Un círculo de tiza en la avenida, dividido en cinco, ocho o diez partes era señal de risas, horas de juego y mucha diversión; hasta que un día, los trazos de la tiza comenzaron a tomar distintas formas que distaban, por mucho, de un juego inocente.
Algunas veces, las formas de las piernas son más largas, las caderas más sobresalientes, la cintura puede salir a relucir o pasar desapercibida, los brazos más anchos o más delgados. La tiza puede trazar lo que la situación requiera.
Recuerdo que nos encantaba dibujar el gran círculo para probar nuestras habilidades artísticas. Cuando lo veíamos trazado en el piso, uno de nosotros se colocaba en el centro y nos miraba fijamente; los que quedábamos alrededor sentíamos cómo los nervios recorrían nuestro cuerpo. Nervios por miedo a ser nombrados como “el peor enemigo”.
En el momento menos esperado, ya estábamos corriendo, queríamos evitar que pudieran escogernos y si lo hacían, perder no estaba en nuestros planes. Reíamos, protestábamos para que el juego fuera justo, corríamos y gritábamos, sólo nos divertíamos.
Aquella tarde, fuimos demasiados jugadores, la adrenalina recorrió nuestros cuerpos. Nuestras edades, ocupaciones y tener que aprender ecuaciones, leyes, programas, contabilidad, finanzas, idiomas y trabajar no nos impidió estar ahí para salir, correr, gritar y protestar.
El miedo por ser elegidos es más intenso de lo que recordaba, pedir que el juego sea justo causa más problemas que hace unos años. Nos hemos convertido en “el peor enemigo”. No encuentro las risas, ni la diversión. No queremos ser un trazo más de tiza, pero todos hemos sido alcanzados. Parecía interminable, hasta que terminaron con nosotros.