombrío, trapos viejos y muñecos desparramados por doquier. En otro rincón, una victrola antigua raya solemnemente “Glorias Prusianas”. Hacia el foro de la nave, un imponente cuadro de Federico El Grande junto al León de Baviera, que le rinde pleitesía. A los costados del formidable cuadro, los ventanales del enorme panalcete que bajan cóncavos y turbios hacia el desierto blanco. El Brigadier, de espaldas al público y sentado frente al teatrillo, mira sin demasiado éxito, como de costumbre, por el catalejo. Viste un impecable saco verde militar con una bombacha gaucha del mismo color. En la cabeza encastrada, un peluquín de 1712 y un casco prusiano que terminan por confundir esa amplia figura marcial. De su delgada cintura cuelga un sable corvo, una réplica trucha como el que usaba San Martín. Rápidamente se abren las puertas de la nave principal, se oye un clarín de fondo y aparece la figura regordona del Coronel. Un gordito petizo y colorado, vestido con gastado uniforme militar y con medallas que cuelgan de su saco, como bolitas de un árbol de navidad. Allí se queda parado hecho una estatua tiesa, al ver que el Brigadier, poseído en su clásico ritual ojetal, inicia su queja diaria.

Brigadier: (Mirando por el catalejo.) Siempre la misma coordenada idiota. ¿Se da cuenta? La misma línea vertical... De todos los días... Y en el mismísimo confín de los confines… (Deja de mirar por el culo y se levanta fastidiado.) Horas… y horas… escuchando ese entrometido silbido sordo… (Enojado.) ¿Y para qué, dirá usted? ¿Para qué? (Camina manos atrás hacia el ventanal y allí mira por los cristales. El Coronel lo mira extasiado.) Últimamente, su voz se pierde a esta hora del día… Vaya a saber uno por qué… (Mira hacia arriba.) La sal… o el viento… o la poca señal que hay en estas llanuras trípticas… O lo que es PEOR… (Cabecea hacia el ventanal.) Esa bendita alevosía, de esos oscuros conspiradores de siempre…

Se vuelve a sentar en el sillón de peluquería y otra vez insiste con el catalejo.

Coronel: (Asiente con la cabeza, luego curioso.) ¿Siempre… ve al comandante ahí?

Brigadier: (Mientras sigue mirando por el catalejo.) ¿Ahí donde?

Coronel: (Se le escapa una palabrota y se tapa rápido la boca.) En el culo…

Brigadier: (Saca la cabeza bruscamente del catalejo y se levanta del sillón como un rayo.) ¿Cómo dijo?

Coronel: (Sin saber qué decir. Recula.) En el… en el…

Brigadier: (Saca su sable corvo y se lo coloca acertadamente en el cuello.) Retire ya mismo lo dicho si no quiere que le parta esa cabeza de toro acá mismo…

Coronel: (Rápidamente.) Ya, ya está retirado…

Brigadier: (Sostiene su sable en el cuello del Coronel, luego lo baja lentamente. El Coronel traga saliva.) Se lo dije una y mil veces… lo de… (Se corta abruptamente y mira hacia todos lados para no ser oído, luego prosigue en voz baja.) Lo de culo, es una visión anatómica, apenas una visión fisiológica… Reduccionismo puro y del más ordinario, del más mediocre que pueda haber… (Señala el culo.) Esta imagen, esta imagen merece nuestro más sentido respeto y la más absoluta honorabilidad… y veneración militar póstuma, coronel.

El Brigadier se va hasta el ventanal y el Coronel asiente rápidamente con la cabeza, chocando sus botas en clara señal de reverencia.

Coronel: (Luego, temeroso.) ¿Y él… él le habla?

Brigadier: (Con las manos atrás y de espaldas al Coronel.) ¿Quién?

Coronel: (Señala el culo.) El cul… (Se tapa la boca rápidamente. El Brigadier le clava los ojos como un tigre.) El comandante… ¿le habla?

Brigadier: (Se le queda mirando un tiempo. Luego vuelve su cabeza lentamente hacia el ventanal.) Todo el tiempo…

Coronel: (Asiente nervioso con la cabeza otra vez. Luego intrigado mientras mira el culo.) ¿Y él… qué le dice?

Brigadier: (Mientras sigue parado en el ventanal.) Según…

Coronel: (Que no entendió.) ¿Según qué?

Brigadier: Según el día y la hora… (Mientras mira por el ventanal.) Vivimos épocas fuertes, coronel… Verdaderos incendios tenemos allá afuera… Y nuestro comandante tiene visiones desafortunadamente catastróficas…

Se oye de fondo un estruendoso pedo que sale del culo. El Coronel se echa hacia atrás apantallándose la nariz.

Coronel: Sí, ya veo…

Brigadier: (Se da vuelta y al ver que el Coronel se apantalla la nariz.) No sea idiota… No me refiero a eso… (Nuevamente se coloca a espaldas del Coronel.) En estos momentos, aunque usted no lo crea… Él nos está llamando…

Coronel: (Mira hacia todos lados. Luego de un tiempo.) ¿Quién?

Brigadier: El culo... (Se da cuenta del acto fallido, luego corrige de un grito rápidamente.) El comandante...

Coronel: (Asomado al culo.) ¿Y él… qué le dice?

Brigadier: (Sigue parado de espaldas al Coronel.) ¿Decir…? El comandante no dice… en todo caso… (Romántico, hacia el horizonte.) Nuestro comandante manda… manda… como San Martín mandó en la cordillera.

Coronel: (Asiente con la cabeza, luego otra vez, intrigado.) ¿Y su voz…?

Brigadier: (Sin mirarlo, mientras sigue de espaldas al Coronel.) ¿Qué tiene?

Coronel: ¿Cómo es?

Brigadier: (Se da vuelta sorprendido y se dirige hacia el Coronel.) Ah... ¿Quiere oírla usted mismo...?

Coronel: (Se le queda mirando un tiempo, luego intenta balbucear palabra.) Yol…

Brigadier: (Interrumpiéndolo va hasta el sillón de peluquería y le ofrece el frustrado avistaje.) No se hable más del tema, deseo concedido, escúchela usted mismo y se llevará una gran sorpresa, coronel…

Coronel: (Se le queda mirando sin saber cómo reaccionar, luego.) ¿En serio? ¿Puedo?

Brigadier: (Se hace el gracioso.) Pero claro que puede… Hasta ahora todavía no cobramos ese peaje, coronel… (Al ver que el Coronel se le queda mirando muy serio.) Pero por supuesto, hombre, métale tranquilo… Todo suyo… Siéntese… y compruébelo… (El Coronel, temeroso, se sienta en el sillón de peluquería y se coloca tímidamente los auriculares. El Brigadier, al percatarse de la inhibición del Coronel frente al culo, reacciona con un grito.) Vamos, vamos… Sin miedo, métale la cabeza… (Luego, juguetón.) Tampoco lo va a morder… (Finalmente se anima y mira tembloroso por el catalejo.) Eso sí, lo único que le pido es que no se pase de la raya, nada más… (El Coronel saca rápidamente la cabeza del culo y se le queda mirando. El Brigadier aclara remarcando.) De la raya del tiempo, quise decir… (El Coronel se da por aludido y nuevamente se sumerge en el culo.) El tiempo y el horario es verdaderamente escaso allí adentro, una trastada prácticamente… (Por las dudas, aclara.) En el sentido literal, ¿no? (Luego de un tiempo, el Brigadier, entusiasmado, también asoma la cabeza.) ¿Y?

Coronel: (Saca la cabeza solemnemente del culo.) No… no escucho nada, señor…

Brigadier: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) ¿Cómo que no escucha nada?

Coronel: No escucho su voz… (Sonríe tontamente.) Bueno… la única voz que oigo es la suya…

Brigadier: (Lo mira un tiempo muy serio y se pone de espalda a él. Luego, fríamente.) Levántese ya mismo de esa silla…

Coronel: (Temeroso.) Pero… es que yo…

Brigadier: (Da un grito.) Levántese ya mismo, le dije… (El Coronel se levanta del sillón como un resorte.) El comandante habla hasta por las paredes… ¿y usted no lo oye? (Lo aparta violentamente.) Mejor siga paseando los caballos de las familias patricias, coronel, usted tiene menos oído que un cobayo recién nacido…

Coronel: (Sin saber qué decir.) Pero… es que yo… yo no oigo nada, señor…

Brigadier: (Yendo hacia él.) Claro… claro que no oye nada… No oye nada porque nuestro novato coronel, aquí presente… (Le da unas palmadas en el pecho.) Además de sordo, también… (Da un grito) es pelotudo… (El Brigadier se retira hacia el ventanal.)

Coronel: (Sordo.) Perdón, ¿cómo dijo?

Brigadier: (Se da vuelta lentamente y le clava los ojos.) Que se retire ya mismo... o le reviento el CULO a rebencazos…

Coronel: (Asustado, se agarra el culo y sale.) Sí señor, permiso, señor…

EL Coronel emprende la retirada rápidamente y en un tropiezo ligero se lleva puesto el escritorio con el culo.

Brigadier: (Retándolo.) Pero qué hace, animal, qué hace… (Mientras sostiene el escritorio cuidadosamente.) Retírese inmediatamente, si no quiere que lo termine de fusilar acá mismo… (El Coronel se va marchando grotescamente.) Bruto, infeliz…

Entra Cabito apurado y se lleva puesto al Coronel. Ambos se miran un tiempo, luego cada uno sigue su camino. Cabito es una niña de rostro angelical, disfrazada grotescamente de hombre. Sus pequeños senos, redondos como dos limones, se disimulan apenas en una apisonada faja al torso. Tiene su pelo recogido y viste un traje infantil de marinerito. Es el hijo mimado y consentido por el cual el Brigadier se siente orgulloso por haber transformado en el tan acabado hijo varón.

Cabito: (Entrando agitado.) Pápa, pápa, pápa… La gente… la gente está que arde… Quieren saber… qué dice… el culo suyo…

Brigadier: (Mira hacia arriba, luego hacia Cabito.) Se va un idiota y llega el otro, ¿no? Le tengo dicho una y mil veces que no le diga culo. ¿Cuántas veces se lo tengo que repetir? Si no fuera porque es hijo mío, ya lo hubiera colgado de la criadilla hace rato a usted…

Cabito: (Secándose la transpiración con un pañuelo.) Es que la gente… la gente quiere…

Brigadier: (Interrumpiéndolo.) La gente, la gente, la gente… La gente tendría que aprender a expresarse un poco mejor, ¿no le parece…? Hablar con sentido de la palabra y de la propiedad… El buen léxico, Cabito, hacen… que las sociedades del mundo se conviertan en verdaderas metrópolis de avanzada… (Con cierta sorpresa.) Agende eso en la bitácora suya... Y repítalo varias veces… (Pensativo, luego.) Es una muy buena frase esa, eh…

Cabito: (Nervioso.) Es que… la gente… está nerviosa… quieren saber… qué dice… (Señala el culo) el… el…

Brigadier: (Lo interrumpe con la pera levantada.) ¿El qué…?

Cabito: (Al ver que el Brigadier se le queda mirando, Cabito se mide.) El comandante… Sobre Millares… ¿Me… entiende? (El Brigadier se va hasta el ventanal.) Porque si el culo suyo… (Se corrige rápidamente.) Porque si el comandante… no habla… la gente es capaz… (Se le ocurre de pronto.) Hasta de quemar… la mismísima… casa de gobierno…

Brigadier: (Se le acerca intimidatoriamente.) ¿Eso dijeron?

Cabito: (Temeroso.) Sí, eso dijeron…

Brigadier: (Se da vuelta solemne y vuelve a mirar por el ventanal.) Que la quemen si quieren… Que quemen hasta las iglesias… las sinagogas… la catedral… Que quemen cualquier edificio público. Así, de paso, conocen los nuevos ejercicios de mi carismático ejército sanmartiniano… (Mientras limpia con su pañuelo colorado el cuadro de Federico El Grande.) Aún conservamos municiones en el cuartel, ¿verdad?

Cabito: (Los ojos un dos de oro.) No… se gastaron…

Brigadier: (Se da vuelta y se le queda mirando, luego.) ¿Cómo que se gastaron?

Cabito: (Sin saber qué decir.) Se gastaron… en la… en la salva… ceremonial… ¿No se acuerda?

Brigadier: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) Pero eso es un despilfarro, un derroche escandaloso… Pero… (Mira hacia todos lados, luego.) ¿Pero a quién se le puede haber ocurrido semejante burrada?

Cabito: (Rápido.) A usted…

Brigadier: (Avanza sobre Cabito.) ¿Cómo?

Cabito: (Empequeñecido ante la figura enorme del Brigadier.) A usted… hace una… semana ¿No lo recuerda…? Usted lo… lo ordenó…

Brigadier: ¿Pero usted está loco? Jamás… yo podría haber ordenado... semejante bartoleada de esa naturaleza. ¿Por quién me toma ahora, por un farrista? ¿Por un fanático loco… por un… (Casi de un grito) por un empedernido derrochador? (Luego de un tiempo, lo mira fijamente y le pregunta.) ¿Usted está seguro que fue así? (Cabito asiente con la cabeza, temeroso. El Brigadier queda pensativo unos segundos, luego nervioso.) Bueno, si no hay municiones suficientes… haremos avanzar la escuadrilla de infantería, que tanto… (Cabito respira aliviado.) Unidades formadas acá en el panal tenemos a patadas, si estos quieren ver sangre… La haremos correr como un temerario río de las sierras… (Bebe de su copa de vino.) En fin, no sé qué me estaba diciendo usted…

Cabito: (Recuerda de pronto y recupera la urgencia.) Ah… que la gente… la gente quiere…

Brigadier: (Terminante, da un grito y con el brazo en alto.) NO… Ahórrese lo que diga la gente… De aquí en adelante ya no me interesa lo que diga esa gente… (El Brigadier se pone a espaldas de Cabito, que queda jugando con su soga elástica en el rincón. De tanto en tanto lo relojea, hasta que por fin:) ¿Qué más dice la gente?

Cabito: (Recupera la urgencia otra vez.) Que Miralles… está preso… injusta… mente… Y… que es un… que es un preso… político…

Brigadier: (Mirándolo intimidatoriamente.) ¿Y usted les cree, Cabito?

Cabito: (Da un grito.) No, ps… yo no les… creo… Yo sólo… se lo… comunico… se lo… cumplo… en informar…

Brigadier: (Interrumpiéndolo.) Déjelos… Déjelos que digan, que hablen, que murmuren todo lo que quieran. Así son los oscuros, Cabito, así son, sangran por la herida. Están crispados porque tenemos a su reina madre, a su santa inquisidora. ¿Se da cuenta? (De pronto divertido, lanza una risotada.) Ni el mismísimo Jerónimo Luis de Barrera se hubiera imaginado, se le hubiera pasado por la cabezota, que esta mísera casta negra de barranco, hubiera usurpado sus exuberantes tierras de progreso y promisión… (Mira por los ventanales.) Ah... mire… Mire ese pandemonio que se está cocinando allá afuera, no ve lo que le digo, eh… Parecen dientudos esperando la señal de ahogo… (Gesto de asco.) Guah… Ácratas, masones, liberales… Son todos la misma mierda… (Se da vuelta despreocupado y se aleja de los ventanales.) No les haga caso mijito, esos negros están perdidos en el desierto…

Cabito: (Se le queda mirando preocupado, luego.) Pero pápa… La gente dice que…

Brigadier: (Interrumpiéndolo otra vez.) La gente debería cerrar un poco más el orto, y aprender a venerar un poco más a nuestro comandante en jefe de las fuerzas armadas… (Bebe de su copa de vino.) Presos políticos… Ja, lo único que faltaba ahora… Pero… ¿pero de dónde sacan esos términos tan, pero tan populistas ahora, eh? ¿De qué barranco negralero lo sacan? Por Dios... (Se acuerda de pronto.) Ah… seguro que su hermano el negro va a venir a zapatear y a quejarse, a rebolear el poncho, la bombachita de brocatel, y abrirse de piernas y tirar piedras en el camino como de costumbre… ESO… Eso es lo único que sabe hacer aquel otro… PLAGAR y PLAGAR… (Se rasca exageradamente las bolas.) Rascarse el higo todo el día… Plaga apocalíptica su hermano…

Aparece la figura radiante y gauchesca de Coloradito. Un joven de barba rala que viste con bombacha negra, camisa blanca, pañuelo al cuello, amplio poncho de vicuña y sombrero aludo. Su figura imponente recuerda a los típicos bailarines de malambo. Coloradito es su hijo más rebelde de sangre, desterrado por ello, a los confines periféricos de la city.

Coloradito: (Entrando emponchado hasta el cuello y con el estruendo de un rayo.) Adivina bien usted…

Brigadier: (Una risotada.) Ahí lo tiene, justo lo que le decía, casi un presagio… No llueve y ya caen soretes de punta… Cabito, traiga el paraguas, así no nos manchamos de bosta acá adentro… (Cabito corre rápidamente y trae un paraguas chillón que abre sobre la cabeza del Brigadier.) Era un decir… (Cabito finalmente entiende y sale con el paraguas chillón.)

Coloradito: (Enérgico.) Libérelo, viejo basura…

Brigadier: (Chistando corto le apunta con el dedo.) Ojardo con la lengüita, ocote, que se la rebano en pedazos y se la tiro a los pumas triperos del desierto.

Coloradito: ¿Por qué lo mandó a meter preso? ¿De qué se le acusa? ¿Tanto le molesta que Miralles se presente en las elecciones?

Brigadier: (Lo mira cómplice a Cabito, que juega perdido en su rincón.) Ja. ¿A mí, molestar? (Ríe autosuficiente.) ¿Una mosca en el plato? (A Cabito.) ¿Pero qué está diciendo este ciruja? Pregúnteselo mejor al tribunal superior si quiere saberlo, es AHÍ donde tiene que rendir cuenta su amigacho el felpudo…

Coloradito: No me tome por idiota, usted conoce muy bien al juez Sandillas y sabe perfectamente que ese procesamiento, dictado hace horas, no tiene asidero alguno…

Brigadier: (Rápido lo interrumpe de un grito.) Parrrrdónn… Parrrrdónnnn… El juezzzz… el juezzzzz… me conoce a mí… que es otra cosa… No me venga a mezclar la GRASA con la leche… Una roca es una roca, y un burro… un burro es usted…

Coloradito: (Enérgico.) Entonces dígale que lo libere… Que alguna vez respete las bases constitucionales… y las garantías jurídicas de este bendito país…

Brigadier: (Ríe burlonamente.) ¿Respetar dijo? ¿Justamente usted, respetar…? Chusa GRASA y renegrida… que no respeta ni el silencio de los muertos… Pero no me haga reír, que me descostillo, su faunaje autóctono no respeta ni pisos ni alambrados, ni puertas ni gallineros… ¿Y usted ahora me va a venir a aleccionar a mí, a mí con respeto de prosapia? (En un tono burlón.) ¿Con respeto… (Lo mira mofado a Coloradito, luego) de su nobleza gaucha…? (A Cabito.) Pero por las bolas de un toro muerto… Las pelotudeces que hay que escuchar aquí… Por Dios… (Muy serio, ahora hacia Coloradito.) A cada chancho le llega su San Martín, pollito, sépalo muy bien… Y a su amigo el negro, la garrucha ya le llegó…

Coloradito: (Enérgico.) Mientras no se pruebe delito alguno contra el señor Miralles… el mismo goza de la presunción de inocencia, avísele a su amigo el juez, notifíquelo, señor brigadier….

Brigadier: (Explotando a los gritos.) Avísele usted, avísele usted… que es el mísero mucamito de ese punterito de utilería…

Se produce una pausa tensa.

Coloradito: Usted sabe muy bien que lo que se está cometiendo contra Miralles es fabulosamente ilegal, no se le puede retener más tiempo por delitos no cometidos…

Brigadier: (Interrumpiéndolo a los gritos, va hecho una furia hacia Coloradito.) Usted es ilegal, usted… usted que anda haciendo campaña proselitista de barrio en barrio y en plena veda electoral… ¿No le da vergüenza… andar paseando ese cachivache parlante por Güemes, un domingo SANTO, SANTO de reflexión, eh…? Ni eso respetan ahora ya… ni eso…

Coloradito: Todavía se puede, señor Brigadier… Recién estamos a tres días de los comicios, se lo voy recordando nomás…

Brigadier: (Rápido le sale al cruce de un grito.) Usted no me va a venir recordar nada a mí… (Coloradito da un paso hacia adelante y el Brigadier rápido retrocede hacia atrás.) Muy memorioso soy yo para que usted me venga… a recordar algo a mí… Un memorial de memorias soy…

Cabito en su rincón agita en el aire un pañuelo blanco en señal de paz. El Brigadier lo mira enfurecido y rápidamente se lo arranca de la mano, arrojándolo al piso.

Coloradito: (Enérgico.) Su esposa y sus hijas preguntan por él, señor brigadier.

Brigadier: ¿Ah, sí? No me diga… Preguntan por un malviviente, por un reo común… por un mísero y punguista sifilítico de masonería, dígale a su yuntada…

Coloradito: (Con la rabia contenida.) Usted sabe muy bien que Miralles no es ningún delincuente… (El Brigadier se lima las uñas frente a un espejo.) Aunque su partido haga denodados esfuerzos en disfrazarlo y arroparlo con ese mísero traje vulgar… Toda Córbola sabe quién es él, y también saben… saben quién es usted, señor brigadier.

Brigadier: Mire… Lo que son las cosas, cabito… Mire lo que son… Mire lo que son… (Lo señala a Coloradito.) Cría cuervos y te sacarán los ojos… los hijos… (Da un grito.) Malagradecidos… (Se va furioso hasta el ventanal y allí se queda un tiempo, luego va nervioso hasta Cabito.) ¿Usted se da cuenta de cómo son las cosas…? ¿Usted se da cuenta… lo qué es tener… un rebaño infecto… Usted se da cuenta lo que es tener… un rebaño apestado… (Da un grito, hacia Coloradito) torcido y putrefacto? (Se va solemne nuevamente hasta el ventanal y allí se queda hecho una estatua.) La cabeza de Millares rueda mansa y redonda hasta el dique San Roque… (Se da vuelta y lo mira a Coloradito.) Y su hermano ahí, eh… (A Cabito.) Mírelo… Mírelo… (Actúa la situación.) Levantándose la pollerita… correteándolo por detrás y convirtiéndose en una auténtica muñeca pepona de trapo… Pudor tendría que sentir usted, pudor… Pudor en la sangre, en los huesos, PUDORRRRRR…

El Brigadier se va por su rincón oscuro y allí se pierde entre las sombras.

Coloradito: Eso es lo que usted quisiera, ¿no…? Vernos corretear por detrás… Vernos pudorosos, humillados… sudados… hundidos en ese fango preparado y amasado por usted y por toda su pandilla ladina. ¿No es así, señor brigadier?

Brigadier: (Sale rápido entre las sombras y va al cruce apuntándolo con un palo de estropajo.) Ustedes se humillan solos, ustedes… Hordas negras… Ustedes que defienden a ese parásito… a ese engendro depravado, perseguido y escapado por la justicia… y que encima, ahora, le dan trato como si fuera una santa heroína de barricada… Como si fuera… como si fuera un soldado, ¿no? (A Cabito, que lo mira atónito.) Un patriota, un mártir de la nueva gesta… (Lo mira un tiempo fijamente a los ojos, luego encolerizado golpea el palo contra el piso.) Zafarrancho de utilería… bolsada de bosta… (Pisa el ruinoso castillo de trapos que Cabito intentaba levantar.) ESAS son las cualidades de su defendido paupérrimo y que usted ahora tanto le engrandece, y que usted ahora tanto le alaba…

El Brigadier se sienta en el sillón de peluquería y allí peina su enrulado peluquín.)

Coloradito: (Se le queda mirando un tiempo. Luego, irónico.) ¿Estos son los mandatos divinos de su preciado reino, señor brigadier… la de su alcahuetería barata… manchada… enchastradas de sangre negra las manos…? Tan vulgar y mediocre la trampa… que hasta los cuchillos se le pueden ver bajo la manga, señor brigadier…

Brigadier: (Rápido le chista, interrumpiéndolo, y le sale al cruce.) No se equivoque, zorrino, eh... No, no, no, no… No se equivoque… (Abandona el sillón de peluquería y va hasta Coloradito, apuntándole con el cepillo de metal.) ESTO… ESTO… Esto es lo que dicta la ley… (Se le queda mirando fijamente un tiempo, luego.) LA ley… La ley primaria y unánime… La ley que usted nunca respetó y jamás de los jamases respetará… (Se va hasta la puerta y allí detiene bruscamente su paso, da la vuelta y en tono burlón hace pito catalán.) Memorioso…

Se pone en marcha otra vez y se pierde nuevamente entre las sombras.

Coloradito: ¿De qué ley me está hablando… de qué ley? ¿La de un borracho de tribunales que tiene más causas judiciales que pelos en el marote…? ¿La que usted conforma sentado allí… en ese sillón imperial lúgubre… cabizbajo… tendido de esa oscura tiranía suya, que ni tendal le queda? Manejando a los jueces a su antojo como si fueran… vulgares títeres de retablo… (El Brigadier vuelve a sentarse en el sillón de peluquería y allí se coloca los auriculares del culo en las orejas.) ¿De esa ley me habla? (Pausa. Lo mira fijamente al Brigadier.) Todavía no contestó mí pregunta: ¿por qué lo mandó a meter preso? ¿De qué se lo acusa? Señor Brigadier…

Brigadier: (Apretándose los auriculares en los oídos, casi un cantito.) ¿Ya terminó su plegaria anarquistaaaaa… su evangélica de libre albedríooooo… librepensadooooor…? ¿Puedo sacarme los tapones de los oídos? (Se saca los tapones de los oídos.) Muchas grasas, me dañan los tímpanos, pero peor, PEOOOR... Es su prédica…

Coloradito: ¿Hasta cuándo va a seguir esquivándonos el bulto… hasta cuándo va a seguir ocultándonos lo que ya sabemos…? (El Brigadier, indiferente, peina su enrulado peluquín con el cepillo de metal. Coloradito da un grito.) No somos los idiotas que usted fábrica, diga por qué lo procesan, por qué lo acusan de una buena vez…

Brigadier: (Con hilo de voz mientras sigue peinando el peluquín.) Pero pregúntele a Funes, si tanta curiosidad siente por suuu… (En tono burlón) por su cachorrito varonil, por su huesito… (Salivea como quien chupa un caracú) de caracú… (Se le ocurre de pronto y pega un aplauso.) O si no, cuénteselo usted, cabito… (Cabito deja de jugar con los soldaditos y se le queda mirando a Coloradito.) Dígale… explíquele al desheredado de su hermano por qué tenemos a esa lacra, a ese extracto de carne negra, que todavía no despachamos a degüello… (Al ver que Cabito no sabe qué decir, lo apura a los gritos.) Vamos, vamos… No se quede ahí sentado como una mortadela con patas… Dígale, dígaselo en la jeta… ahí lo tiene y es su hermano…

Cabito: (Temeroso.) Seeee… se burlaba…

Coloradito: (Enérgico.) ¿Cómo?

Cabito: Que seeee… burlaba…

Coloradito: (Incrédulo.) ¿De quién se burlaba?

Cabito: (Traga saliva.) Seeee burlaba… deeeee… pápa…

Coloradito: (Casi una carcajada.) ¿Quién? ¿Miralles?

Cabito: Decía… que pápa… tenía… (Que no se anima) tenía… (Olfatea como un perro y hace señas de mal olor. Al ver que Coloradito no entiende) olor… (Lo mira al Brigadier, que le ha clavado los ojos. Finalmente aclara.) Olor a culo… (El Brigadier le chista y le pega con el peluquín.)

Coloradito: (Se queda serio un tiempo, luego ríe irónicamente.) Eso decía… (Lo mira al Brigadier, que sigue peinando su enrulado peluquín, luego a Cabito, que asiente con la cabeza.) ¿Eso decía…? Pero mire usted… ¿Y por tan poca cosa lo vino a guardar, señor Brigadier? ¿Por un chiste infantil… Por una humorada de recreo, un chiste de niños… (Lo mira seriamente un tiempo, luego enérgico.) Por una vulgar y ridícula quijada de criatura… No diga… (El Brigadier se coloca el peluquín y se mira frente al espejo. Coloradito se le queda mirando un tiempo, luego.) Y el muy codorniz seguramente se piensa que yo me chupo el dedo… Y que me compro ese verso prefabricado por usted y por su amigo el juez, pegado con moco y que ni siquiera usted se lo cree, usted que lo mandó a guardar por otra cosa, señor brigadier…

Brigadier: (Saltando como leche hervida.) Siga injuriándome y le voy a instalar una cadena de zapaterías en el culo…

Coloradito: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) ¿Ah, sí…? ¿Me va a mandar un esbirro… como mandó el otro día al barrio?

Brigadier: (Saca una granada y la agita en el aire como boleadora.) Nooooooooooo… (La asienta violentamente sobre la mesa.) Le voy a mandar otra cosa mucho peor, que no es lo mismo, de eso no se preocupe…

Coloradito: (Que se le queda mirando fijamente. El Brigadier se vuelve a sentar en el sillón de peluquería.) ¿Hasta cuándo va a seguir pisándonos los talones… hasta cuándo va a seguir hostigándonos por ser lo que somos… y no ser lo que usted quisiera? ¿No se da cuenta que es su propia provincia la que se le está quemando en las manos?

Brigadier: (Gira su cabeza como un títere hacia Cabito. Luego, un aplauso enérgico.) Ja. ¿En las manos, dijo…? ¿En las manos? (Lo mira a Cabito otra vez.) ¿El insolente… el engendro infructuoso, pirómano, sectario, dijo “en las manos…”? (Lo mira nuevamente a Cabito, que asiente nervioso con la cabeza. Luego lo mira a Coloradito y se pone de pie señalándolo con el dedo.) En las manos de ustedes se está quemando, de ustedes, lacayo… Si la provincia está en llamas es porque ustedes la incendian, ustedes la arrasan, ustedes… A Córbola yo la tengo en un pedestal formidable… (Se palmea enérgicamente los hombros mientras se dirige a los ventanales.) En los hombros del bronce dorado… y en las flameantes banderas del cerro y del puma victorioso… Una piedra, una piedra refulgente y labrada en oro, un camafeo propiamente (Se golpea el pecho.) A mí Córbola me debe pleitesía… Plei te sía…

Coloradito: La tiene en deuda, que no es otra cosa…

Brigadier: (Yendo hacia Coloradito.) Su culo… (Saca una hoja repleta de ecuaciones.) Rendición de granos y al día, balance general y suma retroactiva… (Se corta de pronto. Una enorme caca blanca tiñe su cabeza. Se toca el peluquín pero no logra dar con la materia fecal, luego mira hacia arriba y finalmente mira desconcertado a Cabito.) ¿Llueven balas allá arriba o me parece?

Cabito: (Desde su rincón oscuro, mientras hamaca un muñeco.) No… palomas…

Brigadier: (Mientras se sigue tocando el peluquín.) ¿Palomas?

Cabito: Sí, de… de las buchonas…

Coloradito: (Por lo bajo.) De las que acá siempre abundan…

Brigadier: (Que sigue tocando obsesivamente el peluquín.) Lo único que faltaba ahora… (A Cabito.) Ja, palomas… pa-lomas… ¿Usted se da cuenta?

Cabito: (señalándole la cabeza.) Tiene… un… un… un...

Brigadier: (Se le queda mirando, luego nervioso.) ¿Un qué? (Al ver que Cabito se queda callado señalando su peluquín, da un grito.) Hable...

Cabito: (Que no se anima.) Un... un sorete… en la cabeza…

Coloradito: (Burlón.) Chocolate por la noticia, Cabito…

Brigadier: (Descubriendo la cagada sobre el peluquín.) Cállese la jeta, cara de perno… Como si a usted no lo hubieran cagado antes… Ya lo cagó su madre, su yunta madre. ¿No lo recuerda? Y nos dejó el paquetito a mí y a su hermano, que no es poca cosa… (Para sí mismo, mientras se limpia el peluquín.) Ni de estos bicharracos estamos a salvo acá en el desierto. (A Cabito.) ¿Usted se da cuenta…? PLAGAS… Auténticas PLAGAS de los médanos… Como el negrerío ese que está apostado allá, en las mazmorras del pabellón quinto… (Un lloro.) Un costo más para el estado, un costo más para nosotros. ¿Se da cuenta…? Con ese enjambre GRASA es como si el sol se nos hubiera corrido acá… Como si… como si se nos hubiera tapado… (Cabito sale corriendo por unas de las puertas.) Parece que hasta la mismísima muerte se hubiera ensañado con nosotros aquí… (Mirándolo de reojo a Coloradito.) A esos negros oscuros de barranco no los mata ni el peor viento huracanado del desierto… (A Cabito, que trae una palangana con agua.) Por aquí, por aquí… (El Brigadier se sienta pomposo en el sillón de peluquería, mientras Cabito limpia esforzadamente el peluquín con una virulana.)

Coloradito: (Con desprecio.) ¿Qué va a hacer con Miralles, señor brigadier?

Brigadier: (Abre los brazos en un cantito teatral.) Ah, apareció… apareció… (Burlonamente busca debajo del escritorio.) Pensé que ya se había fugado, que ya se había tomado el palo… No sé… Búsquese un jurista, búsquese un letrado, un abogado, presente un escrito… (Empieza a rebolear por el aire las hojas que estaban sobre el escritorio.) Asesores en nuestra comandancia hay una panzada pollito, aquí va a encontrar asesores hasta por debajo de las mismísimas piedras calizas, mire lo que le digo…

Coloradito: No me tome por idiota… Los abogados que usted conchaba son la peonada suya, la servidumbre esa chupamendista que usted contrata para ese osado tribunal superior…

Brigadier: (Piensa, luego abre los brazos en cruz.) Bueno… entonces… siendo así… (Tomándose los genitales.) búsqueselo en otro lado…

Pausa. El Brigadier sale y se pierde entre las sombras. Luego reaparece aparatosamente con un fuelle para fragua, con el que Cabito comenzará su ardua tarea de secar el peluquín.

Coloradito: Usted sabe muy bien lo que representa Miralles para toda nuestra comunidad… Le pido que tenga piedad nomás, misericordia, aunque sea por su familia, aunque sea por ellos, nada más…

Brigadier: (Pega una risotada aparatosa, mientras Cabito le sopletea el peluquín.) YA me lo veía venir… usted y su manada siempre pidiendo, siempre rogando y estirando la garrrrra a más no poder… Pero… ¿pero qué se cree que soy yo ahora… (Se agarra los pechos aparatosamente, mientras Cabito le tira aire sobre los senos) la casa del padre Aguilera para andar repartiendo limosna a cuanto sátrapa se me cruce…? ¿El sumo pontífice vengo a ser yoooo, para andar perdonando a ese melindroso Barrabás arrepentido suyo? Pero por Dios…

Coloradito: Usted se equivoca, yo no vengo a pedirle nada… Jamás lo haría… EXIJO, que es otra cosa… (De aquí en adelante, Cabito irá soplando la fragua intensamente, a medida que Coloradito vaya en crescendo en su parlamento.) EXIJO la liberación misericordiosa de un hombre cuyo prontuario y antecedentes no es más que el trabajo por el hombre y el bien común, y se la exijo, señor brigadier. Se la exijo en nombre de esa bendita constitución provincial que usted dice tanto defender…

Brigadier: (Interrumpe de un grito, arrojando el peluquín al piso.) Exige y llora… (Cabito corta bruscamente el sopleteo de la fragua y ambos se miran un tiempo.) Llora como buen negrito cagón que es… con… constitución provincial... pst, pst...

Cabito: (Imita el tic del Brigadier.) Pst, pst...

Brigadier: (Al ver que Cabito lo imita burlonamente lo echa rápidamente.) Fuera, fuera, fuera, fuera… Fuera... (Cabito cabizbajo regresa a su rincón oscuro. El Brigadier se pone de pie.) Justamente usted me va a venir a hablar a mí de la constitución provincial… Usted que ni dominio, que ni… que ni mandato posible sobre su rebaño oscuro tiene… Me va a venir a aleccionar a mí sobre la constitución que yo profeso, que yo comulgo, y que yo promulgo… Pero por Dios… ¿Lo escuchó, Cabito… (Se va hasta el ventanal, furioso, y desde allí aúlla su bronca) escuchó lo que dice este energúmeno engendroso…? Con… constitución provincial… Como si fuera… como si fuera tan fácil, tan, tan… (Se le queda mirando a Coloradito un tiempo. Luego da un grito feroz.) Vomita por el culo lo que nunca… nunca vomitó por la jeta… Ya de changuito era bastante… bastante lloroncito usted… (Lo ve a Cabito jugar con unos trapos y lo señala victoriosamente.) APRENDA… Aprenda de su hermano… Que inteligencia no le sobra, pero valores, lo que se dice valores… Mírelo, eh… (Cabito agita la mano sobre su nariz.) Valores derrocha, como una catarata de sabiduría…

Cabito: (Tapándose la nariz.) Pápa… El… el culo suyo…

Brigadier: (Se toca el culo.) ¿Qué tiene?

Cabito: No… el del comandante…

Brigadier: (Se le queda mirando, luego amenazante.) NO... lo vuelva a llamar así… NO... lo vuelva a llamar así, borre ya mismo esa palabrota de su léxico, si no quiere que se la borre yo mismo a castañazos… (Cabito asiente con la cabeza mientras sigue apantallándose la nariz. El Brigadier se le queda mirando, luego nervioso.) ¿Qué… qué pasa que hace así con las manos? (Mira hacia el culo.) ¿Está hablando?

Cabito: (Que sigue con la nariz tapada.) Sí… y hasta por los pedos... (Se corrige rápidamente) y hasta por los codos, digo…

Brigadier: (Yendo nervioso hasta el sillón de peluquería.) Pero cómo no me dijo antes…

Cabito: (Que sigue apantallándose con más fuerza.) Es que recién… se está… manifestando…

Brigadier: (Nervioso, da un grito.) ¿Pero usted es loco o se hace? Usted no me puede venir a avisar así sobre la tabla como si nada… (Toma el peluquín y se lo coloca nuevamente en la cabeza.) ¿Cuántas veces se lo tengo que repetir? Con lo que cuesta aquí un segundo… un… un… un minuto de epifanía satelital, por Dios…

El Brigadier se sumerge en el catalejo apenas un tiempo breve. Luego saca su cabeza solemnemente, con preocupación.

Brigadier: (Golpea el escritorio fuertemente.) Diosss…

Cabito: ¿Qué?

Brigadier: Mal presagio para nosotros… Nuestro comandante pide que miremos por los ventanales. Ayúdeme a llevarlo, Cabito… (Al ver que Cabito se le queda mirando, inmóvil desde su rincón, reacciona con un grito.) ¡Vamos, vamos! No se quede ahí sentado como un pavo al espiedo, ayúdeme, que no puedo solo… (Cabito se levanta rápidamente y se dispone a llevar el culo hasta el ventanal.) ¿Pero qué quiere, que me reviente la espalda también…? ¿Que me destripe acá adentro como una de esas polillas que usted agarra con en ese frasco… guah… todo oloriento, inmundo? Démelo, démelo… (Toma el culo entre sus manos.) Y ahora inclínese… (Cabito se agacha y el Brigadier apoya el culo sobre su espalda. Hecho un tótem los dos, allí el Brigadier mira a través del catalejo.) No tan alto… No tan alto… (Cabito se agacha un poco más.) Así está bien… (Descubriéndolos.) Ah, mírelos… Ahí los tiene… ¿Vio que yo le dije…? Como monos colgados en los ventanales propiamente… Nuestro comandante tenía razón… Oscura invasión larvica y alquitranada… Tienen tanto hambre, pero tanto hambre estos excrementos barranqueros que, si pudieran, se comerían ellos solos… Mañana quiero que le dé otra manos más de brea a los ventanales, cabito. ¿Me oyó? Y si es necesario sellar las puertas con treinta kilos de sebo, la sellamos de una patada... (A Coloradito, despectivamente.) No quiero que esa ristra de chorizos vagos se nos cuelen por aquí, por los ventanales… (Cabito asiente con la cabeza mientras sostiene la pesada estructura. Coloradito saca una bolsita de maní y come. El Brigadier sigue mirando por el catalejo. Luego, impresionado, se echa hacia atrás.) Esto es un mar… un mar de moscas negras… sobre los árboles oscuros… (Saca su cabeza lentamente del catalejo y mira sorprendido por el ventanal) del desierto… (Se toma la cabeza casi desesperado, luego da un grito desgarrador.) Por Dios… Es un marrrrrrrrrr…

Coloradito: (Desde el otro rincón, mientras se manda un maní a la jeta.) Y usted vendría a ser nuestro cultivo predilecto, señor brigadier.

Brigadier: (Se da vuelta con el culo en la cara y larga una risotada.) Qué pretencioso... (Es un vendedor ambulante.) ¿Cuuuuultivo yo… cuuuultivo… yo… de ustedes? (Le entrega el culo a Cabito, que lo lleva obediente hacia el escritorio. Luego hace gesto de hacerse la paja.) ¿De los tolditos de paja y vino de barrio Güemes? Pero… ¿pero desde cuándo…? (Cabito se sienta en el sillón de peluquería a mirar curioso por el catalejo, sin que el Brigadier se dé cuenta.) Pero qué obcecado está usted en querer hacerme reír todo el tiempo, por Diooos… (Señala el ventanal.) Sus mojarrines de la lagunilla ni dientes tienen y ya quieren lastrarse un TORO como si fuera un ternero… (Sin dejar de mirar a Coloradito.) ¿Lo escuchó, Cabito, escuchó a nuestro piojento de la grasada? (Al descubrir a Cabito, que se apantalla con el abanico mientras mira por el catalejo.) Pero qué hace, qué hace… (Da un grito.) Levántese ya mismo de ahí, eso no es para usted… Cucha, cucha, cucha, cucha… cucha...

Coloradito: (Que sigue comiendo maní plácidamente.) Libere a Miralles y la tropilla mía no se lo morfa crudo… (Se ríe y echa otro maní a la jeta.) A bocaditos se lo van a achurar a usted, estómago para cualquier cosa, le aviso que todavía les queda…

Brigadier: Átese bien el cinto antes de venir con esas pretensiones, leproso.

Coloradito: (Retruca rápido.) Áteselo mejor usted, que lo tiene bastante caído y raído, que se ve que se lo bajan bastante seguido, que ni principios le quedan en el ojal…

Brigadier: (Una risotada y nuevamente sus brazos abiertos en cruz.) ¿De moralina ahora se vino el vago… parrrdón, el gaucho? Te la trajiste a medida la salmodia, se ve, eh… NO me extraña para nada… (Cabito juega con unos avioncitos de guerra levantándolos en el aire.) De moralina se han hecho los bárbaros, el malandraje ese que usted tanto venera en su santuario oscuro de inmolación… (Mira hacia todos lados, luego se le acerca confidencial.) Por cierto, póngale un par de velas aunque sea a esos bárbaros, así por lo menos se les ve la cara, los ojos, dan pena… (Mirando por el ventanal.) Mírelos, eh… (Casi de un grito, mirando por los ventanales.) Mírelos… (Divertido.) Parecen ratas agazapadas, auténticas ratas voladoras y esperando su angurrienta señal de ataque…

Coloradito: (Interrumpiéndolo, enérgico.) Más rata será usted… (Ahora burlonamente, mientras lo rebaja.) Que se la tira de gato mayor… y el pobre lauchín no llega ni a michifús de jardín…

Brigadier: (Chasquea los dedos y mueve los brazos aparatosamente, como quien baila una samba.) Epa… que está calentona la brasa, eh… ¿Pero qué pasa…? ¿Calentitos los panchooos…? (Se le queda mirando un tiempo, luego en un cantito socarrón.) ¿Pero qué pasa… qué pasa… qué pasa… Qué ahora ya no se hace más el graciosooo…? (Moviendo la cabeza como un títere burlonamente.) ¿Perdió el sentido del humor nuestro buen caballero mozooooo…?

Coloradito: (Lo corta enérgico, de un grito.) Nos estamos cansando de esperar, que no es otra cosa…

Brigadier: (Se le queda mirando, luego sarcástico.) Ah… Se están cansando… de… rascar el higo, digamos… Pero hubiéramos empezado por ahí… Muy bien… (Va hasta el escritorio y se coloca el casco prusiano rápidamente.) No hay problema… Lo paso a degüello y listo, derecho al patíbulo, puchero del día y garrote vil… (Grita enérgico y va hasta los ventanales sacando su sable corvo que mantiene en alto.) Que venga el entrevero nomás… Que le pongo fecha y día a la hora de la espada… Acá nuestro San Lugones nos ampara y protege de cualquier intentona socialista (Deja caer el sable hacia el ventanal.) De esos engendros vagos que domestica usted…

Coloradito: (Enérgico, mientras Cabito choca en reiteradas ocasiones los aviones en el aire.) Vinimos en paz, señor Brigadier… Y aspiramos a retirarnos del mismo modo, y en tiempo y forma… Y con nuestro compañero, de ser posible…

Brigadier: (Interrumpiéndolo, da un grito.) ¿En paz… dijo? ¿En paz? (Lo mira a Cabito, que vuelve a levantar su esmerado castillo de trapo.) ¿El embustero sedicioso, subversivo, dijo en paz? (Guarda su sable corvo.) El pacifismo no es más que el culto del miedo y de la cobardía, la semilla infértil de la cagoneada, de la demagogia barata propiamente… NO me extrañaría para nada la retirada de su ejército ímprobo, pollito… (Se sienta en el sillón de peluquería.) Después de todo, sería lo natural y lo coherente… de ese enjambre suyo… que no encuentra nido ni madriguera... (Se rasca aparatosamente los genitales) dónde rascarse…

Se produce una pausa prolongada. El Brigadier mira por el catalejo mientras bebe su copa de vino.

Coloradito: (Se le acerca.) ¿Le tiene miedo, verdad?

Brigadier: (Saca la cabeza del catalejo y levanta la pera autosuficiente.) Ja. ¿A quién?

Coloradito: (Lo mira un tiempo, luego.) A Miralles… Le tiene miedo… Se le nota en la cara… Recula como perrito faldero cada vez que se lo nombro…

Brigadier: (Tentado.) Ja, no me haga reír, que lloro…

Coloradito: ¿Tiene miedo de que le arrebate el panal… (El Brigadier está por sumergirse en el catalejo, pero se le queda mirando) su avispero cachondo en las próximas elecciones…? ¿Por eso es que se caga en las patas y lo manda a encanutar humillándolo en el pabellón quinto, señor brigadier?

Brigadier: (Risotada.) Pero si su defendido no puede ganar un partido de truco, pollito, ay, no me haga reír, que me orino…. Al pobrecillo antes de barajar los naipes le da vahído y se cae de culo… (Altanero.) Pero si quiere ponerlo así, sencillamente… (Ilustra el gesto) lo manyo, ES un bocadito de canapé masticado, de copetín al paso (Revuelve con la boca como si chupara un caracú.) Su defendido petit…

Coloradito: (El Brigadier vuelve a sumergir su cabeza en el catalejo.) De eso seguro… A Rancillas lo mandó a manyar y por la espalda… (El Brigadier saca su cabeza del catalejo como un resorte y se queda mirando a Coloradito.) Y cómo lo manyó… Accidente vial le puso su amiguito el diario…

Brigadier: Pero qué dice, basura, lávese la jeta con acaroina antes de venir con esas infamaciones aquí, eh…

Coloradito: (Lo interrumpe rápidamente.) Por cierto, muy burdo lo suyo… (Lo disfruta.) El Bedford que aplastó a Rancillas era de su propiedad… Lo quiso vender en el pueblo y no pudo… Lo quiso vender hasta en Tulumba y tampoco pudo… Y ahora resulta que, como no lo puede encajar en ninguna chacarita de Argüello norte, el muy oruga lo encanuta en el galponcito, en el retablo de atrás…

Brigadier: (De un grito se pone de pie rápidamente.) Le dije que se callara la jeta, mierda…

Cabito: (Da un grito.) Pápa… Escucho… escucho ruidos… por el culo…

Brigadier: (Se le queda mirando un tiempo a Cabito. Luego va rápidamente hasta él.) ¿Cómo dijo? ¿Cómo dijo?

Cabito: (Achicado.) Por el… por el…

Brigadier: (Interrumpiéndolo.) Cuántas veces le dije que no le diga así… cuántas veces YO... A USTED... le dije que no le diga así… (Lo mira a Coloradito de reojo. Luego da un grito, a Cabito.) Le tengo dicho una y mil veces que no le diga culo… (Cabito asiente con la cabeza temeroso. El Brigadier se va hasta el culo nuevamente.) Algún día le voy a sacar esas patéticas expresiones que tiene a puro machetazo y lonjazo limpio… (Una risotada rabiosa.) Ja, ahí lo quiero ver, ahí lo quiero ver… (Se sienta otra vez en el sillón de peluquería y allí se coloca los auriculares.) Hasta el frontispicio le va a arder…

Cabito: Es que yo… yo…

Brigadier: (Lo interrumpe nuevamente con un grito.) Ahora cállese la jeta y déjeme escuchar...

Cabito: (Se tapa la boca rápidamente. Luego, al ver que el Brigadier se queda mirando largamente el catalejo en silencio.) ¿Y…?

Brigadier: (Sacando solemnemente la cabeza del culo.) Nada… No escucho nada… (Los hermanos lo miran intensamente y luego se miran entre sí. El Brigadier, sin saber qué decir, esconde la cabeza en la humillación.) La voz del comandante se pierde siempre a esta hora… en estos cavernosos valles sin luz… y sin SOL… (Mira hacia arriba tratando de dar una explicación.) La sal, o el viento… (Mirando a Coloradito despreciativamente.) O vaya a saber qué clase de alimaña, de espíritu cánido obstruye ahora su voz…

Cabito: (Muestra el dedo envasado en una bolsa.) ¿Intento… me… metiéndole el dedo…?

Brigadier: (Se le queda mirando de arriba abajo, luego.) Mejor se lo meto yo a usted y probamos. ¿Qué le parece, infecundo?

Cabito: (El Brigadier vuelve a zambullir su cabeza en el culo.) No… Digo… Porque puede estar… tapado…

Brigadier: (Saca la cabeza del culo y lo mira nervioso a Cabito.) ¿Tapado qué cosa? ¿Tapado qué cosa? (El Brigadier se pone de pie rápidamente y Cabito se achica como un caracol.) Tapado su cerebro, idiota… (Le tira la gorra de un bofetón.) Cucha, cucha, cucha, cucha… cucha… (Cabito se va empequeñecido como un perrito hasta su rincón. El Brigadier se encamina pomposo hasta el ventanal.) Al comandante no lo tapa nadie, ni yo lo tapo, ni yo… Su VOZ es tan clara como la de este día… Y sus órdenes, sus órdenes… se parecen a entonadas estrofas bíblicas… A coplas sagradas se parecen… venidas de vaya a saber qué cielo, en estas jorobadas llanuras trípticas… Alguna vez si lo escucha, cabito, si lo oye, se va a dar cuenta de lo que le digo… Las palabras de nuestro comandante… Cómo le puedo decir... (Busca las palabras. Cabito lo imita en cada ademán.) Brotan… ESTALLAN por los aires… Sobre los vientos ordinarios de este condenado desierto blanco… (Lo mira un tiempo a Coloradito, luego va hacia él.) Claro… claro que siempre mezclado entre el ganado cacuno… (Saca su pañuelo colorado y pasa por detrás de él agitándolo, como si bailara una samba.) Van a abundar los canduchos… Los infructuosos que lo aborrecen, y que lo maldicen en su nombre… (Arroja el pañuelo al piso sin dejar de mirar a Coloradito.) Pero eso no importa ahora, NO importa… (Ahora hacia Cabito.) El comandante no tiene quien le escriba, Cabito. ¿Pero sabe una cosa? Al menos, al menos tiene quien lo oiga…

Coloradito: Y a pesar de su sordera usted debe ser el único, ¿no?

Brigadier: (Sordo, a Cabito.) ¿Cómo dijo? ¿Cómo dijo? (Cabito se le acerca y balbucea algo confuso a su oído. Luego a Coloradito.) ¿Y a usted… quién le dio cirio en este entierro? Negruzco… Usted no podría escuchar siquiera el canto… el canto de una cigarra cantora en medio de un pajonal.

Cabito: (Entusiasmado, tratando de distraer.) ¿Y… y cómo es?

Brigadier: (Le acaricia la cabeza como a un perrito.) ¿Cómo es qué cosa, hijo…?

Cabito: La… la voz…

Coloradito: (Enérgico, desde el otro rincón.) No existe, cabito, la escucha sólo él…

Brigadier: Cállese la jeta, blasfemo… Como si usted tuviera un Dios a quien adorar... (Cabito, a espaldas del Brigadier, empieza a imitar sutilmente sus ademanes otra vez.) A quien ofrendarrrr… Se muere… se muere usted por tener un Dios como el nuestro… un Dios divino, un Dios vivo… un Dios celestial, un Dios que le hable, que le diga cosas acá, al oído, eh… cosas maravillosas... Ah, no… pero claro… Ya me imagino qué clase de Dios, qué clase de providencia divina puede tener usted allá por Güemes… (Se dirige hacia Cabito.) La voz del comandante… Cabito… Preste atención... Ruge… ruge y rompe desde el fondo de la tierra… Es tan intensa como… (Busca las palabras.) Como…

Coloradito: (Entre dientes.) Como un pedo…

Brigadier: (Se le queda mirando a Coloradito. Luego a Cabito.) ¿Qué dijo? ¿Qué dijo?

Cabito: (Se para rápidamente, interponiéndose entre los dos.) O… o como Febo… Como el Dios Febo… Eso dijo…

Brigadier: (Mira a ambos de reojo con desconfianza, luego prosigue solemne hacia el ventanal.) Como le decía… (Los hermanos, cómplices, se hacen seña entre sí.) La voz del comandante… es… (Al ver el cuadro de Federico el Grande.) Es como la VOZ... de Federico El Grande… Aquel hombre que de una semilla efímera y miserable... (Cabito, en clara señal de adoración, va con los brazos en alto y se coloca por debajo del cuadro de Federico el Grande.) Levantó un estado cojo y paralítico, en miras… en miras de una gran nación…

Coloradito: (Rápido y desde el otro rincón.) Y usted de Córbola hará una gran decepción…

Brigadier: No se haga el poeta ladino conmigo, mamarracho… Que usted se ahoga con un MÍSERO piolín para atar chorizos, bombón… (Yendo hasta él.) Por eso… por eso tan escéptico usted, por eso tan cabizbajo, tan cara larga… Mucha sombra allá por Güemes, mucha oscuridad por el Abrojal… Acá puro sol… (Abre los brazos como un cristo.) Vea, mire… Siéntalo al sol, siéntalo acá… en la carne... (Se golpea el pecho.) En el pecho, en el plexo… (Da un grito.) Cabito, tráiganos el sol… (Cabito desarma la figura de imploración bajo el cuadro y corre a buscar el sol.) Si el sol aquí no sale plebeyote, sépalo muy bien… (El Brigadier se coloca unas gafas oscuras de soldar.) Yo se lo hago aparecer por el naciente y en menos de lo que se degollaría una Bradford de 100 kilos…

Cabito reaparece con una vieja lámpara de peluquería sobre sus hombros y ejecutando una aparatosa marcha militar. La lámpara tiene un foquito que apenas titila tenuemente.

Brigadier: (Casi conmovido, abre los brazos nuevamente.) Ah... Mírelo… (Al ver que Cabito avanza tímidamente.) Avance, avance, avance… (Abre sus brazos, aparatoso.) Y aprécielo… Ahí lo tiene… El fresco rosicler del alba… Eterno y resplandeciente… (Pone sus manos sobre la lámpara como si fuera a calentarse con ella.) Una bola de fuego propiamente… Aproveche, aproveche… Mírelo… Venérelo… Usted que por Güemes ni luz tiene…

Coloradito: (Mira de reojo la lámpara.) Afuera un sol que azota, que quema… Y que raja hasta la entraña… ¿Y usted me viene a ofrecer una desojada lámpara de peluquería? Abra los ventanales, brigadier, no le tenga tanto cagaso al aire fresco… (Señala el ventanal.) El sol está de nuestro lado…

Brigadier: (Recordando de pronto, pega un aplauso y va hacia el escritorio.) Ah, eso… Me olvidaba… Los ventanales… (Toma el flitero y fumiga vagamente por los ventanales.) Además de la brea, se clausuran la semana próxima… (Mira de reojo a Coloradito.) No queremos que esa porquería del afuera contamine nuestro adentro… (Mientras sigue fumigando.) Llévese el sol, cabito… (Mira despectivamente a Coloradito otra vez.) Lléveselo… (Se saca las gafas de soldar y las deja sobre el escritorio. Cabito sale pesadamente con la lámpara por detrás.) Me deja hinchados los ojos por la luz…

Coloradito: (Burlón.) Pinta con brea los ventanales… para no ver cómo se le parte el imperio a pedazos…

Brigadier: (Toma equivocadamente el peluquín que estaba sobre el escritorio y lo agita en el aire con un desbocado grito de guerra.) Noooooooooo… (Al percatarse que es el peluquín el que rebolea, rápidamente toma la granada y la agita en el aire como boleadora.) Noooooooooo…. (Asienta la granada violentamente sobre el escritorio.) Lo hago para no verle la cara de culo a usted y a su enjambre zorrino… (Dándose la vuelta para ir hasta el ventanal.) Para eso lo hago…

Coloradito: (Retruca rápido.) De eso seguro… (Cabecea hacia el culo.) Con ese culo ya está empachado…

El Brigadier se da vuelta rápidamente para enfrentarlo, pero Cabito interrumpe la riña rápidamente.

Cabito: (Entra caminando perrunamente.) Hay… hay olor a… (Olfatea el aire y mete la cabeza entre las piernas del Brigadier.) A chorizo… ¿O… o me parece?

Coloradito: (Desde el otro rincón.) Olor a culo…

Brigadier: (Mirándolo a Coloradito fijamente.) Olor a GRASA… (Recoge su pañuelo colorado que había arrojado al suelo y limpia el culo nerviosamente.) Y a GRASA de la más ordinaria, por lo que veo…

Coloradito: Y eso que son apenas los primeros choripas en tandas… De acá a media hora… (Divertido.) Va a tener ese humo parrillero hasta por la bañera del retrete suyo, señor brigadier…

Brigadier: (Mientras sigue limpiando el culo.) Porrrrrrrrrrrrrrrr mí… que se queden todo el santo día, pollito, que se morfen y se achuren la parrillada completa, eso si… si en dos horas no despejan la enramada nuestra, usted ya lo sabe… largo gendarmería al trote (Agita el pañuelo en el aire como quien va a bailar una samba.) Y a bailar esa samba a otro gato… (Vuelve a limpiar el culo con el pañuelo. Los hermanos se miran confundidos. Luego lo miran al Brigadier que intenta remediar el error.) Y a bailar ese gato a otra peña…

Coloradito: Es lo único que sabe hacer usted, ¿no…? Pegar y amenazar… Amedrentar y matar…

Brigadier: (Interrumpiéndolo mientras lo fumiga con el flitero.) LIMPIAR, que no es otra cosa... LIMPIAR… (Fumiga el aire con el flitero.) Honrar el desierto, la salinidad… No como usted, que lo agravia, que lo injuria pisoteándolo con esa pandemia de leprosos, de sarnosos apestados… (Da un grito a Cabito.) Cabito… tráigame los utensilios y la mochila de campo, por favor…

Coloradito: Me olvidaba… Usted gobierna para el páramo y no para el pueblo… Para su cardumen diminuto y no para la plebe… (Lo mira un tiempo, luego.) Le va a quedar el cabello manchado, señor brigadier… Pero no precisamente de GRASA.

Brigadier: (Poniéndose de pie.) Si es por carroña y GRASA, ni se mosquee… Acá el desierto se lo chupa y se lo traga todo… (Va solemne hasta Coloradito.) Ni un cartílago, ni siquiera un mísero espinazo podrido dejan los caranchos triperos sobre la arena pampa del desierto… (Se para enfrente de Coloradito, luego intimidatoriamente.) Se comen todo, eh… (Las dos cabezas enfrentadas.) Se morfan… (Poniéndose en puntas de pie para igualar su altura.) Lo que venga… (Se da vuelta y al ver que llega Cabito con la mochila y los palos del golf, aparatoso.) Al fin hijo querido, al fin, traiga esos palos, tráigamelos… (Al ver que Cabito no saco los rollos de la mochila.) La bocha, la bocha... ¿Dónde está la bocha? La bocha... (Cabito saca tímido los rollos de papel higiénico.) Tire, tire, tire, tire… (Cabito acomoda rápidamente el papel higiénico en el suelo y el Brigadier empieza a jugar al golf haciendo su primer tiro de gracia.) Otro más, otro más… (Otra vez vuelve a poner el rollo de papel higiénico sobre el suelo y esta vez, de un acertado golpe, el Brigadier lo manda fuera del escenario.) Parece que vamos mejorando en el tiro, eh… (Sonríe triunfalista.) Si seguimos así… ganamos Mendiolaza de una patada… Otro más, otro más… Vamos, vamos, vamos… Muévase... Que esa copa tiene que ser nuestra...

Coloradito: (Desde el otro rincón.) Hagamos un trato… (El Brigadier se le queda mirando.) Señor brigadier, un acuerdo… entre partes iguales…

Brigadier: (Deja de jugar al golf y va hasta Coloradito.) Soy todo oídos, pollito. ¿Qué tipo de trato? (Cuando está por hablar Coloradito, le chista corto y lo interrumpe.) Cuidado con lo que va a decir, eh… Cuidado…. No me venga a buscar el pelo al huevo, ni a peinar el riiiiiiiiiiiío como si fuera un fideo, sea breve, por favor… (Al ver que se le queda mirando, reacciona de un grito.) Vamos, vamos... Desenrosque, no se haga el maestro de ceremonias, que no tenemos todo el día, vamos…

Coloradito: (Pausa. Ambos se miran un tiempo.) Guárdeme a mí… (Pausa breve.) Guárdeme a mí… y nos ahorramos el entrevero… Nos ahorramos todo mal rato… que podamos tener aquí en la enramada suya… Usted no derrama una sola gota de sangre… y los míos se marchan canturreando y felices al barrio nuestro…

Brigadier: (A Cabito, que lo mira desganado.) ¿Usted lo escuchó, lo escuchó? (A Coloradito.) ¿Guardarrrrte a vos? (Ríe burlonamente.) Pero… ¿pero qué se piensa que soy yo ahora… la seccional primera, segunda, tercera para andar guardando cuanto RRRREO… se me cruce aquí en la salina? (Abre los brazos como un cristo.) ¿La voz suprema de estos distinguidos tribunales… del nuevo orden sagrado y… y del… y del nuevo orden divino vengo a ser yoooooo, para dictar una sentencia cualunge, una sentencia ordinaria? Pero por Dios… (A Cabito, para que arroje otro rollo de papel sobre el piso.) Otro más, otro más… (Vuelve a ensayar exageradamente otra postura de golf.) Y pensar que los bárbaros eran los indios cabrera, según don Argentino, pero parece que su gauchaje sacrílego también pide pistas a gritos, a manotazos en esas tropillas de Dios…

Coloradito: Piénselo... Le ofrezco un intercambio sano y transparente… Deje que Miralles se vaya con su familia… Con su esposa y sus hijas… Y guárdeme a mí… (Se le queda mirando fijamente al Brigadier, mientras este manda la bocha fuera del campo.) Que voy a ser el próximo candidato que le dé una buena paliza a usted... (El Brigadier deja de jugar al golf y se le queda mirando.) Y a toda la yunta suya, que le anda oliendo el culo por detrás… (Ambos se miran un tiempo, luego.) ¿Acepta o no acepta?

Brigadier: (Lo mira incrédulo un tiempo y hace un ademán para que Cabito se lleve los palos.) ¿Cannnnndidato…? ¿Cannnnndidato…? Pero mirámelo… (Rodeándolo, como un carancho a su presa.) ¿Así que vos, gauchito malandra…? Te lo tenías bien guardado, se ve al comodín, eh… (Levanta sus brazos hacia el cielo.) Así que Dios los cría... (Señala hacia el ventanal.) ¿Y el chancho… los amontona?

Coloradito: Ya le dije… Usted tiene al hombre equivocado… (Se miran un tiempo otra vez, luego.) ¿Acepta… o no acepta?

Brigadier: (Apoya gauchescamente la pierna sobre el sillón de peluquería y lo mira incrédulo otra vez.) Ay, Dios... (Se cruza de brazos.) Me dejas pensando, che… Y me agarras... (Señala a Cabito que juega en su rincón.) Con la escupidera llena, claro… ¿Carne de mi carne y en mi propio frigorífico…? (Por Coloradito.) Por más adulterada que esté… no lo tengo bien visto, eh…

Coloradito: (Se echa un maní en la jeta riendo burlonamente y se pone de espaldas al Brigadier.) La gente ya sabe todo, señor brigadier… Lo saben hasta sus amigos de Costa Azul, hasta en Copina lo saben también…

Brigadier: (Se inquieta.) ¿Qué cosa es lo que sabe la gente?

Coloradito: (Se da vuelta solemne y lo mira un tiempo.) Que usted y yo estamos en tranqueras opuestas… (Avanza intimidatoriamente sobre el Brigadier como un tigre, mientras este retrocede.) Que yo soy el puma que corre y usted es la gallina que huye despavorida mientras la cagan a sogazos…

Cabito hace sonar su silbato pájaro y el Brigadier le chista rápidamente.

Brigadier: (Aplauso en el aire y risotada.) ¿Gallina dijo? ¿Gallina…? (Agita los codos aparatosamente como si fuera una gallina y camina de punta a punta.) ¿La bataraza meona, cagona de barrio Güemes me dijo gallina…? (A Cabito.) ¿Lo escuchó, cabito? ¿Escuchó a nuestro fiscaaaaal de la república? Pero no me haga reír, pío pío… (Agarra un trapo con los que juega Cabito y lo rebolea en el aire como si fuera un poncho.) Acá usted zapatea y rebolea el calamaco haciéndose el Juan Moreira, pero usted… usted… (Arroja el trapo en el piso.) Usted se caga en las patas si lo dejo un segundo encerrado ahí fuera, en el toro de falaris…

Coloradito: Peor usted… Que se parece a un Poncio Pilato cualunge… Crucificando al primer poligrillo que se le cruza por estar cagado en las patas… ¿Por qué no se hace el toro mancebo conmigo, señor brigadier?

Brigadier: (Yendo hacia Coloradito.) Usted nació traidor y morirá traidor…

El Brigadier pega media vuelta y se va hasta el ventanal.

Coloradito: (Rápido remata.) Siga escuchando al culo suyo que así le va…

Brigadier: (Detiene su marcha bruscamente. Luego se da vuelta con toda la cólera y lo enfrenta.) ¿Y usted… qué culo escucha, sátrapa… el del negro amante suyo... el de los calzones pegotes de frisa... (Se frota las manos como si lavaría ropa) de su amigo el lavandero...? ¿Ese culo escucha…?

Coloradito: (Rápido, da un grito.) No escucho ningún culo, no soy como usted… Digo lo que pienso, que es otra cosa…

Brigadier: (Otro aplauso en el aire y larga otra risotada.) Ja. ¿Lo que piensa, lo que piensa, lo que piensa, dijo el puritano…? Lo que piensa... MIENTE... Usted es un mentiroso, usted no dice lo que piensa, porque usted no piensa, usted es un libertario, un anarquista, usted no tiene voz de mando ni autoridad posible… (Se va caminando hacia el ventanal.) Lo que piensa… (Abre los brazos en trompo señalando al panal.) ESTA… ES… la potestad irrefutable… (Cabito ahora juega con unos tacos de mujer.) El designio, la jerarquía absoluta, el perfecto escalafón… (Señala el culo.) De nuestra célebre voz de mando… escuchando esa voz… (Se golpea el pecho.) Yo… YO… levanté a esta provincia… en ARAS… de una gran nación… Y mientras tanto, ¿usted qué hizo? ¿Qué hizo…? Bueno, yo le voy a decir qué hizo... (Lo mira un tiempo, luego.) Un sucucho... (Cabito cubre sus oídos con los tacos mirando al Brigadier.) Un aguantadero… Un puestito de choripán al paso, que sólo sirve de refugio a esos cimarrones VAGOS, que se asilvestran escapando de sus amos, eso hizo usted. ¿Se da cuenta? Eso… TOOOOOOOOOODA una revolución la suya... Una revolución de la BOSTA…

El Brigadier sale furioso y se pierde en la oscuridad.

Coloradito: (Pausa breve.) Es como yo le digo, señor brigadier… Usted los odia… Y los odia con toda la tripa, se ve… Pero en el fondo… en el fondo les tiene cagaso que ni pisar el barrio quiere…

Brigadier: (Reapareciendo con el palo de golf sobre el hombro.) ¿A los punguistas, che?

Coloradito: (Rápido desde el otro rincón.) Noooo, a los negros…

El Brigadier se sienta nervioso en el sillón de peluquería y toma su abanico serigrafiado con el que se apantalla histéricamente.

Brigadier: (Una risotada.) Ja. ¿Miedo yo? ¿A los negruzcos? ¿Y desde cuándo?

Coloradito: Cagaaaaado como palo de gallinero propiamente, les tiene cuiqui… Y muy especialmente a los nuestros, a los de barrio Güemes… Que se ve que tanto lo atormentan en sus noches andariegas de bulín.

Brigadier: (Se cruza de brazos.) ¿Ah, sí, che… y porrrrrrrrr qué a los de barrio Güemes?

Coloradito: Usted sabe muy bien por qué… (Lo mira un tiempo, luego.) No se haga el boludo…

Brigadier: (Se para rápidamente y le apunta con el abanico.) El que se hace el boludo es usted… Peregrinote… (Cabito camina alrededor del escritorio con un taco en la mano y el otro en un pie.) Vaya al llano y diga por qué le tengo que tener miedo a esa manga de negros batracios que mantiene usted.

Coloradito: (Se miran un tiempo los dos, luego.) Anda corriendo la bulla, la voz de que usted quiere corrernos, fletarnos del barrio nuestro… (El Brigadier se vuelve a sentar en el sillón de peluquería y allí se coloca el peluquín. Cabito, con su taco en alto, se coloca detrás de Coloradito.) ¿Qué hay de cierto en eso que se masculla a voces… y que parece que viene de su panal más obtuso, de su santuario-sudario? Si es así, dígalo… No lo trague más… Escúpalo de una buena vez…

Brigadier: (Aplauso en el aire.) Pero parece que el puterío en Güemes corrrrrrreeeeeee… (Levanta el brazo en alto; luego, al terminar la frase, lo baja bruscamente.) Como un forrrrrrrrrrrrrrrrro en el CULO, che… (A Cabito, que se le quedó mirando detrás de Coloradito.) Pero por Dios… (Golpea el abanico en su palma para que Cabito vaya hasta su rincón oscuro. Cabito obedece y corre rápido con un pie descalzo y el otro con su taco que renguea.) ¿Pero será posible que aquí no se pueda… (A Cabito) guardar ni un mísero secreto de estado, che...? (Se le queda mirando a Coloradito mientras se apantalla con su abanico serigrafiado. Cabito busca los ruleros que le irá colocando al Brigadier en su peluquín.) ¿Usted no sabe… que la barrrbarización… es una peste milenaria… una epidemia antediluviana que azota y castiga... a las indefensas metrópolis... en su urrrrbanidad…? ¿Y qué es lo que hay que hacer… para enfrentarla… para limpiar a las ciudades de toda impureza, de toda… adulteración pastoril? Para terminar con esos… (Da un grito, señala violentamente el ventanal) inmundos... claustros de barranco… (Se le queda mirando un tiempo, luego se sirve otra copa de vino.) Bueno, muy bien... Parrrrquizar… (Cabito le sigue peinando el peluquín.) Construir… y civilizar… Refundar esta patria corsaria, esta patria enlodada… Hay que purgar esta provincia… (El Brigadier ahora se convierte en un inglés que intenta dificultosamente hablar el castellano.) Hay que educar al soberano… y civilizar… al incivilizado… (Cabito termina de colocar los ruleros en el peluquín y queda detrás del Brigadier, reproduciendo cada gesto que haga él.) ESA... ESA... esa debiera ser la ley primera, la ley unánime… la ley primaria por excelencia…

Coloradito: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) ¿Construir qué cosa, señor brigadier?

Brigadier: (Se le queda mirando sorprendido. Luego mira a Cabito, cómplice.) Pero parece que usted no sabe nada del proyecto nuevo… (Despliega su abanico serigrafiado como un pavo real y mira a Coloradito sonriente un tiempo, mientras se apantalla. Cabito hace lo propio y se apantalla detrás de él. De aquí en adelante, Cabito irá reproduciendo cada ademán que haga el Brigadier.) Un acueducto… (Lo mira sonriente a Coloradito un tiempo, luego.) Un canal ancho, que parta del Sequía hacia el mar… (Cierra bruscamente el abanico girándolo en el aire.) Y de allí… (Se abalanza con su enorme cuerpo dándole forma a un mundo imaginario.) Alllllllll mundo como una manzana… Al mar… Al tan ansiado mar civilizador… (Señala hacia la platea como si allí estuviera el mar. Imita con la boca el vago sonido del viento y de las olas.) Dejamos de ser un estado insular, un estado ínfimo, para pasar a formar parte de un mundo nuevo… (Señala el cuadro de Federico el Grande con el abanico.) Un mundo hecho a la justa y declamada ambición de lo que soñaron nuestros antiguos… (Baja lentamente su abanico y llama a Cabito, que ha quedado ridículamente a espaldas de él con el brazo apuntando hacia el cuadro.) Cabito... Tráiganos la vela... Y háganos su numerito por favor… (Cabito desarme la figura bruscamente y corre rápido a buscar la vela. El Brigadier se pone de pie y va hasta el ventanal.) Imagíneselo usted mismo… (Al ver que Cabito asoma por la puerta con la carabela manual, hace un vago ademán.) Adelante, adelante… Que comience la función… (Cabito reaparece sosteniendo un palo con una vela y camina en círculo con su inigualable marchita militar. Allí, el Brigadier lo contempla como una estrafalaria maqueta humana y lo sigue por detrás apantallándose.) Una barcaza refulgente, como nuestra fragata libertad… (Cabito resopla la vela, reproduciendo el vago sonido del viento.) Andando y desandando los canales del viejo carcarañá, como si fueran… los de un nuevo mundo… un navío con su alcázar imponente, monumental… (Abre sus brazos en círculo, como un pavo real.) Un mascarón de proa, partiendo de estos puertos alados… rayado el casco por la mordedura verde del mar asalvajado… (Allí queda de espaldas al público y de frente al ventanal.) Y rompiendo... con esas olas bravías… de las riveras nuestras... del Atlántico sur… (El Brigadier queda nostálgico mirando hacia el ventanal, mientras Cabito se pierde con la vela en la oscuridad.) Europa… ja… (Abandona la melancolía y vuelve a rearmarse nuevamente.) El viejo y arrugado continente blanco… (Toma la copa de vino entre sus manos y va hasta Coloradito.) Dejará de estar en las antípodas del mapa mediterráneo, y pasará a formar parte de un nuevo destino próspero: (Dándose vuelta, levanta la copa en clara señal de brindis.) EL… nuestro.

Coloradito: (El Brigadier, petulante, hace fondo blanco de su copa hasta el final.) Le está cayendo mal el vino, señor brigadier…

Brigadier: (Lo disfruta.) Póngase contento, que en dos semanas empezamos la obra, trecientos cincuenta monos esperando la señal de largada… (Cabito reaparece con una panza hecha de trapos bajo su remera.) ¿No es así, Cabito? (Cabito esconde presurosamente la panza que no llega a ver el Brigadier.) Ah, vaya informándoselos a los vaguitos de su manada, para que se vayan buscando rancho fuera, cerquita del andurrial… (Un aplauso en el aire.) O en las barrancas sureras, dicen que hay tierrrrrrrrrrrrrra a lo loco ahí…

Cabito, todo panza, se mira frente a un espejo imaginario. Toca esa panza grande y la acaricia suavemente, mientras Coloradito y el Brigadier siguen en amplia disputa.

Coloradito: ¿Y para eso nos desaloja…? ¿Para construir una acequia, una cuenca endorreica que lleve su oscuro mercantilismo, al mar solapado?

Brigadier: (Se da vuelta para buscar a Cabito, que sigue tocando la enorme panza sin advertir su mirada. Luego vuelve solemne hacia Coloradito, mientras se apantalla.) ¿Desalojarlos…? ¿Y para qué está el quinto loteo, digo yo…?

Coloradito: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) Usted sabe muy bien que el quinto loteo es un basural a cielo abierto, pegado a la cárcel de Bouwer.

Brigadier: (Una risotada, luego, burlón.) Ja. ¿Y Güemes qué vendría a ser, che? ¿El verrrrrgel, el paraíso del abrojal, de la nueva Córbola? Pero no me joda con el mercado de pulgas ahora… (Despliega su abanico y se apantalla nuevamente. Cabito hace lo suyo y lo imita por detrás.) A otra vizcacha con esa vizcachera…

Coloradito: Ahora que lo agarra usted, seguro que paraíso vuelto a la miseria…

Brigadier: (Yendo otra vez hacia Coloradito.) Póngalo como quiera… la obra se hace lo mismo… (Abre los brazo como un cristo.) Arena y hormigón acá en Yocsina, un verrrgel… (Se queda pensativo, luego.) El resto… el resto… el resto póngale que lo regala nación… Ve, ahí tiene… (Ríe cachondo y chasquea los dedos dando unos tristes pasos de gato. Cabito todo panza se suma divertido al baile con él.) Generosa la nación con nosotros siempre… Una gringuita trenzuda y de piernas abiertas… (Marca reverencia pomposa con ademán, intentando balbucear alguna palabra en francés.) Oleluá…

Coloradito: (Rápido contesta.) Al final era lo que usted quería, ¿no…? (El Brigadier desarma el bailecillo y lo mira a Coloradito fijamente.) Echarnos… rajarnos definitivamente del barrio nuestro.

Brigadier: (Rápido le chista corto.) Los corro un poquito del mapa, no exagere, los erradico, eso es todo, nada del otro pozo, nada de…

Coloradito: (Interrumpiéndolo, da un grito.) Nos pega patada en el culo, que no es lo mismo… (Se miran un tiempo los dos, luego.) Nos persigue… nos encarcela y ahora nos echa como si fuéramos… escapados criminales de guerra… Si sigue moviendo el avispero así, se le puede volver el aguijón en contra, señor brigadier…

Cabito interrumpe de un grito para evitar un nuevo enfrentamiento.

Cabito: (De un grito señala el culo mientras se apantalla la nariz.) Pápa… Pápa... Está… está hablando…

Brigadier: (Toma el rebenque y apoya gauchescamente la pierna sobre el sillón de peluquería.) ¿Ah, sí...? (Con el rebenque le señala el piso.) Acá... Acá... Acá... (Cabito, hecho un bollito, se arrodilla obediente en el suelo. El Brigadier levanta el rebenque amenazadoramente en lo alto.) ¿QUIÉN… está hablando?

Cabito: (Tembloroso, mientras se apantalla la nariz arrodillado.) El… el comandante…

Brigadier: (Queda un tiempo con el rebenque en lo alto. Luego lo baja solemne sobre la cabeza de Cabito, dando pequeños golpes sobre su visera.) Ah… ¿El comandante?

Cabito: Sí, el comandante…

Brigadier: (Dando rebencazos en el aire.) ¿Y lo escuchó decir algo?

Cabito: (Sin saber qué decir.) Nada… No… No dice nada…

Brigadier: (Se le queda mirando, luego, nerviosamente.) ¿Cómo que no dice nada? ¿Cómo que no dice nada? (Se sienta nervioso en el sillón de peluquería y se coloca los auriculares. Luego, da un grito.) Algo tiene que decir…

Cabito: (Corriéndose.) Para mí no… no dice nada…

Coloradito: (Desde el otro rincón da un grito.) Nunca dijo nada… Que no es otra cosa…

Brigadier: (Levantándose furioso, pega un puñetazo sobre el escritorio.) Pero por los diez fetos de una vaca preniada, carajo. ¿Para qué tana achura si no dice nada?

Cabito: (Temeroso contra la pared, sin saber qué decir.) Para no perder… (Se le ocurre de pronto.) Para no perder la… costumbre… usted siempre dice…

Brigadier: (Se le queda mirando un tiempo, luego.) A veces me pregunto, cabito, si usted nació de sentado… o de culo, mijo… (Se le queda mirando un tiempo, luego.) Pero no sea tan infeliz… (Se da vuelta y señala a Coloradito con el rebenque.) El gaucho es un animal de costumbre, pero usted, usted, mi niño querido… (Se le queda mirando un tiempo, luego le palmea la cabeza tiernamente.) Usted es un animal manso… limpio… y ordenado, eh… (Al ver que Cabito se le queda mirando.) ¿Qué? (Vacila y le tira unos billetes al suelo. Cabito, obediente, recoge con la boca como un perrito y sale.) Vaya a comprarse un choripa y no joda… (Da un grito mientras Cabito sale disparado hacia la calle.) Y no se enchastre las ropas con el chimichurri, que si no después le tengo que andar comprando pilchas en el cotillón…

Coloradito: (Burlón.) La educa bien a la soberana, se nota, eh…

Brigadier: Mejor que USTED me salió… Putrefacto el cerebro y lleno de BOSTA... (Ilustra el gesto con las manos formando una suerte de vagina en vez de un corazón.) Pero de buen coração...

Coloradito: De eso seguro… No como usted, que de corazón entiende poco y nada…

Brigadier: YO no soy montura de nadie, si es a lo que se refiere… Y menos de esa indiada suya... (Mueve los hombros burlonamente.) Que coquetea por los burdeles del huerto, que por cierto… (En un cantito burlón mientras mueve su cadera con las manos en la cintura.) Muy de botas de potro su pertrecho bélico… Pero que, en el fondo, su monada parrillera... ensilla con el chiripa... (Se agacha dejando ver su enorme culo y sale.) Cagado hasta la espalda…

El Brigadier se pierde en la oscuridad y allí bebe su profuso trago. Coloradito se le queda mirando fijamente con la bronca contenida. Se produce una pausa breve.

Coloradito: Usted siempre se hace el duro con nosotros… El áspero… Y el gallito de porra malayo… Pero en el fondo… (Reaparece el Brigadier apantallándose con su abanico serigrafiado.) En el fondo es más blandito que el mondongo peruano… (Se pone de frente al público, luego burlón.) Se le nota cuando pone esa cara de ternerito triste que se lo están culeando…

Brigadier: (Baja violentamente el abanico y grita su rabia.) Ja. ¿Habla la morcilla vasca o el chorizo colorado, che?

Coloradito: (Rápido y enérgico.) Habla el que lo enfrenta… El que no le recula nunca… Y el que no se le caga en las patas a las elecciones con nadie… (Lo mira un tiempo muy serio, luego sosegado.) Si no acepta el intercambio ahora mismo… Me veo obligado a levantar la bulla, señor brigadier… Y mire que el zonda nuestro… corre muuuy a pulso… Y no respeta ni cuevas ni guaridas, de esos fiscalitos regimentados que mantiene usted...

Brigadier: (Fingiendo falsa sorpresa.) ¿Ah, sí? No digas, che… (Tomándose el pecho teatralmente.) Ay, caramba… ay… ay… ay... (Se palpa el pantalón por detrás.) Creo... creo que me cagué en el pantalón, che… (Bruscamente pone las manos en alto.) Momento… MO-mento… (Lo señala con el abanico y queda estático unos segundos en el lugar.) Déjeme adivinar… Lo veo en su cara... Lo leo... en sus ojos escrutadores... (Señala sonriente hacia el ventanal.) Esos negros ya armaron puterío nuevo. ¿Es eso? ¿Es eso? Ah… (Una risotada.) Es eso, es eso… (Se sienta divertido en el sillón de peluquería, luego en un cantito burlón mientras se apantalla.) Bueno, contá, contá... dale, contá… Soy todo oídos, lo escucho, diga… ¿Qué bulla?

Coloradito: (Sonriente y sosegado. Lo disfruta.) La de sus reiterados viajes turísticos a Colombia, señor brigadier… (El Brigadier queda congelado con el abanico en la mano. Coloradito empieza a rodearlo como un carancho a su presa.) Y pierda cuidado, que no es ningún puterío armado… Hace dos meses que viene viajando y bastante seguido… (Se manda un maní a la jeta.) Parece que tiene promociones, escapadas a Cartagena… Y que de vez en cuando se baja disfrazadito por los montes, y se chupa vinos con el coronel Moncadas… Por cierto, el traje de marinerito no le sienta nada mal al brigadier… (Ríe tentado, luego en su oreja.) Aunque la faldita escocesa y el brasier acorsetado no es muy de la milicia suya, señor Santulián… (Coloradito vuelve nuevamente a su antiguo rincón.) Para más datos… (De su bolsillo saca un papel amarillento.) Tengo fecha… día… (Arroja el papel al piso) y horario de viaje…

Brigadier: (El Brigadier toma el papel que estaba sobre el piso y se le queda mirando un tiempo mientras asiente con la cabeza, luego.) Así que me andas siguiendo la huella… Como perrito petizo, eh… Mira vos… (Se pone de pie y levanta los brazos.) Bueno, fui a buscar inversiones… (Se toma los genitales grotescamente.) Finannnnnnnnciamiento… (Camina solemne con las manos atrás hacia el ventanal.) Necesitamos estrechar un lazo fuerte… un lazo macho con Bogotá... y otros estados periféricos en la zona… Queremos hacer un puente comercial bien pujante entre las dos ciudades, un puente mercante, populoso… Usted sabe… Y de gran, gran porvenir latinoamericano, por cierto… (Al advertir que Coloradito ríe burlón.) ¿De qué se ríe…? (Da un grito.) ¿ADULÓN?

Coloradito: (Mientras ríe tentado.) ¿Así que la nueva Europa… Y el ilustrado continente blanco tan pretendido por nuestro regente, viene a quedar en la negrosa Barranquilla…? No diga, che… (Se le queda mirando un tiempo, luego.) No sea tan moquero… No fueron inversiones precisamente las que fue a buscar a Bogotá… Fueron armas… Fierros… Fierros para guerrear como tanto le gusta hacer a usted, señor Santulián…

Cabito entra a los gritos con dos choripanes y una pechera pintarrajeada en estridente color negro que reza: “Nacional y popular”.

Cabito: (A los gritos.) Pápa… Pápa… Abajo… Abajo están todos… Muy calientes… Dicen que le van a… (Señas de ponerla.) Romper el cuyanito… (El Brigadier le toca la pechera a Cabito, mientras este intenta cubrirla como puede.) A usted… y al… y al comandante… (Cabito se saca rápidamente la pechera y la arroja al piso.)

Coloradito: (Divertido desde el otro rincón.) Epa la vaca… ¿Escuchó, brigadier…? Parece que se le da vuelta la taba… (Tentado se manda otro maní a la jeta.) Ja. Bastones largos versus choripa con tinto… A ver cómo baila esa samba el señor brigadier… (Hace breve zapateo.)

Brigadier: (Que se le quedó mirando fijamente.) ¿De qué guerra estás hablando, negruzco?

Coloradito: (Lo mira un tiempo, luego.) No se haga el boludo… La que va a desatar contra nosotros, contras los negros… O se cree que en Güemes nos chupamos el dedo con dulce de leche, señor Santulián…

Brigadier: (Se le queda mirando un tiempo, luego nerviosamente escupe el piso.) Seguí moqueando, nomás, seguí moqueando… Que te vas a quedar SOLO como loco malo en el desierto… (Pega media vuelta y se va hasta el ventanal.)

Coloradito: (Rápido y enérgico.) ¿Me lo niega?

Brigadier: (Se da vuelta y abre los brazos en cruz.) No... No, no, no… Decí lo que quieras… Acá ya sabemos que lo suyo es la falacia, la calumnia… Y que de ese potrero SUCIO y lleno de BOSTA, usted no sale ni a rebencazos…

El Brigadier se encamina nuevamente hacia el ventanal.

Coloradito: (Da un grito rabioso.) Los boletos de compra venta están en su oficina… (El Brigadier detiene su marcha bruscamente y pega la media vuelta. Coloradito levanta los papeles en el aire como una bandera.) Y según veo, parece que son estos, señor Santulián…

Brigadier: Pendejo chorro hijo de puta… (Da un grito, se abalanza sobre Coloradito, que lo esquiva ágil como un torero.) Dame esos papeles, negracio…

Luego de la avanzada, ambos quedan parados en lugares opuestos.

Coloradito: (Respondiendo del mismo modo.) No se lo doy una mierda… Si los quiere, libere a Miralles y no joda más…

Cabito se interpone entre ambos como puede y se arrodilla sobre el sillón de peluquería quedando preso, en medio de los dos.

Brigadier: (Lo mira fijamente un tiempo, luego.) ¿Vos querés que largue al negracio amante tuyo...?

Coloradito: (Rápido y enérgico.) Ahora mismo y como corresponde…

Brigadier: (Asiente con la cabeza y lo mira fijamente un tiempo, luego.) Está bien… Está bien… (A Cabito.) Llámalo a Basilio… Y decile que partan los grillos de ese negro basura que tenemos por reo… (Cabito, intuyendo lo peor, no obedece y se queda estático en el lugar. El Brigadier avanza unos pasos hacia Coloradito.) Ahora dame esos papeles…

Coloradito: (Coloradito retrocede al mismo tiempo que el Brigadier avanza.) Hasta que no lo vea a Miralles pasar por esa puerta, no le doy ni la birome, señor Santulián…

Brigadier: (Molesto.) Está bien, lo vas a ver… Lo vas a ver… Si la palabra está preñada acá… (Risita burlona, luego se corrige rápidamente.) Parrrrrrdón… digo empeñada… (Se pone serio de pronto, luego.) Pero antes, antes... antes mándame esa tropilla de forros conchudos al chiquero de donde salieron... (Señala los ventanales de un grito.) No quiero ese sicariato acá abajo…

Coloradito: (Lo interrumpe enérgicamente.) Cuando lo vea a Miralles pasar por la potranca suya… (Vuelve a levantar la cabeza desafiante y lo mira fijamente otra vez, luego.) Los mando derechito al barrio nuestro… (Sonríe victorioso.) Y en menos de lo que se come un choripa nuestro… (Vuelve a chasquear los dedos en el aire.) Señor Santulián…

Brigadier: (Asiente con la cabeza mientras lo mira, luego, en un cantito irónico.) Veo que tenés muchas ganas de ver al negro, eh…

Coloradito: (Enérgico.) Yo y todos mis compañeros… Y sus hijas… Y su esposa también… Todo barrio Güemes está pendiente del trampero suyo, señor Santulián… (Se miran un tiempo los dos, luego.) Deje de dar tanta vuelta como calesita descompuesta… Y dígale a su amigo el rata que no se haga el boludo… Y lo libere de una buena vez… (Se vuelven a mirar un tiempo los dos, luego burlonamente se apantalla con los papeles.) A menos que quiera que le agite los papeluchos suyos… por la enramada del palacio de injusticia, señor Santulián…

Brigadier: (Levanta los brazos en cruz.) Está bien, compadre, está bien… (Pausa. Se le queda mirando un tiempo, luego, en falsa resignación.) Ya que insistís tanto, me convenciste… (Lo mira fijamente otra vez, luego semisonriente.) Te lo voy a dejar al negracio amante tuyo… Como tanto pretendes… (Se miran un tiempo los dos otra vez y se produce un silencio tenso, luego da un grito.) ¿Lo querés…? (Golpea su abanico serigrafiado entre sus palmas. Luego avanza unos pasos y del cajón del escritorio saca la cabeza reducida de Miralles, que sostiene un tiempo en el aire.) Acá lo tenés… (Apoya la cabeza violentamente sobre el escritorio, luego burlonamente.) Todo suyo, mi general… (Una risotada enérgica y rabiosa.) Ni los gusanos de Güemes se chupan al guampudo del negro…

Coloradito: (Se queda tieso unos segundos mirando la cabeza de Miralles. Luego, intentando reaccionar, va hacia el Brigadier.) Hijo de puta… Viejo hijo de puta…

El Brigadier hunde el sable umbrío por el pecho de Coloradito, que se desploma solemnemente sobre el piso. Cabito, con sendos choripanes, se queda paralizado al ver la escena del matadero y va finalmente hacia el cuerpo de su hermano.

Cabito: ¿Qué… qué hizo…? Lo… lo…

Brigadier: (Con la punta del sable le arranca los papeles de la mano a Coloradito.) JUSTICIA… Eso hice… Justicia divina y sacrosanta… APRENDA, hijo mío… Cuando la patria está en peligro, hasta la propia sangre se corta y se rebela… (Se seca la transpiración con los papeles, luego los arroja sobre el escritorio.) Se acabó… La oscura invasión alquitranada se terminó… La amenaza lúgubre y umbría… (Mira despectivamente el cuerpo de Coloradito.) De esa oscura casta larval de barranquería… Ahora sí que podemos bajar el dichoso telón (Señala el ventanal) de esa república GRASA, fabricada por su hermano de sangre… (Se encamina hacia la puerta.) Por fin... y por suerte… ya no escucharemos más su endecha triste, y ese jocoso lamento de pájaro mustio: (Canta burlonamente hacia el ventanal moviendo la cabeza como un títere.) Crespiiiín, crespiiiín, crespiiiín… Cantaba el pájaro sin aura… Nuestra... galerita de corral… Y mírelo… Qué flor de pájaro nos echamos… Que el pobrecillo ni vuelo tiene… Ahí lo tiene al muy dormilón… La joyita del abrojal… (Se le queda mirando un tiempo, luego señala su cuerpo con el sable.) ESA… ESA… Esa es la fina estampa del guerrero vencido… (Levanta el sable en lo alto.) NUESTRO... soldadete de plástico rojo… (Con el sable hace una circunferencia en el aire como si dibujara una víbora.) Cayendo y desmoronándose pesadamente, como el león de Baviera… (Rompe la figura corpórea bruscamente y va hasta el ventanal.) Pero ya está… se terminó… (Limpia su sable ensangrentado con el pañuelo.) Se acabaron sus plegarias abyectas, se terminó su algarabía hueca y fecal… (Mira hacia el ventanal.) Ahora, su Dios parrillero sucumbe entre estas rocas… de este pálido desierto blanco… (Bebe nuevamente su trago profuso.) Aquí no se ha hecho otra cosa más que justicia limpia y verdadera… Bueno, ya lo decía nuestro san Agustín, ¿no? Sin la justicia, ¿qué son los rrrrrreinos, sino una partida de salteadores?

Cabito: (Sobre el cuerpo de Coloradito.) Pierde mucha… mucha sangre…

Brigadier: (Limpia su sable corvo con los documentos.) Sangre conchalera... Sangre gibosa y contrahecha… Mañana mismo mando limpiar los pisos, de eso no se preocupe… (Levanta el sable en lo alto y allí se mira en el reflejo peinándose el peluquín.) Además, si es por limpieza, aquí la peonada nuestra se chupa y se relame la sangre a tragos… (Coloca el sable de punta y lo mira embobado.) Entró limpio y derechito, eh… Usted lo vio, ¿no? Derecho y al hueso… Le perforé la carótida como un diminuto duraznillo de prisco… (Agitando el sable y catedrático.) Con un solo movimiento certero y una sola estocada, basta para que entre y salga sin derramar una SOLA gota de sangre… (Señala el piso con asombro.) Mire qué precisión, que ni el parrrrrrquet se manchó… La esgrima es así, mijito… Es un arte divino, un arte refinado y, sobre todo, Muy, pero muy, pero muy… (Otro arabesco en el aire) peligroso…

Cabito: (Limpiándole la sangre con uno de sus trapos.) ¿Y lo… y lo va… a… a dejar así?

Brigadier: (Lo mira mientras revolea el sable.) ¿Así cómo?

Cabito: Así… Desan… desangrándose…

Brigadier: (Deja de revolear el sable, luego de un tiempo lo mira a Cabito.) Tiene razón… No lo había pensado… No... Mañana mismo lo paso a degüello para que le corten la bocha como al otro, yerba mala... nunca muere… (Se para enfrente del cuerpo y lo mira con repulsión.) Además, mírelo… (Coloca su mano en sus ojos como quien se cubre del sol.) Guah… Me negrea el paisaje… Me lo arruina... Y me lo vuelve umbrío… NO... no, no, no, no, no… (Se encamina hacia el ventanal y se detiene allí antes de salir.) Demasiada oscuridad para un solo día, mejor que se lo lleve el fango del río... Y que el agua y los remolinos hagan lo suyo… Con un poco de suerte... se lo achuran las palometas bravas del río Cuarto… (Desliza lentamente su sable corvo sobre la espalda de Cabito.) Y de paso, nos ahorramos ese crematorio inferrrrrnal…

El Brigadier se pierde entre en las sombras y allí se vuelve una sombra más. Cabito queda sobre el cuerpo de su hermano tendido sobre el piso y teniendo absurdas alucinaciones de resurrección.

Cabito: (Con la oreja en el pecho de Coloradito.) Todavía… todavía respira…

Brigadier: (Desde la oscuridad.) ¿Ah, sí? (Sale como un tigre entre las sombras y vuelve a hundir su sable umbrío sobre Coloradito.) Hace bien en avisar... (Levanta su sabe triunfal y camina hasta el otro rincón.) Ahora ya no… Ahora YA... no respira más… (Al ver que Cabito queda tendido sobre el cuerpo de su hermano.) Déjelo… Déjelo que al chancho se lo lleve la correntada… Al fango del Sequía le hace falta cebada negra, mijito… (Recordando de pronto.) Malta… Malta corralera y alquitranada… Imagínese… Con una buena lluuuuuvia como la de la otra noche… Eso... Eso nos hace falta aquí… Una buena limpieza, el cauce de la Lagunilla se vuelve enteramente torrentoso... Y un mísero pedazo de carne COMO ESEEEEEEEE… (Señala el cuerpo de Coloradito. Luego sale con los brazos en alto.) Se desliza… como manteca… (Sopla el aire dos veces.) Entre las piedras…

El Brigadier sale solemnemente y se pierde nuevamente en la negrura del panal.

Cabito: (Mira sus manos ensangrentadas y queda perdido un tiempo, en la desmembrada confusión.) Pero… no… entiendo…

Brigadier: (Su voz latosa desde la oscuridad.) No se preocupe mí, soldadete blanco, es al pedo mear contra el viento… Aquí… Aquí no hay que entender nada… Aquí sólo hay que ser y dejar ser… Repita conmigo, vamos... Seeer y dejar ser… (Reaparece dando un ridículo paso de baile como torero y se sienta finalmente en el sillón de peluquería.) SEEEEEEEEER… y dejar ser… Tan simple y sencillo... (Vuelve a soplar el aire.) Como el viento norte…

Pausa prolongada.

Cabito: Usted… Usted siempre… habló… de la… familia… (Pausa. El Brigadier, beodo, mira por el culo y de vez en tanto chasquea los dedos.) La sangre… es la… sangre… Usted decía… (Pausa breve.) Usted siempre… nos dijo eso… de niños… nos dijo… (Un tiempo.) ¿Se acuerda…? (Vuelve a mirar sus manos ensangrentadas.) La sangre tira… Así nos decía… La sangre… tira…

Brigadier: (Saca la cabeza del culo rezongando.) La sangre, la sangre, la sangre… (Hace ruido de pedo con la boca.) La sangre no te hace pariente… Pero la lealtad... la lealtad te vuelve familia… (Cabito vuelve a mirarse las manos ensangrentadas.) Pero usted ya lo ve… El sapo no cría cola, el perro tiene una y no tiene dos… APRENDA… que los hijos… no son de quien los tiene, sino de quien los cría y de quien les forja un futuro fervoroso, un futuro prometedoooooor… (Vuelve a beber de la botella rabiosamente.) Aunque su hijo después… se convierta en su propio… Judas Iscariote… Y con la daga, con el cuchillo trapero le quiera ARRANCAR los ojos de la cara con el… pues, eso no importa… Porque usted hace lo que puede con él… (Se le queda mirando un tiempo a Coloradito, luego le cubre el rostro con el trapo.) Y no es fácil... enfrentarse a ese león de Baviera, cabito, NO es fácil… Pero alguien tiene que hacerlo… Alguien tiene que poner a salvo la especie, la humanidad, la estirpe… Alguien tiene que enderezaaaaaaaaaaaaaaaarrr… al torcido (Vuelve a beber un trago corto de su botella de vino.) Y usted, cabito, usted es un buen hijo… Y un hijo… un hijo con todas... con todas las de la ley…

El Brigadier bebe su trago profuso y vuelve a zambullirse largamente en el catalejo.

Cabito: NO… ME DIGA… HIJO…

Brigadier: (Sin haberla escuchado, sigue de espaldas mirando por el catalejo.) Y un hijo sano y obediente… Un poco vago nomás, un poco haraganero, pero de buen corazón…

Cabito: (Toma su holgada remera lentamente del cuello y se la saca. Su torso ha quedado completamente desnudo, dejando al descubierto las vendas que fajan fuertemente sus pequeños senos como dos limones. Respira agitada y convulsa. Luego en su voz quebrada, susurra:.) DIGAME HIJA… SU HIJA… SOY…

Brigadier: (Deja de mirar por el catalejo.) Y los hijos de buen corazón… (Piensa, luego.) Son como… (Se le ocurre de pronto.) Son como ángeles… Pequeños querubines, pajarillos que vuelan, que flotan así en el aire con sus alitas delgadas, deshilachadas, flácidas, sobre la oscura capa de la tierra… (Se le ocurre de pronto.) Mieeel… Miel pura de las abejas… ESO… (Entusiasmado sirve vino en la copa.) Brindo… por esa miel... Brindo por esa… (Levanta la copa en clara señal de brindis.) Virrrrrrrrrginidad… (Bebe su trago profuso, luego al verla decaída.) Pero póngase contento, mijito… (Intenta tocarle la cabeza, pero ella se echa hacia atrás rechazándolo.) ¿Pero por qué esa cara larrrrga como alpargata… eh…? (La risotada típica de la borrachera.) Ni que aquí tuviéramos un velorio… (Vuelve a desparramarse nuevamente sobre el sillón de peluquería.) El hombre jubiloso es el hombre del mañana, es el hombre del futuro... Anote eso en su libretita y repítalo varias veces, eh… Soñar con nuestro futuro... (Beodo se pierde en su propio discurso.) Es mucho mejor... que lamentare... por nuestro pasado… Anótelo... (Queda un tiempo perdido en la nebulosa, luego.) ¿Mañana dije yo… mañana? (Acordándose de pronto, pega un aplauso en el aire y se levanta del sillón como un rayo.) Ah… Mañana… Mañana hacemos frondoso asado en lo de Funes, búsquese el mejor harapo que tenga, que mañana nos vamos a parrillar: (Se palmea la barriga y ríe divertido.) A Nueva Córbola... (Exclama hacia los cielos.) Música, música, música… (Va hacia la victrola y gira la palanca como una noria, haciendo sonar de fondo “El Pericón Nacional”. Allí da unos tristes pasos de baile, mientras tararea el pericón.) Cooooooooooooooomo me tira el asado con cuero, che… Achalay… Vinito patero, asado de tira y pericón nacional… (Un grito festivo.) ESA… ¿Qué le parece esa samba pa’ bailar, eh? (Vuelve a tirarse sobre el sillón de peluquería y allí retoma su antiguo ritual.) Ah… Me olvidaba… La putona de Clorinda viene mañana, su prometida. ¿Se acuerda? Su noviecita de medias tardes... (Frunce los labios exageradamente.) La morochona de rrrrrrrrococó… (Se toca la boca babeando groseramente y cierra los ojos como si tuviera un orgasmo mental. Cabito se da vuelta y camina solemne hasta él.) Jugosas tetas la de Clorinda… (Manosea obscenamente el culo y chasquea la boca como quien chupa un caracú.) Regordotas como vaca y de pezón bien carrrrnoso y colorado… El oscuro postre mío… La ofrenda GRASA... (Saca la lengua excitado.) Larval… (Ríe borrachamente mientras se coloca el peluquín despeinado.) Si quiere la compartimos y le damo masita los dos… O los tres… Que Funes ponga munición también… ESA… (Ríe divertido y baila borracho a carcajada limpia sobre el sillón. Cabito ya asoma su figura fantasmagórica, hecha una sombra tétrica por detrás.) Al ron... Se pone más llllooca la morochona de piquillín… (Como si la viera frente a él.) Vení… Vení mamoncita, vení... Sentate acá… (Se toca los genitales.) Acá... (Fiestero revolea la peluca por el aire.) Gigi... Me hace cuando la llevo al balcón… Gigi... La morochona sin calzón…

Cabito hunde el sable umbrío por la espalda del Brigadier. Este lo mira un tiempo desconcertado y luego cae pesadamente sobre el escritorio. Allí mismo, en la penumbra como un fantasma, Cabito queda mirando tieso en la oscura confusión. Se enmudece el pericón y se empieza a oír el sórdido bramido del viento estremecedor. El espíritu de Coloradito, que yacía sobre el suelo, se pone lentamente de pie y queda erguido unos segundos en el lugar. Luego avanza solemne hacia la puerta del panal y allí queda estática su delgada figura otra vez. En tanto, el espíritu del Brigadier reproduce lo mismo y repite el mismo ritual. Luego de un tiempo, Coloradito avanza y atraviesa solemne la puerta del panal. En el mismo ritmo y por detrás, lo sigue envuelto entre tinieblas el Brigadier. Mientras el viento bufa lo que vendrá, desaparecen solemnes ambos cuerpos entre las sombras del oscuro panal. Cabito ha quedado allí en su boscoso rincón y mirando cómo los espíritus se diluyen en la lobreguez. En medio de esa nebulosa espectral, Cabito observa el sombrero de Coloradito que ha quedado tendido en el polvaredal. Va empequeñecido hasta el piso y toma el sombrerete aludo. Se lo está por calzar tímidamente en su cabeza, pero se detiene cuando logra divisar el casco prusiano del Brigadier. Va temeroso hasta el escritorio y toma el casco militar. Allí, mientras resopla un viento providencial, Cabito decide a merced su propio final. Sube lentamente el sombrerete aludo para colocárselo él, pero segundos antes, lo baja otra vez. Allí sube lentamente el casco militar, y deja caer el sombrerete aludo poniéndose el casco a la vez. Luego observa la capa verde que llevaba por los hombros el Brigadier y también echa mano para colocársela él. A partir de ese momento, su cuerpo deja de estar encorvado, sus movimientos ya no son aniñados, y sus hombros se ensanchan sobre sus espaldas con su pecho, que ya se hinchan, en una grotesca silueta militar. Finalmente, Cabito se sienta plácidamente sobre el sillón de peluquería, que ya se convierte nuevamente en el poltrón imperial. Allí empieza gradualmente a volverse Brigadier y a retomar su entoldado sable de sangre. Inmediatamente, las luces se reducen en un haz mediano de luz, para transformarse seguidamente en esa primogénita zona astral. En ese mismo brío, se oye el clarín grisáceo de aquella trágica tarde, anunciando la llegada inminente de un nuevo anfitrión. Se abre la puerta de hierro abruptamente como un rayo, y allí ya se vislumbra la figura regordona del Coronel.

Coronel: (Asomándose curioso.) ¿Siempre… ve al comandante ahí?

Brigadier: (Mientras sigue mirando por el catalejo.) ¿Ahí dónde?

Coronel: (Se le escapa palabrota y se tapa rápido la boca.) En el culo…

Brigadier: (Saca la cabeza bruscamente del catalejo y se levanta del sillón como un rayo.) ¿Cómo dijo?

Coronel: (Sin saber que decir, recula.) En el… en el…

Brigadier: (Saca su sable corvo y se lo coloca acertadamente en el cuello.) Retire ya mismo lo dicho si no quiere que le parta esa cabeza de toro acá mismo…

Coronel: (Rápidamente.) Ya, ya está retirado…

Brigadier: (Sostiene el sable en el cuello del Coronel, luego lo baja lentamente. El Coronel traga saliva.) Se lo dije una y mil veces… lo de… (Se corta abruptamente y mira hacia todos lados para no ser oído, luego prosigue en voz baja.) Lo de culo, es una visión anatómica, apenas una visión fisiológica… Reduccionismo puro y del más ordinario, del más mediocre que pueda haber… (Señala el culo.) Esta imagen, esta imagen merece nuestro más sentido respeto y la más absoluta honorabilidad… Y veneración militar póstuma, coronel.

El Brigadier se va hasta el ventanal y el Coronel asiente rápidamente con la cabeza, chocando sus botas en clara señal de reverencia.

Coronel: (Luego temeroso.) ¿Y él… él le habla…?

Brigadier: (Con las manos atrás y de espaldas al Coronel.) ¿Quién?

Coronel: (Señala el culo.) El cul… (Se tapa la boca rápidamente. El Brigadier le clava los ojos como un tigre.) El comandante… ¿le habla…?

Brigadier: (Se le queda mirando un tiempo, luego vuelve su cabeza lentamente hacia el ventanal.) Todo el tiempo…

Coronel: (Asiente nervioso con la cabeza otra vez, luego intrigado mientras mira el culo.) ¿Y él… qué le dice?

Brigadier: (Mientras sigue parado en el ventanal.) Según…

Coronel: (Que no entendió.) ¿Según qué?

Ya se oyen de fondo los tambores de “Glorias Prusianas”.

Brigadier: Según el día y la hora… (Mientras mira por el ventanal.) Vivimos épocas fuertes, coronel… Verdaderos incendios tenemos allá afuera… Y nuestro comandante tiene visiones desafortunadamente catastróficas…

Se oye de fondo un estruendoso pedo que sale del culo. El Coronel se echa hacia atrás, apantallándose la nariz.

Coronel: Ya veo…

Brigadier: (Se da vuelta y al ver que el Coronel se apantalla la nariz.) No sea idiota… No me refiero a eso… (Nuevamente se coloca a espaldas del Coronel.) En estos momentos, aunque usted no lo crea… Él nos está llamando…

Coronel: (Mira hacia todos lados, luego de un tiempo.) ¿Quién?

Brigadier: El culo... (Se da cuenta del acto fallido, luego corrige de un grito rápidamente.) El comandante...

Coronel: (Asomado al culo.) ¿Y él… qué le dice?

Brigadier: (Una luz brillante sobre su rostro oscurece todo a su alrededor.) ¿Decir...? El comandante no dice… En todo caso... (Romántico.) Nuestro comandante manda… manda… como San Martín… mandó en la cordillera…

La luz baja lentamente, quedando el panalcete en el umbral. El viento vuelve a rugir bravo e intenso, mientras se oye de fondo el vago alarido de algunos bicharracos en la oscuridad.

Telón final


Jumb1

Lourdes Pinzana

Fotografía


Jumb2

Miguel Rico

Fotografía


Jumb3

Alberto Navarro

Pintura


Jumb4

Armando Parvool Nuño

Fotografía


Jumb5

Shuta Ruelas

Pintura


Jumb6

Teocuitatlán de Corona

Laura Jiménez


Jumb7

Bachilleres y celular

Núñez | Ortega


Jumb8

Manifiesto contra la educación del siglo XXI

Luis Rico Chávez


Jumb9

Anacópula

Ana Anka Perú


Jumb10

El cuerpo habitado

Tania Ramos Azula Puerto Rico


Jumb11

Documentales IV

Luis Benítez Argentina


Jumb12

Cazador de horizontes

Marvin Calero Nicaragua