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El valor humano y literario de María Jesús Barrera

Rubén Hernández Hernández


Conocí a María Jesús Barrera en el CUCSH, donde junto con otros once compañeros cursábamos la maestría de Lengua y Literatura Mexicana. Transcurría el año de 1994, y a estas alturas, María ya había publicado dos novelas de calidad incuestionable, La casa de los pavos reales, de 1981; luego, en 1989, Otra vez lunes. Además, su obra cuentística se podía encontrar en la antología De color Barrovino, de 1984.

Confieso que ya avanzado el segundo año de la maestría me enteré de su dilatado quehacer literario. En realidad, pienso que María Jesús nunca estuvo conforme con su ya amplia sapiencia literaria. Por ello, imbuida como estaba por la avidez del conocimiento, nos acompañó durante dos años, compartiendo con sencillez, sin ápice de arrogancia, su experiencia creadora. Cuando hablaba se advertía la sólida formación adquirida al inquirir con tenacidad en la develación de los inacabables misterios de la creación artístico-literaria a través de un oficio ejercido con sobrada dignidad.

El arte era, para María Jesús, una aventura de su ser más profundo y memorioso para ser y estar en el mundo. Vivía para y por la literatura, que se había implantado y desarrollado en su espíritu de tal modo que no admitía reversión.

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En su obra prevalece la conciencia de la otredad y al mismo tiempo de una franca solidaridad con las causas sociales de quienes carecen de medios para hacer oír su voz de denuncia. Ahora, podríamos hablar de evidentes y aventajadas proyecciones feministas en su obra.

Describía con profundidad épocas y espacios pretéritos donde nos revelaba las vicisitudes y sentimientos de personajes y nos los entregaba convertidos en seres entrañables. Recuperó sucesos históricos que convulsionaron a la sociedad en distintas épocas y dejaron huella personalísima en el espíritu de los seres humanos que los vivieron y que gracias al oficio literario de María Jesús adquieren la humana relevancia que les corresponde y nos inquieren de muchas maneras durante la lectura de cuentos y novelas creadas por nuestra recordada compañera. Su perseverante oficio literario nos obsequió notables hallazgos de la historia de México.

Pero no me voy a demorar en la reseña de toda su obra ya ampliamente reconocida y comentada por importantes críticos. Me concentraré en una de sus novelas y cuya lectura me ha causado una grata impresión, merced a su fluida escritura y logrado ensamblaje estructural a caballo entre la novela popular y la picaresca donde el color local se pule con moderno tratamiento en una ficción histórica. Se trata de La vida secreta de María Rosa, publicada en 2019, en la colección Letras Vivas Jalisco, Novela 6. En ella María Jesús, con la amenidad narrativa que le confiere su tenaz oficio de escritora, explora en diez capítulos, cuyo título corresponde a cada uno de los respectivos diez días que van del sábado 24 de febrero al lunes 5 de marzo de 1810.

La protagonista principal, de estatura liliputiense y conocida como “La mujer dedos de México”, nueve en cada mano, que como parte del espectáculo de carpa baila y teje empleando sus dieciocho dedos ante un público que había pagado un real y cuyo empresario había hecho el negocio de su vida, comprando a la muchacha del propio padre de esta. En esta novela la caracterización de María Rosa es la apuesta por un ser en gran medida desfasado de la normalidad, la cual sirve para acentuar la hipocresía de la vida en el México virreinal que, ciega ante las injusticias, se presenta como respetable y católica a ultranza.

A través de María Rosa nos introducimos a la vida familiar, social y política de las distintas clases sociales que conformaban la Nueva España. En cada uno de sus diez capítulos la novela va entretejiendo ficción y crónica histórica con maestría narrativa. Humor, drama y relaciones amorosas son tópicos empleados por la autora para dotar de temple humano a los distintos personajes el devenir histórico de una nación incipiente.

Observamos cómo María Rosa va construyendo su propia historia de liberación a la par que la joven nación va emergiendo como pueblo distinto y autónomo de la llamada madre patria. Dotada nuestra autora de una refinada ironía, convierte el intríngulis histórico en un relato verosímil, develándonos la conciencia de los protagonistas que al ejecutar su accionar son siempre propicios al error o a la maldad a veces involuntaria. Por ello, La vida secreta de María Rosa es una insólita enseñanza que no excluye ni el sufrimiento ni la felicidad de una sociedad en proceso inminente de transformación.

Escrita en tercera persona, la biografía ficticia se ritma en combinatoria con la saga familiar de la que el personaje proviene. Esta misma saga familiar es impulsada por la protagonista a involucrarse vivamente en la historia de la incipiente nación. Se nutre de su historia personal y de la historia nacional, pero va más allá de ellas; no obstante, su exclusión de los beneficios de clase que su origen debía proporcionarle en una sociedad estratificada.

María Rosa entiende que, desde el principio, fue asignada para convertirse en la cronista de geografías domésticas y regionales realizando este cometido sin eximirse de un afán crítico de la historia. Examina, además, la falsedad de las convenciones sociales, contrastando la ridícula respetabilidad que en un esquema social cuestionable han alcanzado quienes se ostentan como seres normales.

Consciente de la importancia del poder económico que le ha sido vedado, María Rosa se concentra en la observación y disfrute de su microcosmos cultural; de ahí el entregarse como autora anónima al ejercicio epistolar y periodístico; intercambia ideas con Carlos María Bustamante, quien le publica artículos en el Diario de México, en los que nos ilustra acerca del efervescente clima político en la primera década del siglo XIX mexicano.

En su novela la autora ensaya, además del género epistolar, el dramático, consignando como en un divertimento llamadas teatrales que indicarían que todo funciona correctamente y los técnicos dan su aprobación para abrir la sala al espectáculo. Así, advertimos que cada llamada comienza con minuciosas acotaciones del espacio:

Primera llamada

Sentada en alto trono se recarga en el respaldo y sostiene en las manos la costura. A instancias de Nicolás, la Superioridad instaló sencilla tramoya para garantizar la diversión del público ávido de conocerla con esas manos únicas en el mundo. Un cuadro hogareño con Mariana dentro del escenario. Juan, fuera de él, acomoda a la concurrencia (en La vida secreta de María Rosa, p. 81).

Se recogen instantes aparentemente triviales que develan nuestra estancia en el mundo, explorando el lado humano de la historia, nos aleja de las leyendas o estatuas de bronce esculpidas con denuedo por la historia y va enlazando las experiencias íntimas de sus personajes para conducirnos a reflexiones válidas en el devenir del tiempo en México.

La autora no desdeña tampoco el develar con sutileza las transgresiones a la ética que la historia afanosamente trata de minimizar o “normalizar”. Entonces, el personaje de María Rosa es también un ser que, al igual que Diógenes, busca al ser honesto en plena luz del día: escudriñar las motivaciones de nuestras acciones y cuestionar las respuestas que ofrecemos ante el mal recibido. Así, María Rosa nos guía, gracias a la amplitud de sus observaciones, por caminos narrativos donde confluyen historias humanas particulares y la ficción histórica, sustentadas estas y aquellas en el rigor tantas veces ingrato de la realidad avasallante y, sin embargo, La vida secreta de María Rosa nos enseña la posibilidad de un mundo mejor.

En este amago de reseña quiero enfatizar que la relectura de esta novela fue un disfrute más meditado e intenso que la primera vez, por ello considero indispensable continuar la exploración de la obra narrativa de María Jesús Barrera, a quien no debemos dejar que parta del todo.

Ahora que he tenido la oportunidad de pergeñar estas líneas no me preocupa la objetividad del ensayista sino que, parafraseando a Marcel Schwob, diría que al describir los rasgos humanos y artísticos de esta notable mujer solamente entrego la percepción muy personal de quien la admiró desde el momento en que conoció la hondura de su pensamiento y decantado oficio de ser humano que ella misma se construía día con día.

Está por escribirse, desde luego, el estudio minucioso de la esencia de su trabajo literario. Yo sólo quiero rememorar su calidad humana, que se manifestó en la amistad y compañerismo que durante dos años nos brindó en aquellos tiempos de aprendizaje que nos marcaron de modo imperecedero gracias a su paso luminoso por el mundo.


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