Ella es analítica de libros. Por ejemplo, regresa más de alguna vez a los sitios incomprensibles de la trama de una novela, y lee más de diez veces un poema hasta creer entender al poeta. Pero el poeta o escritor está poseído por un ser invisible llamado inspiración. Aun así ella no entiende esas casualidades que llevan a los escritores al triunfo de los premios y a las desdichas del olvido. Ahora mismo ella me lee.
Intentó escribir un cuento sobre los escritos inconclusos que terminan siendo abortados. Texteó lo siguiente: ¿Qué pasa con los escritos que se abortan, que se tachan y finalmente no queda más remedio que suprimirlos en el ordenador y verlos expirar lentamente en el monitor? ¿A dónde van esos escritos inéditos de los ojos del mundo?
De pronto, decidió que no tenía cabeza la aberración que escribía y lo abortó. El escrito fue a parar al cementerio del olvido.
Desde la comodidad de su silla, con los aires de superioridad que le da los poderes de la burocracia, podía ver desde el otro extremo a Tobías. Ambos no comprendían que eran parte elemental del sistema. Tobías paga un servicio, pero Adrián cree que el estado lo tiene sentado para decir: “No, véngase mañana”.
Un día Adrián comprendió qué se siente estar del otro extremo.
Las 11:47 de la noche. Camino en una de las antiguas calles de una ciudad olvidada que poco a poco se convierte en historia. Alrededor, la oscuridad penetra el vacío. Una gallina canta, ellas cantan sólo para presagiar la muerte, que llega como una maldita melodía que se cuela de una orquesta en la negritud de la noche. Al instante vienen a mi imaginación los nombres de Jorge el herrero y Eugenia la señora que echa tortillas. Mañana podría haber vela en el pueblo.