La noche invita a desvelarte,
a buscar refugio en los brazos de un amante.
Invita a embriagarse de caricias
que hagan temblar cuerpo y alma a la vez.
La piel es lienzo de seda y fuego,
que pide desesperadamente que dejen huella
los dedos en su recorrido, dibujando pasiones
en un nocturno de besos.
Noche de dos que, extasiados, se funden
sin temor, en un vuelo loco que incendia
como volcanes de nieve y fuego
derramándose por laderas pobladas
de leños ardientes como cañaverales
que crepitan bajo los luceros.
Dos seres enredados consumiendo las horas
en la habitación invitan al desenfreno.
La pasión se aloca, el placer se despierta
al arrullo de la luna en la complicidad de la noche.
Dos que se invitan a perderse en un mar pasional
donde sólo existe la seducción
de sus almas, un ardoroso juego pasional
con ese palpar lento que hace temblar.
Sus miradas son faros en la oscuridad
que guían hacia el puerto del éxtasis
de la petite mort en un mágico vuelo
a la momentánea eternidad.
La sonrisa de los amantes invita a soñar
las pupilas son soles nocturnos
que buscan los cuerpos en la oscuridad.
Las voces se apagan, se consume la llama
mientras se encorvan dos siluetas descubiertas por la luna.
Los gemidos son susurros de seda
que hacen vibrar con un placer infinito.
El cuarto es un templo de fuego
en el que dos se entregan en un ritmo de placer.
La noche invita a perder el alma
en un mar de deseos arrastrados sin control
fluyen los besos embriagantes como vino y miel.
Las miradas son espejos que reflejan
sus almas, las voces son cantos de seducción,
la piel es instrumento de placer.
La noche invita a naufragar en este mar de pasiones
quemarse en la llama del deseo
despertar unidos, cuerpo a cuerpo,
en el fuego ardiente que mitiga la soledad.