El día sitia los rincones
me arrastra sin remedio.
Hoy no tengo ganas de morirme;
fumo deleitosamente mi cigarro,
beso a mis hijos,
tomo un diazepam,
me anido en los perfiles
más siniestros de la tarde
Camino a casa
mis ojos derivan en las aguas
de la fuente de un parque
pleno de verdura.
Los niños juegan desaprensivos
con globos de rostro humano
que semejan fantasmas citadinos.
Se atascó el camión
que nos conducía a la dicha
(de nada vale ahora pagar doble pasaje)
La cama aprende a acariciarnos,
alivia nuestro cansancio;
ahí nacimos, amamos, y esperamos a la muerte.
¡Qué no sabe del amor y sus deliquios!
La muy maldita se sabe imprescindible.
Igual que otros objetos resiste, resiste,
aunque alguna pesadilla tremebunda
hará crujir sus patas algún día.
De conocida pesadilla
no salió del todo indemne,
por la magnitud del peso implicado:
fue la de Monterroso:
“Y cuando desperté el dinosaurio
todavía estaba ahí”
Fue una advertencia.
Deberá tomarla en cuenta.
En pleno mes de la patria
según discursos oficiales.
Ese niño indígena
inmune ya al fragor contaminado
del centro citadino
sonríe cuando vende una banderita:
para él no es símbolo nacional,
como no asiste a la escuela
desconoce las clases de civismo.
Comercia telitas tricolores
con ave poderosa en medio
que identifica como águila tragona.
Según la medida
del lábaro vendido ahuyentará
la secular herencia de hambre
que la nación le prodiga.
El refrigerador funciona en la cocina
sus termostatos regulan la energía
que se convierte en fría temperatura;
conserva durante días
lo naturalmente corruptible;
en tanto, toda su energía
no bastaría para mantener inalterada
una sola de las palabras que ahora escribo.
Condenadas, como yo mismo,
a sufrir irremisible deterioro.
El foco de menguada luz amarillenta
apenas lame las paredes. Incapaz
al igual que mis ojos
de penetrar lóbregos rincones.
Casi miope, desconoce
el mirar a la distancia.
Está ahí
arriba
en
el
centro
de
la
habitación
casi temeroso
de que llegue
el día.
Dicen que cada cosa
se parece a su dueño.
Este vaso no leyó a Gorostiza:
se concreta a contener
el líquido que a uno
le venga en gana verterle,
sin importar color,
sabor, temperatura.
Es apenas conjetura
si al posar nuestros labios
en su transparente superficie
da gracias o maldice.
Une y separa
a los miembros de la especie
donde la más humilde vianda
propicia la esperanza.
Depositaria del fruto del trabajo
y en la última cena de Jesús
elevada a la categoría de altar.
Auspicia altas celebraciones.
A su alrededor conversan los parientes
y se difunden las calumnias.
Como otros objetos
resiste hasta la ignominia,
pero las charlas de sobremesa
ya le resultan indigestas.
No sé por qué
conservo conmigo
algunos inútiles objetos.
Esta llave oxidada
no podría
estar más
segura
que
conmigo.
Si bien se mira esta silla
es un objeto contrahecho
para seres plegables, acomodaticios.
Ricos y pobres encuentran en ella
apoyo y quizás descanso inmerecido.
Posee una vocación insoportable
de víctima ignorada.
Cuando sus quejidos, rechinidos
se vuelvan más frecuentes
será festín de las llamas,
pues no hay museos,
tiendas de anticuario
o desvanes que puedan resguardar
su número inagotable.
Resguarda innumerables memorias.
Sabe del polvo, la inmovilidad y la polilla.
Desearía permanecer con sus cajones
y puertas cerradas que, muy a su pesar,
serán abiertas una y otra vez,
mudado su orden, despojado de viejas prendas
a las que ya se había acostumbrado.
Será necesario entablar nuevas relaciones
con desconocidas camisas y corbatas.
Tan cargado de recuerdos que un día
deseará convertirse en fuego
y cenizas luego.
Tal vez uno desee morir
cuando ya no soporte el peso
brutal de sus secretos.
Rosa Irma Narváez Nieto
Adriano de San Martín Costa Rica
Gustavo Barrera Calderón Chile
Ana Romano Argentina
María José Mures España
Amaranta Madrigal
Armando Ortiz Valencia