Te escribo también desde el fin del mundo. Es necesario que lo sepas. Fin del mundo que es mi cuerpo de solitario, el que se respira la piel de arena seca, de harina sin rito ni luna. No importa los confines, mi cuerpo es este mundo carente de aliento, de pan y aceite. Su hambre es vana, las palabras que nombre ni lo justifican ni lo trascienden; toda labor que ejecute sólo dará frutos del páramo: vientos en tremolina, columnas de angustia, sequía de huesos en el pergamino añoso de la lengua. Todo fruto que ofrezca hablará de la distancia que es estar sin tu cuerpo, tierra pródiga que espera la narración de su historia.
Y yo te contaré la historia, la aventura y su leyenda. Mientras, estaré solo en estas aguas de ajenjo para afinar mis armas. Te escribo desde el fin del mundo para dar fe de los hechos que darán inicio a la historia verídica de tu cuerpo.
Desde la bruma de la aventura, agitado por batallas vanas y sueños evasivos, alimentado con larderos deseos por alcanzar la tierra; un beso de la brisa virgen de tus playas, un breve toque de tu sal fueron tan vastos, que mis armas resultaron inútiles. El sabor de tu saliva se convirtió en un mar de aguas únicas que mi sed fue entregarme batallando.
Y estas batallas por alcanzar tus cumbres —las perfectas dos y vivas para el canto de mi lengua y brama— fueron mi retiro. No requerí de otros lugares: batallas de tus grutas que fueron mi reposo; fuegos de mi lengua, tu victoria.
Cimas —certezas de la esfera—, mis ojos se quedaron para recrear con los vidrios de la palabra las cúpulas de tu templo, tierra explorada que me explora. Batallas por venir, de tan reales, las doy por hechas.
Ven, muchacha, y apóyalas en mis manos, en mis ojos, en mi lengua; tres columnas, que con su juego, así lo sabemos, sostendremos el universo.
Desde el desierto del mar —ese otro páramo de arenas verdes— la sangre ya te sabía. La saliva te adivinaba en las estelas bravas de las olas, cuerpos de mujeres voluptuosas que cantan, con un hambre de sexo, un sabor de sal aún no dominada.
Te percibía en la sal de los vientos, me seducía tu aliento de loba marina. Tú tenías todo ese mundo de aguas mayores, agua de mujer y fósforo con el azar a su favor. Seducción la tuya, la fuerza femenina de tus esferas.
Yo sólo tengo una seducción para dominarte: mis estropicios y mi odiosa fisonomía.
Como el mar y su agua viva, tu cuerpo y su piel temprana no son tan sólo estas palabras, son el impulso de la conquista.
La geografía virgen de tu tierra se corresponde con el oleaje de mi sangre: tu mar de alba existe y excita la sangre de mi lengua por escribir la aventura, la victoria y su leyenda, que en zaga me prometen la isla de tu cuerpo. Isla que existe: te nombro y en las manos me vibra y asombra el rumor de tu nombre, La Biennacida.
El primer triunfo fue presentirte. Por mucho tiempo esa ha sido la batalla: imaginarte le ha dado tantas formas a tu cuerpo.
Demasiadas luchas habrás ganado con sólo un gesto. Tras la toma de sitio, de vencer tu ficticia resistencia, aun vencida, triunfarás: contemplarnos juntos en nuestras pieles de agua simple será la victoria final.
El mar y tu cuerpo no son tan sólo estas palabras, ambos existen. Segura, con la llama nueva y criolla del asombro, exigirás, en bien de la posesión, se te erija una ciudad. La caracola, la Gran Rosa de los mares.
Desde el mar imaginarla, isla perceptible de vientos y mareas. Yo tiemblo, el arribo lo alienta el aroma de tu sal varona. Desguazo velas: los vientos que soplan los agito con la milicia de estos ojos míos cansados de tanta distancia norte. Vengo harto de ver que el relámpago levante astas y descanse su rezongo en las tierras híbridas del mar.
Agua infinita que se repite en su propio caracol de oleajes, en los confusos calendarios del recuerdo: sólo conoceré las playas nuevas de tu cuerpo destruyendo las imágenes de las que provengo.
Sé que escribo para alentar al viento. Para alcanzar tus umbrales, cada día es una guerra contra el mar de los aires. Perdido, cada noche sueño con la escama de plumas, con la roca de espumas que estallan en holandas de furia: ajuares de la virgen. La noche, con su alcohol de estrellas, me resuelve el enigma del viaje. Fósforo impulsivo del azar.
Sólo nos resta el sueño —insurrección contra el abatimiento—: conformarlo en piedra de nuestros derroteros serán labores en la niebla que aviven los frutos en la boca.
Hoy heme aquí, levanto este escrito como un clamor. Extraño en mi casa, por desparramar mi vida, anhelé el viaje de esta aventura. Por consecuencia, la isla de tu cuerpo será la piedra que emerja en los horizontes del Sur. Ahí mis cantos, punto naciente de fuegos criollos por el rumor de un nuevo día.
No dejaré de escribir hasta tanto no haya reposado el asta erecta de mi consuelo en la carne profunda y dulce de tus arenas.