El compromiso con la educación exhibe un notable desequilibrio que afecta el rendimiento de los estudiantes. Sin segundas intenciones, es decir, alejados de la tentación de emitir juicios, lanzamos los siguientes cuestionamientos para que cada uno reflexione y realice el autoanálisis correspondiente:
Aunque pudiéramos pensar que las secuelas de la pandemia son historia pasada, a los profesores nos da la impresión de que apenas retomamos la actividad luego del obligado confinamiento. Seguimos recibiendo mensajes de nuestros alumnos informándonos de que “no pueden asistir a clases” e interrogándonos en el sentido de lo que pueden hacer para aprobar el curso.
Ingresamos al aula y nos encontramos con tres estudiantes. Revisamos el registro de asistencia y más del 30% de las casillas aparecen completamente vacías; el restante 70% exhiben también muchas lagunas, es decir, el ausentismo escolar es alarmante. Con el ánimo de ayudar lo más posible a los renuentes, cuando nos conceden el honor de atender nuestra clase los exhortamos a no faltar, a no llegar tarde. Prometen que ya no faltarán, y al siguiente día, al nombrarlos nos responde el silencio.
Tal es el rostro visible de esta realidad. ¿Qué hay en el fondo? ¿Por qué este desinterés, esta apatía, este grado ínfimo de rendimiento? (Nótese que los párrafos anteriores sólo hacen referencia a las ausencias en el salón de clases, pues habrá que considerar en qué medida los jóvenes presentes trabajan, cumplen con sus obligaciones, se esfuerzan por adquirir conocimientos.)
Los profesores apenas podemos asomarnos a esa realidad soterrada, a las situaciones ocultas cuyas consecuencias se perciben en el ausentismo y la apatía estudiantil. Algunos de esos hechos en ocasiones saltan a la vista: la falta de respeto entre los estudiantes (que muchas veces se extienden a los propios profesores), la violencia verbal y muchas veces física con que se agreden unos a otros, entre otras situaciones ante las cuales poco podemos hacer.
Todo ello deriva (o es consecuencia) de aspectos emocionales a los cuales se les presta poca atención. Con esta idea en mente, y considerando desde luego cada uno de los aspectos expuestos previamente, se nos ocurrió diseñar un curso en línea sobre el manejo de las emociones. Su contenido es el siguiente:
Para su implementación se hizo la invitación directa a siete grupos de la Preparatoria 2 de la Universidad de Guadalajara (alrededor de 300 estudiantes). Se les explicó en qué consistía el curso, su contenido y la dinámica para trabajarlo. “Se trata de una actividad opcional, no hay puntos extra ni penalización por registrarse o no hacerlo”, se les advirtió.
Luego de la apertura del registro, hubo 24 inscritos, es decir, menos del 10% de los invitados. Al paso de los días, algunos de ellos se fueron dando de baja. Al final sólo quedaron siete estudiantes. De ellos, tres realizaron nada más las primeras dos actividades, y tres más no contestaron ninguna. Sólo un estudiante completó todo el curso.
¿La razón de tal apatía? Pues si ni en las asignaturas regulares cumplen, no asisten y parece que ni siquiera les afecta el hecho de que pudieran reprobar, qué se puede esperar de un curso opcional.
Pero somos necios y en el presente ciclo volvimos a registrar el curso. Ahora, a través del área de Orientación Educativa de la Preparatoria, se seleccionó a un grupo especial de estudiantes, quienes ya se registraron y comenzaron los trabajos correspondientes. Esperemos en la siguiente entrega publicar los resultados de esta actividad especial.