La tarde de octubre
presagiaba terribles sucesos.
Un implacable viento de otoño
deshojaba las ramas de un fresno majestuoso.
En el mismo instante
ella rechazaba mi urgente invitación
al propio paraíso.
Argumentaba que no podía vivir
de puras abstracciones.
Pero ella tenía razón.
Yo me encontraba lejos,
a destiempo lo compruebo,
de poseer brillante futuro
y auto nuevecito.
Además, la escritura de aparentes poemas,
ni entonces ni ahora,
atrae las inversiones extranjeras
ni produce, dicen los que saben y tienen,
la inefable felicidad
de una cuenta bancaria
en verdísimos y refulgentes dólares.
Bienvenido este sol
a mi aterido hogar.
Recibo el aroma frutal del verano que madura
el aguardiente seco
en mi ácida garganta,
mientras decido escribir
sobre la libertad
y su nexo con el sexo.
La libertad merodea
las hierbas del pasillo,
se desliza por las piernas de Ana.
La libertad es algo más
que un poema irresuelto
y como el amor irrenunciable.
Amor libre. Verso libre,
como brisa.
Completamente desnudo
fumo deleitosamente, luego,
como un mamífero educado
agradezco sin ironías
a tu incontenible vida
que esta mañana aletea
tibiamente a mi costado.
Mientras escucho a Bach
evoco tu figura
plena de laudables resquicios,
de sorpresivas impaciencias.
recuerdo caricias compartidas
en la oscuridad de un cine, y
la huida intempestiva
de un jardín en plena lluvia.
La lectura de los siempre inéditos poemas
que tú inspirabas, los agrios insomnios
que el pensar en ti me provocaba.
En verdad
como dirían añosos melodramas,
tú y yo
nacimos el uno para el otro.
Hálitos de humedad
auspician el ambiente.
La tarde es un inmenso
templo a la intemperie.
Nuestra habitación
edificada de palabras
y ternuras
es mínima geografía
abatida por el total
de climas.
Se desata la lluvia:
principio natural
de renovadas esperanzas.
Una injustificada paz
se me anuda al cuello.
Pedro Valderrama
José Ángel Lizardo
Itzel Rico
Armando Parvool