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Cementerio de la soledad

Dante Alejandro Velázquez Limón


*
Y vino la luz con sus filos de ámbar sobre la tapia.
El borde del día, relampagueante, con el ansia
de abrazar el mármol, aún tiritando de rocío /
las hojas palpándose en festejo con la luz,
haciendo una danza en los copeteados jardines.

Los versos no arrancan a hora temprana
el camión del gas en fuga / las barrenderas acicalando
                                                sus banquetas.

Y el panteón adentro, con su amasijo de poliedros.
Y los pájaros en plena bulla. Y la marea de azahares que
                                                no ha dormido.

Es la pura vida, replegando sus tristezas a otro rumbo
líbranos del mal, de la falsa vida
en el día de todos los santos
cayendo de bruces sobre nuestro lomo de jornaleros
para hacer del día un festín.

* *
Cuando se está abajo nada hay por hacer.
No cae la tierra, sino los años
empujándose unos con otros sobre el lomo del féretro.

Al golpe sordo se quiebran los alientos,
las horas que se perdieron en el dominó o en la sala de cine,
los ratos improbables del amor y la juventud
se despeñan los nombres / las cosas / los abrazos
en un dos por tres.

Cuando se viene abajo la vida, la muerte eleva un espiral.
Impera sobre el jardín de esta casa
y algún sollozo enciende el presagio de despedida.

Aquí no caben los indolentes ni los que se exaltan ante
                                                la tumba.

Los plañideros que perturban, quienes se lanzan a la fosa
buscando un nosequé /
Aquí es la hora de romper modales
como en un juego de naipes que se ha perdido
o en el trono a medias del game over.

Barrer la nueva casa con los ojos quietos
basta cuando se es el único de regreso al polvo /
el escenario no importa ni las “buenas noches”.
Nada pueden hacer ya las despedidas y sus congojos,
las tristes / las ansiosas,
las que demandaban otras horas de hospital
o una asamblea familiar en el corredor /
Las despedidas de fanfarrones y bragados,
aquellas enmieladas / las del pariente doblecara
las del protocolo, suavecitas y de lado
las despedidas largas con el retrato al pecho.
Y las peores: esas que nunca se hicieron.

* * *
Es la hora cero de encantamientos y penitencia
en el barrio del panteón.
El viento mete sus dedos en la crin de la arboleda
y bufa la llegada de ánimas y ladrones.

Que nadie cruce la calle a esta hora.
Ni se despoje del relicario en la puerta del camposanto.
Que se arrodille y complazca / tirite / meta su cara en
                                                el miedo.
o ponga de bufanda el arrojo.

Los cautos no lleguen al portón de hierro
ni miren su garganta con espectros.
La hora cero aspira el alma de un niño / del enfermo
y los devuelve hasta otro día al fragante soplo del eucalipto.

* * * *
Alguna vez el cementerio estuvo fuera, /
era un apestado, cierto, al amparo de los vientos.
Había que llegar por el camino a Buenavista
y cruzar un puentecito de piedra
donde las ánimas abrían sus ojos de espanto al quedarse
                                                solas.

No era para ellas la ciudad.
Era su claustro el cuadrángulo de adobe
al que sólo bajaban los coyotes para buscar su carne
y olfatear los rosales nacientes del cascajo.

Eran los años del cholera morbus
y los carretones repletos de cuerpos
venían de todo rumbo:
los de la barriada, cargando al peón y al truhan de la Bola
y los galantes, escondiendo tras un cortinaje de moscas
a la dama o al general de la cuna criolla.

Era el cementerio la soledad en resistencia,
fosa común, replicante en los paredones de la sierra
donde el poeta cantaba como una llorona
merodeando la tarde del domingo
y sus mezquiteras.

Algunas tardes venía el cortejo de prisa
y los hombres de las minas enhebrando
un murmullo de miedo
que hacía correr a los niños del Quintaleño /
          mujeres enfundadas, jornaleros en huarache
                    crash trac        crat shrac
pateando los guijarros y levantando polvos /
una y otra vez
sepultando el pueblo a su espalda.

* * * * *
Morir para qué
sin chapotear al alba
ni florecer.

* * * * * *
El amanecer abre sus párpados de quinceañera
en los brazos de la tapia /
la tortillería rechina y los camiones del gas trituran
                                                el silencio /
ya ondean los cenzontles y el musgo trepa su banqueta
con la terquedad de un araucano.
El cementerio espera en sus vértebras de cantera
eI fresco aliento de coronas y claveles /
Medio día cae sobre las tumbas en una pantalla dorada /
El agua corre en los andadores, barriendo la luz
como cualquier mañana:

Es el fresco verano de todos haciendo playa en su
                                                jardín eterno,
ráfagas de una moto / cortejo de hormigas
y vecinos tomando cerveza bajo el laurel.

El cementerio lanza su llama y sus penas
en el barrio de siempre, recostado como una menina
ante el guapo porvenir.
Es un alborotador de palabras cortas.
Pendiente de los pormenores
en la tienda / la llantera / el gimnasio de box.
Un rampante verbo que se asemeja al borracho
y bajo una lluvia eleva oficios de poeta.

* * * * * * *
Vengan y comparen el bajo costo del panteón municipal,
su ancho condominio / andadores de concreto
la mística merodeando hasta el quinto piso /
zona plus y patrimonio de oropel.
Ahora que ya exhumaron a los del XIX
la cantera se ha mudado por granito
y las góticas cornisas son herrajes de aleación.

Es la vida posmoderna, haciendo faenas
en cada nicho, en el velatorio /
en los aristocráticos túmulos de la Soledad.

Pero que no llueva ahora,
que no irrumpan las nubes del oriente
porque la tormenta descarna el paredón,
abre cauces en tierra florida
y apacienta sus humedades
en la grieta del ataúd.

* * * * * * * *
Ahora exhiben a cinco en el sótano de la capilla
con un cristal de por medio y placas de exótica línea /
Les cuelgan historias de asombro para el negocio municipal
y vienen los niños a mirarlos por la claraboya.

El bebé tiene aún el pañal y los ojos esperando
la vida no vivida / quedó en el regazo
amanecido de la muerte
y ahora es un trofeo para goce del personal.

Acá todos, en el condominio.
                    Allá ellos, solitos.


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