José Ángel Lizardo Carrillo canta de nuevo, festeja la historia, la vida, el devenir de su tierra nutricia. Guadalajara, Capital Mundial del Libro, es un poema de largo aliento, donde se desborda en imágenes poéticas, visuales y sonoras; retazos de luz, bocanadas vivenciales que exhala José Ángel para memoriar sus querencias. En 480 versos la Perla de Occidente, el río que serpentea entre piedras, habla, abre sus ventanas para dejarnos ver el horizonte, su caserío centenario; para permitirnos oír las voces que le dieron vida, sentido e historia. Por los versos cantados cruzan como relámpagos fundacionales Cristóbal de Oñate, Antonio de Mendoza, Miguel de Ibarra y Beatriz Hernández; aquí dejan su huella esplendorosa fray Antonio Alcalde, Miguel Hidalgo y Benito Juárez; aquí, entre aromas de tequila y sones de mariachi Ramón Corona apacigua las huestes del Tigre de Alica; aquí se siente la vida, que sabe a pan recién hecho y huele a rosas tempranas. Aquí el tren camina sobre rieles templados de futuro y cargado de sueños y de historias; aquí, Guadalajara, su Guadalajara, la Capital Mundial del Libro, abre sus páginas, se vuelve páginas, páginas de fuego que estallan como esquirlas de oro y nos iluminan los adentros.
Guadalajara, Capital Mundial del Libro, es un poema que se fragmenta como un caleidoscopio en una salutación, que se adentra en los orígenes, en el escudo de armas, en retratos y costumbres, y en una reseña de color, pinta y acuarela estampas decimonónicas, donde se yergue entre versos el majestuoso teatro Degollado, donde se evoca al humanista Fraile de la Calavera y nos recuerda los momentos aciagos al otro lado de la historia.
José Ángel Lizardo, otra vez, en un acto de amor se entrega, se da por entero en un poema a su Guadalajara; en él comparte los frutos, las heridas, los dolores, las alegrías y los llantos; los actos de milagrería y heroísmo que han brotado en la Ciudad de las Rosas, que han llenado nuestro paladar y memoria con sabores, olores y texturas, con voces y cantos, con miradas y labios, esos que abren zanjas y nos marcan para siempre.
