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Cotidianas

Descubrir a los Beatles

Margarita Hernández Contreras


Dependiente total de los libros y la música, me resulta un poco extraño que yo descubriese a este grupo, original e incomparable y que tanto ha aportado a la cultura y al arte universales, ya bien entrada a mis veinte.

Recuerdo perfectamente cómo fue mi encuentro con los Beatles. Cursaba los últimos semestres de la prepa, así que fue por el 83. El muchacho que me interesaba más allá de la amistad, Alejandro, y yo, nos hicimos partícipes de un círculo de estudios izquierdoso. Aparte de mi natural interés por aprender, puesto que leíamos materiales de Engels, Hegel y Marx, mi interés principal, en realidad, era la compañía de Alejandro.

En una de esas, el círculo de estudios organizamos una fiesta en el sitio donde estudiábamos. No recuerdo el motivo, aunque para empezar los motivos no hacían falta. Los conductores del círculo eran una pareja de chilangos, María y su esposo, aunque principalmente María dirigía el círculo de estudios. A mí me parecía una mujer brillante y con experiencia; su nivel de conocimientos me parecía envidiable y admirable de verdad.

Para mí lo triste de las fiestas es que, más allá de mi sosa participación en las discusiones del material leído, es que yo era una joven más bien solitaria y sin amigos; en el fondo me quemaba una timidez crónica que intentaba disimular como mejor podía, tanto que muchos no pudieran imaginar que yo era tímida. Motivo de más por el cual yo me aferraba a mi amistad con Alejandro.

Alejandro me parecía más convencido de la cuestión filosófica y política que se desprendía del círculo de estudios. Me parece que socializaba mejor que yo con los demás integrantes del círculo. De inteligencia y honestidad afiladas, a veces me parecía hasta hiriente, pero su nobleza y, precisamente, su honestidad, me tenían ilusionada.

Llegado el día de la fiesta yo quería aparentar que pertenecía, como cualquiera, al grupo de jóvenes tomadores, alegres, discutidores que fueron armando la pachanga. Como siempre, yo me quedé al margen, asomándome con hambre y necesidad sin que nadie pudiera inferirlo de verme callada y sonriente, platicando con Alejandro.

En algún momento perdí mi asidero; es decir, Alejandro se desapareció por un rato y me vi sola. Tengo la impresión de que me salí del edificio y en la acera me fumé un cigarro para hacer tiempo. Cuando finalmente volví a la sala principal buscando a Alejandro con la mirada, me di cuenta de que el espacio estaba en penumbra, habían apagado las luces; creo que la luz que se filtraba de la calle por los ventanales era la luz mercurial. Me percaté de que había parejas abrazadas bailando. Era una canción cuya melodía indudablemente exigía bailar lentamente y abrazados, como las parejas enfrente de mí. Yo que me creía saber más o menos de música me pregunté: “¿Qué música es esta?” El corazón se me llenó de tristeza, para mí fue la constatación de mi sentimiento de que yo no pertenecía a ese mundo; en la belleza melódica de la canción sentía que esa música me marginaba y me alejaba de la posibilidad del amor, dejándome únicamente con mi ilusión y mis sueños. A la vez la música me tenía cautiva, no podía moverme; me sabia seducida por las parejas que bailaban con los ojos cerrados y por las voces que cantaban “I’m in love for the first time / Don’t you know it’s gonna last / It’s a love that lasts forever / It’s a love that had no past / [y luego la plegaria] Don’t let me down”.

No sé a quién le pregunté que me dijo que eran los Beatles. Desde entonces me los apropié y los llamo míos. Por fortuna mi esposo Raúl fue un beatlemaniaco y nuestra hija Valentina también lo es, cual debe.

Sin duda John es mi beatle favorito, aunque yo no tenía conciencia de él cuando lo asesinó el tal Chapman. La semana pasada venía escuchando a John en el auto y cuando llegué a “Beautiful Boy” que le compuso a su hijo Sean, me imaginé la pérdida de ese niño, al haberse quedado sin su padre. Sentí resentimiento contra Chapman y se me rasaron los ojos de lágrimas. Y es que Chapman no sólo le robó la vida a John, no sólo les robó su padre a Sean y a Julian; nos robó a todos nosotros. Cuánto no le faltaba por crear y componer a nuestro John, cuánta de su creatividad perdimos ahora que entraba a su plena madurez como hombre y artista, ya solo sin los otros tres. Seguro todavía venía lo mejor y el Chapman nos lo robó a todos.

But John, you never let me down.


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