Vine a ver el sol;
me dijeron que aquí quemaba más.
Vine.
Me quemé.
Me deshice.
Se me cayó la piel
y cuando intenté juntarla
me di cuenta que hablaba,
pero no conmigo, ni siquiera con ella.
Diarrea verbal.
El silencio encendido, prófugo.
La luz que no calla y el viento seco
que no para.
Las cigarras aúllan en mi oído
y parece que me estoy muriendo con ellas
cantando
nunca en silencio.
El ala presentida vino berreando.
¿Hasta cuándo me callo?
¿Hasta cuándo existo?
No tengo boca, pero sigo gritando.
Bandeira decía que hacía versos
como quien muere.
Recité setecientos setenta y siete versos
y aquí sigo.
Vine a ver si me moría
o si me reinventaba por lo menos.
Nada pasó.