La sensibilización escondida de un pueblo amenazado nos sumerge en el peligro de la indiferencia. El temor, la desesperanza y el profundo sentido de injusticia atenta contra nuestros ideales y proyectos. Para ser conscientes de que han truncado nuestro camino, tenemos que saber y estar seguros de a dónde queremos llegar. ¿Qué soñamos con nuestra vida? ¿Cuál es la herencia que queremos dejar?
Todos tenemos batallas que pelear, regularmente la primera acertada es la que luchamos contra nosotros mismos. Ante una sociedad, un país, un mundo que se vende, los golpes empuñados que tiran mis manos, son insuficientes. Si empuñar mis manos no es la respuesta, ¿qué lo será?
La vida ha sido buena conmigo, me ha golpeado y a veces me ha dejado inconsciente, pero no me ha abandonado. Me ha enseñado a leer la verdadera justicia dentro de la injusticia y a rescatar el tesoro que se esconde en la miseria que nos alcanza a todos. Y aunque la desesperanza acecha expectante a que mi espíritu se doblegue, es fuerte la certeza de que seré puesta en pie cuando me lo permita. Ante un sinfín de posibilidades, ¿qué estamos dispuestos a hacer? Porque me cuesta, pero acepto que atada estoy de pies y manos, no tengo poder para frenar la muerte pero mi esperanza radica en no autodestruirme. Si los ideales se venden por una estabilidad, yo no me quiero vender; si la evasión está atada a boletos de avión e instantes caducos, prefiero no evadir; si la mentira es diariamente necesaria para permanecer intacto en este castillo de arena, prefiero la verdad aunque no luzca ni sea atractiva. Si me tengo que sentar a esperar con abnegación que alguien venga y me quite la vida, prefiero encontrar el valor y las razones reales y necesarias para darla yo primero. Ojalá no temiéramos a lo que acaba con nuestros suspiros, sino a lo que atenta para convertirnos y convencernos de vivir lo que no somos.
He vuelto a soñar contigo. He descubierto que a través de ti, a través de los que son como tú, busco protección. Busco acabar con ese punto sin retorno: vulnerabilidad. Este callejón sin salida es donde la luz es tenue, donde el corazón late aprisa y donde nadie te persigue más que tu propia sombra. Es aquí donde el alma se divide y busca sin cansancio la manera de convertir un panorama tan angustiante en uno lleno de algo especial, nostálgico, entrañable; encontrar en la bondad de tus manos un refugio seguro. Prefiero que el corazón lata por ti, que los nervios me consuman en una mirada, que la sombra que me persigue me recuerde que me has elegido, que la luz tenue me ayude a mirar con más atención el tono de tu piel, la vida que se refleja en tu rostro. Te prefiero, pero también me prefiero. Mantén la respiración constante, permite que tu cuerpo se sienta, que las voces débiles sean escuchadas. Permanece cuando quieres saltar a otro pensamiento, descifra lo que tu silencio quiere decirte y acoge lo que las voces fuertes te gritan constantemente. Déjate caer.
Tumbado en el callejón de las paredes azules, hay demasiado espacio para la paz. Sin fuerza en el cuerpo, no por debilidad sino por elección, se puede percibir la esperanza, el comienzo de lo nuevo y la renovación de lo antiguo. Tumbado y sin nada es donde se gestan de nuevo las oportunidades. Caer es levantarse y en lo profundo algo se alegra por saber que uno de los hilos que me mantienen de pie, te pertenece.
Es difícil escribir historias, pero a veces es aún más difícil vivirlas.
Acostada en mi habitación y mirando el pájaro azul que está en mi techo, me pregunto si no está molesto por darle vida para permanecer quieto, inmóvil, sin voz ni caminos. Está tan azul y me mira tan fijamente que lo escucho por primera vez y me dice: El “sin voz” eres tú.
Por un momento dejo que la rabia me abrace para convertirse inmediatamente después en agua, lágrimas expulsadas como quien no tiene derecho de permanecer ahí dentro. Pero no puedo permitirme este abasto de sentimientos que remuerden, los días no se detienen y tampoco hacen alto las responsabilidades. Sólo me queda esperar que los días sean más volátiles y el invierno se viva en carne propia para refugiarme en el calor de las cobijas y omitir o apagar cualquier alarma o ruido que se haga presente.
Así se me van los minutos y las horas, intentando callarme y gritándome más fuerte cada vez. Este juego es interminablemente doloroso; ni el pájaro siempre despierto se atreve a mirarme.