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Ana y los clichés Obra en un acto

Raúl Caballero García


Personajes

Ana. Es una adolescente hispana, 15 años, lánguida, delgada y con un incipiente pero notable estado de embarazo; su aspecto es demacrado pero dulce, siempre está pálida y muestra una personalidad indefinida, ambivalente, contrastante, con vaivenes de la inteligencia a la inocencia, del temor al coraje, de la madurez al extravío.

Nelson. Es un adolescente angloamericano, 13 años, de un físico muy desarrollado, guapo, con aspecto de hombre joven pero a todas luces un niño cuando se proyecta hablando.

Papá de Ana. Mexicoamericano, 45 años, clásico macho, de personalidad silvestre con panza cervecera, campechano y estridente.

Mamá de Ana. Mexicana, abnegada y obsesivamente religiosa, la sombra del marido.

Chica 1. Afroamericana, adolescente, con cuerpo de modelo, espigada, alta, delicada y muy bien vestida, es decir con buen gusto. Escandalosa y lo que se dice exagerada en sus posturas; dicharachera pero inhibida; se suelta, se da cuerda solita, pero ella misma se contiene, se inhibe. Es graciosa y se queda en lo formal.

Chica 2. Latina, adolescente, con cierto aire de madurez, de resolución, parece una chica deshinibida, pero acusa al mismo tiempo la candidez de la edad; “actúa” estudiadamente sus reflejos de “madurez” pero no evita la rudeza indómita de la infancia. Está vestida con distinción como un signo de adultez, pero su cuerpo, con el “síndrome de Lolita”, denuncia su reciente pubertad.

Mujer de rojo. Voluptuosa, alta, sexy.

Modelo. Voluptuosa, alta, sexy.

Dos varones. Atléticos, bailarines.

Como quisiera
poder vivir sin aire
cómo quisiera poder vivir sin agua
Me encantaría quererte un poco menos
cómo quisiera poder vivir sin ti
Pero no puedo
siento que muero
me estoy ahogando sin tu amor

          Epígrafe de la canción “Vivir sin aire” de Maná, disco Maná Unplugged, que debe ser leído en el momento inicial, al levantarse el telón, con el escenario a oscuras y puede ser con voz en off o directamente del disco. Si el director elige la segunda opción deberá cuidar que solo se escuche el fragmento de los versos que abarca este epígrafe.

          Luego de haberse pronunciado el epígrafe, el escenario permanece a oscuras. La música del grupo Maná (las percusiones de la primera parte de la pieza “Coladito”, del mismo álbum) se escucha en crescendo hasta detenerse antes de que entre la voz del vocalista. Se enciende el lado derecha del escenario. Primero una luz tenue, luego otra y otra cada vez más potentes (se pueden elegir luces de distintos colores) que van iluminando varias mesas redondas con sus respectivas sillas. Es un café al aire libre del centro de la ciudad de Fort Worth. Varias personas sin rostro ya están sentadas y otras llevan sus bebidas en la mano y ocupan una u otra mesa para beber y charlar. Distintas y casi inaudibles conversaciones se entrecruzan. El otro extremo del escenario que ha permanecido a oscuras hasta entonces se ilumina de golpe cayendo la luz sobre una mesa idéntica a las demás y ocupada por dos amigas de Ana, que platican con desparpajo. Son dos jovencitas en su temprana adolescencia, una afroamericana y la otra latina, ambas están muy bien vestidas a la moda actual, las dos fuman; una bebe café frío y la otra una soda. Ellas platican y a medida que la conversación avanza, las demás luces se van apagando tenuemente, como también las conversaciones de los ocupantes de las otras mesas, hasta que solo queda iluminada la escena donde las dos chicas conversan.


Escena 1

Chica 1. Bueno, bueno, tú vas a ser actriz y yo seré modelo, ahora dejemos de soñar. Ana lo cortó.

Chica 2. No, yo no creo, lo quiere mucho. Se le nota que lo extraña.

Chica 1. Pero entonces no me lo explico, él estaba prendidísimo de Ana.

Chica 2. Yo no sé. Aparecería otra en su vida.

Chica 1. ¡Ay!, yo quisiera ser esa otra, Nelson está bien bueno.

Chica 2. ¡Cállate! Tú ni siquiera imaginas cómo la tienen. (Risas a carcajadas.)

Chica 1. Ay sí. (Habla casi en susurros, como secreteando.) Tú sí sabes mucho de cómo la tienen. (Más risas.)

Chica 2. Pues te puedo decir que unos la tienen grande y otros cortita. (Las carcajadas se redoblan.)

Chica 1. ¿Será como las estaturas de los hombres? (Hace aspavientos y complementa las palabras con los dedos de las manos.) O los gorditos la tienen gruesa y los flaquitos… (Ríen frenéticamente.) Christine dice que es igual que la nariz, la tienen chata o picuda, gorda o grande. (Vuelven a reír frenéticamente.) ¿Tú crees que Ana se la conoció a él?

Chica 2. Pues ya tiene quince.

Chica 1. ¿Y eso qué?

Chica 2. Pues que una mujer de quince años es una mujer madura que ya sabe lo que quiere. (Dice con autosuficiencia, haciendo una exagerada pausa para fumarle a su cigarro.)

Chica 1. Pobre Ana… Entonces, ¿él la dejó?

Chica 2. Ya pasó más de un mes, ¿acaso dos?, y desde entonces anda sola, triste y como desilusionada.

Chica 1. No llega.

Chica 2. Ya no tardará, acuérdate que viene en el bus desde el lado norte, vive en el barrio de La Loma.

Chica 1. Eso es allá por Diamond Hill, ¿verdad?

Chica 2. Por lo menos cerca, yep.

Chica 1. Christine recién volvió de El Paso, dice que allá vio a Nelson.

Chica 2. No le creas, esa lo vive soñando. Sus compañeros del quinteto dicen que Nelson se fue a California, que se escapó de su casa, que quería ser independiente y que buscaría ser importante en un grupo de rock.

Chica 1. ¿En serio? Me estás vacilando.

Chica 2. Yo no sé, dicen que se fue a San Francisco, que David iba a ir con él y ya habían comprado boletos por internet para un concierto de Red Hot, que ese fue el pretexto para salirse de su casa, pero que a última hora David no quiso o no pudo engañar a sus papás y Nelson se fue solo.

Chica 1. ¡Ah!, el concierto-presentación de Californication.

Chica 2. Yo no sé, qué más da.

Chica 1. Okey. ¿Y Ana?

Chica 2. Pues quizás ella fue la razón principal.

Chica 1. ¿Qué quieres decir? ¿Ella le puso los cuernos?

Chica 2. Yo no sé. Posiblemente fue al revés o, po-si-ble-men-te… (En susurros.) Salió embarazada.

Chica 1. ¡Qué qué! ¡Yyyyy! ¡No digas!

Chica 2. Puede ser.


          Entra Ana en escena. Se ve cansada y deteriorada, lleva ropa suelta, no se puede aún saber si está o no embarazada. Saluda con hastío, como condescendiente, como aburrida. Ana es una joven latina que aparece ojerosa y demacrada, como en continuo desvelo, tiene que ser una chica con cierto encanto que realce su languidez.


Ana. Hola. (Se sienta entre las dos, de cara al público.) ¿Qué hay de nuevo?

Chica 2. (Contesta con la duda de si Ana habrá escuchado lo que de ella hablaban.) Hola, casi nada. (Dice viendo a la Chica 1 con mirada apenada y luego, resuelta, levanta la vista y le sonríe a Ana y agrega.) El frapuchino está rico.


          La Chica 1 guarda silencio. Mueve sus manos, nerviosa. Le da un sorbo al popote de su refresco.


Ana. ¿Y en la escuela? (Pregunta casi sin interés, casi distraída.)

Chica 1. Los muchachos en la luna.

Chica 2. ¿Qué quieres saber, de los chicos o de las clases?

Ana. Hummm. Lo que se te ocurra, lo que sea, me da igual.

Chica 1. ¿Por qué no has ido? Te extrañamos. ¿Has estado enferma?

Ana. Por eso quería hablar con ustedes. En mi casa no saben que he estado faltando a clases. No quiero saber nada de la escuela ni de las clases ni de los chicos… especialmente de esos chi-qui-ti-nes. (Habla con amargura).

Chica 2. ¿Pues qué te hicieron?

Chica 1. (Risueña y traviesa.) ¿O… qué no te hiceron? (Ríe sola, pero al ver que las otras no se divierten, detiene la risa en seco.)

Chica 2. (Le toma una mano a Ana.) Ana, ¿qué pasó con Nelson? ¿Se pelearon? Dicen que se fue a California.

Ana. Por mí que se vaya al infierno.

Chica 1. ¡Oh!


          Un silencio prolongado congela la conversación. Las jóvenes se quedan inmóviles y en silencio. La música de “Coladito” la misma pieza de Maná, la segunda parte (sin la voz del vocalista, solo las percusiones) se escucha a volumen alto y, a medida que avanza hasta concluir la instrumentación, disminuye el sonido. Las chicas, a medida que se va apagando el sonido se van quedando en penumbras. La sala queda a oscuras. Tras una pausa breve de silencio y oscuridad se enciende un reflector cuyo círculo de luz ilumina perfectamente a las tres muchachas en la mesa.


Chica 2. Pero, Ana, entonces, ¿piensas tener a tu hijo?

Ana. No sé, no sé. (Rompe a llorar sin poderse detener, como dando rienda suelta a un dolor muy profundo que tenía contenido).

Chica 1. Ay, Ana. (También llora.) ¿Qué puedo hacer por tí? Un bebé es lindo ¿eh?, ¿verdad? Ay, pero a tu edad, muchacha, ¿en qué estabas pensando? Hasta el más ingenuo sabe que los condones son para… ay, no sé qué decirte, pero sí sé que los bebés son lindos, ¿no?

Ana está incontenible, llora a moco tendido.

Chica 2. ¡Basta! (Gritó dirigiéndose a la Chica 1.) Mejor no digas nada, no ofreces soluciones y estás enredando todo, me confundes.

Ana. ¡Me quiero morir! ¡Me quiero morir!

Chica 1. De seguro mi papá me mataba.

Chica 2. Shhhhh… ¡Ah, qué tú!

Ana. ¡Oh! (Hace un notable esfuerzo para reponerse y se habla a sí misma.) Está bien, estoy bien. (Se suena la nariz, se seca las lágrimas y se dirige a sus amigas.) Okey. Nadie lo sabe, ustedes son las únicas que lo saben, ustedes son Nadie, ¿me entienden? El culpable ya huyó, digo, yo también soy responsable, pero él ya se fue; no me duele tanto que me haya dejado sola con el problemón, pero no quiso reconocerlo, lo negó el maricón.

Chica 1. Ay, tan hombrecito que parece.

Chica 2. Pinche niñito.

Chica 1. ¿Lo odias?

Ana. No, no lo odio. Es algo peor. No puedo odiarlo después de quererlo tanto. Tamaño tonto. Me siento sola, deshecha, abandonada. ¡Y encima mis padres que viven tan ajenos!

Chica 1. Los papás no es que estén ajenos. Los papás siempre se preocupan.

Chica 2. Los míos siempre están ocupados en sus cosas. Supongo que, como los de ustedes, nunca hablan conmigo de sexo.

Chica 1. Pero cómo crees que los adultos deban hablar con nosotras de sexo. No me imagino ni a papá ni a mamá hablando conmigo de sexo. ¡Conmigo de sexo! (Se ríe sin control.) Estás loca, eso es un tema tabú en mi casa, imagíname preguntándole a mamá cómo la tiene papi… (Se ríen las tres.) Ay, pero ¡cómo crees! Las cosas que me haces pensar.

Chica 2. ¿Cómo que cómo?

Chica 1. Ay, no. Yo no quiero saber cómo lo hacen papi y mami… ¡Qué horror!

Chica 2. No tienes que saber cómo lo hacen, eso es cosa de ellos, sino intercambiar información, recibir consejos, qué sé yo; cuando yo tenga hijos les voy a platicar de todo. Si tengo una niña, cuando tenga sus doce le diré lo que sentirá cuando le venga la menstruación. Yo sufrí tamaño susto cuando me llegó y mi madre lo primero que me dijo fue que no le dijera nada a mi papá, que iba a ser un secreto entre nosotras, que esas cosas solo las conocen las mujeres… ¡por favor!, lo bueno es que mi hermana mayor ha sabido orientarme, porque lo que es mi mamá... ¡uff!

Chica 1. ¿Y quién orienta a tu hermana?

Chica 2. Pues nadie, sola, yo no sé, sus amigos y amigas.

Chica 1. Uuuuh, pues qué orientada has de estar…

Chica 2. Pues fíjate que me quitó la inseguridad a la segunda menstruación, que también me sorprendió sin esperarla.

Chica 1. ¡Cómo eres! Ay, pero oye, mi mami me dijo algo parecido cuando a mí me bajó la regla y aunque yo no me asusté de todas maneras fui corriendo a decírselo a ella y primero se asustó, luego lloró y me dijo: “Ya eres mujer, mijita”, y luego se puso contenta y me enseñó a usar las toallitas sanitarias cada mes, pero jamás hemos vuelto a tocar el tema. Es otro tabú en la casa.

Chica 2. Te digo. Las chicas necesitamos información desde niñitas. Yo no supe usar la palabra vagina sino hasta que estaba ya vieja de 12 y cuando vi un niño desnudo y le pregunté sorprendida a mi madre por qué los niños tienen pene, en vez de explicarme me dijo: “No hagas preguntas de gente grande”… ¡pero Dios, si no somos taradas!

Chica 1. Contigo en ese plan es un tema de nunca acabar, porque los papás hacen lo mejor para sus hijos.

Chica 2. No tienes remedio. ¿Desde cuándo no te baja, Ana?

Chica 1. ¡Oh, Dios! Pero, Ana, ¿cómo lo vas a ocultar?

Chica 2. No seas mensa, ¿cómo crees que lo pueda ocultar?

Chica 1. Pero, pero…

Chica 2. Yo supe de una amiga de mi hermana que abortó.

Chica 1. ¡Cállate! ¡No me asustes! Ana, ¿no pensarás...? No, no. no. ¿Verdad que no, Anita?

Chica 2. ¿Cuántos meses llevas de embarazo?

Chica 1. ¿Pero por qué haces esas preguntas? (Dramatiza, escalonadamente en ascenso.) Ana, dile a esta que no harás tal cosa espantosa, tu hijo no tiene la culpa ni de ti, ni de Nelson ni, ni, ni de tus papis, ni de la escuela, ni de nada. Los bebés son lindos. Ya no podrás seguir estudiando, eso sí ni modo, ni, ni… niña tendrás que trabajar, ¿qué dirá tu papá? ¿y tu mamacita, qué dirá? Ay, pondrán el grito en el cielo, los míos de seguro me azotaban, me corrían, me mataban. Ay, Dios, qué complicación. Ana, Anita, ¿vas a trabajar? Dinos, ¿qué vas a hacer?

Ana. (Desesperada.) ¡No lo sé! Déjenme en paz. No sé qué hacer ni qué pensar.


          Ana se levanta y se dirige al frente del escenario, la luz del reflector la sigue, envolviéndola (las chicas se quedan a oscuras y desaparecen), y en un monólogo Ana habla con diferentes personas del público, es decir, se les queda mirando fijamente mientras habla, desprende su mirada de alguien del público, camina transversalmente y se fija en otra persona, y sigue hablando. De fondo se escuchan tenuemente las percusiones de la pieza “Coladito”.


Ana. A veces, cuando lo siento dentro de mí (se toca el vientre con infinita ternura) imagino cómo será, lo veo risueño, jugando conmigo, y lo quiero mucho y entonces decido que lo voy a tener… pero entonces (sombría) vuelvo en mí, solo soy Ana, solo tengo quince, dónde va a nacer, quién lo traerá a este mundo, si mi papi se entera… ¡me azota, me corre, me mata! Y siento escalofríos, así debe ser el terror, y comienza mi pesadilla, y lloro en silencio, inundo de lágrimas la almohada, inundo el colchón, me pregunto si podré ocultar mi embarazo, si podré yo solita parir en el baño… (Rencorosa, como extraviada.) ¡Lo odio! (Hace una pausa con un rictus de desprecio mirándose el vientre, que se toca con ambas manos encrespadas.) ¡No lo quiero! (Hace otra larga pausa mirando a alguien del público y sin soltarse el vientre, como luchando consigo misma.) ¡Lo tiraré a la basura! (Pausa con llanto y desesperación.) ¡O lo enterraré o lo regalaré!


          Baja el rostro y se queda mirando el piso, se cubre la expresión de mortificación con las dos manos, se apaga el reflector que para entonces estaba en el extremo izquierdo del escenario, donde se difumina la silueta de Ana.

Oscuro


Escena 2

          Se escucha el ruido de una aspiradora y el sonido de un televisor transmitiendo un juego de beisbol de los Rangers de Texas. Con la música de la pieza “Ana”, del disco Maná umplugged, como fondo, se ilumina esa parte del escenario. Aparecen los padres de Ana en la sala de su casa. La mujer apaga la aspiradora y comienza a enrollar el cordón de electricidad. El hombre, en camiseta, con una gorra de béisbol de los Rangers y descalzo en calcetines, está sentado frente al televisor, bebe cerveza en lata. Es una pareja de hispanos de mediana edad, de la clase obrera, tradicional y religiosa. Una imagen de la Virgen de Guadalupe sobresale en el fondo.


Papá de Ana. Qué bueno que terminaste de aspirar. Viene a batear el Pudge

Mamá de Ana. ¿A qué horas acaba ese juego? Si te tomas otra cerveza tampoco hoy cortarás la yarda.

Papá. Hoy la corto, viejita mía, venga y siéntese con su rey.

Mamá. (Se sienta a su lado.) Viejo, me preocupa la niña, la noto enfadada o triste, además anda como ida.

Papá. ¡Qué palo! Esa se va… ¡se fue! ¡Se la voló este cabrón otra vez! Ora sí ganamos.

Mamá. Ay, tú y tus deportes… te digo que Ana algo tiene.

Papá. No te apures de todo. Ella está bien, así de raros son los jóvenes de hoy. ¡Wow, qué jonrón, pinche Pudge, qué bueno eres!

Mamá. ¡Ave María Purísima!


          El Papá se quita la gorra, se pone de pie y saluda con ella al monitor de la televisión como cuando un jugador agradece al público los aplausos. Se sienta de nuevo al filo del asiento colocándose la gorra al revés, como un cátcher. La Mamá se levanta y se pierde por el fondo del escenario.


Papá. ¡Salud, Pudge!


          Se escucha un poco más alto el sonido de la canción “Ana” y, al término de la frase siguiente en voz del vocalista, se detiene la música, al mismo tiempo que se apaga el ruido del televisor, y se congela el Papá tomando un trago del bote de cerveza. Oscuro. Se ilumina el lado opuesto del escenario. Se encienden a medias las luces del extremo derecho donde están, en el proscenio, los papás de Ana mirando el televisor en la sala de su casa, solo se ven las siluetas iluminadas mayormente por la luz del televisor frente a ellos y que esta vez está en silencio. Los papás, sentados en el sofá, ven de derecha a izquierda y tienen frente a sí el aparato, de tal manera que su perfil zurdo dan hacia el público. Ella teje, él bebe cerveza. En primer plano, al frente del escenario pero del lado izquierdo, enseguida se iluminarán con un reflector dos varones muy guapos, vestidos de blanco de pies a cabeza y con luces de bengala encendidas en sus manos. Sale a escena, entre los dos varones, una Misteriosa Mujer con un antifaz estilizado con chaquira y lentejuelas, vestida de rojo, rubia, alta, delgada y muy elegante, que recita con sensualidad y monotonía un mensaje comercial.


Misteriosa Mujer. Usted está viendo El Canal de los Grandes Lugares Comunes. Venga al mundo de las luces. ¡Si usted es naif venga, tenga todo lo que desea y sea como todos! ¡Ah, pero si usted es snob…! Recuerde: el que nada debe nada tiene.


          Los varones de las luces de bengala, tras la pausa de la Misteriosa Mujer, se ríen con cinismo. La Misteriosa Mujer se desplaza, excesivamente sensual, y se pierde en la oscuridad que separa el reflector del lado izquierdo —donde se quedan los dos varones con sus luces de bengala en alto— y la luz de la televisión que ilumina las figuras de los papás de Ana. Entre los sonrientes varones aparece una Modelo que se parece a la Misteriosa Mujer, pero maquillada, peinada y vestida como una joven actriz en los entrega de los Óscares; fuma como mujer fatal y mira al público como si mirase las cámaras de los paparazzis.


Modelo. El adulterio es un misterio… descífralo.


          La Modelo se queda coqueteando en silencio y con mímica. Los dos varones, sin tocarla, la recorren con las manos libres, rodeándola, danzando con sensualidad. Del lado derecho, en la escena de la sala de la casa de Ana, los papás siguen frente al televisor. Ella, al lado de él, continúa bordando o tejiendo, él mantiene entre sus manos una lata de cerveza. Al final del diálogo de la Modelo sale la Misteriosa Mujer y se coloca entre el aparato de televisión y los papás de Ana. Baila, y sin quitarse los zapatos, realiza un estriptís. La voz de la Modelo anuncia ropa interior con música sensual de fondo. Se quita el antifaz y el público se puede dar cuenta de que se parece a la Misteriosa Mujer pero con peluca oscura.


Modelo. Para esas noches secretar póngase las mejores pantaletas. Para esas noches románticas use medias aromáticas. Sea una diva y recuerde que la que no se viste de seda sola se queda.


          Cesan la voz y la música. La Misteriosa Mujer continúa con su estriptís aun sin música hasta quedar en brasier y pantaleta. Entonces se empina con el trasero en dirección al papá de Ana y, viéndolo por sobre su hombro, le sonríe coqueta y retadora.


Mamá. ¡Qué cochinadas anuncian! (Sigue tejiendo como si nada.)

Papá. (Pensando en voz alta.) A esa de rojo yo me la cojo

Mamá. Y yo sin televisión no puedo vivir. Y tú menos. ¿No me oyes? Ya no hallan cómo anunciar las cosas. A cada rato pasan encueratrices, por eso la juventud ya no se viste, sino que para salir de la casa se desviste.

Papá. (Pensando en voz alta, abstraído.) Así desvestidas me gustan las güeras, me gustan, altas, flacas, empinadas… y con tacones altos.

Mamá. (Dándole un codazo.) ¡Ora tú, qué estarás pensando! Todos los hombres son iguales. Ya está, te gustó la flaca esa del anuncio.


          La Mamá de Ana apunta hacia donde está la Modelo, y en ese momento la parte del escenario donde ha permanecido, inclinada e inmóvil, se queda a oscuras y ella desaparece de escena. Paulatinamente se ha oscurecido el proscenio y se esfuman los varones y la Misteriosa Mujer. Comienza a escucharse como fondo la canción “Ana” del mismo disco de Maná.


Papá. ¿Eh? ¡No, qué va! Estaba pensando en Anita, vieja.


          El Papá de Ana se levanta y avanza hacia el proscenio. Queda de cara al público. Sigue hablando, enérgico. Entre tanto, la Mamá de Ana también se ha levantado y aparentemente sin escuchar al esposo, ensimismada, coge un plumero y se la pasa sacudiendo el cuadro de la Virgen de Guadalupe.


Papá. No me gusta cómo se viste, tienes razón, la televisión atonta a los jóvenes, los manipula, hace que se vistan como les dicta la moda. En estos tiempos ya no hay vergüenza. Así que le dices a mija que ya no ande con los hombros descubiertos ni enseñando las piernas ni pintarrajeada de la cara ni…

Mamá. ¡Cálmate! Ya se te pasaron las cucharadas, si Ana es una niña; además, ya tampoco son nuestros tiempos, allá cuando nuestros padres nos decían exactamente eso que estás diciendo, y a la iglesia hasta velo teníamos que llevar en la cabeza, ¿te acuerdas? ¡Qué bonitos tiempos! Por entonces los muchachos nos conocíamos en la iglesia, pero ahora todo es distinto, ya ni a misa van y quién sabe a dónde van a conocerse.

Papá. (Mira a la Mamá mientras se desplaza por el escenario.) A dónde ha de ser… a las discotecas, donde bailan como poseídos esa música de los mil demonios.

Mamá. ¡Ave María Purísima! (Se persigna y sigue limpiando el cuadro.)

Papá. ¿Y qué fue del vago ese músico que venía por ella? Ya no lo he visto desde la vez que lo sacudí por los hombros y le dije que se anduviera rectecito con mi hija. Si le llegas a faltar te borro del mapa, le dije. Nomás se me quedó viendo como midiendo mis palabras, pero verdá de Dios que me lo echo, a mijita no la toca ningún mozalbete como ese, y menos si es gringo.

Mamá. Ya estás borracho. Anda, acuéstate, a ver si mañana sí cortas la yarda. Oye, ¿y si un día la niña nos saliera con su domingo siete? Ya ves que estos tiempos ya no son como antes, hoy muchas ya no se casan vestidas de blanco y…

Papá. ¡Ah, no! ¿Pues qué no entiendes? ¡Esta casa se respeta! Si nos sale con su domingo siete ¡la azoto, la corro, la mato!

Mamá. ¡Santo Dios! ¡Ave María Purísima! Me asustas… tomado eres otro. Ya acuéstate, ándale, por favor.

Papá. ¡Qué otro ni qué ocho cuartos! Por esta (hace la señal de la cruz) que si deshonra a la familia, primero la azoto, luego la corro, luego la mato.


Oscuro


Escena 3

          En la Biblioteca Central de Fort Worth, Ana y Nelson están solos en un cubículo, aparentemente están estudiando. Afuera llueve a cántaros, al final de la escena una gran tormenta se escucha hasta el interior de la biblioteca, el viento y los truenos se dejan sentir estremeciendo el edificio y quebrando sus ventanales; en un momento dado, se escuchan gritos de pánico cerca del cubículo, se oye gente correr de un lado a otro, Ana y Nelson para entonces permanecerán en silencio y abrazados.


Nelson. ¿Sabes una cosa, Ana? Me encanta tu pelo, tu manera de peinarlo. Ustedes las mujeres, ¿se divierten peinándose de maneras tan elaboradas?

Ana. Si quieres alejarte del estudio puedes elegir un tema más interesante, ¿no crees?

Nelson. Se me hace que tienes razón. Mmmm, déjame ver, ¿qué te parece si hablamos de… tus ojos? Brillan y su brillo me encandila cuando los veo.

Ana. ¡Wow! ¡Cuidado Ana, el estudiante flojo se ha vuelto poeta!

Nelson. No, no, no. En serio, tus ojos me gustan, son tan… tan… pues eso: tan brillantes.

Ana. (Riéndose de buena gana.) Vaya , vaya, tenemos aquí un poeta que se repite… nomás falta que metas a la luna y las estrellas. (Vuelve a reír.)

Nelson. ¿Y por qué no? Precisamente eso te iba a decir, que brillan como estrellas.


          Ana pone cara de seriedad y de preocupación, está como nerviosa, carraspea y retoma o quiere retomar su buen humor.


Ana. ¡Ejem! (Le brota una risita de nervios.) Ya no sigas, me asusta que me veas así, como bobo.

Nelson. ¿Por qué?

Ana. (Coqueta.) Porque me gusta…

Nelson. (Inesperadamente turbado.) ¡Ejem! Es el efecto de tus ojos.

Ana. Ay, Nelson, a veces eres tan tierno. ¡Escucha cómo llueve! Tenemos pretexto en mi casa para que yo me retrase en llegar. ¿Nos vamos al cine?

Nelson. Ahora tú te alejas del estudio, ¿ah? Yo creo que podemos estar mejor aquí.

Ana. Me asustas, ya no me veas así.

Nelson. Es que eres tan chula. Eres divina. Eres a-do-ra-ble. Eres como mi reina.

Ana. ¡Nelson!

Nelson. Bueno, tú querías cambiar de tema, ¿no? Yo nomás te digo que eres la musa de todas mis canciones.

Ana. Sí, pero otro tema, no yo.

Nelson. Bueno, okey, elige: “rock” o “sexo”.

Ana. ¡Oh! Ya te acordaste de tu rock-progresivo-contestatario-neoclásico y no sé qué más.

Nelson. Okey, cool, ¿sabes cómo le hacen los chavos mexicanos para convencer a sus novias de los placeres sexuales?

Ana. ¡No tienes arreglo! En primer lugar, no dije que quería hablar de sexo, en segundo tú ni mexicano eres, ¿ah? ¿Cómo es que un gringuito como tú, siendo virgen y adolescente, sabe de los métodos indecorosos de los muchachos de México? (Ana se muestra divertida y entretenida.) Y en tercer lugar esa es una charla de chicos, ¿no te parece?

Nelson. Bueno, tú lo has dicho: “de chicos”. Ya no tenemos doce, Ana, tú ya eres una señorita de quince, ya somos adultos jóvenes. Podemos abordar cualquier tema… aunque estemos vírgenes, eso no quiere decir que estemos condenados a decir puras babosadas.

Ana. Además de poeta, adulto, ¡wow! Contigo me puedo sentir orgullosa.

Nelson. (Dubitativo.) ¿Te digo o no?

Ana. No.

Nelson. (Pícaro.) Okey, te voy a cambiar la pregunta: ¿sabes cuáles son las tres mentiras clásicas de los chavos mexicanos?

Ana. ¿Cuáles, Nelson? ¿Con qué me vas a salir? Estoy segura que terminarás hablando de rock o de sexo.

Nelson. (Más pícaro.) Cuando están tomando cervezas en un reventón dicen: “La última y nos vamos”; luego, cuando le bajaron una lana a un amigo, le dicen: “Mañana te pago”; y cuando ya le bajaron los calzoncitos a la noviecita santa, le dicen al oído: “Nomás la puntita, mi amor”.

Ana. ¡Ay, Nelson! ¡Ya sabía, te conozco tanto que te debería dar miedo!

Nelson. (Serio, con cara de bobo.) Ana, ¿te puedo dar un beso?

Ana. Claro que aquí no.

Nelson. Ana, en serio, me gustas mucho, ¿te dejas?

Ana. ¡Nelson!, me asustas… (Se ríe, nerviosa.)

Nelson. Ana, dicen que la primera vez una mujer no sale embarazada, ¿lo hacemos?

Ana. ¿Y tu nieve de qué la quieres? Nomás falta que me salgas con que nomás la puntita. (Se ríen ambos.)

Nelson. No te preocupes. (Vuelven a reír ambos.)

Ana. ¿Yo soy tu noviecita santa?

Nelson. Más, eres mi noviecita diosa... ándale, llévame al cielo.

Ana. (Se ríe, resuelta.) Tú también tienes bonitos ojos.


Oscuro.


          Se escucha la canción “Ana” y el acto sexual transcurre a media luz.


Ana. ¡Se fue la luz!

Nelson. Así está mejor.

Ana. Nooo Nelsiton, aquí no.

Nelson. Anda, déjate Anita, a ver, para la trompita.

Ana. Nooo Nelson, ¿cómo?, ¿así?

Nelson. Así, uy Anita, qué sabrosa estás. (Le dice mordiéndole suavecito los labios.)

Ana. Ay Nelson, me gusta, que rico besas.

Nelson. A mí también, chiquitita.

Ana. Dame otro beso.

Nelson. Para la trompita.

Ana. Otro.

Nelson. Mmmmm.

Ana. Y otro y otro y otro.

Nelson. MMmmmm.


          Se acarician con torpeza. Se besan de pie, se besan sobre el escritorio, se besan precipitándose hacia el piso y, entrelazados en un abrazo, siguen besándose en el piso.


Ana. Más, Nelson, sigue, mmm, uyyy la tienes bien parada... ¡Nelson!

Nelson. A ver, Anita, ayúdame a bajarte los calzones.

Ana. Noooo, noooo, aquí nooooo.

Nelson. Así, así.

Ana. Ay, Nelson, nos pueden descubrir, ¡ay! ¡Nelson!, ¡qué dura!

Nelson. A ver, así, no, no, así, mira, así.

Ana. ¡Ayyyy, Neeeeelsonnn, ayyy, me duele, me duele, bruto, eres un bruto, un bruto! ¡Ay, más! ¡Pero me duele, bruto, bruto, ay, así, ay, Neeeeelson!


          Frenéticos jadean, gritan, se ríen nerviosos, vuelven a jadear, a reír, a gritar.


Nelson. Huuggg… ¡ya me vengo! ¡Aaaahh!

Ana. ¡Oh! ¡Oh! ¿ya?

Nelson. Ya me vacié.

Ana. ¿Ya? ¿Ya acabamos?

Nelson. Ya me vine ¿y tú? ¿Te veniste?

Ana. ¿Cómo? Yo no sé, no estoy segura.

Nelson. Pero, pero, ¿te sientes bien? ¿Te gustó? ¿Me quieres?

Ana. Sí, atrevido, mañoso, chulo, sí y sí. Sí estoy bien, sí me gustó y sí te quiero, pero me duele, Nelson, me arde mucho. ¡Ay, mira! ¡Mírame menso, ayúdame! Mira cuanto semen… uf, tengo sangre… mira, ayúdame, ¡ay!, ¡cómo me arde!


          La tormenta arrecia, se escuchan gritos y gente que corre de un lado a otro, afuera del cubículo. Ana y Nelson están medio desnudos en el piso, rodeados de libros desparramados y hojas sueltas y revueltas, ella con el pelo suelto, despeinada, y ambos con cara de susto y de felicidad.


Nelson. (Limpiándole la sangre y el semen entre los muslos con pañuelos de papel.) Te juro que siempre estaré a tu lado.

Ana. (Con actitud adulta.) No lo digas si no estás dispuesto a cumplirlo.

Nelson. En serio, aunque tu papá me amenazó y la verdad le tengo más que respeto, yo soy capaz de pedirle tu mano. Te juro que yo creí que traía un condón conmigo, se me olvidó en el cajón de mi buró, la falta de costumbre. Lo tengo desde hace como seis meses, cada mañana le digo “tal vez hoy te voy a usar” pero tú te habías resistido y anoche lo guardé en el cajón pensando que aquí en la biblioteca no era posible y ya ves que sí. En serio, Ana, yo me casaría contigo.

Ana. Ay, Nelson, te quiero.

Nelson. Ana…

Ana. Dime, mi poeta.

Nelson. De aquí en adelante no quiero que salgas con nadie, ya eres mía, no mires a nadie porque una traición no la soportaría.

Ana. Calla, tonto, ¿ya estás celoso?

Nelson. Ana…

Ana. Dime, mi poeta celoso.

Nelson. Que rico sudamos, ¿verdad?

Ana. ¿Te gustó?

Nelson. Yo me hice hombre y tú mujer, ¿eh? (Ana ríe con felicidad. Pausa.) Ana…

Ana. Dime, mi hombre, mi poeta, mi celoso.

Nelson. Todo fue muy rápido.


          Afuera del cubículo se escuchan nuevos gritos, portazos y pasos, Ana y Nelson siguen en el piso, hincados y abrazados. Se oyen múltiples ruidos, fuertes pasos y las siguientes voces, a gritos:


Bombero 1. ¡Busquen en esa sala y también en los baños!

Bombero 2. ¡Ese fue un cabrón tornado!

Bombero 1. ¡Fueron dos, el jefe me reportó otro en Arlington!

Bombero 2. ¡Aquí no hay nadie!

Bombero 1. ¡A los heridos que los paramédicos los lleven al Hospital Metodista Harris!


          Alguien abre la puerta y los descubre: Ana y Nelson siguen en silencio, asustados y felices.


Bombero 2. ¡Hey, acá están dos chicos!

Bombero 1. ¡¿Cómo están, están bien?!


Escena 4


          Se escucha la canción “Ana” con volumen en crescendo y comienza a caer la oscuridad sobre el escenario. Se hace otra luz y fugazmente aparecen en el café Ana y sus amigas y cuando llega Nelson las Chicas 1 y 2 se retiran de la escena.


Chica 1. Apenas sale el verano y yo ya quiero que llegue el fin de este año 2000 pues dicen que será apocalíptico… de diversiones.

Chica 2. Pues será el sereno, pero yo ando viendo cómo me le pego a mi hermana este fin de semana porque me ha presumido que participará en uno de esos reventones clandestinos.

Chica 1. Tú estás loca, nunca se te quitó, yo te hablo de una celebración milenaria y tú me sales con un reventón de fin de semana. ¿Ana, hoy es la fiesta de aniversario de tus papis?

Ana. Sí, yo no sé cómo mi madre ha aguantado tanto a mi papá, ya son 17 años de ser su sombra y su eco.

Chica 2. Son de otra generación. Hola, Nelson.

Chica 1. Hola, Nelson.

Ana. Hola, poeta. (Se dan un beso muy cariñoso y se separan de las Chicas 1 y 2 para ir a sentarse en otra mesa.)

Nelson. Quihubo, mi cielo. (Nelson trae bajo el brazo un paquete con seis cervezas.)

Ana. Ya te enteraste de que van a demoler el edificio del Bank One.

Nelson. Yep, ya me enteré y también le escribí una carta a Kenneth Barr, nuestro alcalde, para decirle que ni se le vaya a ocurrir tocar el edificio de la Biblioteca Central, porque es nuestro recinto sagrado.

Ana. Calla, poeta mentiroso.

Nelson. ¿Te acuerdas? Esa primera vez ni nos imaginábamos los tornados, ¿verdad? Nos perdimos el espectáculo, ha de haber estado bien cool, pero no me arrepiento, fue más cool lo que hicimos.

Ana. ¿Te acuerdas la cara del bombero cuando nos descubrió? Siempre he pensado que se las olió pues sonrió muy maliciosamente, ¿no crees?

Nelson. Ya que lo dices, hey, puede ser. Aunque todo fue tan rápido, estuvo memorable, ¿no? Sobre todo por haberlo hecho en ese lugar y durante ese histórico día… histórico por partida doble, para nuestra ciudad y para nosotros, ¿no crees? Lo vivimos dentro de una burbuja y afuera de ella había un caos que no nos intimidaba.

Ana. Damas y caballeros, aquí viene un discurso poético sobre cómo dos estudiantes locos tuvieron sexo en la Biblioteca Central de Fort Worth.

Nelson. El mundo estaba aparte.

Ana. Mi poeta del rock.

Nelson. Te lo digo de memoria: yo te adoraba devorándote. Te mordí algo fuerte sin darme cuenta, ¿te acuerdas? Creo que exageré, no medí la fuerza de mis mandíbulas, estás tan blandita… tú te enojaste, pero te olvidaste del enojo casi instantáneamente. Te me entregabas devorándome.

Ana. (Ríe encantada.) Me va a gustar tu versión.

Nelson. Me comías con las manos y con las piernas.

Ana. ¡Oh! Eso me gusta.

Nelson. Fue muy rápido pero muy intenso, después he aprendido a controlarme, ¿o no?

Ana. ¡Oh! Sí, sí, usted es el poeta más pausado que conozco.

Nelson. Bueno, qué más… fue terrible pero muy hermoso. Yo no sé si fue una señal del amor pero sí sé lo que sentí, tu cuerpo se derritió, Ana, un abrazo nos fundió, nos calentamos así (truena los dedos) sudamos y sufrimos, ¿verdad? Eso debe ser el gozo, fue muy divertido y al mismo tiempo aterrador.

Ana. ¡Ajá! (Se ríe.) ¿Quién iba a decir que ese 28 de marzo dejaría mi virginidad tan vertiginosamente? Pero me gusta tu descripción, sigue, sigue.

Nelson. No sé cómo decir que cuando te penetré sentí que entraba en una oscuridad que casi enseguida iba a ser iluminada como por un relámpago que salía de… de… de mi corazón.

Ana. Ay, qué hermoso.

Nelson. Fue muy cool, muy intenso, esa es la palabra. Muy intenso. Pero no es todo. Escuchábamos la furia del tornado. ¿Te acuerdas? Tu soledad, Ana, mi soledad, nuestras tristezas volaban revueltas en la furia rebelde de una pasión torpe y brutal.

Ana. ¡Wow! Apúntalo para una canción.

Nelson. ¿Bromeas? (Repite bromeando.) Está tatuado en mi corazón.

Ana. ¡Ooooooh!

Nelson. (Prosigue arrebatado.) Hubo dolor y miedo y lágrimas y felicidad, todo junto, todo enredado, todo girando como giraba la ciudad en medio de la furiosa tormenta. Nuestro amor es una canción, Anísima, estamos viviendo nuestra canción y algún día la grabaré en un disco millonario, ya verás.

Ana. Mi soñador.

Nelson. De pronto allí en el piso, en la oscuridad, la conciencia de lo que hicimos se estrellaba en nuestras miradas. Se hacía trocitos como las ventanas de los edificios allá afuera.

Ana. Sí, recuerdo que me limpiaste la sangre entre mis piernas, estábamos asustados y en silencio. Fuiste tierno y brusco como siempre.

Nelson. Allí estábamos otra vez muertos de miedo, otra vez solos, otra vez sin saber lo que sentíamos el uno por el otro.

Ana. Hasta la fecha, meses después, me da por preguntarme si en verdad me quieres…

Nelson. Espérate, espérate, estoy viendo nuestros cuerpos que se acababan de inundar de sudor y se habían incendiado con llamas de placer, temblaban de nuevo, pero entonces de frío. Pero antes, apenas unos momentitos antes, eras mi Ana y yo te estaba inventando, te esculpía, te moldeaba con manos y con saliva y tú aparecías en la oscuridad de tu miedo, encendida y dichosa.

Ana. No te detengas.

Nelson. No entendíamos nada, pero todo lo sabíamos. Ese día comenzamos a desconocer a los que creíamos que éramos. Todo cambió. Aprendimos que nada es igual, que todo es distinto, desde entonces comenzamos a saberlo, aunque no lo entendiéramos.

Ana. Ese día todo fue bonito pero inexplicable, tanto, mi poeta, que nunca lo voy a olvidar.

Nelson. Allí estábamos como dos chicos perdidos, a medio vestir, cuando llegó aquel bombero hasta nosotros. Encontró a dos locos enamorados y asustados que se atrevieron a buscarse sin saber que lo habían hecho.

Ana. A veces me asustas.

Nelson. No nos encontramos, Ana. Nos distanciamos. Nos desconocimos. Nos llevaron al Hospital Metodista Harris. ¿Te acuerdas del ataque de risa que nos dio en la ambulancia? Reíamos sin saber por qué cuando a la ciudad le había dado un vuelco el corazón, por un momento Fort Worth se perdió en el ojo de la tormenta, como nosotros en nuestro tornado interior.

Ana. ¿Somos otros, mi poeta? ¿Nos cambió el tornado?

Nelson. Para siempre. Algo dentro nuestro ha tenido la misma suerte que el edificio del Bank One. Ese día la ciudad quedó transformada. Durante la semana siguiente el centro de Fort Worth fue una postal de fin de mundo. Tú y yo nacimos otros en medio del desastre.

Ana. Me estremece la frialdad que puedes llegar a alcanzar cuando te metes tus cervezas.

Nelson. A ver, para la trompita.

Ana. (Rechazando el juego con firmeza.) No, Nelson, ya es tarde. Vete a tu casa ya. Te prefiero sobrio. Mañana debo decirte algo importante.


Escena 5


          Se apagan las luces por unos momentos y, poco a poco, se van encendiendo en uno de los extremos del escenario donde debe estar la mesa de un cubículo de estudio en la Biblioteca Central. Un par de sillas. Ana lee un libro. Al poco rato llega Nelson cargando una mochila de donde sacará una cerveza. Es la escena donde se separan luego de que Ana lo confronta anunciándole su embarazo. Hablan la mayor parte del tiempo en voz baja, en susurros por el ambiente bibliotecario, gritan apagando el sonido pero paulatinamente sus voces se van haciendo, hacia el final de la escena, más y más potentes.


Nelson. Hey, ¿cómo está mi cielo?

Ana. (Seria como desde una ensoñación, le ronronea.) Hola, poeta.

Nelson. ¿Qué lees?

Ana. Uno de Tomás Rivera.

Nelson. ¿Bueno? ¿De qué trata? (Pregunta sonriendo mientras saca la cerveza de su mochila.)

Ana. Habla sobre mi pasado.

Nelson. ¿Sobre tu pasado?

Ana. Yep, el pasado de los latinos en este país es mi pasado. No juguemos, Nelson, tengo una noticia importante para ti.

Nelson. ¡Uy!, está muy seria mi noviecita del cielo…

Ana. Nelson… estoy embarazada, voy a tener un hijo, vamos a tener un hijo. (Nelson se queda atónito, voltea de un lado a otro, se rasca la cabeza, le toma a la cerveza, continúa atónito). ¡Hola! Hey, hola, ¿estás ahí? (Se muestra contenta pero con reservas.) ¿Qué tal eh? Un bebé.

Nelson. Va-vamos a tener un hijo… ¿qué dices?, ¿estás embarazada?

Ana. (Sonriendo, intranquila, arisca, extrañada.) ¿Qué te pasa? No voy a tener un fantasma, voy a tener un baby. Nelson, ¿no te parece bello? Ya sé que es una bronca, de hecho no me lo esperaba, como sabes me he estado cuidando… o eso creía… pero hace dos meses que no me llega la menstruación… ¿Sabes?, primero me asusté, si mi papi se entera así como así pues me azota y me corre ¡y me mata!, ¡nos mata! Pero poeta, dime algo, qué si nos vamos lejos, ¿qué si retamos al mundo con nuestro hijo en brazos? ¿Nelson? ¿Qué hacemos, Nelson? ¿Hey, hey?

Nelson. (Nervioso, con miedo, resistiéndose a ese miedo que no puede disimular, negándose a la verdad) ¿En serio, no estás bromeando? ¿Bromeas, verdad, eres genial? No es cierto, ¿eh, Ana? (Ríe.) Qué buena broma… (Ana cruza los brazos y baja la vista). Este… y tu papá, ¿qué dijo? No, no, no puede ser cierto.

Ana. ¡Mi papá se va al carajo, Nelson! Importamos nosotros, tú y yo y nuestro hijo… ¿Nelson?

Nelson. No, no es cierto, Ana, dime que no es cierto. (Le toma a la cerveza una y otra vez, chupa la botella como si fuera teta materna.)

Ana. (Histérica, le arrebata la botella de la boca.) Deja tu pinche biberón, vas a ser papá, Nelson, eres el padre de mi baby.

Nelson. (La abraza entre apenado y valiente.) ¡Oh, Ana! Mi Ana, mi Ana… ¿Qué hacemos? ¿Y si abortas?

Ana. No voy a abortar, Nelson.

Nelson. ¿Cómo lo vas a mantener? ¿Qué le vas a decir a tu papá?

Ana. ¿Cómo que cómo lo voy a mantener? Somos dos, Nelson, tú eres el padre, mi papá se queda en su mundo, hablemos, pensemos en lo que haremos, el caso es que aquí está.

Nelson. Nop, es muy temprano para casarme.

Ana. No te estoy pidiendo que nos casemos.

Nelson. Nop, yo no me casaré… es más ese hijo tuyo no es mío.

Ana. ¿Nelson?

Nelson. ¡Tú sales con todos en la escuela! Ese baby no es mío. Es tu problema.

Ana. ¡Nelson!


          En ese momento tocan a la puerta del cubículo y se oye una voz femenina, enérgica.


Voz femenina. Están en la biblioteca, jóvenes, si tienen cosas que discutir en voz alta por favor salgan y vayan a otra parte.

Ana. (Nelson recoge su mochila y guarda la botella, ni siquiera voltea a ver a Ana, sale en silencio; ella comienza a llorar en sollozos que busca contener, apagar; lo sigue con la mirada.) ¡Pero qué patético eres! (Nelson termina de salir y cierra la puerta tras de sí.) ¡Oh, Dios mío! (Se queda sollozando.)


          Se apagan todas las luces.


Escena 6


          Al iluminarse el escenario aparecen en la sala de su casa los padres de Ana y una vez establecido ese cuadro, Ana entra en escena con notoria ansiedad. El papá está embebido frente al televisor, disfruta de un juego de beisbol de su equipo favorito, los Rangers de Texas, y la mamá, ocupada en un bordado a cada momento se levanta a sacudir el polvo de los muebles obsesionada con la limpieza y, al volver al bordado, invariablemente se persina antes de recomenzar su labor. Ana, con febril desesperación, trata de hablar con ambos, primero con la madre, que no sabe qué hacer ni qué decir, y luego con el padre que, por atender el juego en la televisión, la ignora.


Ana. Mami, necesito hablar contigo de algo muy importante. ¿Tienes un momento, por favor?

Mamá. Orita no, mija, tu papi está viendo su juego y no lo quiero interrumpir, no lo vayas a molestar, ha estado muy en paz todo el día.

Ana. Mami, no quiero hablar con papi, quiero hablar primero contigo, por favor.

Mamá. No, mijita, luego de la cena, no sea que se le ofrezca algo a tu papá y bonita cosa que nos pesque a nosotras en el güiri güiri.

Ana. ¡Pero mamá, es importante, escucha, estoy embarazada!

Mamá. ¡Ave María Santísima! ¡Calla, cállate la boca, ni le salgas con eso a tu papá orita porque, porque… ¡te azota!, ¡te corre!, ¡te mata!

Ana. ¡Mamá!

Mamá. Ni se te ocurra mencionárselo... ¡Ave María! Ay, mijita, se va a enojar.

Ana. Eso ya lo sé mami, pero y tú, qué piensas, qué sientes... ¿No te da gusto? ¿Nomás te asustas? ¿A ti no te molesta?

Mamá. Ay, sí mijita, sí me da gusto, pero él se va a enojar muchísimo. Tenemos tanta ilusión de que te cases vestida de blanco. No lo vayas a contrariar orita. ¿Estás segura? No quiero ni pensar en lo que va a decir, no se lo digamos, pensemos… ¡no, no pensemos! No quiero pensar en esto, vete a tu cuarto, vete a tu cuarto. Yo me quedo aquí por si se le ofrece algo, voy a rezar un rosario, anda, Ana, vete a tu cuarto.

Ana. ¡Voy a hablar con él!

Mamá. ¡Virgen santísima de Guadalupe!

Ana. Papi…

Papá. Orita no mija, dile a tu mamá.

Ana. Pero es que es importante.

Papá. Mija, estoy viendo el partido… ¡Vieja, a ver qué quiere la niña! Orita no me molesten.

Mamá. Mijita, vente acá conmigo, al ratito platicamos.

Ana. ¡Pero papá! ¡Parece más importante tu beisbol que lo que le pasa a tu hija!

Mamá. ¡Virgen santísima!

Papá. Bueno, ¿pero es que ustedes no entienden? Orita no me vengas con tus cosas. ¡Estraitú! ¡Ya casi lo ponchan al pelao ese! Mira, este, en los comerciales hablamos. ¿No puede esperarse tu asunto para mañana? Ya mejor váyase a su cuarto a estudiar, ándele, no esté fregando, y dígale a su mamá que me traiga una cerveza.


          Ana, decepcionada y abatida, opta por retirarse. Se escuchan los acordes de la canción “Ana”.

Oscuro


Escena 7


          Después de un prolongado silencio con oscuridad total se escucha el rasgueo de una guitarra, es de nuevo la música de “Ana”, la canción de Maná. Cuando ha quedado el teatro sin el más mínimo murmullo, es decir con la plena atención de los espectadores en el sonido de la guitarra, se ilumina el lado izquierdo del escenario. Es una habitación que parece el estudio donde un grupo de música ensaya. Hay un sofá en un extremo, dos o tres sillas, una mesa con papeles revueltos. Nelson toca la guitarra, le arranca unos acordes más, frente a él están varios instrumentos de música. Está solo en la habitación, decorada con carteles, etc. Suena el timbre de la calle, deja la guitarra a un lado y va a abrir la puerta. Como ya se vio, Nelson es un jovencito de origen anglosajón, alto, guapo y fuerte, pero con una personalidad quebradiza y frágil. La Chica 2 se presenta.


Chica 2. Hola, Nelson.

Nelson. Hola, este… qué sorpresa. ¿Qué haces aquí? Este… pásale. ¿Cómo supiste donde vivo?

Chica 2. Tu hermana me lo dijo.

Nelson. ¿Y qué andas haciendo acá en Califas? No me digas, ¿te escapaste de tu casa?

Chica 2. No.

Nelson. ¿No?

Chica 2. Vine porque Ana...

Nelson. ¡Ah, con razón... tu amiguita te mandó!

Chica 2. Espera, quiero explicarte, pero para comenzar no es necesario que te pongas así, todo enojado.

Nelson. Mira, no pienso volver con Ana a Fort Worth, ya no la quiero.

Chica 2. Pues a mí no me interesa lo que tú quieras hacer, vine porque yo sí quiero mucho a Ana y me pidió que te trajera personalmente este paquete (saca de su bolso un paquete y se lo entrega) y como ya lo hice, nada más tengo que hacer aquí. (Da media vuelta y se dirige a la puerta.)

Nelson. ¡Espera! No quise ser grosero, siéntate un momento por favor, dime cómo has estado… Bueno, ¿cómo está Ana?

Chica 2. (Suspirando y viéndolo con gran compasión.) Está bien, Nelson, ellos no te necesitan.

Nelson. ¿Ellos? ¡Ah, te refieres también al escuincle que trae en la panza!

Chica 2. Por supuesto, al mismo que no reconoces y mejor me callo porque si ella supiera que te lo estoy mencionando se decepcionaría, pues le prometí no hacerlo. Lo único que deseaba es que tú recibieras ese paquete que, por cierto, tampoco me dijo lo que es.

Nelson. Ella salió con otros, ese niño no es mío, echó todo a perder.

Chica 2. Te compadezco, Nelson, y ya que preguntaste por ella te diré que ya no va a la escuela, casi nadie sabe de ella. Bueno, ya me voy. Tu hermana me pidió que indagara si habías encontrado a tu papá.

Nelson. No, no lo encontré. ¿Cómo está mi hermana?

Chica 2. Bien. ¿Con quién vives? ¿De qué vives?

Nelson. Con unos amigos. Tocamos en un antro los fines de semana y entre semana trabajo de mesero. Justo lo que no quiere mi madre que haga. (Ríe con amargura y agrega.) Pobre mamá, nunca le hemos importado en realidad. Cuando supo que yo andaba con Ana se mofó de ella por ser de origen mexicano y yo la desafié. Nos peleamos por enésima vez. ¿Sabes? Le sale lo racista de sus padres y abuelos… los abuelos de mi madre llegaron a Texas desde Alemania, fincaron en San Marcos y formaron un feudo de familias alemanas, explotaron por generaciones a los mexicanos que ya vivían allí, la generación de mi mamá se comenzó a desperdigar.

Chica 2. Y tu papá, ¿dónde está?

Nelson. Mi papá… mi papá es un señor desconocido, nos abandonó cuando yo tenía 9. Dice mi hermana que yo era su consentido. Pero maltrataba a mamá y era un borracho. Mamá me echa en cara, como si fuera el culpable, que soy hijo de un yanqui aventurero. Mi hermana siempre creyó que él se vino a San Francisco pero no fue así, quién sabe dónde estará, en el fondo yo tenía la esperanza de hallarlo… y ya ves, la ilusión del abandonado es un cielo de hermosas mentiras… Ah, no me hagas caso, es una línea que apunté ayer para una nueva canción.

Chica 2. Qué triste, muchos de nuestra generación tienen historias parecidas.

Nelson. Somos una generación perra.

Chica 2. ¿Te puedo hacer una sola pregunta acerca de Ana?

Nelson. Sí.

Chica 2. ¿Por qué?


          Nelson se muestra lleno de ansiedad, guarda silencio largo rato, se levanta, camina de un lado a otro, ve con desesperación a la Chica 2 y luego, resuelto, va y se sienta cerca de ella y, mirándola a los ojos con una neurosis incontenible, le suelta.


Nelson. ¡Porque yo no sé! Me dio miedo. Yo quiero cantar, yo voy a ser alguien, ¿me entiendes?

Chica 2. ¡¿Qué?! (Se ríe.) No me digas eso, pareces todo menos un mediocre pusilánime. (Se pone histérica.) Dime que efectivamente piensas que no es tu hijo pero no me digas que tienes miedo, que tú no sabes… ¡por favor! Yo no sé como has podido. Ella se quedó extraviada, le causaste tanto y tan profundo dolor, imbécil. Pero cómo es posible, dímelo, Nelson, ¿por qué has sido tan maricón?

Nelson. ¡Por pendejo, por pendejo! (Se suelta llorando.) Es cierto, he sido un cobarde, de pronto me vi siendo papá… ¡yo! ¿Te das cuenta? ¡Yo, que necesito a mi papá, me vi siendo papá!

Chica 2. ¿Y Ana, Nelson, y el niño?

Nelson. No lo he pensado. ¿Y su papá ya sabe de su embarazo?

Chica 2. Yo no sé.

Nelson. Ese señor me va a matar si vuelvo. Si me encuentra me mata, me lo dijo muy claro, y aunque estaba bien borracho le ví la muerte en los ojos, los borrachos siempre dicen la verdad, me va a matar.

Chica 2. ¡Qué patético!

Nelson. Eso me dijo ella cuando la dejé.

Chica 2. Ya me voy. (Se pone de pie y sale.)

Oscuro


          Un reflector enfoca a Nelson mirando (congelado) el paquete de Ana. Se escucha música y en ese momento Nelson reacciona; agitado, camina de un lado a otro sin dejar de ver el envoltorio.


Nelson. (A solas.) Pero, ¿sabes? Estoy arrepentido, la extraño mucho. ¿Y qué paquete es este? A ver, abrámoslo. (Pluraliza a sabiendas de que ya está solo.)


          Nelson abre el paquete con desesperación. Es el diario de Ana. Lee en una página al azar.


Nelson. (Anuncia.) Es su diario. (Luego, leyendo.) El día que dos tornados giraban enfurecidos, uno en Arlington y otro en Fort Worth, Nelson y yo estábamos en la Biblioteca Central de Fort Worth, en un cubículo de estudio y allí, sin saber bien lo que pasaba afuera… él y yo hicimos el amor por primera vez.


          Nelson aparta la vista del diario y deja el diario por ahí; sigue hablando en un soliloquio, primero con ternura, evocando.


Nelson. ¡Oh! Ana, en ese momento te estaba adorando. Todo lo demás se borró, solo eras tú y tus ojos y tu pelo y nuestros temores. Tu risa de nervios, mi risa de tonto… tenía miedo… pero otro miedo, ese fue un hermoso miedo no como el que me trajo tan lejos de tí.


          Se levanta bruscamente y camina de un lado a otro con agitación, ríe de manera neurótica, pareciera que se está burlando pero en realidad está en crisis y enseguida se queda en silencio, hace un rictus de desconsuelo y comienza a balbucear, a recordar de nuevo, como arrepentido.


Nelson. (Al vacío, mirando a los espectadores desde el proscenio.) ¿Ana? ¿Aún eres mi Ana? ¿Ana?


          Se calla sumido en un momento de depresión. Voltea a todos lados. Se asusta, se enoja, se contenta sucesivamente. Camina lenta y transversalmente de un lado a otro y habla con el vacío donde en realidad están los espectadores.


Nelson. Estoy sudando. ¿Qué me pasa? Le dije puras babosadas, si ya no soy un niño, ¡voy a ser papá! ¿Verdad Ana? Este sudor no es como nuestros sudores, Ana. Este dolor no es como nuestros dolores, Ana. ¿Cómo pasó todo esto? ¡Oh! Ana, Ana, te adoro, te quiero, te extraño, te necesito, te juro que vuelvo. ¿Dónde estás? Debo estar loco para haber corrido como corrí… Además, yo soy el padre de nuestro hijo… ¡te lo reconozco! (La busca con desesperación de loco.) ¡Bien que lo sé! ¡Es mío, Ana, es mi hijo! ¡Oh! Ana, cómo estarás, ¡¿dónde estás?!, hoy mismo vuelvo por ti, te voy a traer conmigo, los voy a traer al otro lado del mundo, a tí y a nuestro hijo y acá lejos de tu papá haremos nuestra vida. ¡Oh! Ana, Ana, ¡perdóname!, ¡perdóname!, ¡pero diablos!, ¡que maricón he sido!, ahora mismo vuelvo a tu lado, contigo, conmigo. Tú y yo, nosotros tres. Nos encontraremos juntos, te lo prometo. Te lo prometo. Te lo prometo.


          Hace una pausa, busca el diario de Ana, lo recoge y vuelve a la lectura del diario, irritado y curioso. Lee en voz alta en un extremo del escenario, en el proscenio. La otra parte del escenario para entonces estará a oscuras.


Nelson. A ver, a ver, qué es lo último que has escrito en tu diario, mi Ana, mi alma, mañana ya estaré a tu lado, te lo prometo, te lo prometo. (Lee tras repasar varias hojas del cuaderno hasta detenerse en la que debe ser la última escrita.) Esta mañana lo decidí, Nelson, he querido que te enteres, por eso te he mandado este cuaderno que espero lo conserves. Me voy a ir al jamás, Nelson, al nunca más y me llevo a nuestro hijo conmigo.


          En el otro extremo del escenario cae el círculo de luz de un reflector, se puede ver que es la sala de la casa de los papás de Ana; a medida que Nelson prosigue la lectura aparecerá el padre de Ana con una carta en la mano, se puede ver que la lee aunque no emita ninguna palabra, camina en círculos, a grandes zancadas y la mamá de Ana lo sigue a sus espaldas con pasos cortos y rápidos; cuando el papá se detiene es para seguir leyendo y la mamá, siempre detrás de él, envuelta en un chal, en silencio husmea lo que el papá lee; cuando el papá hace aspavientos como levantar las manos y brazos al cielo o de jalarse los cabellos, la mamá invariablemente se lleva las manos a la boca en señal de asombro y de miedo y enseguida se persina. En tanto Nelson pronuncia el siguiente parlamento se irá iluminando tenuemente un círculo de luz en el centro del escenario, al fondo del mismo, lejos del proscenio y en donde habrá un amplio lecho cubierto por una sábana rojo carmesí, varias almohadas o cojines del mismo color y, al lado, un buró sobre el cual habrá una jarra de agua y un vaso disponible. Cuando Nelson pronuncie, leyendo, “ya no quiero estar aquí ni tener este miedo”, de entre las sombras aparecerá Ana, desnuda y con un incipiente pero notable estado de embarazo, caminará en torno a la cama hasta llegar al buró, después de llenar a la mitad el vaso de agua hará la mímica de llevarse un puñado de algo a la boca, exagerando el acto abrirá lentamente la mano como mostrando que se queda vacía, y se beberá toda el agua con lentitud; acto seguido, con apariencia serena, se recostará sobre las almohadas en la cama.


Nelson. (Leyendo.) Hoy mismo dejé la casa, anoche escribí una carta de despedida a mis padres, en casa solo dejo una enorme compasión por mami, que le tiene tanto miedo a papi y todo mi rencor por él se me ha ido borrando al llorar estas noches desde que te fuiste. Pobre papá, tan incomprensible. Vive en un mundito destinado al absurdo de lo gris, el blanco y el negro de las frustraciones alternándose día tras día, haciendo vivir a mami sin colores; trabajo, religión y tristeza… descanso, televisión y cerveza. Él se parte el lomo y ella la cabeza y en medio del tedio tu Ana sin asidero posible porque te fuiste, Nelson, te me fuiste dejándome sola. Ya no quiero estar aquí ni tener este vacío. (Pausa prolongada. (Nelson se sostiene la frente con una mano, preocupadísimo. Retoma la lectura.) Ya no quiero estar aquí ni tener este miedo. Después de mandarte mi cuaderno con mi amiga me tomaré una sobredosis de nunca más y me iré al jamás. He querido que lo sepas no para hacerte sufrir, puesto que ya acepté que me destinaste al olvido. No nos soportaste, Nelson, fuimos mucho para ti, mi pobre poeta, y solo soy una chica de 15 con tu bebé en la barriga que no puede con el mundo encima, es mucho para nosotros, la gente es un monstruo. No sé sufrir ni quiero que mi hijo aprenda a sufrir. Me he dado cuenta, Nelson, que detrás del pánico hay cierta paz, estoy acurrucada en ella desde hace muchas noches. No hay reproche en este acto ni espero que te sientas culpable, pero quise de alguna forma despedirme de ti, pues pese a todo fuiste el único en este mundo que me enseñó una hermosa luz en la oscuridad de mi vida.


          Comienza a escucharse la canción “Ana”, y Nelson se lleva el cuaderno a la cabeza y lo deja por un momento contra su frente (el papá de Ana hace lo mismo con la carta en el otro extremo del escenario). Apresurado el chico recoge una chaqueta y se la pone guardando en una bolsa interior el diario de Ana.


Nelson. ¡Oh, Ana! ¡No! ¡No! ¡No!


          Sale con prisa de escena por el extremo donde se supone que hay una puerta. El papá de Ana, vistosamente compungido y con espasmos de llanto, pero en silencio, abraza a la mamá de Ana. Se apagan los reflectores que iluminaban la habitación de Nelson y la habitación de los padres de Ana, pero se queda encendido por un prolongado instante el círculo de luz iluminando el cuerpo de Ana sobre su lecho de muerte. Cae el telón y sigue escuchándose la canción Ana hasta el final (siempre sin que lleguen a escucharse los gritos y aplausos del público grabados en el disco). Se encienden las luces del teatro.


Jumb5

Las flores de mi madrina

Rubén Cárdenas


Jumb6

La espera

José Francisco Cobián


Jumb7

Ocho poemas

Haidé Daiban Argentina


Jumb8

Humor e historia

Herón Pérez Martínez


Jumb9

Refracción

Jazz del Real


Jumb10

El enjambre

Amaranta Madrigal


Jumb11

Que siga la mata dando

Margarita Hernández Contreras


Jumb12

El suplicio de olvidar

Paulina García


Jumb13

De incógnito

Rolando Revagliatti Argentina


Jumb14

Horas tan constantes

Rubén Hernández