Para Ita, que nos bendice
La mañana del concierto mi hija Valentina ya estaba entusiasmada, de hecho, lo había estado desde que compró las entradas, meses atrás. Yo también, cómo negarlo. Más tarde ese día, yendo a comer en el carro de Ita escuchamos “Something” y ella predijo: “Esa la cantará Paul a la noche”. Las horas pasaban y la expectación era más palpable. El concierto de Paul McCartney el pasado 17 de julio fue en Oklahoma City, a tres horas desde la casa en auto, fuimos Vale y yo.
Por la tarde en el camino escuchábamos su música, quiero decir la de ella, la que tiene en su iPhone a través del streaming con su aplicación Spotify; desde que se subió al auto conectó su teléfono. Siempre lo hace, ya huelga decirlo. Tuvimos buen recorrido por el Highway 35 E-North, escuchábamos sus piezas en un vaivén con su propio estilo, cotidiano y ecléctico, que iba de por ejemplo “St. James Infirmary” con Hugh Laurie a “City of Stars” de la película La La Land. Íbamos relajados, de pronto escuchamos otra clásica del repertorio de The Beatles: “I Saw Her Standing There” y, por supuesto, exclamó: “¡Esa la va a tocar a la noche!”
Y así seguimos todo el camino, de “Memory Motel” (Stones en el Black and Blue), a “Samba de mon cœur qui bat” con Coralie Clement —ciertamente en un momento dado le pedí apuntara títulos e intérpretes “de las últimas diez”, algo me decía que relataría todo eso, y no me fío de mi memoria. Pero además me encanta mija: todas las cantaba: en serio. Así que ahí íbamos, de Julieta Venegas a The Lumineers o ¡de “Crucify Your Mind” de Rodríguez a “Put Your Head On My Shoulder” de Paul Anka! Yep, relajados, contentos.
Hubo sin embargo un rato de inquietud porque por un largo trecho avanzamos a vuelta de rueda, por lo que media hora después, cuando enfrentamos una inapelable desviación dedujimos —no lo supimos de bien a bien— que se trataba de “camino en reparación”, el caso es que al salirnos del Highway teníamos dos opciones, a la izquierda Wayne, a la derecha Payne, según marcaba un escueto anuncio… tomamos el de la izquierda y nos desviamos durante 15 minutos aproximadamente, dimos un rodeo y volvimos al 35 E-N.
Antes de entrar a Oklahoma City nos detuvimos a cenar algo rápido. El concierto estaba anunciado a las 8 P. M., estábamos muy a tiempo, holgadamente encontramos un lugar “barato” para estacionar el carro. Caminamos unas cuadras para llegar a la Chesapeake Energy Arena donde fue el concierto. Un río de gente entró con nosotros al lugar, la mayoría, por supuesto, de mi generación o mayores, o sea roqueros de la Tercera Edad; pero también muchos jóvenes, incluso la generación de Vale (tiene 18 años) estaba bien representada, e incluso vimos niños, uno de ellos dos filas delante de la nuestra, como de 12 años, no paró en ningún momento de bailar y cantar, a gozo abierto, tanto como todos, la Arena estaba —como se dice— a reventar (no supe cuántos fuimos, pero sí me enteré que el cupo es de 18 mil).
En los extremos del escenario, dos enormes pantallas —anchas columnas convexas, de piso a techo, de unos 20 metros de alto— proyectaban imágenes de la vida de McCartney; de alguna manera el concierto fue un repaso biográfico. Pasaban los minutos y la multitud estaba expectante en tanto que un deejay mezclaba piezas adivinen de quiénes.
Alrededor de las 8:30 P. M. salió Paul al escenario, saludó en tanto su banda se colocaba en sus sitios y sin más pausa comenzó el concierto. Ahí estaban interpretando “A Hard Day’s Night”, la primera rola de la noche, y nosotros dejábamos aflorar la emoción con esa pieza que lleva más de 50 años (para los viejos como uno) repercutiendo en nuestro ánimo.
Los miembros de la banda —que llevan más de una década al lado de Paul— son Paul Wix Wickens en los teclados, acordeón y armónica; Rusty Anderson con la guitarra; Brian Ray al bajo y guitarra, y un Abe Laboriel Jr. lleno de energía en la batería. Los cuatro también hicieron los coros. Los cuatro —fieles acólitos por demás comprometidos con el repertorio— con su apego a la tradición roquera nos otorgaban, con ello, una singular intensidad.
Digo que el concierto fue un repaso biográfico de McCartney (y de The Beatles) —por supuesto no lineal— porque se va hasta ofrecernos una de las primeras composiciones de aquellos adolescentes: “In Spite of All The Danger” cuando formaron The Quarrymen, pasa por las suyas como exbeatle y, con vaivenes de la historia, las del cuarteto de Liverpool eran las más brillantes y las más disfrutadas. Aparecían de pronto, sin orden aparente, y la multitud las celebraba: “Yesterday”, “Fool on the Hill”, “Eleanor Rigby”, “Let It Be…” Compartía recuerdos y anécdotas antes de cada pieza; uno de esos íntimos momentos fue cuando recordó a George antes de interpretar “Something”.
Sí, el “One On One Tour” abarca —con grandes momentos— la trayectoria de Paul, incluyendo lo más reciente: cuando tocaron “FourFiveSeconds”, Valentina me anunció: “Esa la grabó con Kanye West y Rihanna”; así, entre las novedades y las que sacó del armario —como esa pieza electrónica: “Temporary Secretary” que por lo que a este que escribe respecta hubiera sido mejor si la deja entre el polvo— ofreció por supuesto piezas de Wings, y está de más señalar que las joyas que le han acompañado toda la vida, las de The Beatles que seleccionó para Oklahoma City, hicieron memorable el concierto.
Fueron 39 rolas y alrededor de tres horas de frenesí, y culminaría con “Hey Jude” —con la multitud haciendo aquello apoteósico— pero dejó para el encore” siete rolas más, echándose a cuestas —con la del estribo: “Carry That Weight”— todo lo acontecido. El concierto terminaba, pero la intensidad estaba a todo tren, nadie quería que acabara, los músicos echaban el resto con un grado de energía que parecía descomunal… pero enseguida todo culminó —de manera extraordinaria— con “The End”. Un concierto para recordarse por la genialidad de este hombre de 75 años: con el canto de sus grandes composiciones y su talento con el bajo, las guitarras eléctrica y acústica lo mismo que al piano. Un espectáculo trascendente este “One On One”.
Pero durante todo el concierto hubo otros elementos que le aportaron su valor, desde luego el sonido y los videos fueron impecables, pero asimismo a la euforia colectiva se le suministran también excelentes juegos de luces y colores y una inesperada pirotecnia al compás de “Live and Let Die”. El ánimo radiante no amainaba, el júbilo se mantenía con “Being for the Benefit of Mr. Kite”; y por si hiciera falta una delirante psicodelia explotó (imágenes, luces, colores) en medio de la euforia compartida cuando ofreció la cumpleañera más excepcional de este año “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”.
Para mí el punto más alto del concierto, un evento que viene subiendo desde el principio y llega a este punto, para luego desarrollarse hacia el final como un río impetuoso que no pierde la energía en ningún momento, es cuando llega a “Love Me Do” y enseguida “I Love Her”, estamos cautivados, enfebrecidos en medio de la fiesta y sin embargo la intensidad sube otro poco, todo mundo está vibrando, no exagero, las entrañables se vuelven más entrañables y ahí está Paul situado en medio del escenario, sus compañeros se separan de él unos metros, Ray y Anderson cada uno a los extremos del escenario; Wickens y Laboriel Jr. siempre están detrás suyo. Entonces anuncia “Blackbird”, ¡oh!, y a medida que avanza “Blackbird” la porción del piso donde está parado Paul comienza lentamente, muy lentamente, a elevarse, de tal manera que a medida que avanza la pieza, él llega arriba. “Blackbird” es el poema que más me gusta de McCartney, fue escrito en el 68, ahí estábamos todos de pie y yo con el puño apretado y levantado. Entonces, en lo personal volví a sentir esa comunión con la música y el espíritu que emana de ella. Me tocó o me inundó una sensación contenida al borde de la emoción y que nomás la buena música me desata… y estando arriba, encima nos ofrece “Here Today”, el himno que le dedica a Lennon… para entonces el alarido colectivo era uno: Todos nosotros extrañamos a John, cómo no. Mi puño se abrió y expresó con los dedos el signo universal del amor y la paz.
Durante todo el concierto aullamos, aplaudimos, gritamos, bailamos delante de nuestros asientos. La exaltación se contagiaba, había un júbilo electrizante vuelto a nacer, las mujeres delante de nosotros, con su maravillosa senectud, bailaban con movimientos y cadencias por demás gozosas. McCartney, su música y la que creó siendo con John, George y Ringo, son un emblema para todos los beatlemaniacos irredentistas de los sesenta y décadas sucesivas, como se ve todos los días… y sigue la mata dando. Salimos más que satisfechos.
El pasado sigue presente, en la nostalgia nace la magia. Al regresar, en un alto del camino Valentina me mostró una foto que compartió en Instagram con este mensaje: “Tonight, my dad and I drove three hours to see Sir Paul McCartney live!!! I want to live in this moment forever — pure bliss (Espero que te haya gustado tu regalo del Día de los Padres un mes después, Pa)”. Antes de volver al auto le respondí: Me encantó tu regalo, hijita. Me divertí hasta las lágrimas. Gracias, preciosa.