Quisiera saber dónde están los límites, me han planteado diferentes escenarios con bloqueador solar y tarde de picnic, pero hay algo que molesta, un humor que llega de lejos cargado con un aire denso, pesado, que se va condensando en bloques de color o en barras de calidad incierta; sería mejor entonces quedarse del otro lado y seguir mirando cómo caemos mil veces… los manifestantes, la vecina, el padre, la chica del colegio, inclusive tú o yo, tal vez, algún día soleado.
La frontera está ahí, donde la realidad líquida se derrama una y otra vez dentro de una pantalla, la crueldad se muestra inmediata como un escaparate que vende bien por cinco minutos una historia de terror a la moda, muy trendy con porcentajes que clasifican en los primeros lugares internacionales de desaparecidos.
Paisajes en descomposición es la muestra de una joven que no sólo sabe del oficio de la pintura, sino que también crea un diálogo armónico y realista que es a la vez una declaración de violencia, esa en la que todos nos regodeamos y nos angustiamos al mismo tiempo.
Los límites son invisibles, se nos han metido en la retina, somos un país de colores y amnesia; frente a las interferencias del inconsciente nos gusta contemplar nuestros propios actos fallidos.
De la exposición montada en la Casa Museo López Portillo