Mi deber es, quizá, solamente
ser. Lo más posible. Sin preguntar,
salvo en los momentos cuando brama el dolor,
¿y si madrugó el tiempo?, ¿qué hace una hoja
en la rama?
Apenas vivir de mañana a mañana,
esta es la orden, quizá terrible.
No preguntar nunca nada, mientras no
llame la tristeza. Aquel lirio
en medio del invierno.
Seca, la hormiga en mi Bebekovina.*
¿Dónde está esa lluvia?, preguntan las creaturas
saltando frente a ellas, sin voz,
en la mañana.
El hechicero se durmió en el lejano pasado,
no hay a quien llamar desde el claro.
Por eso, más pequeño que sí mismo,
hablo yo.
Por favor, Creador, no bromees;
este no es tu Sahara, sino un sitio
bajo el viejo Humac,*
nubes del sur.
Y luego, mientras, oigo de alguna parte:
mira al pequeño, jo jo.
una pequeña gotita toca en verdad suavemente
la punta de mi
coronilla.
Que vuelva al monte, allá,
de vez en cuando, enojado, le grito al Sol,
a la inteligencia atrevida. Porque veo, aquello
que no entiendo cuida mi juicio
apoyando a mi ser de todas partes.
Puedo encontrarme así contigo y
con tus niños pequeños, donde quiera,
sin dudar de mis actos.
Igual que tú que misteriosamente curado,
puedes soportar el crepúsculo.
Centelleando desde allá, ¿quién sabe
cuándo?, una onda de luz, joven,
que se mueve como el viento
de izquierda a derecha alrededor de las cosas,
todavía está de camino.
Y no llegará mientras sus
bellas hermanas mayores
no me lleven detrás de esta piedra
de trescientos colores, allá
donde está el tiempo.