Durante la infancia, el niño aprende a identificar sus emociones de la misma forma como él se experimenta comprendido por sus padres. El modo en que los padres proceden con él frente a sus emociones constituirá el patrón de conducta que luego usará para comprenderse y comprender a los demás.
Las generaciones jóvenes muestran menos habilidad para la empatía y la asertividad, quizá, por la insuficiente presencia de sus padres durante el desarrollo infantil. La mayoría de estos jóvenes no dispuso de tiempo suficiente para interactuar con sus padres debido a que trabajaban. Crecieron con lagunas en su habilidad para captar emociones y relacionarse. Adicionalmente, algunos padres descargaban su responsabilidad de atender a sus hijos, en aparatos electrónicos (celular, consolas de videojuegos o televisión) que funcionaron como inhibidores de la sociabilidad. Estas pautas de crianza han tenido efectos negativos en las relaciones interpersonales reales de los jóvenes. El resultado es un adulto que muestra actitudes individualistas o por lo menos egocéntricas, debido más a sus carencias que a una decisión consciente. A esto llama Alzate Monroy (1996) mentalidad divorcista.
Los jóvenes tienen menos probabilidad de disfrutar sus relaciones con los demás debido al precario desarrollo de su inteligencia emocional (IE). Lo más grave es que ni siquiera hay conciencia de tal carencia. Esta circunstancia se parece a la que experimenta un niño con debilidad visual: no sabe que tiene esa debilidad porque jamás ha tenido una vista normal.
Quien experimenta bajo interés por las relaciones de pareja podría preguntarse: ¿tendré dificultades para relacionarme armoniosamente con los demás? Si este fuera el caso, es posible aprender. Las competencias emocionales se pueden desarrollar a cualquier edad. Los fracasos en relación con los demás pueden disminuir e incluso desaparecer con una buena orientación y acciones concretas para superarlos.
Las personas poco desarrolladas en su IE muestran un desempeño pobre en problemas sociales, ansiedad, agresividad; se muestran aisladas, deprimidas, indisciplinadas e impulsivas. Por el contrario, las personas que poseen alta puntuación en IE “tienen una mayor satisfacción en las relaciones con sus amigos, interacciones más positivas y menos conflictos con ellos”. ¿Cuáles serían las competencias emocionales básicas para hacer frente a las circunstancias de la vida social y no sólo a las relaciones de pareja? Según Daniel Goleman (Castañeda Jiménez, 2016, pp. 184-190; 2000, pp. 64-65), las esenciales son:
El conocimiento de uno mismo se acrecienta con la capacidad para captar las propias emociones. Esa es la piedra angular de la inteligencia emocional. Es importante captar las emociones momento a momento, ya que de esa habilidad depende la toma de decisiones. A la habilidad para captar emociones también se le conoce como intuición.
La intuición es una corazonada o reacción instantánea cuyo mensaje no siempre puede justificarse racionalmente, pero más adelante puede adquirir sentido. En cualquier decisión, desde el principio aparecen señales en el cuerpo a las que hay que atender antes de decidir. Cuando algo no cuadra y resuena en el interior con sensaciones corporales, generalmente en el abdomen, viene bien poner atención.
Los instintos e intuiciones ocurren tanto en circunstancias negativas como positivas, y ofrecen información adicional para la toma de decisiones. Cuando se elige un empleo, se decide una carrera profesional o se establece una relación amorosa, pesan más las razones emocionales que las intelectuales. El éxito o fracaso de cualquier decisión importante no depende tanto de razones intelectuales sino de las emocionales. Cuando las decisiones se fundan en factores puramente intelectuales se corre el riesgo de no disfrutarlas, porque pueden resultar convenientes pero no placenteras.
Tomar conciencia de los estados emocionales posibilita adaptarse mejor a las circunstancias de cada momento. Las personas que carecen de esta habilidad tienen que batallar constantemente con tensiones desagradables o agradables que les producen consecuencias a veces irreversibles. El científico Joseph LeDoux, profesor del Centro de Neurología de la Universidad de Nueva York, propuso el concepto de sistema de evaluación amigdalino, por cuanto a la amígdala se le atribuyen funciones de valoración primaria sobre estímulos emocionales relevantes para el organismo. Es una conexión entre el tálamo y la amígdala que Goleman llama callejuela sucia debido a un inconveniente que se verá a continuación. Este circuito revisa todo lo que nos sucede de momento a momento. Si algo de ahora es parecido a lo que antes nos ha enfurecido o asustado o alegrado… activa un secuestro por la amígdala (amygdala hijack) y toma el resto del cerebro porque es una emergencia. Se puede buscar secuestro por la amígdala en YouTube y encontrar varios casos curiosos. Se trata de arranques emocionales arrolladores que impulsan acciones que se lamentan después. Las señales de un secuestro por la amígdala son tres:
Ejemplo: “Ups, ¿por qué dije eso? ¡Debí cerrar la boca!” La amígdala aprende su repertorio desde la infancia y piensa de forma bastante infantil. Ejemplo: “¡Este tipo me está enfureciendo tanto que quiero golpearlo!” La buena noticia es que la información viaja de la amígdala al lóbulo frontal. Aquí llega toda la información que requiere una decisión. Puede agregar información como: “¡Este es tu jefe! Ups. Así que sonreiremos y cambiaremos el tema”. El lóbulo contiene neuronas inhibitorias (neuronas prefrontales) de los impulsos que vienen de otra parte. Su trabajo es decir NO a ciertos impulsos inconvenientes. Si no funciona bien, los resultados pueden ser desastrosos. Mike Tyson, durante una pelea en 1997 en un arranque de estos, le mordió la oreja a Holyfield y por ello tuvo que pagar tres millones de dólares.
¿Cómo empezar a encontrar solución a estos problemas? La autoobservación y la meditación pueden elevar la percepción simultánea del entorno y de las reacciones corporales que producen. Mediante prácticas de relajación en las que se asocien estímulos desencadenantes de ira o miedo irracional, se entrena la habilidad para captar y controlar impulsos arrebatados. Durante esas prácticas, el guía orienta al ejercitante para modificar el funcionamiento del organismo ante tales eventos. Así, la persona eleva la sensibilidad ante sus reacciones frente a eventos amenazantes y ese solo hecho eleva el control emocional. También el uso de un diario puede ayudar a la autoobservación porque puede contener registro y análisis de situaciones difíciles de manejar.
El control de la vida emocional y su subordinación a objetivos a largo plazo resulta esencial para mantener la atención, la motivación y la creatividad. El autocontrol emocional, la capacidad de demorar la gratificación y sofocar la impulsividad constituyen la base del éxito en la vida; esa competencia subyace a todo logro. Las personas que tienen esta competencia suelen ser más productivas y eficaces. La orientación enfocada mantiene en el objetivo e impide distracciones. Consiste en postergar placeres inmediatos que obstruyen placeres más estables.
Goleman cuenta un estudio con niños de kínder. Le llamó la prueba del bombón. La responsable del experimento puso en una mesa y frente a cada niño, un malvavisco fresco y jugoso, pero dijo que si querían dos tendrían que esperar unos minutos mientras volvía de una diligencia. En cambio, si no lograban esperar, podían comer sólo el que tenían enfrente. Los niños se sentían tentados a comerlo. Un tercio lo comió de inmediato y comprobó que estaba delicioso. Otros lo comieron más tarde y sólo un tercio pudo esperar el regreso de la responsable del experimento. Catorce años después —cuando se graduaron— fueron rastreados para analizar diferencias entre el grupo de niños que comió sin esperar y el grupo de los que lograron contenerse. Los que no pudieron esperar se irritan con facilidad, se enfadan con amigos, se derrumban ante la presión, no son populares, les cuesta esperar la gratificación, tienen menos tolerancia a la frustración; por el contrario, los que esperaron son tranquilos y estables frente a los problemas, son muy populares porque simpatizan mucho más, mantienen su vista en sus objetivos con mayor facilidad. Otra diferencia es que en los exámenes de admisión diseñados en la Universidad de Princeton los niños que esperaron adelantaron 210 puntos, de un total de 1,600, a los que no pudieron esperar.
Las conclusiones pueden sugerir que a las personas que viven a merced de sus impulsos perturbadores les cuesta concentrarse en lo que hacen en el presente: las agobian sus necesidades y no pueden frenarse frente a ellas. Bajo presión, hacen cosas irracionales de las que luego se arrepienten. Las adicciones son ejemplo de este problema.
Ante un mismo error —pongamos por caso la reprobación de un examen de matemáticas—, las personas impulsivas se culpan y descalifican frente a las matemáticas. En cambio, las que pueden controlar sus impulsos tienen actitudes más optimistas; se explican el suceso como algo circunstancial: piensan que no estudiaron lo suficiente y revisan sus errores para corregirlos en la siguiente ocasión; no se anulan a sí mismas. Quien tiene mayor control de sus emociones es más optimista.
La empatía es otra capacidad que se asienta en la conciencia emocional, constituye la “habilidad” fundamental. Las personas empáticas suelen sintonizar con las señales sociales sutiles que indican qué necesitan o qué quieren los demás y esta capacidad las hace más aptas para el desempeño de vocaciones tales como las profesiones sanitarias, la docencia, las ventas y la dirección de empresas. Consiste en sentir lo que otro siente. Cuando una persona es capaz de sentir lo que otro siente, puede responder de manera apropiada. Un niño que no ha recibido empatía puede ser violento con otros niños. Por ejemplo, si otro llora, puede acercarse y gritarle que se calle y si no lo hace, tal vez lo empuje o golpee para que lo haga, en tanto que uno con empatía le dará algo para tranquilizarlo o le traerá a su mamá para que lo consuele. Los niños suelen tratar a los otros como los han tratado a ellos mismos. Algunos asesinos no pueden empatizar con los sentimientos de los demás; de otra manera, no podrían haber matado a nadie. La empatía es lo que impide hacer daño a los demás.
El arte de las relaciones se basa —en buena medida— en la habilidad para captar y actuar adecuadamente frente a las emociones ajenas (empatía). Esa habilidad subyace a la popularidad, al liderazgo y a la eficacia interpersonal. Cada interacción nos hace sentir mejor o peor. El sentimiento que experimentamos con mayor frecuencia en nuestras interacciones determina el nivel de satisfacción en las relaciones con los demás. El poder de hacer sentir mejor o peor todos lo tenemos, pero ¿sabemos hacer uso de ese poder? Si la respuesta es no, vale la pena aprender a relacionarse mejor. En la actualidad sabemos que las competencias emocionales se pueden aprender. El aprendizaje sólo implica esfuerzo enfocado y, más temprano que tarde, la vida se trasforma en ocasión para expresar mayor libertad y espontaneidad. Lo esencial en el aprendizaje de interacciones sociales es conservar una actitud de optimismo frente a uno mismo, a pesar de avanzar poco. Conviene persistir aunque al principio haya muchos errores. Cuando se desarrolla la capacidad de observar a otros y a uno mismo, el resto es más sencillo.
Alzate Monroy, P. (1996). “El vínculo conyugal como relación familiar”. Revista de Derecho. Número 6. Pp. 38-47.
Castañeda Jiménez, J. (2016). Autoconocimiento y personalidad (sexta edición). Guadalajara: Amate-INNCOMEX.
Goleman, D. (2000). La inteligencia emocional. México: Javier Vergara Editor. (Traducción E. Mateo).
Jesús Loza Sánchez
Ortega | Núñez
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Luis Rico Chávez