Las estrategias de promoción de la lectura que se desarrollan actualmente en las preparatorias de la Universidad de Guadalajara hace bastante tiempo que se volvieron una mera rutina. Sirven nada más para abultar informes y para mantener ocupados a ciertos profesores que, faltos de imaginación e iniciativa, requieren que como borreguitos les indiquen el rumbo a seguir. Es un pretexto también para derrochar recursos de los que se obtienen pocos beneficios; ¿dónde están los lectores que se han creado a partir de estos buenos oficios? El mayor obstáculo para alcanzar resultados positivos (la formación de verdaderos lectores, aquellos que leen por gusto y que le dedican parte de su tiempo todos los días) son los “promotores”: profesores improvisados y obligados que no sienten ningún interés por la lectura (porque ni siquiera son lectores).
Estas políticas, que al paso de los años han demostrado su inoperancia, serán una moda pasajera. En breve pocos se acordarán de ellas y habrá que adaptarse al humor y al capricho de los nuevos jerarcas… aunque corremos el riesgo de que con los cambios lleguemos a lamentar que la promoción de la lectura sea la gran ausente de las políticas universitarias, y entonces digamos: “Aquellos hacían mal las cosas, pero las hacían”.
Donde de manera más evidente se percibe el fracaso de estas labores erráticas es en la llamada “lectura espejo” del Día Mundial del Libro, que se aplica a rajatabla en algunas prepas porque es “un proyecto del rector”, en palabras de un Jefazo que me obligó a desarrollarlo, mal de mi grado. En efecto, como parte de mis obligaciones como promotor de lectura, y en el ánimo de disponer de diferentes estrategias y de proporcionar a los estudiantes un abanico más amplio de opciones de lectura, al principio me sumé a la iniciativa. Pero desde la primera ocasión que desarrollamos la actividad me percaté de su inutilidad, pues no solo no estábamos formando lectores, sino que reafirmábamos en los jóvenes su convicción de que la lectura es muy aburrida.
Opté entonces por suspender la “lectura espejo”, pues no solo los bachilleres tenían que ser llevados a rastras, sino que los profesores escurrían el bulto y lo que supuestamente sería una actividad institucional se convertía en un martirio en el que debía bregar solo con los dos o tres profes incondicionales a los que sin embargo debo coaccionar para que me echen la mano. Por supuesto, la actividad se desarrolla en la preparatoria (son instrucciones del rector) pero ahora los que son llevados a rastras son los profesores. Y los estudiantes siguen aburriéndose como ostras. ¿Por qué la necedad de continuar con una labor inútil, además del asunto protocolario y la justificación en el derroche de recursos?
Por cualquier lado que se le mire (palabras de Rulfo), es poco lo que aporta en favor de la promoción de la lectura. Ningún profe se ha hecho lector por participar en la actividad: o ya lo es y no la necesita, o no es lector y nunca lo será ni por esta ni por otra actividad, hasta el final de los tiempos. No conozco ningún estudiante (y vaya que en un tiempo los 300 alumnos que tengo por semestre eran los que engordaban el caldo de las estadísticas y los informes) que se haya interesado por los libros luego de participar en la lectura espejo. ¿Qué atractivo puede tener una actividad que, en primer lugar, es obligatoria? ¿Y de qué manera puede incentivar a la lectura escuchar durante una hora a pésimos lectores? Cualquier obra que se escoja retiene la atención del oyente (adolescente hormonal, en este caso) durante unos minutos y después lo perdemos. Así que llega el momento en que los profesores responsables de la actividad nos convertimos en policías, y debemos resguardar el orden por cualquier medio, incluida la expulsión del sagrado recinto donde se desarrolla la lectura.
Me parece que en lugar de seguir derrochando tiempo y energías en esta lectura, se debería promover algo que podría llamarse “Festival de la lectura”, con actividades más variadas, dinámicas e interesantes para los jóvenes. De la obra de un autor se pueden planear un sinfín de actividades que involucren a los estudiantes que, además de permitirles interiorizar y hacer propia la lectura, los rescata del papel pasivo que hasta ahora se les ha obligado a representar.
Lectura de atril, dramatizada (en la que ellos mismos pueden escribir el guion en el caso de que se trate de un cuento o una novela), recital, lectura coral (que se adapta mejor a la poesía, que junto con el resto de los géneros literarios, no existe para esos promotores de lectura de escritorio)… y más allá de estas y otras actividades, se puede involucrar a un buen número de bachilleres promoviendo trabajos interdisciplinarios: grupos teatrales, musicales, de danza, además de los proyectos individuales que se pudieran presentar, todos relacionados con la obra del autor elegido. De esta manera, en lugar de perder toda la mañana o la tarde en una actividad de la que al día siguiente no les quedará más que el dolor de espalda por todo el tiempo que estuvieron sentados, dedicarán las semanas previas a leer y preparar aquello que presentarán ante sus compañeros.
Se pueden montar también exposiciones con dibujos, pinturas, fotografías, esculturas y otras expresiones plásticas que los alumnos de estas áreas o talleres elaboraran a partir de su particular lectura del texto seleccionado.
Qué decir de todas las oportunidades que ofrecen los medios digitales, desde la creación de blogs, páginas web, grupos en Facebook, hasta la elaboración y diseño de animaciones, audios, videos… dando espacio (si ello es posible por los requerimientos técnicos que implica) para presentarlos durante el festival.
El Festival de la lectura debe organizarse y programarse con sumo cuidado. Promoción con tiempo suficiente, explicando con claridad los objetivos. Distribuir los ejemplares de la obra del autor, o dar las referencias para que los alumnos dispongan de ellas con antelación y preparen adecuadamente su presentación.
Aunque algunos profesores pueden fungir como asesores, es recomendable que las iniciativas partan de los estudiantes. El docente procurará, si le interesa y dispone de tiempo, seguir el proceso e intervenir cuando lo considere pertinente, pero permitiendo que los jóvenes desarrollen su creatividad.
Recomendamos crear un comité o comisión interdisciplinaria que se encargue de todo lo relacionado con el festival, cada uno de cuyos miembros estará al tanto de lo que presentarán los grupos o los que desarrollarán un trabajo individual, y decidir, de acuerdo con la naturaleza de los proyectos, el diseño del programa para el día del evento. El público se tiene garantizado con los amigos de los participantes, a quienes les entusiasma asistir a presentaciones en las que alguien con quien conviven cotidianamente pisará un escenario.
Muchas son las ventajas de actividades de esta naturaleza. Además de las ya mencionadas (el estudiante participa activamente, interioriza los textos al leerlos para planificar una actividad específica, enfatiza la interdisciplinariedad, propicia el trabajo colaborativo…), el compromiso y la entrega de los participantes es alta, lo que propicia un aprendizaje significativo. Además de mostrarles a los estudiantes que una obra literaria ofrece múltiples opciones para el desarrollo de su creatividad y su potencial, la interdisciplinariedad que promueve amplía y enriquece sus horizontes.
No olvidemos poner el énfasis en que se trata de una actividad de promoción de la obra de un autor específico, y esperemos que con ello se promueva el interés hacia sus textos y nazca la curiosidad por acercarse en general a la lectura.
Por contraparte, los inconvenientes u obstáculos son numerosos.
En primer lugar, la apatía y, en ocasiones, incluso la hostilidad de directivos y personal administrativo. La falta de apoyo y el desinterés de los profesores, muchos de ellos desilusionados o amargados por sus experiencias docentes y laborales, en un medio en el que se premia a los barberos, aquellos que les dicen a los Jefazos lo que quieren escuchar, que están al pendiente del menor de sus caprichos y que los mantienen al tanto de los chismes académicos. Y como el oficio de estos fulanos está plenamente definido, nunca los veremos desempeñando actividades académicas, a menos que el jefe los obligue, pero las harán mal o las echarán a perder (o ambas cosas). Estos especímenes se convierten en el peor de los obstáculos y contaminan al resto, lo que dificulta la integración del equipo interdisciplinario del que hablo líneas arriba.
Además, por supuesto, que resulta muy complicado encontrar a un voluntario de cada área artística que quiera integrarse al equipo… y una vez integrado el equipo sigue el proceso de ponerse de acuerdo; y si resulta que los profesores son además artistas, viene el conflicto de conciliar egos, puntos de vista, estilos de trabajo…
La falta de espacios es otro obstáculo, por diversas razones. A veces no se cuenta con ellos en las escuelas, o se encuentran en malas condiciones o pésimamente acondicionados o carecen de los requerimientos básicos. Otras veces son inaccesibles, por mala voluntad de los Jefazos o por caprichos o negligencia de los responsables, que en muchas ocasiones aun contando con el aval de los altos mandos niegan el acceso o, en el momento del evento andan perdidos, o se fueron a comer o a ligar y ahí tenemos al público afuera del auditorio a punto de iniciar un motín.
Y sin embargo, los beneficios y los resultados a largo plazo hacen que valga la pena meterse a este berenjenal. Lo digo porque en algún momento, con el apoyo de mis alumnos del taller de creatividad, organizamos un evento de estas características y su éxito y repercusión superó nuestras expectativas, pese a todos los obstáculos que debimos sortear.
Así que sugiero que digamos adiós a la “lectura espejo” y que consideremos más bien organizar un festival de la lectura.