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La fiesta del espíritu

Álvaro Leonor Ochoa


Guadalajara, al caer de aquella tarde, aparecía como una mancha agitada, entre las otras que también lo parecían los demás numerosos pueblos que sembraban la tierra. Sus habitantes, en las calles, presentándose vestidos, atendían para su trato de unos a otros más a su modo de vestir que a su común racionalidad, que los hacía agruparse en un punto, obedeciendo a un instinto de sociedad.

Publicado en El infinito, su sombra y la noche, 1918

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¡Oh, la progenie humana, la casta poderosa, la raza admirable! ¡Cómo se elevaba en los abismos del universo! ¡Cómo se reflejaba en las pasmosas glorias del infinito…! ¡Mi entendimiento la veía en una voluntad maravillosa, en un designio sublime, más imponente que los rayos de la ígnita lámpara del día dorando las nubes, los campos, las aguas, las arenas…! ¡La veía mostrando su triunfo entre el concierto de las aves, las plegarias de las hojas, el aroma de las flores, los himnos de las fuentes, los besos de los astros, los abrazos de las sombras…!

Publicado en El panorama humano, 1918


El yo o cuerpo-universo

En una sonrisa cabe un mundo. Un mundo es un punto del misterio. ¡En el arcano se esconde todo, luz, mirada: Dios!

Las trayectorias divinas se riegan de canciones de soles y sombras. Y la armonía de todas ellas es el amor. ¡Y el amor es la sonrisa que juega en el contento de la rosa, en la oración de la estrella, en la leyenda del azul…!

Pero más que en la flor, y que en el astro, y que en la pantalla del cielo… el amor sonríe en el pensamiento —¡luminaria divina!— de la figura humana. ¡Pensamiento: entontrando su senda; tocando su ensueño; asomándose, en su propia cima, el mirífico paisaje: de la Inmensidad!

Publicado en En las sendas del monstruo, 1931


La estrella

—Alma:

¿Quién es esa estrellita que se acuesta, en la noche, en un rayo de luna?

¿Por qué tiene, su forma, como un fondo de bruma?

¿Qué está haciendo en la comba, de qué templo sagrado, de qué alcázar divino?

¿Es acaso una rosa —una gentil maravilla— con que florecen los cielos? ¿Quién sujeta su tallo? ¿Por qué tiemblan sus hojas, sus auríferos pétalos? ¿Los besa el aliento de una sombra solemne?

¿Es gotita, olvidada, de una lluvia de singular oro? ¿Qué llanura la guarda, que no quiere ya nunca que la seque algún sol?

¿Quién es, alma, esa estrella?

Pues rutila como chispa, sobre un muro de obsidiana, ¿la produce un hierro… una mano, buscando los velos infinitos…?

Publicado en La fiesta del espíritu, 1933


Sentimiento mínimo

¡Oh estrella azulada, cautivante, que esplendes allá en los velos del paraíso: hecha un brillante supremo y te vistes cual si hubiera en tu luz jardines de zafiros! Porque llevas en tus pupilas la ternura con que ama el cielo —¡oh dombo!, mágico cristal sobre el reloj del tiempo— en las mañanas y en las tardes apacibles, despejadas: a los vuelos —que juegan—, a los campanarios —que oran—, a los ramajes —que encantan—, a los ensueños —que fecundizan y crean…— sube… sube, zafírea estrella, y eleva contigo la aspiración humana; y en la tierra quede, permanezca ahí, desdeñado, porque es inmeritorio, es trivial, cuanto pensaron todas estas palabras.

Publicado en ¡Con una lámpara azul!, 1941


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Imágenes del trópico

Javier Ramírez


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Cotidianas

Margarita Hernández Contreras