La risa estaba fuera de lugar; sin embargo, a diario yo oía que explotaba en los pasillos del hospital. Cuando mis amigas me llevaban comida al hospital y decían algo chistoso, me percataba de que yo también reía. Pero no dejaba de preguntarme cómo podíamos tener ánimos de reír cuando mi esposo poco a poco se iba desvaneciendo en nuestro cuarto.
Qué hombre fue mi esposo. Olvidémonos de su inteligencia y sensibilidad. Fue un hombre hecho para las letras. Tenemos sus seis libros impresos para constatarlo. Pueden descubrir la belleza de su alma leyendo sus versos, saboreando sus metáforas. Pueden ahondar en su corazón leyendo sobre los personajes que escribió, como el activista mexicoamericano José Ángel Gutiérrez, el ícono rocanrolero de Monterrey, Vianey Valdez, y pueden darse cuenta del amor que tenía por su ciudad y su gente hojeando el libro que le dedicó a su barrio de Las Mitras.
Qué hombre fue mi marido. No necesitan leer sus libros para conocer sus grandes cualidades. Muchos de ustedes pueden hablar de su chispa e ingenio, su risa fácil, su naturaleza culta, su obsesión por leer y escribir y su siempre presta disposición de hacer amigos.
Sobre todo, mi esposo amó a su familia. Habiendo perdido a su mamá a los siete años y su padre mudándose a Michigan poco después, uno pensaría que se distanciaría de su casa sin volver la vista atrás. Al menos esto me parece lo más lógico pensar. No para Caballero. Caballero amaba a sus dos hermanas mayores, Lili y Chelito, y se mantuvo cerca a pesar de la geografía y los jalones y las mareas de la vida. Y sus sobrinos… cuánto los quiso y se preocupaba por ellos. Si sabía que alguno de ellos estaba pasando por un mal rato, se conmovía hasta el llanto por su imposibilidad de resolverle el problema.
Les puedo decir esto, su familia de Monterrey me asombra. Se mantienen muy unidos y cercanos. Mi familia no es así. La familia de Caballero es fácil y rápida con los abrazos y para decirte montones de cariños y te alimentan como si llevaras un mes de dieta. Admiro profundamente su naturaleza cariñosa y expresiva. Sería muy lindo si las familias expresaran su amor como lo hace la familia de Caballero en el norte de México.
Caballero tuvo cinco hijos con su primera esposa, Lady Alejandro. El orgullo y amor que Caballero tuvo por sus hijos estaba más que justificado. He llegado a conocerlos un poco y les puedo decir que todos son graduados universitarios, logro no tan fácil en México; desde medicina a contabilidad, desde comunicaciones a educación de los deportes. Son inteligentes, trabajadores y tienen esas características Caballero de ser bondadosos, buenos seres humanos, dedicados a sus cónyuges y sus hijos. Sus cinco hijos le han dado a Caballero 14 nietos maravillosos.
Y luego Raúl y yo tuvimos su sexto hijo: mi Valentina que comparte con sus medios hermanos las mismas características que obtuvieron de su padre: mi hija es buena, inteligente, trabajadora y una joven mujer universitaria; de acuerdo con la forma en que la hemos criado, se irá a Europa a trabajar y leerá libros con avidez, como sus padres.
Eros, Octavio, Pamela, Penélope, Raúl y Valentina, deben recordar siempre esto: su padre los adoraba. Él describía estar lejos de ustedes como un desgarramiento de su corazón, así con esas palabras. Las veces que más lo vi llorar fue por ustedes, por estar lejos y porque la vida no es siempre buena. Les puedo decir de su cierto y profundo amor por ustedes. A pesar de necesitar “acordeón” para recordar los 20 cumpleaños de ustedes y sus hijos, y, a pesar de sus fallas y errores humanos, ustedes y sus hijos eran las estrellas de su cielo. También les puedo decir cuál es la expectativa que tiene de ustedes, incluso en su muerte. He buscado la cita para asegurarme de que menciono al escritor correcto, pero no la pude encontrar. Según mi memoria, decía que la cita era de Jorge Luis Borges, así que necesitan tenerla en mente ahora que siguen con su vida: “La única obligación que los hijos tienen para con sus padres es la de ser felices.” Su papá, estoy segura, espera que cumplan cabalmente con esa obligación.
Qué hombre fue mi esposo para mí. Entre él y yo, él era el mejor ser humano. Era paciente, bondadoso y generoso. En los pleitos, siempre era el primero en buscar la paz. Era quien casi siempre concedía a mi egoísmo y caprichitos. La forma en que me abrió más su corazón después de mi derrame cerebral es lo que me ha mantenido en pie estos 13 años. Sus poemas, sus palabras, las flores que me brindaba con frecuencia, su disposición para que las cosas se hicieran a mi modo, hablan de su amor profundo por mí. Mi oración es que yo haya sido digna de su amor, dedicación y servicio. Me hacía sentir hermosa. Cuando peleábamos me decía que volviera a ser como me conocía: “dulce y buena”, decía. Edificó en mí cosas que antes eran imposibles para mí y que no sé cómo haré para recuperar: confianza en mí misma, un sentido de validez y de pertenencia, de reconciliación con mi condición de mujer y madre. Todo esto hizo ’Llero por mí. Como pueden ver mi duelo será infinito. Pero Caballero, no cambiaría ni un solo día de nuestra vida compartida; los picos de nuestra historia fueron gloriosos, los bajones, tomada de tu mano, se hicieron soportables. Me hiciste feliz y como decías tú, citando a Carlos Pellicer: “Si me aguarda la esperanza, contra toda destrucción voy hacia ella”.
Finalmente pude descubrir la razón de la persistencia de las risas que oía en el hospital y en servicios paliativos. Incluso entonces en el hospital, incluso ahorita en este momento, esas risas son mi recordatorio de que la vida sigue. Pero, oh mi bienamado poeta loco, la vida que compartí contigo se mantendrá luminosa, viva y presente en mi corazón. Sigue en paz y con mi amor. Tengo la certeza de que Dios te recibió con los brazos abiertos.