La formación por competencias

Juan Castañeda Jiménez

 

 

 

 

Resumen
La formación por competencias no se reduce a enseñar destrezas. Este movimiento ha tenido relevancia mundial desde el informe Delors de la UNESCO en donde se impone educar bajo cuatro pilares básicos. En México se han iniciado procesos de reforma en todos los niveles educativos con miras a la actualización mundial. El reto más grande de las instituciones es  rebasar el discurso para lograr concreciones en competencias y eso no podrá lograrse sin la implicación de los agentes educativos: instituciones, docentes y estudiantes; con el apoyo de la administración escolar, familia y sociedad en su conjunto.

La formación por competencias
Educar por competencias supone enseñar y aprender a vivir en la incertidumbre no de cualquier forma, sino con eficacia y flexibilidad para el cambio. Educar por competencias implica asumir un paradigma aún en construcción y ello en sí mismo refleja la complejidad de la tarea en la sociedad de la información, donde los conocimientos cada vez tienen menor vigencia. Por eso, ya no es pertinente formar con fundamento en contenidos temáticos sino en desempeños óptimos en contextos cambiantes. De allí que el concepto actual de competencias haya superado aquél que lo limitaba a una destreza manual y ahora incluya comportamientos complejos necesarios para vivir en sociedad: competencias sociales y competencias emocionales.

Comprender la formación por competencias implica modificar los roles del profesor y del estudiante. Ahora es necesario que el estudiante sea el protagonista de su aprendizaje. El docente tiene un papel central en la planificación del proceso y el estudiante asume un papel activo en el diseño, realización y evaluación de las estrategias de aprendizaje. Educar por competencias implica un cambio de paradigma no sólo en la docencia sino en la institución educativa.

Contexto
El ritmo vertiginoso de los cambios, especialmente en la esfera de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) exige adoptar acciones inmediatas para aprender a vivir en ambientes de incertidumbre (Hernández Trasobares & Lacuesta Gilaberte, 2007, p. 31) en donde la flexibilidad para el cambio es condición de sobrevivencia (Caballero Muñoz & Blanco Prieto, 2007). Posiblemente esta realidad inspiró a la UNESCO para la publicación del texto La educación encierra un tesoro (Delors, 1997), en donde se propone reformar la educación bajo una perspectiva que tenga en cuenta cuatro pilares básicos: a) aprender a conocer, b) aprender a hacer, c) aprender a vivir juntos, aprender a vivir con los demás, y d) aprender a ser (Delors, 1997, Cap. 4). El Proyecto Tuning (2000) busca actualizar la educación superior europea bajo el enfoque por competencias, mientras que el Proyecto 6X4 UEALC integra a la Unión Europea con América Latina y el Caribe con parecidos objetivos (Escorcia Caballero, Gutiérrez Moreno, & Enríquez Algarín, 2007).
México está reformando todos los niveles educativos. La Subsecretaría de Educación Media Superior ha impulsado la RIEMS (SEP, 2008c). Con ella se busca actualizar la educación media superior en un marco para la diversidad. Para ese propósito se ha establecido un perfil de egreso constituido por once competencias genéricas (SEP, 2008a, 2008, enero) que pondrían al estudiante en circunstancias equivalentes con las distintas instituciones mexicanas y presumiblemente también con instituciones de otros países. Se trata pues de un proyecto con perspectiva internacional.

El concepto actual de la competencia
El concepto de competencia es aún polisémico (Guzmán Ibarra & Marín Uribe, 2011; Villalobos Torres & Pérez Gutiérrez, 2007, p. 65) y eso por sí mismo es indicador de la incertidumbre existente en este campo. Si bien prácticamente cada institución cuenta con su concepto, ello no exime de la responsabilidad de partir de alguno. No obstante, la mayoría de ellos aceptaría éste: “Se puede definir competencia como el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para desempeñar una ocupación dada y la capacidad de movilizar y aplicar estos recursos en un entorno determinado con éxito, produciendo el resultado deseado” (Yániz Álvarez de Eulate, 2006, p. 21).
Actualmente, el concepto de competencia incluye conocimientos, habilidades, actitudes y se orienta más al desempeño que al saber declarativo. Si bien en el pasado el concepto estaba muy ligado a la destreza, ahora ha integrado la formación emocional y la formación crítica. El concepto implica también valores aun cuando no haya conciencia de tal implicación. El mundo se ha complejizado y requiere acciones adecuadas con alto dominio de sí y de la situación. El dinamismo de la vida actual exige dominio y flexibilidad no sólo en las personas, sino también en las instituciones. Las instituciones que se anquilosan se ven pronto sustituidas por otras que se adaptan mejor a los cambios. Las personas que trabajan en ellas deben mostrar también ese dinamismo. Por tal motivo, el concepto actual de competencia no puede limitarse a una destreza manual. El contexto laboral requiere competencias complejas como “autoconciencia, autorregulación, motivación, empatía y habilidades sociales, dando como resultado un catálogo de veintitrés competencias emocionales” (Caballero Muñoz & Blanco Prieto, 2007, p. 617). Ya en el texto de la UNESCO, Delors señalaba:
“Los empleadores ya no exigen una calificación determinada, que consideran demasiado unida todavía la idea de pericia material, y piden, en cambio, un conjunto de competencias específicas a cada persona, que combina la calificación propiamente dicha, adquirida mediante la formación técnica y profesional, con el comportamiento social, la aptitud para trabajar en equipo, la capacidad de iniciativa y la de asumir riesgos” (Delors, 1997, p. 95).
Por eso se está pasando gradualmente de la calificación profesional (entrenamiento) a la formación por competencias (Rodríguez Gómez, 2009). Los empleadores ya no se contentan con la formación técnica y profesional, sino que ahora requieren personal con habilidades de orden emocional y ético. El mundo actual necesita hombres preparados para la vida y no sólo para el trabajo. Por eso adquieren cada vez mayor importancia los estudios de Goleman (2000) que han dado lugar a las competencias emocionales (Bisquerra Alzina & Pérez Escoda, 2007; Palomero Fernández, 2009) .
En conclusión, una definición actual de competencia acentúa la movilización1 de conocimientos, habilidades y emociones con pertinencia y eficacia respecto de un problema o tarea específica en el que se asume una actitud ética abierta al mundo y a posibilidades inéditas. Se destaca el término “movilización” debido a la importancia que tiene saber usar recursos con tino. Ese desempeño visible sirve para inferir las competencias implicadas. La rapidez en la respuesta no siempre implica la eficacia. Hay que observar con cuidado las consecuencias de las acciones en el contexto en donde se aplican, para así ponderar su valor:
“La ejecución más presta y hábil no asegura la eficacia de la acción si no se basa en un conocimiento sólido y en hipótesis verosímiles. En este punto radica una de las diferencias entre el conocimiento del principiante, del perito y del experto, según el enfoque cognitivo. […] A veces, observamos que el educador experto, aparentando inacción, no reacciona inmediatamente a un estímulo o problema y consume más tiempo que el principiante, pero apreciamos finalmente que aporta una mejor solución” (Vázquez Gómez, 2007, p. 45).
En otras palabras, al suponer que las competencias son visibles se puede incurrir en error pues sólo pueden verse algunos productos pero ella, como tal, permanece oculta a los ojos.