Era filósofo, psicólogo, activista, militante político, poeta, pintor, músico, profesor jubilado y mujeriego. Sabía de todo. Escucharlo era ser público de un teatro de protesta, vanguardista y del absurdo. Se jactaba de tener en su historial sobre seiscientas mujeres con las que había tenido sexo; por supuesto, todas lo amaban a él más de lo que él las podía amar. A veces con una, a veces con varias a la vez, un hombre irresistible que, según él, hubo quienes dejaron a sus maridos pudientes y extraordinariamente bellos para servirle de amante.
Cuentan que fue un hombre bellísimo en su juventud y que en su adultez era guapo. Cuando buscó a Rocío por internet, gozaba de una delirante egolatría. Su alma astuta y feroz estaba lista para devorar y desgarrar, como de costumbre. Solía susurrar el nombre de su víctima para hipnotizarla cual presa. Su voz, llena de matices angelicales, portaba una dulzura sospechosa. A muchas se les hacía difícil no ser imantadas por él. Rocío, en principio, no fue la excepción, pues quedó cegada y lo eligió entre muchos, abocada a un vacío que él reconocía a leguas y aprovechó para colmar. Cuando lo conoció, él tenía 69 años y una refinada arrogancia que le daban ventaja, además del misterio que provocaba, cual burlador de tantas épocas, con sus mil y un sombreros, siempre listo para dar rienda suelta a su irrefrenable deseo de conquista. Tenía arte para la seducción. Después de haber creído ganar tantas batallas, ¿o haberlas ganado?, no lo sé, no era raro sentirlo pulular con aquel estoicismo delirante con el que se movía en sus escenarios de conquista. Tenía arte y maña, se valía de la literatura y la filosofía para asegurar su victoria. Seleccionaba frases reiterativas, versos y hasta poemas viejos, propios y ajenos, que reciclaba sin temor al aburrimiento; así iba armando un grupo especial de amigas a las que endulzar el oído con su palabra empalagosa y artificial, así iba conformando su núcleo y pirámide nutricional: “Querida poeta del alma y talentosa amiga”, Disfruta de una hermosa noche... de una noche bellísima...”, “Deseo que tengas un bello atardecer lleno de musas y un hermoso descanso...”, “Que tengas una noche de belleza y creación... llena de paz y luz... colmada de amor y felicidad en tu hermoso país”. Por un lado, mostraba un mundo idílico e irreal de su persona y, por otro, se burlaba de ellas con los hombres de la familia: “Mira lo que me escribió la colombiana, la venezolana, la caribeña, la francesa, la holandesa, la mexicana, la ecuatoriana...”, “Mira cómo se masturba esta que me ha enviado un video”, “Mira esta otra, me importa un carajo lo que me escribe”, “Mira, qué tonta, cree que voy a visitarla a su país de mierda”, “Pobrecita, no sabe, no tiene idea”.
Qué mucho vacío e historia triste llevan a cuesta tantas mujeres. De esta forma llega un capullo de esta especie, el gran Narciso, a construirles castillos vaporosos para insuflarles el alma con un falso amor, sólo creíble desde la inocencia, candidez y necesidad de ser feliz.
Gustaba él de recitar poemas en cualquier momento o de manifestarse en contra o a favor de la política de su país. Dada su inteligencia y aparente sinceridad, porque vituperaba su odio a la mentira, Rocío dudó de su despotismo; aunque al principio lo intuyó, visceralmente, insolente en su proceder. Cuando él quería declamar un poema, se subía a su atalaya virtual, ligero y artificial; se emocionaba, hacía silencio, pausaba como si fuera la partitura de una de sus composiciones para piano, y luego continuaba con el poema ensimismado y devoto. El acto se repetía casi todas las noches como un disco rayado. Cuando escribía un poema o cuando encontraba uno viejo en su cuaderno, lo grababa, lo declamaba, pedía que se lo declamaran y lo publicaba en su red social para recibir, por supuesto, el sinfín de alabanzas, elogios y coqueteos que luego respondería con esmero a cada “querida amiga” cibernética.
Vasconcelos, Renata Durán, Neruda, Storni, Benedetti, todos estratégicamente seleccionados. El arte de la seducción a través de las palabras es disciplina de origen incierto y remoto, cuyas artimañas y laberintos él sabía atornillar muy bien. Era un sádico perverso y se sentía bien siéndolo. Su consigna sagrada era “O me lo das Todo o no quiero Nada”. Así lograba escalar grandes montañas en nombre de las almas que se encuentran. Cada conquista era un trofeo de mesa en el altar de los machos de la familia.
La historia de su vida tenía cuadraturas interesantes, pues fue el hijo preferido de sus padres. De pequeño todos lo amaban, lo rodeaban, querían estar con él. Las niñas hasta le compartían sus meriendas sólo para hablarle. Además, como era un niño escritor y cantaba bonito, el desborde de admiración era constante e inagotable.
Su primera experiencia sexual fue a los 12 años. A los 15 tuvo su primera novia, a quien le fue fiel hasta que le nació una inquietud irrefrenable de estar con otras mujeres. Estuvo con amigas de su novia, vecinas, compañeras de escuela, profesoras y hasta su psicóloga, entre otras. Por suerte, en su juventud un médico chino diagnosticó su condición, Síndrome perturbador del chi, pues esa excesiva necesidad de tener relaciones sexuales con cuanta mujer le pasara por delante tenía nombre. El chino, tan pronto lo vio, entendió todo, pues notó en los ojos vidriosos de Narciso algo que no era normal, además de escasamente visto. El flujo de la energía vital de los seres humanos, llamado qì (ki) o chi, en él era muy intenso; por eso envejecería más lento que la mayoría y su chin, perdón su chi, estaba concentrado en los órganos sexuales, por lo que debía descargar su descomunal energía todo el tiempo: cosa que él ya hacía como una rutina sin cuestionarse mucho. Sin duda, Narciso liberaba todo el tiempo su chi. ¡Qué suerte haber encontrado ese médico chino! Gracias a él pudo entender lo que le pasaba y manumitir todo ese poder intrínseco. Nunca se supo el apellido del chino que atinó con esa condición física misteriosa, que sólo cesaría a sus 50 años, después de una terapia. ¡Menos mal que hizo terapia y se curó de esa enfermedad! No era su culpa, esa era su naturaleza. Por eso, le advertía a todas las mujeres con las que tenía sexo que no las quería para nada serio, de esta forma, si se enamoraban, ese era su problema, no de él. El aviso ya lo liberaba de toda culpa, así él se alimentaba de los vacíos, las tristezas y las debilidades que ellas trajeran a la cama.
Sabe escoger Narciso su presa, no es tan delirante ni azaroso. En estos tiempos es importante aprender a identificarlo porque este tipo de hombre puede ser una gran lumbrera frente a la abundancia del hombre común.
A Rocío le costó unos cuantos meses identificarlo, a pesar de su incredulidad defensiva; sólo bastó un poema de Renata Durán para el primer suspiro:
No viniste de lejos
viniste de tan hondo
que conozco tu nombre,
conozco tu dolor,
reconozco tu alma.
No viniste de lejos,
ni siquiera has llegado.
Estabas desde siempre,
como un lenguaje escrito
en el fondo de mí,
y te estoy descifrando.
La debilidad de Rocío era la inteligencia y la sensibilidad en un hombre, por lo que unos buenos poemas eran el contexto perfecto e infalible. Él lo supo mucho antes de dejarle su primer mensaje de voz. Narciso se mostraba romántico y supo ahondar en las entrañas de sus emociones, igual que en la de tantas otras. Se dedicó a enamorarla diariamente. Cultivó las imágenes, el verso y la canción, entre otras muchas cosas. Lo cierto es que coincidían en política o al menos eso parecía: ambos feministas. Podían hablar de todos los temas y arreglar el mundo. Cuestionaban los gobiernos, las injusticias, defendían a las mujeres, a los marginados, a los indios, etc. Un dato curioso es que Narciso nunca mostró su rostro, no quiso, le parecía innecesario, pues cuando dos almas se encuentran, basta con cerrar los ojos y arrojarse mar adentro con todos los sentidos, excepto la vista. Ese discurso tan espiritual y muy refutable fue menguando ya al final de aquella extraña y porosa relación. Narciso no sólo escondió su alma, sino que también escondía su físico, para generar expectativas de un encuentro imposible, como quien espera a Godot. Se escondía tras las sombras. Un velo de oscuridad rodeaba su insútil vestidura de don Juan. Rocío, por un breve tiempo, creyó amarlo; sin embargo, no podía obviar de él tanto discurso desvinculado de la acción, tanta ideología hueca de integridad. No es coherente que alguien publique en un foro que está de acuerdo con la lucha feminista y luego use a todas las mujeres como objeto cual carnicería o inclusive maltrate a las mujeres de su familia y parejas. Él era muy mentiroso y ella lo intuyó. Además, era sádico, quería que ella fuera su esclava sexual, y psicópata, pues buscaba obtener de su víctima la mayor cantidad posible de información para luego acusarla de loca e insegura.
Era cuestión de tiempo, pues un alma torturada y vacía, como la de él, no podría disimular su naturaleza por mucho que quisiera. Si no hay paz interior, ¿qué hay?
Igual que muchos cuando se jubilan, Narciso hacía con su tiempo lo que le apetecía. Se acostaba de madrugada, dormía hasta tarde, se aseaba si quería, comía algo, aunque no sabía cocinar; luego se iba a su auto a lanzarles su perorata filosófica espiritual a las mujeres que lo seguían: esa era su vida. También es curioso que a todas sus parejas, anteriores a Rocío, se les había enfermado el alma de tanto sentirse usadas.
Narciso necesitaba constantemente ser admirado y saciar su hambre de conquista. ¿Cuántas almas habría encontrado Narciso juzgándolas únicas cada vez que el deseo lo tentaba? ¿Cuántas veces fue capaz de repetir el mismo discurso y los mismos poemas para alimentar su ego?
Así fue dando zarpazos... así fue como se vanagloriaba de haber tenido sexo con las seiscientas mujeres, pero también, así fue que perdió el rastro de Rocío.
Cuando una mujer ve del otro lado del amor la oscuridad, cuando siente en la agudeza de su ser que algo no está bien, puede que tarde en reaccionar, pero de seguro, más pronto que tarde, elegirá no regresar a las sombras porque ya las conoce, sabe lo mal que se vive en ellas.
Narciso, por supuesto, piensa que ella se lo pierde y de su extenso listado brota una sustituta con quien iniciarse, con quien reescribir la cartilla del amor, porque ninguna tiene valor en su nicho existencial. Lo que no previó fue que cada vida amenazada va restándole sosiego.
Me alegró saber que Rocío pudo alejarse a tiempo de esa falsa relación. A los seis meses la vi comenzando un proyecto innovador, afianzando su amor propio y de manos con su mejor amigo, dignificando la posibilidad de un amor verdadero. Narciso seguía con sus juegos perversos y seductores, sin siquiera imaginar lo rápido que él también había sido sustituido por un buen hombre. Es posible que él muera diciendo que todas las mujeres lo han amado inmensamente, pero no sé, quizás Rocío escapa a ese paradigma, a ese imaginario. No todas lo han amado o al menos él no ha sido imprescindible como cree, pero no importa, así fue como vibró el mar junto a la tierra de los pájaros.