Murales y muralistas tapatíos, del investigador y docente de la Universidad de Guadalajara, Juan José Doñán, invita al lector a sumergirse en sus páginas por su estilo agradable y fluido, con el añadido de su profusa documentación, presentándonos un amplio panorama de los cien años de lo que se ha llamado el Muralismo mexicano, “uno de los momentos estelares del arte mexicano de todos los tiempos”.
Desde sus primeras páginas el autor guía al lector por la ruta que se seguirá: “Guadalajara es la ciudad del país con más murales por kilómetro cuadrado. Y ello incluso antes del advenimiento del Muralismo mexicano, durante el Muralismo mexicano y después del Muralismo mexicano. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Cómo explicar ese añejo y prolongado gusto de los tapatíos de ayer, de hoy y tal vez de mañana por hacer y por ver obras pictóricas en muros, bóvedas, cúpulas y otras superficies arquitectónicas o constructivas, independientemente de la calidad de esos trabajos que, por lo demás, no siempre han alcanzado cuotas artísticas apreciables? ¿Cuál es el saldo que el Muralismo mexicano dejó en Guadalajara a un siglo del nacimiento de este movimiento, fruto intelectual y artístico de la Revolución Mexicana, no en el periodo armado, […] sino ya en su etapa constructiva? ¿Quiénes fueron sus participantes y promotores más notables en la comarca tapatía? ¿Qué criterios fueron tomados para que distintas autoridades decidieran elegir a equis pintor o pintores y, en contrapartida, desestimaran a otros y también a otras? A estas y a muchas otras interrogantes intenta responder este libro” (p. 12).
También, de entrada nos explica cómo se organizó la obra: “A lo largo de siete capítulos, se abordan lo orígenes y las características del movimiento pictórico conocido nacional e internacionalmente como Muralismo mexicano. El libro se ocupa igualmente de la pintura mural que se hizo en Guadalajara antes de que cundiera en ella y en muchas otras partes del país y aun del extranjero ese renombrado movimiento artístico. “Se consignan también las distintas generaciones de pintores que, para bien o para mal —en realidad para ambas cosas—, trabajaron durante más de sesenta años en la capital de Jalisco. Asimismo, se indaga por qué varios de los mejores pintores jaliscienses no fueron invitados a hacer murales en Guadalajara y por qué otros menos dotados sí pudieron echar su gato a retozar en los más diversos edificios públicos y privados. Por lo demás, cabe decir que en todo momento se buscó algo que el autor considera necesario, por no decir imprescindible: ponderar las obras más relevantes, a fin de diferenciarlas de muchos murales menores, así como de otros que son y en definitiva seguirán siendo obras fallidas” (pp. 15-16).
Además de estos siete capítulos (el más largo de los cuales, por obvias razones, está dedicado a José Clemente Orozco, el máximo representante en esta área no sólo en el ámbito local, sino también en el internacional), el libro se complementa con la reproducción de algunos de estos murales, muchos de ellos desaparecidos (como se consigna en el capítulo correspondiente), más una breve semblanza de los principales muralistas tapatíos o cuya obra se conserva en la capital jalisciense.
Junto con las noticias proporcionadas sobre el santo y seña de los protagonistas del Muralismo mexicano en tierras tapatías, nos enteramos de lo que ocurre tras bambalinas por las envidias, las trampas, la miopía e incluso la cortedad de miras intelectuales de muchos de los involucrados, principalmente las autoridades de diversos ámbitos, incluido el universitario.
En particular llama nuestra atención las informaciones relacionadas con Gerardo Murillo, Dr. Atl, a quien le atribuye la paternidad intelectual del movimiento y quien, paradójicamente, no pintó ningún mural en su terruño (Jalisco). Otro dato de interés se refiere a Xavier Guerrero Galván, chihuahuense avecindado en Guadalajara, quien después explicó en la capital de la República la técnica del fresco al resto de los muralistas. Ambos, pues, de quienes se habla poco en este sentido, resultaron fundamentales para el surgimiento del Muralismo mexicano.
Otro detalle significativo es el caso de María Izquierdo, quien pese a ser la primera mujer en exponer su obra en el extranjero, fue saboteada nada menos que por Rivera y Siqueiros. Dice el autor: “A la hora de la verdad se topó con prejuicios e intrigas de renombrados colegas suyos, así como con funcionarios pusilánimes que terminaron cediendo ante esos enjuagues sucios o muy poco dignos que se hicieron en contra suya” (p. 162).
El libro, pues, es una exposición clara y amena sobre cien años de historia del muralismo en Guadalajara, ahondando no sólo en sus protagonistas y sus obras, sino que también nos ilustra sobre el contexto social, político y cultural, complementándose con comentarios y análisis de algunos de los murales que pueden admirarse en diferentes espacios públicos, como el Instituto Cabañas, el Paraninfo de la UdeG, Palacio de Gobierno, la Prepa Jalisco y la Vocacional, el auditorio Salvador Allende, la Benemérita y Centenarias Normal de Jalisco entre muchos otros, incluidos edificios privados.
Todo ello subraya la importancia de nuestro patrimonio artístico y cultural, y la necesidad de preservarlo, como señala Doñán al exponer algunas de las motivaciones que lo llevaron a escribir este libro: se pretende realizar “una revisión de lo que tal movimiento dejó en la capital jalisciense; una revisión que, por otra parte, se debiera hacer de manera periódica con cualquier legado artístico más o menos relevante, a fin de que cada nueva generación pueda hacer su propia valoración de todo aquello que ha heredado de sus mayores —que eso significa precisamente la palabra patrimonio—, y en este caso en particular nada menos que de una parte del patrimonio cultural de todos los tapatíos y también de quienes visitan Guadalajara” (p. 16).