El arte genera complicidades. En particular la poesía. A través de los versos encontramos pistas que no sólo definen al poeta, sino que nos perfilan a nosotros mismos. La identidad ajena y la propia va desgranándose conforme avanzamos en la lectura, y descubrimos guiños de complicidad que nos sitúan en espacios y tiempos compartidos.
En El encantamiento de las seis, de Elizabeth Hernández, encontramos la voz de la autora que es a la vez una voz que podemos identificar en nuestro interior y en las múltiples voces que conforman la realidad y la subjetividad que nos circunda.
El título alude a un tiempo referido a un comienzo o a un crepúsculo, ambigüedad que crea una circularidad definida a partir de las contradicciones, los opuestos y los extremos que representan las dos caras de la existencia, aunque esas dos caras se conforman a partir de múltiples matices que nos llevan de una a otra, construyendo una realidad variada y compleja.
En esta perspectiva nos encontramos y descubrimos la cultura que nos define como colectividad desde mediados del siglo anterior. Como lectores percibimos resabios de las filosofías orientales que aún siguen permeando el espíritu de nuestros días, interiorizadas, asimiladas y transformadas en un yo íntimo y único.
Sobre este trasfondo existencial van desgranándose, definiéndose e incluso corporizándose aspectos fundamentales como el ser, Dios, las apariencias (aquello que percibimos a través de los sentidos), así como los elementos primigenios (agua, tierra, viento, fuego) y el tiempo, el espacio y el vacío en un todo integrado y a la vez expresado en su unicidad.
Por sí mismas, estas cuestiones dan material para extensas —e incluso interminables— reflexiones y disquisiciones que apuntan a un mismo objeto: quién soy, quién es el otro, qué es la realidad, las ideas, la vida en fin, con todas sus aristas, contradicciones y misterios insondables.
Pero por encima de tan elevados pensamientos —que han acompañado a la humanidad desde que tuvo conciencia de sí misma— hay una cercanía que despierta ecos en nuestro interior, murmullos, voces que reclaman nuestra atención y nos obligan a reflexionar sobre la propia esencia, definida a partir de cuestiones elementales y cotidianas que enfrentamos a todas horas, en todos los espacios que habitamos.
Nos ubicamos entonces en una doble dimensión, que apela a nuestro anhelo de trascendencia pero que a la vez nos ancla en una realidad inmediata, vivida no con el entendimiento sino con los sentidos. Contradicción que se resuelve a sí misma en el momento de vivir, expresada en los versos de Elizabeth Hernández como un espejo que es a la vez un retrato en el que aparece y a donde se asoma cada individuo y donde también se refleja la colectividad. Versos, estrofas, poemas que dan voz a la complicidad que permite nuestro estar en el universo.
El encantamiento de las seis se complementa con fotografías de Fernando Franco.