Como la gata, me siguió, hasta
el olmo, en el norte. Aún
consciente, Sol del cielo, de todos
querido. Y luego, en noviembre,
igual que yo, se cansó de la luz, ya
demasiado viva, cien pasos delante de él.
Pero, en realidad, ¡¿cómo no cansarse?!
Desde que él, sin ojos, arriba vaga,
por misericordia por nosotros arde. En medio
de todo, ciego blanco al que riño
cuando empieza en mi espíritu la tarde,
aquella anterior, después de él
no sé cómo es ni de quién.
Ahora, y cuando me vaya, quienquiera que seas
que sea siempre clara
tu pupila. Y que no te entregues, conmigo
a rumores aledaños, tristezas matutinas.
Lleno de anhelos, pido sólo eso.
De este barranco donde me arremete la tentación
de llamarte; ¡ya! hacia mí.
Con la voz del pico de un pájaro, con el eco
de mis estremecimientos en la tierra.
Para no estar solo.
Crece el cabello allá donde ayer
no había; en un crepúsculo fraternal,
nuevo, en el cuello del león.
Y allá, entre las estrellas,
un sembrado, campo
limpio, donde irrumpe
lo que hasta ahora no se oyó.
Si pudiera, pienso,
en tales rayos ir de caza,
llegar donde alguien, antes de acostarme.
En la reunión vespertina, allá.
No ahora queridos míos. Es tarde para
cuentos. Mañana hay que levantarse
de nuevo.
¿O es una realidad sin fin,
turbia como el miedo?, que en realidad
pienso y grito de dolor —es
poco importante, en verdad, ahora.
Y aún menos que la Tierra
y el hombre en ella pronto no existirán.
Ni las obras de él, de los tiempos suyos,
ningunas.
En este momento es poco importante,
en verdad, que el Universo completo,
también muera y con él,
por fin,
la misma muerte.
Lo que es importante, hasta la inconsciencia,
es el porqué de alguna manera se encuentre algo,
en algún sitio o tiempo,
que tiene que existir y para nosotros,
si locos no estamos, aquel que lo sabe.