Durante una década, de 2008 a 2018, el maestro Rafael Cosío Amaral ocupó el cargo honorífico de cronista de Autlán —municipio enclavado en la costa sur de Jalisco—, labor que él mismo califica como “una experiencia muy grata”, a la vez que subraya el privilegio de pertenecer al grupo de 125 miembros entre los millones de habitantes del estado.
Entre los contrastes de su encargo, destaca que se trata de “una labor callada, entusiasta, de gran responsabilidad”. Explica que, de acuerdo con el reglamento, el ayuntamiento elige a una persona que se mantenga al margen de los vaivenes de los partidos políticos para tratar de hacer una labor totalmente imparcial, nada tendenciosa, que no busque quedar bien con el gobierno en turno.
A la pregunta inicial, responde que “la mayoría de los presidentes municipales, durante ese periodo, fueron mis alumnos y me trataron bien, incluso me consentían. Cuando organizábamos actividades me apoyaron, lo mismo cuando me tocaba ir a otros municipios o estados en mi calidad de cronista”.
Por contraparte, había inconvenientes: como profesor universitario, “uno de los directores”, señala, “no me permitió asistir a uno de esos eventos porque era perder el tiempo, iba a perder tres horas de clases, a pesar de que llevaba 30 años asistiendo a las jornadas de Michoacán”.
Informa: “Como cronista, de manera imparcial, describo breve y escuetamente los acontecimientos que considero trascendentales del municipio”. Y dentro de tales “acontecimientos” se enfoca en la microhistoria, de lo que hablaremos en esta entrega; en fecha posterior recuperaremos el resto de la charla.
“Luis González y González, el padre de la microhistoria y originario de San José de Gracia, Michoacán, acuñó el concepto de historia matria, y considera que el todo de la historia se compone de las pequeñas historias (que él llamó microhistorias) que conforman la historia nacional”.
A partir de este enfoque, continúa, “lo importante es partir del pueblo. ¿Y quiénes son los guardianes de la historia? Los viejos, cuyo conocimiento anteriormente no valía, sus pláticas, sus anécdotas, sus historias se consideraban irrelevantes”.
“Luis González nos invita a tratar de escudriñar, captar y capturar la información que ellos nos dan. Y estas historias, si no de momento, mañana o dentro de treinta, cincuenta años, serán un filón para para estudiar con más profundidad la historia de ese acontecimiento pequeño de ese pueblo pequeñísimo que trascendió, y ahora podemos tomar ese hilo perdido para que los historiadores del futuro desarrollen una investigación más amplia y más a fondo, tomando ese pequeño dato, ese pequeño apunte que registramos y que muchas veces vienen de esos ancianos que nada más están platicando”.
Y este detalle lo transmite en sus lecciones en la preparatoria. “Yo les pregunto a mis alumnos: ‘Díganme, los que viven en pueblos pequeños, si junto a la tiendita más grande no hay un tronco de un árbol viejo, ahuecado por los años, o una banca de cemento, de ladrillo’. ¿Y quiénes se reúnen ahí? ‘Los viejitos’, contestan. ¿Y de qué platican? Lo mismo de diario: las anécdotas del pueblo, que son las que le dan una fisonomía, un carácter muy especial a los pueblos de Jalisco y de México”.
Así pues, el enfoque y el carácter de la historia toma otro rumbo a partir de los postulados del historiador michoacano.
Por contraparte, Cosío contrasta la visión un tanto romántica de la historia, en frases como “el pueblito con sus románticas calles retorcidas”, las cuales son contradichas por los hechos protagonizados por abusivos y prepotentes.
Cuenta que el sobrino de un delegado cerró una calle frente al templo, “recorrió sus muros sobre la acera para instalar un tejabán. Fui con el secretario administrativo del ayuntamiento para quejarme, porque este hombre les estaba robando la banqueta. Vengo a pedirte que pongas un ‘hasta aquí’ porque este parece un pueblo sin ley”.
Buscaba, añade, “poner orden en un pueblo desordenado donde las autoridades se hacen sordas para no enemistarse con el delegado, que es quien representa la autoridad del ayuntamiento en el pueblo”. Pero de nada sirvió su queja. Desapareció la banqueta, “estaban las columnas que él había levantado para poner ahí su tejabán”.
Por tanto, concluye, “las calles retorcidas no son más que la incuria y la prepotencia de la gente abusiva que en otro tiempo se robó un pedazo de la calle; es la apatía y el desinterés de las autoridades. Hay cosas que a veces son chocantes, pero yo como cronista, no tengo autoridad para evitarlo”.