Ella era sauce y roble,
y no se doblegaba ante el río Bravo.
Mi hermanito crecía con miedo en su vientre.
Era tormenta y llovizna cuando nos arrullaba con sus alas de ángel.
Antes de cruzar
murmuraba un rosario de metáforas rodantes.
Pedía permiso a Dios, al desierto y a los santos
para regresar con bien.
Tenía miedo al partir de casa,
oIvidarnos en el diminuto cuarto con el padre fantasma.
Tenía miedo de convertirse en luciérnaga
y con luz propia / lucir sus fisuras lejos de las tormentas.
Ella temía a mi padre, a la libertad
pero nunca tuvo miedo al trabajo,
a las corrientes del río y a los coyotes.
Temía a los naguales, a los fantasmas del pasado
y a los asaltantes.
Temía a dos cosas: por nuestro futuro en la frontera
y morir sin que fuera su tiempo.
Ella temía ser madre soltera.
Presumía conquistas / riesgos / juventud /
su trabajo que valía oro.
Ella podía hacer y deshacer una prenda, peinaba
y cocinaba lo que había en casa.
Sus hombres jóvenes / viejos / obreros
nos espiaban al bañarnos o vestirnos
y al dormir violaban nuestros sueños de niñas.
Mientras ella comía lágrimas
por no saber desplegar sus alas.
La frontera es precisa al contar su historia,
cuando el miedo se queda en el muro,
en el morral tirado a medio camino
o cuando el aroma a muerto queda atrás.
La frontera es una vía alcanzable,
donde los buitres acechan la carne.
Destino al que mi madre se reusaba a llegar.
Cruzaba dos veces por semana
para saberse libre
y saberse Villa por un momento.
La frontera era su escape / libertad a cucharadas
Y felicidad de un día.
La frontera, historia de los desafortunados y desvalidos
de voces extraviadas en polvaredas.
Ellos se olvidan de los suyos
se desprenden de las entrañas
y entran a un juego sin retorno para soñar /
para vivir por momentos un festejo mortal.
* Del libro Roja rutina, publicado por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes
del Gobierno de Jalisco. Publicados con permiso de la autora.
