A vosotros os molesta mucho, pero que mucho, que
os muestren la vida en su aspecto más descarnado.
Ajuste de cuentas suele denotar los esfuerzos de un individuo o una familia para satisfacer sus necesidades a partir de los ingresos disponibles. También podría dársele otro sentido: revisar un estropicio y repararlo, hacer que las piezas encajen. O puede significar, simplemente, un desquite, una venganza. Un poner las cosas en su sitio. ¿Y por qué no una evaluación cortante, amarga, incluso hiriente, de nuestro pasado, de una doctrina, de una concepción, de una teoría, de una ética… de una sociedad?
Ajuste de cuentas, de Delfín Dorado, tiene algo —o mucho— de lo arriba expuesto. Y en efecto, Ajuste de cuentas no deja títere con cabeza. Los poemas del libro desmontan con saña las mentiras, las ficciones, la autocomplacencia que los ticos solemos administrarnos en dosis generosas. Cuando la careta se desploma como una hoja marchita y las cosas empiezan a ser vistas y sentidas como lo que realmente son —y no como se nos ha acostumbrado a verlas y sentirlas— aparecen las dudas, las confusiones, el despecho, la amargura. Pero también la negación obtusa de la nueva realidad develada. Porque duele. Y la negación obstinada suele incubar monstruos. O propiciarlos…
El libro comienza su tortuosa andadura con una invocación al célebre poema Howl (Aullido) de Allen Ginsberg. Dice: “Querido Allen, yo también ‘he visto las mejores mentes de mi generación destruidas / por la locura, hambrientas histéricas desnudas…’ ” El libro ofrece sentidos homenajes a poetas costarricenses desaparecidos, poetas que vivieron y murieron “en el lado salvaje” (Nelson Algren) de los excluidos o marginados, esa realidad sórdida y doliente que la mayoría prefiere ignorar (Poema 6). O poetas que como David Maradiaga desaparecieron en la niebla y la noche. (En la Arcadia centroamericana, como en otras latitudes, también se asesina a los poetas y a los artistas. Delfín Dorado menciona unos cuantos, pero la lista es más extensa).
La Noche es una presencia avasallante en Ajuste de cuentas. “Hubo tiroteos anoche. / Los bancos cerrados. / Las avenidas lóbregas./ El sol no aparece por los mercados” (Poema 16). La sensación de amenaza, de miedo y desolación. El agobio de la noche, de lo que aguarda en cada esquina y en los rincones alumbrados por luces mortecinas o la plateada luz de la luna. Y los ángeles exterminadores se desplazan en su espacio sacrílego y de pesadilla. “Los días pasan raudos / con casco / sobre las motos / rafagueando / la profunda noche / de los sicarios” (Poema 35).
En este libro sombrío hay pozos aislados de nostalgia —imposible que no la haya en cualquier recuento que se tome en serio. La nostalgia de una San José perdida en las brumas del tiempo y que provoca un lacerante sentimiento de extrañeza. “Chepe, grande túnel de ciudad gris y vencida. / Desangrada”, exclama el poeta callejero no más empezar el libro. La ciudad se ha vuelto sórdida, sucia, ajena, peligrosa. “Calles cargadas se smoke, amenazas, cachiporras y puñales… / Carnaval de vísceras y esquizofrenia a cuentagotas” (Poema 1). Casi omnisciente en el libro La Pesca, es decir, la Autoridad, la Represión, la Vigilancia, presencia que disemina el Miedo, la Amenaza siempre latente, pronta a desatar la violencia contra los raros, las putas, los desdichados, los marginados por un Mercado y una Democracia secuestrada que no se interesan por ellos; muy al contrario, los consideran una amenaza y en consecuencia los tratan como excluidos, víctimas, náufragos. “En ese vagón abandonado / donde crecen la hierba y un árbol / conviven tres mujeres, / cinco varones, / ocho niños, / un trans / y una anciana / que mira cómo la tarde nos devora” (Poema 22). La precisión con que el poeta enumera a hombres y mujeres y las cosas otorga verosimilitud y patetismo a la escena de miseria que describe. Es la lucha en la cual los excluidos caen una y otra vez, como si esa caída fuese una repetición del mito griego de Sísifo. “Deambulan por estas calles silenciosos / muertos de frío como yo” (Poema 66). Para ellos Costa Rica se ha convertido en “el país de la larga espera” (Poema 28). De la espera inacabable, podríamos agregar, de la espera inútil. De nuevo Sísifo y el absurdo, Sísifo y la Desesperanza.
La mano invisible del Mercado es maniática y sañuda porque suele escoger a los mismos, valga, a los pobres y a los empobrecidos. Y bendice con su mano embarrada de mierda a los privilegiados que se escudan bajo el manto ominoso de La Pesca. Los desheredados de La Fortuna forman la variopinta y dolorida humanidad de La Pálida, que hacen de la calle su desierto, su nada, el lugar no querido y al que fueron arrojados por la voluntad de un dios ausente y vengativo. “Lo nuestro es la calle, / este cruce de avenidas / como apetecido pubis / donde La Pálida toma la siesta / sin que nadie la interrumpa” (Poema 38). Pero alguien interrumpe: a lo lejos, o emboscando, aparece La Pesca blandiendo látigos, cachiporras o pistolas.
Y así se encabalgan los poemas del libro, escarbando heridas, revelando pústulas y los lugares-infierno donde se citan los condenados sin culpa: las cantinas, los parques urbanos, las cárceles, los burdeles, las alcantarillas… La existencia como pesadilla. Se vive en una caverna en la que no se puede saber “si estamos vivos o muertos” (Poema 45). Y ante el acoso permanente solo queda la fuga. “Ya vacío por dentro, / adormecido mi gran cerebro, / me puse de pie / y continué con mi gran fuga” (Poema 44). ¿Hay, acaso, salvación? El autor elude la Esperanza. La expulsa de su ámbito como a una apestada. La madrugada ha de recoger a los huérfanos y a los náufragos de la Noche.
Uno de los ajustes de cuentas más feroces que Dorado hace a lo largo del libro es contra los poetas que “entonan falsos cantos” (Poema 30); o se dedican “a cortar versos / como aprender a cortar pan, / pelar y destazar un pescado / o un chancho” (Poema 48); o apetecen “el vino rancio / de los premios” (Poema 39). En suma: todo lo que apesta a impostura, diletantismo, falsedad. La visión poética de Dorado es la del desesperado, el solitario, el outsider. La de quien busca y obtiene belleza en la mugre, los detritos, los orines, la desilusión o el dolor y solo en ellos. La que refleja la sordidez y la degradación. La poesía amarga de quienes carecen de ilusiones y solo se consuelan ocasionalmente con los recuerdos de infancia. Para Delfín Dorado la verdadera poesía es “la que ladra y muerde, / envenena, porfía” (Poema 61).
El lenguaje del poemario es directo y crudo, pero rebosa de metáforas e imágenes de un fulgor lúgubre y sucio. Un bisturí que con lentitud sinuosa va escarbando en las llagas purulentas del cuerpo social y en nuestras almas exasperadas y solitarias. En este viaje al fin de la noche que es Ajuste de cuentas de Delfín Dorado a sus agobiados sobrevivientes tan solo nos resta gritar al final del periplo: ¡auxilio, socorro!