Incluimos, enseguida, un acercamiento más detallado a una de las obras comentadas, aparecida en el volumen DF. 26 obras en un acto: El solitario en octubre. Antes de comenzar, unas palabras que funcionarán como plataforma teórica para describir las peculiaridades de la obra.
Se trata de lo que Fernando Wagner denomina la “estructura convencional del drama”, incluida en uno de los capítulos de su Teoría y técnica teatral (Editores Mexicanos Unidos). Complementaremos con el concepto de isotopía, utilizado por la semiótica y que se define como el haz de significados que hallamos a lo largo de una obra literaria, definiendo su unidad semántica.
Esta estructura convencional tiene su fundamento en los planteamientos de la Poética de Aristóteles. El elemento fundamental, sostiene Wagner, es la fábula, que incluye todas las acciones que componen la obra. Al respecto, hace la observación de que esta fábula debe incluir sólo las acciones esenciales, sin accesorios que entorpezcan o distraigan la atención de la acción principal.
La fábula está compuesta por tres elementos básicos: el sufrimiento, el des-cubrimiento y la peripecia. Los dos últimos tienen como finalidad orientar las acciones en un sentido determinado; ese sentido particular influye en el sufrimiento.
El sufrimiento se refiere, de manera general, a las emociones que obligan a los personajes a actuar; el descubrimiento es una revelación empleada como recurso dramático para orientar en algún sentido la acción o las emociones, y la peripecia es “el punto donde la acción cambia de dirección, volviéndose en contra del protagonista”.
Enseguida, Wagner se detiene a discutir la importancia de la acción en el teatro, particularmente la “unidad de acción”, que consiste en incluir en la fábula exclusivamente las acciones esenciales para la situación que se plantea en la obra.
Detalla, a continuación, la estructura de la obra de teatro, sus elementos. Aunque los identifica con distintos nombres, según al autor que cite, pueden especificarse de la siguiente manera: presentación o exposición, desarrollo de las acciones, clímax y desenlace. Como dominante de todo está el conflicto, motor de las acciones. Hay obras sin embargo que, advierte Wagner, no se basan en el conflicto, sino en los caracteres.
La exposición debe definir el estilo de la obra y crear la atmósfera general. Debe preparar al público para las ideas, acciones y caracteres que se presentarán y proporcionar los antecedentes requeridos para que el conflicto quede claramente planteado.
El desarrollo de la obra inicia con la primera acción que presenta el conflicto que se desarrollará. Esta acción desencadena otra que a su vez es el inicio de una nueva, y así transcurre la obra, que puede sintetizarse como un encadenamiento de acciones.
El clímax representa el momento de mayor intensidad dramática, es el instante en que a punto está de sobrevenir la catástrofe o el final feliz. El clímax antecede al desenlace, en el que se plantean las conclusiones de la obra o se resuelve —favorable o desfavorablemente— el conflicto principal.
Este modelo, esquemático y sin muchas complicaciones, nos permite poner de relieve las peculiaridades de la obra que comentaremos y, como ya indicamos, trataremos de profundizar en nuestra exposición con el aporte de la semiótica.
Aunque la obra es de un solo acto, se aprecian divisiones importantes que están marcadas por acotaciones específicas. Cada división corresponde a acciones secundarias (incidentes) que se entrelazan para integrar la acción principal o fábula.
Como ya señalamos al hablar de las acciones, los personajes pueden separarse en dos grupos: el primero, en el que incluimos al Periodiquero, a la Mujer de aspecto decente y a la Vieja, sólo aparecen en la primera acción, y tienen como propósito servir de contraste entre su comportamiento y el de Evaristo, por lo que es poco lo que se señala de su carácter.
Evaristo está eufórico, y ellos aparecen indiferentes ante el entorno. Evaristo desea establecer una relación cordial con ellos, pero los tres lo rechazan. La Vieja, que cree ser la única persona que se preocupa por los perros, se molesta con él cuando trata de ser amistoso. El Periodiquero, groseramente, lo deja con la palabra en la boca; la mujer de aspecto decente, al darse cuenta que él sólo desea platicar, y que por lo tanto no será un cliente, lo deja.
Aunque el estado de ánimo del momento domina en el carácter de los personajes que llevan el peso de la obra (Evaristo y Silvia), conocemos de ellos algunos rasgos importantes.
El carácter de Evaristo corresponde al de un espíritu práctico. Aunque se deja llevar por la pasión, se deja llevar por ella sólo cuando no lo perjudica. Puede aceptar una relación casual pero no hasta el extremo de sufrir por ella. Establece pocos vínculos afectivos en sus relaciones y no es muy apegado a los formalismos sociales. Todo ello corresponde a su papel masculino, con las implicaciones de machismo que corresponden en una sociedad como la nuestra.
Silvia, en cambio, es una mujer de carácter más bien conservador (véanse las isotopías al respecto, que se tratarán más adelante). En este punto también coincide con el papel femenino de nuestra sociedad: renuncia al trabajo porque, como va a casarse, su marido debe mantenerla.
Es más bien idealista y soñadora, y su concepción de las cosas tiende a ser limitada y convencional. Su carácter conservador se aprecia también en lo que piensa sobre las relaciones sexuales: constantemente, y contradiciendo los puntos de vista de Evaristo, expresa lo que para ella representan el noviazgo y el matrimonio: en el primer estado lo más que se permite son los besos, y hasta el segundo está permitido el contacto sexual: “para eso se casa uno”, dice en alguna ocasión.
En otros conceptos en que está en desacuerdo con Evaristo es en el de considerarse “espiritual y realista”. Lo de “realista” corresponde a la concepción que cada uno tiene del matrimonio; dicha concepción por fuerza debe ser opuesta porque, como ya se dijo, él acaba de terminar una relación negativa y ella, en cambio, va ilusionada al matrimonio, condición que idealiza y por tanto es para ella la mejor. Aunque debemos resaltar que basa esta idea en el hecho de que en el aspecto material tiene todo resuelto: el departamento, los muebles y el reciente ascenso de su futuro marido.
En síntesis, y como ya sugerimos al enumerar las acciones, la emoción del momento permitirá un fugaz acercamiento entre Evaristo y Silvia, pero las diferencias de fondo —marcadas en los rasgos de su carácter, que acabamos de referir— harán que cada uno siga su camino.
Eloy aparece al final para reforzar la nueva idea que Silvia acaba de formarse del matrimonio (véase el apartado de isotopías): ¿De veras puede esperarle una relación tormentosa como la que llevó a Evaristo al divorcio? ¿Es justificado el entusiasmo idealista con que estaba dispuesta a cambiar su estado civil?
Como podemos deducir por todo lo anterior, el personaje más importante en la obra es Silvia. Es ella quien cuestiona —por intermediación involuntaria de Evaristo— los aspectos más importantes de su vida, quien descubre que las ideas que la definen como persona pueden sustentarse en una base falsa, y que por lo tanto su vida tal vez sea un error. Y por la dificultad de aceptar que estamos equivocados (principalmente en aspectos tan importantes como éstos) Silvia duda sobre lo que hará después de lo que acaba de descubrir.
Cualquier decisión —aceptar que la vida no es como me dijeron o como me la imaginé y borrar todo de golpe para volver a empezar o ir hacia otro rumbo, completamente distinto— resulta difícil en extremo, y no puede tomarse en un instante. Por eso la obra tiene este final indeterminado, en el que Silvia sale de escena con un llanto casi histérico.
En el transcurso de la obra aparecen varias repeticiones de sentido que nos ayudan a comprender mejor la intención de la historia. La primera de ellas tiene como propósito justificar la relación —breve y por tanto intensa— que se establece entre Silvia y Evaristo.
La atmósfera general —el momento, el lugar— resulta propicia para un acercamiento amoroso, y es este concepto —el amor— el que se señala para esta isotopía: es “el último sol de la tarde”, es decir, que casi anochece (la hora más adecuada para el encuentro de las parejas); nos encontramos en un parque, un lugar propicio para las citas amorosas; aquí “llueven hojas doradas, gorgotea la fuente” (que, no por casualidad, es la de Venus, la diosa del amor) y se escucha un vals, música para bailarse abrazados con la pareja. Evaristo en más de una ocasión se refiere específicamente a la manera en que influye de este ambiente en su comportamiento.
Otra reiteración de sentido, que es importante para definir el carácter de los personajes, son las alusiones a lo sexual que realiza Evaristo y que escandalizan a Silvia (cuando describe a Magdalena y su relación con ella).
Se destaca el contraste entre la relación Evaristo-Magdalena/Silvia-Eloy. En el primer caso se insiste en que la relación funcionaba bien mientras eran amantes, y en el segundo, por contraste, la relación funciona bien por su formalidad (Silvia resalta varias veces que ella y Eloy son novios, para destacar, asimismo, que Evaristo y Magdalena eran amantes, es decir, que cometían actos que ofendían y escandalizaban a la religión y a la sociedad).
Señalemos, por último, las isotopías relativas al carácter de Silvia, que son las que más abundan a lo largo de la obra.
Hemos pretendido, con este breve comentario, dejar bosquejados los rasgos más importantes de El solitario en octubre. Nos hemos detenido, como se ve, en ciertos detalles, pero otros han quedado apenas insinuados y otros ni siquiera se han abordado. Pero nuestra intención es dejar la invitación abierta para que, en el salón de clases, se profundice en la propuesta no sólo teatral, sino también humana de Emilio Carballido. Pretendemos, también, dejar abierta la invitación para acercarse al resto de sus obras y, sobre todo, despertar la curiosidad para presenciar (cuando ello sea posible) algún montaje de su teatro.