Desde las primeras líneas, el lector conoce las reglas del juego: tiene ante sí una serie de poemas cuya finalidad es interrogar a la vida. ¿Sobre qué? Sobre aquellas “situaciones ásperas de la vida humana”. Con una peculiaridad: que no las entendemos y, aún más, para las mismas no hallaremos respuestas.
Este, por supuesto, es uno de los méritos de la poesía: cuestionar, dudar, poner el énfasis en situaciones —cotidianas, extraordinarias, no importa su naturaleza— ante las cuales no podemos sino expresar nuestra perplejidad, asombro, ira, compasión, amor… en fin, todos los matices de las emociones que nos definen como individuos.
Amaranta Madrigal, en Vida en negritas, expresa el aspecto vital en el que pone el énfasis: “Me refiero a la vida que se vive en este sistema absurdo de dramas cotidianos creado por los vicios humanos”. Así que el lector se sentirá identificado, sin duda. Al margen de las satisfacciones que pudiera regalarnos la vida, resulta ineludible reconocer y aceptar su lado negativo, sórdido, oscuro.
Si bien el término negritas alude a un aspecto tipográfico del diseño editorial, con el cual se pretende enfatizar lo más relevante para el autor, de inmediato lo relacionamos con la cara oscura de la existencia. Y son esos vicios los que nos muestran lo más sórdido y negro del comportamiento humano.
Desde esta perspectiva se nos presenta la vida con todas sus implicaciones, incluso lo grotesco y escatológico, cuestiones que solemos soslayar y eliminar de nuestras conversaciones e incluso de nuestros pensamientos, lo cual no significa que no existan o que no estén presentes en todos los momentos de la vida.
Estructuralmente, discurrimos entre versos cortos (tercetos), especie de aforismos que preparan nuestros sentidos y nuestra mente para poemas de mayor aliento en los que interrogamos a la vida en aquellos matices que la autora pone de relieve. Leemos: “Vana alegría / esconde entre placeres / vidas vacías”. Tanto los primeros como los segundos dimensionan la complejidad de esas situaciones que nos conforman como sujetos.
El tono interrogativo al que me refiero en las primeras líneas de estas notas se explicita y se magnifica en el poema “Vinagre”. Una notable síntesis del contenido general del libro. Cada cuestionamiento se desgrana desde el primero hasta el último verso de la totalidad de los poemas, y se convierte en el flujo que nos lleva de principio a fin y que, línea a línea, sacude nuestras emociones y trastoca nuestra mente, obligándonos a mirar la realidad con ojos renovados.
Vayan algunos ejemplos para asomarnos a este flujo de ideas y sensaciones: “¿A qué saben las cosas que se olvidan? […] ¿A qué saben dos soledades que se juntan? […] ¿A qué sabe preguntarse si es correcto / continuar viendo los dramas imperfectos…? […] ¿Y qué le pasa al alma en los momentos / que se aferra con fuerza y contra el viento / en encontrarle miel a aliño agriado?”
El vinagre se necesita para aprender a saborear lo dulce. La vida exige su dosis de dolor para identificar el amor. Entonces, las desilusiones, los momentos amargos y dolorosos e incluso los traumas de la vida nos ayudan a reconocer y disfrutar los momentos de esperanza y de felicidad que, de manera soterrada, también se asoman en los versos de Vida en negritas. Así lo expresa desde el primer poema: “Desde el fango, mi orquídea vuela de nuevo”.
Se necesita, por tanto, un fondo negro para percibir la blancura; se requiere de la oscuridad para disfrutar de la luz.