Decidido da tres pasos hacia delante. Sus brazos en clásica guardia inglesa. Gira imperceptiblemente la cintura para esquivar un gancho al hígado; luego, manteniendo su jab de izquierda, tira un relampagueante uppercut a la altura de la mandíbula. Mientras tanto el médico de guardia lo observa entre preocupado y divertido. Conoce el desenlace que tendrán los arrebatos de Arturo.
Arturo “Alí” Medina ocupó los titulares del diario local. Si ganaba su próxima pelea obtendría el derecho para disputar el campeonato mundial de su división. Sus dieciocho años y el poder de su punch le hacían favorito para imponerse a la veteranía de Carmona. Le esperaba la gran fama, el mucho dinero para mirar a los demás sin complejos. Lo desearían las mujeres más hermosas y diría adiós a las desveladas en la panadería. Por lo pronto Arturo deseaba aquel auto amarillo de modelo atrasado. Subiría a los cuates del barrio que ya lo admiraban y por supuesto llevaría a pasear a Rosa, su novia.
En el minuto y medio del tercer round “Alí” Medina lanzó un recto de izquierda a la cara de Carmona, quien elegantemente bloqueó el golpe y respondió con un impecable swing de izquierda a la mandíbula de su contrincante.
Arturo se resistía a caer, trastabillaba seminoqueado. El espacio del ring se le convirtió en un abismo en cuyo fondo gritos y luces lo atraían vertiginosamente; en tanto, aprovechando la situación, el experimentado Carmona golpeaba alternadamente en vientre y cabeza. S i l e n c i o... Uno tras otro los golpes a la cabeza se sucedían intermitentes.
Se aplaude a sí mismo. Mira sus puños. El médico hace una señal a la enfermera. Arturo, inesperadamente lúcido, sabe que otra vez nadie vendrá a visitarlo. El fluyente silencio de imágenes vertiginosas se fragmenta repentinamente en carcajadas y silbidos. Le acomete una risa mezclada con llanto incontenible.
La enfermera le aplica una inyección, mientras el médico se aleja con pasos seguros y resonantes por entre los quejumbrosos pasillos del manicomio.