El águila afila su mirada desde la altura
Va el día en puntas de oro,
con ardientes pasos
en la arena de Naxos;
la corriente de amor indeciso
abraza el arrecife y se desaparta;
los cangrejos suben
por la piedra bañada
y va el mar, el mar,
de salto en salto:
inmenso gato pez de piel arisca.
Ariadna duerme en la sombra
que arrulla el engaño;
su boca guarda
el dátil de un beso,
una promesa roja,
un reptil de Medusa.
Aridela:
tus ojos sumisos
persiguen la gaviota,
en la bahía inmensa del sueño;
tendida como una lanza
abandonada por el guerrero,
la moldura de tus pechos en la arena:
tortugas desovando fuego.
El pelícano iza su ala torpe
y el hocico enamorado,
por encima de la estela
del ingrato Teseo.
La bailarina
de ensangrentados pies se hunde:
crepúsculo vino,
ebrio canto
por la santa dormida.
Arriba Dionisio
en un coche jalado por delfines;
sopla el viento una tibia melodía
y el canto es devuelto por la ola.
Hermosa mujer de huérfana herida,
tu cabello de viña fresca
detiene mi rumbo;
de verdes uvas tus ojos
y oscuro racimo guarda
tus piernas de vergel.
Cobarde y miserable
el hombre que huyó de ti;
yo apaciguaré
el violento corcel del recuerdo
y lloraré licor dulce y suave
sobre las ocho copas de tu cuerpo;
encallaré mi costado al tuyo
y adornaré tu frente
con la áurea corona de Tetis:
será la guirnalda
que expíe la culpa de Eros.
El cielo se desprendió
de tanto lamento,
que tu dolor anidará
la mortaja marina del rey Egeo.
Ariadna calla:
su mirada es un anzuelo sin carnada,
el incienso apagado sobre las algas.
Su lágrima de sal:
paraguas ligero,
abeja de agua,
inunda el océano.