Los dos tomos imponen. 1,045 páginas en total, con el registro de 460 autores, desde Alonso de la Mota y Escobar (n. 1546) hasta Gerardo Montoya (n. 1965). Un aficionado se impresiona, sin duda; un interesado se siente atraído y agradecido por tener a la mano toda esa información; un especialista debe tomarlo, inevitablemente, como fuente de consulta.
Escritores jaliscienses, de Sara Velasco, despertó mi admiración desde que lo tuve ante mis ojos, así como el deseo de conocer y dialogar con su autora. Caminantes de los mismos senderos, inevitablemente tendríamos que encontrarnos.
Mi temperamento me obliga a ser agradecido, a subrayar las atenciones y deferencias que otros tienen conmigo. Sara me abrió las puertas de su casa y accedió a dialogar de diversos tópicos. Una mujer modesta, afable, transparente. Una tarde agradable, memorable, de aquellas en las que siempre deploro mi incapacidad para reproducir en palabras todos los aprendizajes, la información y las emociones que transitaron en ese breve lapso de la existencia.
Reproduzco enseguida parte de esa charla, enfocándome en la obra citada. Espero en fecha posterior recuperar el resto del diálogo.
Al hablar no sólo de esta ingente obra, sino al referirse a todo su trabajo (Muestrario de letras en Jalisco, del que han aparecido seis tomos, Algunos escritores jaliscienses olvidados, por mencionar un par de títulos) insiste una y otra vez: “no soy investigadora”.
Ella misma, a lo largo de la charla, cita las objeciones que, en su momento, hicieran los maledicentes envidiosos (“especialistas”) a su enciclopédico trabajo. Pero uno piensa: es la envidia la que habla; ellos, ¿qué han hecho? Los números citados al inicio de esta nota hablan por sí mismos.
Sara retrocede en su memoria varias décadas (¿los sesenta, los setenta?), y refiere, de alguna manera, el trabajo realizado a varias manos. “Lo iba haciendo con lo que me iban pasando [los propios autores] con una generosidad y con una amabilidad encomiables”. En algún momento explica que todos los días repasaba, con minuciosidad, los periódicos, en busca de información sobre libros y autores, sobre ediciones y presentaciones.
En particular se refiere al apoyo que recibió de Alfonso de Alba, cuando fue secretario de gobierno. Se plantó afuera de su oficina.
“Recuerdo que la secretaria salió y me preguntó a qué iba y le dije que necesitaba el currículum del secretario, que iba a hacer la biografía del señor Alfonso, del licenciado Alfonso [de Alba] y que si me la podía facilitar.
“La secretaria entró a la oficina, salió y me dijo que si lo podía esperar, que quería hablar conmigo. Y yo, pues me espero, ¿verdad? Y ahí estoy entre campesinos, con los problemas de la gente haciendo fila para poder entrar y me pasó, me recibió en su oficina, y yo con mi libretita le digo:
“—Necesito su currículum.
“—¿Pues qué está haciendo?
“—Estoy reuniendo a los escritores jaliscienses. Aquí tengo una lista, y en la lista me dieron su nombre.
“Y entonces me dice, sin verme:
“—¿En su lista tiene a Federico Carlos Kegel?
“—Sí, sí lo tengo, y fíjese que ya encontré de él esto y esto y esto.
“Porque en la biblioteca ya había avanzado muchísimo, sola. Y entonces me pregunta:
“—¿Qué necesita?
“—Nomás su currículum, con eso me basta”.
Pero hizo mucho más:
“—Mi biblioteca personal está a sus órdenes, lo que guste.
“Esto lo menciono, entre muchísimas anécdotas porque, qué tipazos eran estas gentes, cómo confió en alguien que no sabía ni lo que iba a hacer… Y, sin embargo, logré reunir a los autores que aparecen en Escritores jaliscienses”.
Cuando repasó el material reunido, de los autores “que están para atrás del siglo XX y para adelante de los actuales” se enteró que “en la Universidad de Guadalajara habían comprado un equipo de encuadernación en la que fuera la primera editorial. Y entonces me dije: pues yo trabajé en la Prepa 3, voy y les llevo el material; en ese tiempo se usaban las máquinas de escribir con papel carbón, y les llevé las copias, más de mil cuartillas, con la idea de que lo hicieran libro.
“Me lo recibieron, me dieron un recibito. Al tiempo me enviaron con Luz Rosalía ([Acosta]; nos hicimos muy amigas: una gran, gran persona y gran escritora), que era coordinadora, o tenía un cargo en la editorial. Y me dijeron que el libro necesitaba un aval, para que revisara la obra y dijera si valía la pena.
“Entonces pensé el maestro [Adalberto] Navarro Sánchez. Fui con él y le expliqué lo que estaba haciendo, le entregué el material. Él me conoció como alumna. Me lo recibió y después me llamó para decirme que ya lo podía recoger, y me firmó como aval.
“Después de todo esto pasaron tres años para que saliera un tomo y otros tres para que saliera el otro, porque me dijeron que era muy extenso y no podía salir en un solo tomo.
“Yo entregué todo completo desde el principio, no le moví nada. Por eso algunos después me criticaron, que faltaban Fulano, Mengano… pensaron que yo había hecho primero un tomo y luego el otro. ¿Por qué no puso a tantos? Hubo más escritores, claro, pero yo ya lo había entregado.
“Esa esa es la historia de mis inicios, con un gran aval, quien por cierto me presentó a Juan Rulfo. Navarro Sánchez me presentó a Juan Rulfo diciéndole —cuando llevaba esas hojas, las de papel carbón— que yo tenía una obra, y que estaba duro y duro… No me la creí nunca, nunca creí que fuera así. Porque pienso que lo dijo para que Rulfo me aceptara en su mesa del café.
“Y así empezó algo que no ha terminado; no he terminado… nunca me dispersé haciendo otras cosas, siempre en lo mismo.
“Claro que me di cuenta que lo que yo llamaba pequeñas biografías, no son más que bosquejitos. Algunas veces con algún autor tengo errores; tengo varios, seguramente. Ya me lo han dicho, algunos errores en las fechas de nacimiento y eso. Claro que a los que entrevisté no, pues si usted me dice que nació en tal año, pues va a ser el que ponía, ¿no? Me equivoqué quizás en los anteriores, más en el siglo XIX, muchas cosas. Pero salió, salió esa obrita”.