La fisonomía de Guadalajara se compone de un número infinito de rostros. Transitar por sus calles nos permite asomarnos a esa identidad cambiante, anclada en la historia y a la vez mutable en el tiempo. Incluso si somos animales de costumbres inamovibles, deambular de un punto (origen) a otro (destino) nos depara la sorpresa de lo nuevo.
El centro histórico, que cambia de imagen según el humor de las administraciones; sus barrios, que se expanden como galaxias que crecen hacia el infinito; sus calles, que mutan con el cambio de estaciones; sus edificaciones…
En esta ocasión, fijemos nuestra atención en los muros, en las fachadas, intervenidas por aerosoles y brochas y otros instrumentos que los impregnan de colores y formas insospechados, tan ricos y complejos como la imaginación y la creatividad de sus autores anónimos lo permiten.
¿Grafiti? ¿Arte urbano? ¿Señas de identidad? ¿Vandalismo? Difícil llegar a un acuerdo. Ese caminante que deambula por los mismos derroteros siempre tendrá la impresión de andar territorios nuevos. Un lamento por las imágenes que se pierden y el asombro de maravillas insospechadas.
Este arte efímero niega su belleza a la posteridad, pero a la vez deja su lugar a otras expresiones. Este rostro mutable testimonia a la vez los sueños, temores, anhelos de vivir la ciudad; formas de pertenecer a ella, afables, hostiles, diligentes, abúlicas… La multiplicidad de temas enfatizan los rasgos de esos infinitos rostros.
Cada imagen, por sí misma, sería pretexto para un sinfín de elucubraciones, de análisis, de vuelos de la fantasía. Dejamos en esta galería una mínima muestra de este arte efímero, mutable, y por tanto inasible. Mientras pasan estas imágenes, un número igual de ellas desaparecerán y otras tantas ocuparán nuevos espacios. Una muestra más de que estamos anclados en la historia y que el tiempo transcurre sin detenerse.